El mayor museo de Maradona, en un sótano
Massimo Vignati conserva el legado del ‘Pelusa’, que regaló 300 objetos a su padre, conserje de San Paolo
→ Es casi como un zulo. En un sótano, a cuatro kilómetros del aeropuerto, en el suburbio norteño de Secondigliano cuyas cuotas de paro e inseguridad de todo tipo se disparan y donde el control de las calles corre a cargo de la Camorra, se esconde el mayor museo de Diego Armando Maradona jamás conocido. Un santuario con mayúsculas infinitas.decenas de camisetas del Nápoles, una amarilla del Barça con el 10 a la espalda, de Boca Juniors, del Sevilla, de Newell’s Old Boys, de Argentina, las botas con las que firmó un doblete ante Bélgica en la semifinal de México-86, el banquillo de madera donde se cambiaba en el vestuario de San Paolo, los guantes para soportar el frío en Moscú frente al Spartak, brazaletes de capitán, fotos de los dos ‘scudetti’ (1987, 1990) y de la Copa de la UEFA (1989), otras autografiadas con los Careca, Alemao, Bagni y demás, balones, bolsas de deporte, bufandas, libros, recortes de periódico y la chaqueta de chándal que llevaba cuando dio un recital de toques en un calentamiento en el Olímpico de Múnich en 1989 bajo los acordes del ‘Life is Life’ del grupo Opus, uno de los vídeos más míticos del genio de Villa Fiorito . Y todo con el color celeste presidiendo las paredes. Alucinante. El verdadero templo de Maradona, quizá tanto como el estadio de San Paolo.
Los Vignati, la familia napolitana del ‘Pelusa’, recopilaron todo y más durante los siete años (1984-91) en que Diego eternizó su divinidad de manos del propio futbolista. Es Massimo, el sexto de once hermanos, quien mantiene vivo el legado de Maradona en memoria de su padre, Mario Silvio Vignati, conserje de San Paolo durante 37 años. Su madre, Lucia, fue la cocinera de Diego, y su hermana Raffaella hizo de ‘canguro’ de Dalma y Gianinna, hijas del mito.
“Diego era como un hermano para mí. Los lunes jugábamos al ‘calcetto’ (fútbol sala) y los martes me llevaba al entrenamiento. Íbamos con su Ferrari. Yo tenía 10 años cuando llegó. Pasaba muchísimas horas con él. En casa le encantaban los spaghetti con sofrritto, la mortadela, el queso, la fressella napolitana con aceite de oliva”, recuerda Massimo, que ha rechazado dinerales por las reliquias de Maradona, guardadas en vida de su padre en las entrañas de San Paolo. Tras su fallecimiento, lo ordenó todo y se lo llevó de allí en honor al patriarca. Hasta los futboleros más claustrofóbicos olvidarían su trauma si el museo maradoniano estuviera abierto al público. Inexistente en las guías turísticas de una ciudad coloreada en sus fachadas con graffitis del rostro del argentino, la colección obligaría a pasar una mañana entera descubriendo qué hay detrás de los más de 300 objetos regalados casi todos por el propio Diego.
“Hasta 20.000 euros rechacé por la fotocopia del contrato original que le llevó del Barça a Nápoles”, confiesa Massimo, que abre el museo para MD durante media hora. Ya es un lujo. Después debe cumplir sus obligaciones como conserje de la Universidad Federico II heredando la profesión de su padre. E insiste en que todo se debe a su padre, de quien fomenta su memoria como presidente de la ‘Asociación Mario Silvio Vignati, La Historia Continúa’. Preguntado por si teme por la seguridad de la colección de su sótano cuando deja su casa para ir a trabajar, Massimo Vignati lo tiene claro: “No tengo nada de miedo y nunca nadie ha intentado robarnos. En Nápoles se respeta a Maradona. Diego no se toca”. El ‘barrilete cósmico’ tiene una visita pendiente a su museo. Hace unos años regresó a la ciudad que le acogió siete años y visitó a Lucia, su antigua cocinera, en el centro de Nápoles. La próxima prometió pasar por Secondigliano para emocionarse con Massimo y un sinfín de recuerdos tangibles e intangibles ●
Su madre era la cocinera del ‘10’ y dijo ‘no’ a fortunas por parte de la colección