Mundo Deportivo

¡La Copa!

- Julián Redondo

Focos provisiona­les, gradas supletoria­s, algarabía como en los días de fiesta mayor. Campos de fútbol que disimulan la modestia con atributos y complement­os de paso. La ilusión dibujada en cada rostro; el sueño de la clasificac­ión, más probable a un partido que en un camino de ida y vuelta. El Romero de turno que conmueve al aficionado con un gol de auxilio al náufrago que casi con toda seguridad morirá en la playa. El fútbol de élite de visita en terrenos de pico y pala, donde la desgana se paga con un susto… o con la muerte, de la que se libró el Barça porque no es que la veteranía sea un grado, es que la calidad resuelve, cómo lo hizo Griezmann, que ya era hora. Porque la garra, la lucha de quien ansía pasar a la posteridad con un segundo de gloria, el gol al mito inalcanzab­le, despierta más ternura y aceptación que la asunción del trámite.

El fútbol exige mucho más que cubrir el expediente y la Copa, ésta de fórmula discutida que se antoja indiscutib­le, no perdona la parsimonia ni el descuido ni la desmotivac­ión. El Barcelona, rey de copas que confundió la visita a Ibiza con un fin de semana de asueto, salvó los muebles porque incluso a un solo partido el talento termina de imponerse a la fe, arruinada entre un millar de toques inanes que ponen en fuga a las ovejas. Tampoco el Madrid anduvo sobrado en Las Pistas gélidas del Unionistas, pero Zidane no se dejó engañar por la diferencia de presupuest­os ni la magnitud de su plantilla. Y ganó al modesto después de un susto, mucho menos explosivo que el del líder de la Liga. Sea como fuere, la Copa adquiere enjundia y premia la humildad con la visita del astro, no siempre ejemplar. as ●

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