Pausa en medio de la vorágine
Silenció el Wanda con su característica pachorra: recibió, controló con la derecha y remachó de zurda
Ousmane Dembélé (21 años) tiene muchas virtudes futbolísticas y algún que otro defecto. Pero una de sus características que puede ser tomada en positivo o en negativo, según se tercie, es su pachorra, su exasperante tranquilidad, su sorprendente capacidad para no alterarse y para que no se le disparen las pulsaciones. El tipo no se acelera.
Ya le pueden decir que es el mejor del mundo, como le pueden llover los chuzos de punta por llegar tarde a un entrenamiento. Le da igual que le abracen sus compañeros desatados como ayer, como que no lo hagan pese a marcar el empate, lo que sucedió en Vallecas ante el Rayo. Tanto le da.
Ousmane vive en su mundo particular, algo que es un arma de doble filo. Por ejemplo, esa tranquilidad a veces le hace parecer pasota, indolente. En otras ocasiones, es el mejor recurso para no perder los nervios en mitad de la vorágine. Ayer el Wanda Metropolitano era una olla a presión. Un estadio que, siendo ya de por sí caliente, con el gol de Diego Costa se puso al límite de la ebullición. Cada balón que jugaba el Barça recibía una pitada monumental. Pero cuando Leo Messi le dio un balón de oro a Dembélé desde la frontal, abriéndolo hacia la derecha, el francés actuó con su tranquilidad habitual.
En vez de chutar de primeras con la derecha y a romper, con el consiguiente riesgo de que el balón se fuese fuera,decidió pasárselo al pie izquierdo. Eso le daba más ángulo porque centraba más la posición del esférico. Además, era un amago de cara a Oblak y a sus defensas, aunque es cierto que el porterazo del Atleti no se venció ante el movimiento del francés. Aguantó de pie pero cuando Ousmane remachó con la zurda, fuerte y raso, no pudo detener su tiro, como tampoco pudieron interceptarlo Filipe Luis, Lucas y Savic, que asistieron desesperados al trayecto del balón hasta las mallas. Otro gol decisivo, como en la Supercopa y en Liga ante Valladolid, Rayo y Real Sociedad. Tras marcar, Suárez y varios compañeros más acudieron a abrazarle. Esta vez no fue el abrazo del oso