Mundo Deportivo

El síndrome del futbolista emigrado

El ridículo de Jesús Calleja entrevista­ndo a Andrés Iniesta no tiene precedente­s

- Mònica Planas

El domingo, en Cuatro, vimos Planeta Calleja donde el inquieto trotamundo­s Jesús Calleja viajaba hasta Japón para visitar a Andrés Iniesta. Un arranque de temporada algo fallido porque si el programa se supone que tiene que ser sinónimo de riesgo, fue todo lo contrario porque Iniesta, en activo, puede asumir pocas aventuras límite. Además, Calleja apenas sabía nada del futbolista, ni fue capaz de abordar una conversaci­ón mínimament­e interesant­e con él. Que a estas alturas de la vida de Iniesta alguien todavía tenga las maracas de preguntarl­e “¿Y tú dónde has nacido?” debe ser porque es de otro planeta, concretame­nte, del Planeta Calleja, que está en otra órbita. Si Iniesta ya es de pocas palabras, encima tenía el bajón de haber perdido el partido, la entrevista de Calleja era para deprimirse: “Yo creía que estabas en China. ¿Por qué viniste a Japón?”, “A ver: dime cosas raras que os hayan pasado en Japón”. Lo más curioso del programa, quizá, fue la visita a la granja de bueyes de Kobe para descubrir la leyenda que existe con esa carne.

Fue insoportab­le aguantar al presentado­r cantando los goles en primerísim­o primer plano. Lo más apasionant­e que descubrió en Japón eran los wáteres que limpian el culo hasta el punto de disertar sobre el tema con Juanma Lillo. Calleja fue, de nuevo, el gracioso que sigue riéndose de la gente autóctona porque no le entienden ni hablan su idioma. La manera como trató a la camarera que tenía que servirles el vino retrata la envergadur­a del personaje. La sensación del espectador era, claramente, que Calleja desaprovec­hó una magnífica y privilegia­da oportunida­d televisiva para que todos descubriér­amos a un Iniesta en un entorno muy distinto. La buena predisposi­ción del futbolista y su mujer a recibir, explicarse y contar anécdotas no obtuvo, ni mucho menos, un trabajo televisivo a la altura.

Es obvio que nos encontramo­s ante un claro ejemplo del síndrome del futbolista emigrado. La cantidad de kilómetros recorridos por el jugador estrella es directamen­te proporcion­al al nivel de chorrada televisiva en la que acepta participar

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