Un dolor feliz

Me cuesta tanto despedirme de mi jugador favorito como imaginarme al Barça sin la magia silenciosa de Andrés Iniesta .Se nos va un artista, un virtuoso del balón. Uno de los vértices del triángulo que ha marcado una época en el fútbol mundial. No en el Barça. No en España. En el mundo. Se fue Xavi. Se irá Messi. Se va Iniesta. Duele sólo escribirlo. Un dolor feliz. Supongo que me acostumbraré porque la resiliencia hace milagros en el siglo XXI.

A China no sólo se marcha un futbolista buenísimo, titular indiscutible en el Barça del doblete. Se va una persona que se ha hecho querer hasta por sus rivales. Un tipo sencillo y sensible alejado del prototipo de estrella idiotizada que le tocaría por trayectoria, calidad y palmarés. Iniesta tiene un don que le ha llevado de la pequeña Fuentealbilla a la inmensa y lejana Chongqing, haciendo escala en el Camp Nou. En Barcelona se ha hecho adulto disfrutando y sufriendo a partes iguales. Aquí ha descubierto el amor y los lugares más oscuros de la mente humana. Ha aprendido a ganar y a perder. A reír y a llorar. Iniesta es un icono del respeto, un crack que ha convertido la generosidad en una marca, dentro y fuera del campo. La vida le está devolviendo a Andrés todo lo que él le ha dado. Ahora, cuando ha querido, sin que nadie le empujara, se va. Le hace tanta ilusión ser la imagen de la Superliga china, como descubrir la cultura oriental con su familia, como asegurar la viabilidad de su querida Bodega, fuente de trabajo para sus paisanos manchegos.

El adiós de Iniesta nos recuerda brutalmente que estamos asistiendo, resignados, a cómo la vida diluye al mejor Barça de la historia, mientras rogamos al tiempo que lo conserve para siempre en la memoria. Como recuerdo inolvidable de noches de fútbol arte y como luz que ilumina el camino. Su última final es una hoja de ruta. Gracias por pensar en nuestro futuro, Andrés. Siempre generoso. Gracias por tanto, Andriu. Lo superaré, pero ahora duele