Más que un jugador
Cuando
a los 11 años Juan Carlos Navarro empezó a defender los colores del Barça, Albert Soler hacía poco que había terminado la carrera de INEF, Nacho Rodríguez arrancaba en la ACB en el Mayoral Maristas y Joan Bladé todavía no había abierto su primera clínica dental. Ni siquiera el presidente Josep Maria Bartomeu tenía entonces más vinculación con el Barça que la emocional que siente con los colores cualquier aficionado culé. Desde aquel lejano 1991 han pasado 27 años, de los cuales Navarro ha estado 26 en el club. Entre las cuatro personas que deben decidir su futuro solo acumulan 23 en los despachos de la institución.
Si el Barça es más que un club, Navarro es más que un jugador, no ha habido otro mejor en la historia del equipo de basket y no merece lo que está viviendo este verano. A 8 de agosto su futuro permanece aún en el aire cuando solo hay una salida posible a este desaguisado que podría haberse evitado con un mínimo de planificación. El club está en su derecho de no querer que Navarro continúe como jugador, lo que no puede hacer es decírselo cuando ya ha acabado la temporada, impidiéndole así despedirse de la que ha sido su afición... ¡durante 27 años! Cuesta
entender cómo pueden hacerse las cosas tan mal. Y cuesta entender la falta de cintura del Barça en este tema. El adiós de Navarro no supone un ahorro y tampoco tiene mucho sentido a nivel deportivo. En las plantillas largas que manejan los equipos de Euroliga Navarro no sobra. No
se trata de garantizarle un rol o minutos, Navarro sabe ya hace unos años cuál es el papel que le toca a estas alturas de su carrera. Y nunca nadie ha podido oír una queja de su boca estos años. Lo que hay que garantizarle es una despedida a su altura. La única solución es pactar su presencia un año más en el equipo y su adiós definitivo de las pistas en el verano de 2019. Es la única salida buena para Navarro, para el Barça y para la afición