Eso sí fue más que un doblete
Uno de los hechos del mandato de Josep Lluís Núñez (de cuya elección se cumplirán 40 años el domingo próximo) que tuvo una importancia capital para el Barça y, en cambio, es obviado cuando se habla de su gestión, fue conseguir una excepción en la Ley del Deporte de 1990 para que los clubs con economía saneada no fueran obligados a transformarse en Sociedad Anónima Deportiva (SAD). A finales de los 80, el gobierno de Felipe González decidió acabar con las subvenciones oficiales (ayuntamientos, diputaciones, etc.) a los clubs profesionales, que tapaban así las gestiones temerarias y negligentes de sus directivos. Con la Ley del Deporte se acabó malgastar dinero público. Desde su promulgación serían los accionistas los que cubrirían las pérdidas.
El Barça corrió riesgo de dejar de ser ‘més que un club’. Javier Gómez Navarro, presidente del CSD, fue el encargado de realizar el gran cambio en el deporte profesional. Núñez, arropado por Fermín Ezcurra (Osasuna), Pedro Aurtenetxe (Ahtletic Club) y, sin mucho entusiasmo, Ramón Mendoza (Real Madrid), llevó la negociación para hallar una salida. El gobierno no autoritario del PSOE estuvo receptivo y Gómez Navarro escuchó. El argumento básico de Núñez fue: “Los que gestionamos bien y damos beneficios no formamos parte del problema”. Gómez Navarro lo admitió, pero replicó: “A cambio, los directivos avalareis el 15% del presupuesto por si algún día os portáis mal”. Y Núñez concluyó: “De acuerdo, pero si los beneficios acumulados cubren ese 15%, dejaremos de avalar”.
Y tal cual se reflejó en la Ley. Solo se libraron de ser SAD los clubs con cinco años seguidos, como mínimo, arrojando superávit. Aunque olvidada, esa sí fue una gran victoria. El Barça mantuvo su idiosincrasia como asociación sin ánimo de lucro y propiedad de todos sus socios. Caso contrario, ahora estaría, quizá, en manos de un fondo buitre o de un jeque sin escrúpulos. O sea, un desastre