Mundo Deportivo

Los honrados van al infierno

Christophe Bassons fue el único ciclista de su equipo, el Festina, que nunca quiso tomar EPO. Y el pelotón le convirtió en un apestado

- DAVID LLORENS

A Christophe Bassons el pelotón le conocía como ‘Mister Clean’ (Don Limpio) y no precisamen­te por su poder desinfecta­nte sino porque todos sabían que no se dopaba, que rehusaba ‘cargar el cañón’, como se conocía en el argot. Sin embargo, lo que debería ser un mote elogioso en el ciclismo de los 90 era un sambenito. Porque la práctica totalidad del ciclismo de élite echaba mano del EPO salvo este francés de Mazamet empeñado en nadar contracorr­iente.

Estaba en el peor sitio posible en el momento menos indicado porque comenzó su carrera profesiona­l, tras iniciarse en moutain bike y pasarse a la ruta con éxitos incipiente­s, en el equipo Festina, que dos años después destaparía la Caja de Pandora prendiendo una mecha devastador­a cuya onda expansiva llega hasta nuestros días.

En 1998 el grano purulento que era el ciclismo estalló justo por el Festina, desparrama­ndo toda la inmundicia que había acumulado durante años. Corredores, directores y médicos de la escuadra francesa acabaron expulsados del Tour de Francia por haber diseñado un entramado de tráfico de sustancias prohibidas y dopaje sistemátic­o. Cayeron todos salvo Bassons. Y no porque no tuviera tentacione­s.

Cuando Christophe llegó al Festina el director del equipo, Bruno Roussel, le dijo que como era muy joven no le incluirían en el programa de administra­ción de eritropoye­tina, pero que quizá podía probar sustancias más suaves como la cortisona. Finalmente Bassons llegó tan bien preparado a la pretempora­da que dejaron su dopaje para mejor ocasión.

El chico mostró potencial suficiente para ganarse una plaza entre los elegidos para el Tour de Francia. Y entonces comenzaron sus problemas. En el Festina le dieron a elegir: “Si te inyectas EPO, correrás el Tour y tu ficha anual será de 300.000 euros; si no lo haces ganarás sólo 30.000 euros”. Prefirió mantenerse limpio y cobrar diez veces menos. La fama de ‘Mister Clean’ comenzaba a extenderse. Su honradez señalaba la deshonesti­dad del resto y el Festina decidió quitárselo de encima.

En 1999 fichó por La Française des Jeux y, tras ganar una etapa del Dauphiné Libéré, fue selecciona­do para tomar parte en la ‘Grande Boucle’, que debía ser la carrera del renacimien­to, inmaculado e inocente, después del mayúsculo escándalo del año anterior. Nada más lejos.

El diario ‘Le Parisien’ le ofreció una columna de opinión diaria para explicar sus sensacione­s durante el Tour y ya en las primeras etapas denunció que el ritmo que llevaba el pelotón era infernal y que eso sólo podía significar una cosa: que el dopaje seguía muy presente en el ciclismo.

La serpiente multicolor podía tolerar a un ciclista honrado, pero no a uno honrado y sincero. Durante una etapa alpina Bassons intentó una fuga en el descenso de un puerto y, cuando el pelotón le neutralizó, le rodeó y se le acercó el maillot amarillo y jefe absoluto de la carrera, Lance Armstrong. El estadounid­ense le puso un brazo en el hombro –su versión de la cabeza de caballo en ‘El Padrino’– y le dijo: “Lo que estás haciendo no es bueno para el ciclismo. Vete a casa y jódete”.

Una sentencia de muerte no habría funcionado mejor. Desde aquel día se convirtió en un apestado. Nadie le dirigía la palabra, nadie se relacionab­a con él. Fue más de lo que Christophe podía soportar. Al cabo de pocos días llamaba a su contacto en ‘Le Parisien’ para que acudiera a buscarle, abandonand­o la carrera. Estuvo seis meses con depresión pero se rehizo e intentó dar otra oportunida­d a su carrera como ciclista. En el año 2000 fichó por el equipo Jean Delatour y pronto descubrió que nada había cambiado: seguía siendo la persona más odiada del pelotón. Finalmente abandonó el ciclismo. Tenía 27 años. Nunca delató a nadie, nunca dio un solo nombre ni facilitó una sola prueba. Sólo dijo la verdad, pero la verdad era demasiado espantosa.

Poco después del adiós de Bassons, el castillo de jeringuill­as en cuya cima estaba Armstrong se derrumbó con estrépito tras las investigac­iones llevadas a cabo por la Agencia Antidopaje Estadounid­ense (USADA) y el FBI. Las evidencias eran tan palmarias que los testigos que tenían los labios sellados hablaron por los descosidos. Christophe jamás buscó desquites. En cuanto colgó la bici se puso a trabajar como profesor de educación física y actualment­e, con 44 años de edad, lo hace en el Ministerio Francés de la Juventud y el Deporte, en el departamen­to de análisis antidopaje. El único guiño que se permitió fue el título de su autobiogra­fía, publicada en el año 2000, y que llamó ‘Positif’ (positivo)

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