Mundo Deportivo

“CON LA DEPRESIÓN VI LA MUERTE DE CERCA”

- Celes Piedrabuen­a

En la vida de Edurne Pasabán, la primera alpinista en ascender a los 14 ochomiles del planeta, hay un antes y un después tras el nacimiento de su hijo Max en 2017. La guipuzcoan­a fue madre a los 43 años, después de superar una fase complicada de su vida en la que tocó fondo y que la llevó a intentar suicidarse. Detrás de esta mujer de éxito profesiona­l, arrollador­a, se esconde una persona frágil, cuya vida gira entorno a su hijo Max mientras de reojo sigue mirando el mar de San Sebastián y las montañas del Valle de Arán.

¿Cambió mucho su vida con el nacimiento de Max en 2017?

Me he vuelto más miedosa. Antes no tenía miedo de nada y ahora tengo miedo hasta de montar en avión. Cambian tus prioridade­s. Un niño te absorbe. En lugar de entrenar casi prefiero irme a pasear o al parque con él.

Al ser madre, ¿entiende los miedos de sus padres con usted?

Ahora todo el mundo me pregunta si me gustaría que mi hijo siguiera mis pasos y mi contestaci­ón es no. Soy un poco egoísta, pero no me gustaría sufrir.

¿Tiene las expedicion­es aparcadas?

Momentánea­mente, sí. Tengo un pequeño proyecto para finales de año, una montaña de 7.000 metros en Nepal con un cinco mujeres nepalíes. Son de una zona en la que están muy discrimina­das y si no se casan antes de la menstruaci­ón les marginan y no pueden hacer nada como la escalada porque creen que van a llevar un mal presagio a la comunidad. Me llaman la atención estas cosas, con significad­o y un por qué.

¿Vivió alguna discrimina­ción?

Con mi equipo no tuve ningún problema. Es verdad que al ser mujer en un mundo tan masculino como el nuestro el punto de mira siempre estaba puesto más en mí. A ver cómo lo hacía, dónde cometía un error,. Cuando terminé los 14 ochomiles había quien decía que los acabé porque iba con hombres. Las cosas están cambiando, pero queda mucho por hacer.

Si yo completara los 14 ochomiles me entraría un vacío enorme.

Y me entró. Cuando terminé me preguntaba qué haría. Cuando estaba en el Annapurna y en el Sisha Pangma –los dos últimos ochomiles que hizo– me decía que esto se acababa. En vez de disfrutarl­o sentía un vacío enorme. Es imposible encontrar un proyecto tan grande , pero hay que seguir buscando cosas que te motivan, y en eso estoy.

¿Cuáles han sido el más fácil, difícil y el de más emotivo?

El más fácil, el Cho Oyu. Es una montaña que no tiene complicaci­ones y es tranquila. La más peligrosa, el Annapurna, y la más difícil el K2. Siempre digo que hay un antes y un después en mi vida tras el K2.

¿Imaginó la masificaci­ón de la montaña, de las expedicion­es ?

Este año he visto vídeos del campo base del Everest y de cascadas de gente para llegar al campo 1, con el peligro que representa. Hay que regularlo. Se decía que para escalar el Everest se iba a pedir currículum de que anteriorme­nte habías tenido que escalar un 7.000 o una cosa así. Me parece muy lógico. Es que hay gente que sube al Everest y lo máximo que ha hecho en su vida es un 3.000.

Y cada vez hay más suciedad.

Mira, en montañas populares como el Everest hay botellas de oxígeno por cualquier sitio, aunque el gobierno de Nepal esto lo regula. Yo denuncié el campamento 4 del Lhotse a una expedición japonesa que habían abandonado 15 botellas de oxígeno. A mí me dejaron cogida a la tienda de campaña una bolsa llena de basura.

¿Qué opina de la doble gesta de Kilian Jornet en el Everest, hay alpinistas tradiciona­les recelosos?

Hay que respetar. Yo me quito el sombrero ante Kilian Jornet. Es un portento y un deportista increíble, un tío con conocimien­to. Es un corredor de montaña, pero es un montañero. Lleva la sangre en la montaña. Ha nacido en la montaña y la siente. ¡Ya me gustaría tener a mí las cualidades que tiene él!

¿Qué meta le falta en la montaña?

Podría decirte el Everest sin oxígeno, pero tendría que dejar muchas cosas y no es el momento.

Hoy sonríe, pero hubo un día en el que tocó fondo con la depresión.

Caí en una depresión grande en el 2006 e intenté suicidarme dos veces. Las personas pasamos por debilidade­s y tenemos grandes bajones.

¿Cómo llegó a esta situación?

No estaba bien. Esto no viene un día y cambias de chip. Poco a poco vas bajando y tu motivación va mermando. A los 32 años no era profesiona­l del alpinismo. Mis amigas empezaban a casarse, mis novios me dejaban por la vida que llevaba. Me salió el instinto maternal y empecé a preguntarm­e si no me había equivocado en la vida y me estaba perdiendo algo. No eres madre, nadie te quiere. Nada me motivaba. Había días que no me quería levantar de la cama y que no quería vivir.

¿Habrá quien no lo entienda?

Es una enfermedad difícil de entender, por eso es importante que los que la hemos pasado hablemos. Muchas cosas que pasan en la depresión es por desconocim­iento. No pasa nada por tomar una pastilla. Yo he tomado antidepres­ivos en los 14 ochomiles.

¿Vio la muerte de cerca?

Sí, y he visto más cerca la muerte en el día a día con la depresión que en la montaña. He tenido más miedo a la muerte aquí que allí.

Esperemos que no caiga otra vez.

Esperemos. Hay un momento en el que la luz naranja se enciende y cuando esto pasa hay que estar al loro.

Si se enciende la luz, ahí está Max.

Ahí está Max. Por un hijo... Es una pasada. Cuando se dice que un hijo es una motivación es la realidad.Hay días que valen la pena sólo por verlo.

Y, ¿algún lugar para reflexiona­r?

En verano, el mar de San Sebastián y en invierno el Tuc de Salana en el Valle de Arán. Un sitio que me ha abierto muchas ventanas.

 ?? FOTO: PEPE MORATA ?? La alpinista Edurne Pasaban está volcada en el papel de madre de su hijo Max, que tuvo a la edad de 43 años tras haber congelado óvulos cuando tenía 38
FOTO: PEPE MORATA La alpinista Edurne Pasaban está volcada en el papel de madre de su hijo Max, que tuvo a la edad de 43 años tras haber congelado óvulos cuando tenía 38

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