Julen merece una tregua
De cuando en vez vivimos auténticos ensañamientos con profesionales a los que se juzga por lo que hacen y hasta por lo que dejan de hacer. Tal y como acontecen las circunstancias el caso de Julen Lopetegui podría llegar a ser uno de ellos. Por su bien, espero y deseo equivocarme. Merece una tregua.
A Julen le apuntan desde todos los focos. Incluso desde donde ya no está pero estuvo. Las tres primeras victorias de Luis Enrique en la selección y los cuatro partidos sin marcar de su equipo le han llevado al borde del abismo. Son bastantes los que no le perdonan que escuchara la oferta del Real Madrid a tres días de comenzar el Mundial y hasta le responsabilizan de la posterior y tempranera eliminación, cuando ya estaba en su casa machacado por cómo se había tramitado su despido.
Julen nunca ha querido dar su versión sobre lo sucedido en esas últimas 48 horas como seleccionador. Pero sabe mejor que nadie que Rubiales, el presidente de la RFEF, le llegó a dar la enhorabuena por su fichaje por el Real Madrid. Cuando en su contrato validaron una cláusula de rescisión, el técnico comentó que sólo la ejecutaría ante una oferta irrechazable y la del Real Madrid lo era. Podría ser entonces o nunca.
Hasta que Inglaterra nos pegó un repaso futbolístico monumental en la última media hora del primer tiempo, todo eran loas para Luis Enrique, justas y merecidas, por supuesto. Pero al mismo tiempo se palpaba una desconsideración y un olvido hacia el pasado y pocos querían recordar la inmaculada trayectoria de Julen Lopetegui como seleccionador, invicto hasta que fue despedido. El arranque al galope de la nueva era pisaba sobre las huellas de la suya. Ni más ni menos.
Como todo en la vida tiene posibilidades de empeorar, no están siendo cómodos sus primeros meses como entrenador del Real Madrid. No es que no se lo esperará. Sabía en el vestuario donde se metía y nada mejor que leer entre líneas las palabras de Zidane cuando dejó el cargo. “Hay muchas cosas que cambiar y yo no me siento con fuerzas para ello”.
Los cambios a los que se refería el francés se agravaron con la marcha de Cristiano Ronaldo, sus 50 goles y el paraguas que evitaba que muchos de sus compañeros se mojaran cuando llovía. Acertada o equivocadamente adoptó durante todo el verano, con el mercado abierto, una política de hombre de empresa. De puertas para adentro señalaba las carencias que desde su punto de vista tenía la plantilla, que eran obvias, y cara al exterior ni una palabra más alta que otra. Incluso cuando contempló la posibilidad de fichar a Mariano fue el primero que llamó al jugador para convencerle de que viniera al Madrid.
En todo momento tuvo presente que no podía desmerecer a sus jugadores. Con los que estaban era con los que tenía que defender sus garbanzos. La noche en el que el equipo comenzó a defender la Decimotercera ante la Roma, Lopetegui fue aclamado como si fuera un emperador. Su equipo había jugado especialmente bien y había goleado. Benzema y Bale estaban en racha; Isco correspondía a la eterna fe que el entrenador tiene en él y Asensio intentaba demostrar que el club había hecho bien en no fichar a Hazard y que, en espera de Neymar, él iba a afrontar sus responsabilidades.
Cuatro partidos sin marcar después colocan a Lopetegui en una situación tan incómoda como intrínseca a su puesto. Lee y escucha que le están buscando sustituto mientras se pone en su papel ante determinados jugadores, como el Marcelo de turno, que necesitaban un aviso. Y se sienta con ellos y les explica visualmente sus errores mientras percibe una complicidad de que ‘no volverá a pasar’.
Veremos si realmente espabilan los que no son capaces de marcar en 76 llegadas a puerta; o si Courtouis y Varane no se dejan rematar dos veces en el área pequeña, como en el gol de Vitoria; o recapacitan los que se olvidan de que lo suyo es defender antes que atacar… Mientras, el entrenador sólo podrá seguir haciendo lo que hace: trabajar de sol a sol, apretar egos, seguir rompiendo hábitos… Mientras le dejen, claro