Mundo Deportivo

María José Martínez Patiño, experta ante todo en luchar

- @gemmaherre­ro Gemma HERRERO

Con el caso de Caster Semenya, a la que la Federación Internacio­nal de Atletismo (IAAF) quiere obligar a medicarse para bajar sus niveles de testostero­na si quiere seguir compitiend­o en las pruebas de 400, 800 y 1500 metros, el teléfono de María José Martínez Patiño (Vigo, 1961) suena más de lo habitual en las últimas semanas. Es lógico teniendo en cuenta que es una de las mayores expertas en materia de verificaci­ón de género, Doctora en Ciencias del Deporte, asesora del Comité Científico del TAS y del Comité Médico del Comité Olímpico Internacio­nal (COI), pero también porque ella vivió y sufrió en primera persona el daño que puede hacer que tus datos íntimos y privados sean expuestos públicamen­te y ser objeto de escarnio. Ella no solamente supo sobreponer­se, sino que cambió las normas y se convirtió así en una pionera: “De lo que más orgullosa me siento es de que mi lucha sirvió para que muchas niñas y mujeres no tuvieran que pasar por lo que yo pasé”. Que no fue poco.

Comenzó en pruebas de velocidad en 100 y 200 metros y a los 17 años dejó A Coruña becada para irse a vivir a la Residencia Blume, donde su entrenador le aconsejó que se especializ­ara en vallas y llegó a participar en el Mundial de Helsinki en 1983 siendo su gran objetivo clasificar­se para los Juegos de Los Ángeles del 84. No lo consiguió por solo cuatro centésimas: “Aquel año fue muy duro para mí porque me intervinie­ron dos veces para poder hacer un transplant­e de médula a mi único hermano, que finalmente murió de leucemia. Tuve una anemia tremenda y a pesar de mis esfuerzos me quedé a esas cuatro centésimas de cumplir mi sueño de ser olímpica”. En 1985 su vida cambió para siempre cuando en una Universiad­a en Kobe (Japón) en unas pruebas de verificaci­ón sexual descubrier­on que tenía cromosomas XY y la Federación le recomendó que alegara una lesión y se marchara discretame­nte: “En aquel momento estaba en shock y acepté, pero cuando llegó el Campeonato de España y volvieron a decirme que no participar­a no me presté a la componenda. Corrí y gané y al día siguiente mi historia estaba en todos los medios de comunicaci­ón. Me llegó una carta en la que me dijeron que en 24 horas debía desalojar la Blume, dejar mis estudios y desaparece­r. Me quedé sin dinero, sin carrera, mi novio me dejó y todas mis marcas se esfumaron, como si nunca hubiera existido. Fue terrible”.

Despertar de la pesadilla

María José se hundió, se burlaban de ella y durante un tiempo sobrevivió gracias a un trabajo que consiguió en un gimnasio. El sueldo le llegaba para pagarse un piso y poco más. Covadonga Mateos, por entonces campeona de España en salto de altura, le sacaba bocadillos y fruta de la Blume para que pudiera comer, pero en medio de la pesadilla decidió luchar. “Yo sabía que no tenía ninguna ventaja deportiva por la mutación genética y gracias a la ayuda económica de mis padres contraté a unos abogados y a un genetista, Lachacelle. Llevó su caso a los tribunales que le dieron la razón porque probó que su cuerpo tenía insensibil­idad a los andrógenos. Sentó cátedra, cambió las leyes y le devolviero­n la licencia para poder competir en 1988.

“Primero me fui a Dallas para volver a entrenarme lejos de la presión de los medios de comunicaci­ón, pero había perdido la motivación y en el 91 decidí marcharme a la Unión Soviética donde podía salir a la calle sin que nadie me conociera ni me juzgara. Lo pasé mal porque apenas tenía dinero, pasé hambre sí, pero también aprendí muchísimo con el entrenador que tenía allí al tiempo que comencé de nuevo a estudiar en la Universida­d de San Petersburg­o. Un año después me retiré definitiva­mente y ya me dediqué exclusivam­ente a estudiar”, relata. Es doctora en Ciencias del Deporte por la Universida­d de Vigo, licenciada en Ciencias de la Actividad Física y del Deporte, diplomada en Estudios Avanzados (DEA) en Ciencia Política y Sociología de la Administra­ción en la Universida­d de Santiago de Compostela y tiene un master Universita­rio en Alto Rendimient­o Deportivo, nada más y nada menos. “Digamos que supe aprovechar el tiempo”, asegura modesta.

Volver a ser olímpica

Investigad­ora asociada en la Universida­d de UCLA, Martínez Patiño ha llegado a publicar también en la prestigios­a revista científica ‘Lancet’, y era cuestión de tiempo que con semejante currículum le llamaran como asesora del TAS y del COI, siendo además miembro del COE gracias a la iniciativa y apoyo de Alejandro Blanco. “Poder volver a la familia olímpica formando parte del panel de expertos, en el lugar donde antes me habían negado el pan y la sal, ha sido un orgullo, una experienci­a maravillos­a en todos los sentidos. Jamás he perdido el amor y la pasión por el deporte”, admite. Hace dos años asesoró al TAS en el caso de la velo cista in di aD u te Chaand, que como Semen ya, tiene hiperandro­g in ismoy ganó porque no pudieron probar que obtuviera ventaja deportiva.

No sería de extrañar que volvieran a llamarla ahora que se ha sabido que el Comité Olímpico de Sudáfrica se está preparando para defender a Semenya frente a la IAAF. “No puede ser que la norma sea solamente para unas pruebas determinad­as, aunque estoy convencida de que la IAAF debe tener algún tipo de estudio que demuestra que obtiene ventaja. Ya veremos, pero la privacidad y la confidenci­alidad deberían estar por encima de todo. Las normas se cambian empujando, peleando, el motor del cambio siempre es uno mismo, empieza por uno mismo”. Ella es un magnífico ejemplo de que, efectivame­nte, así es.

Por cierto, Covadonga Mateos es ahora profesora en la Universida­d de Las Palmas y siguen viéndose e incluso se ríen de aquellos días en los que le pasaba por la verja de la Blume los bocadillos

Especializ­ada en materia de verificaci­ón de género, cambió las normas y se convirtió en una pionera

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FOTO: MD Comenzó en pruebas de velocidad (100 y 200) y pasó a las vallas: participó en el Mundial’83
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