Empate a miedos
La gran diferencia del Clásico es que el entrenador del Barça no se juega el puesto. El resto es lo de siempre. La baja de Messi se compensa con la no superada ausencia de Cristiano, y lo único que cuenta es ganar
Ven tan mal los especialistas y su gente al campeón de Europa, que hay mucha gente en Madrid que se teme lo peor en el Camp Nou. Y no lo ven con esos ojos ni comentan con esa voz rotunda por meter cizaña en el vestuario ni, como cree Marcelo, por envidia. Los números de Julen Lopetegui en Liga, séptimo clasificado, no dan para mucho más. Son los peores desde 1952.
Mientras tanto, en Barcelona pesa tanto la inconmensurable baja de Leo Messi como la inmortal condición del eterno rival. Aquí, por este doble temor, tampoco se descarta un mal resultado que acabe resucitando a la bestia. El Clásico vuelve a ser mucho Clásico porque, entre otras cosas, está en juego la cabeza del entrenador del Madrid. El común denominador de las aficiones es que ambas priorizarán el resultado sobre el juego. Quieren ganar por encima
de todo. Unos para sacar la cabeza del hoyo, otros para enterrar boca abajo al rival.
Los partidos más grandes despiertan la sensaciones más primitivas. Las finales, dicen, no se juegan, se ganan. Da igual cómo. Se trata de ganar sí o sí. Por lo civil o por lo criminal, que decía el rústico y muy querido Luis Aragonés. Con los Clásicos pasa lo mismo. O peor. Ganas tú y pierde el otro. O viceversa.
Por cierto, desde hace 11 años no se jugaba un Clásico sin Messi y sin Cristiano. Leo está lesionado y el portugués, traspasado a la Juventus. La ausencia del mejor de los mejores, por extraño que parezca, se compensa con la presencia de Ronaldo en la crisis del Madrid. Sin estar, está en todos los partidos como explicación al juego y al resultado. Era su solución, su primera tapadera y no la tienen. Sin ellos, los miedos se igualan. Lo único distinto es que el entrenador del Barça no se juega la cabeza