El balcón de los abrazos
Es a las 8 de la tarde. Cuando se cierra el día. Las calles del silencio han dejado paso al ruido. En las ventanas abiertas y en los balcones se entrelazan los abrazos más sonoros. En forma de aplauso la gente abre las puertas para lanzar un mensaje de apoyo, de cariño, de agradecimiento a quienes batallan sin recursos en centros médicos desbordados, a quienes, de alguna forma, en muchísimos ámbitos, nos tienden una mano que no podemos estrechar. Por eso, a las 8 de la tarde, se abren las puertas y se juntan las manos para elevar el ruido del aprecio. Son abrazos, en forma de aplausos, a quienes cuidan de todos y a nosotros mismos. Es el único ruido que se desea después de intentar imaginar quien ha dado la última sonrisa a la persona que se fue sin poder tener a su gente al lado.
LA VIDA HOY CRECE EN LOS BALCONES y se esfuma en los hospitales donde han sustituido los recursos por coraje y aplican vocación donde no hay respiradores. Hay miles de héroes anónimos que se juegan la salud con unos guantes gastados y bajo la tímida protección de una mascarilla psicológica. El mundo ha cambiado sus héroes y los balcones recogen los abrazos imaginarios con el ruido, bendito ruido, de los aplausos. Para todos. De todos.
LAS PAREDES TODAVÍA AGUANTAN y mantienen los secretos de un confinamiento que empieza a dejar huella, pero que ha logrado unir a la gente, a las 8 de la tarde, en los balcones, con las ventanas abiertas, para hacer ruido, mucho ruido, para que lo oiga todo el mundo. Es un gracias global y entrañable. La vida se ha concentrado en un lugar y a una hora. Y miles de niños y niñas ven como se sale, a las 8 de la tarde, a aplaudir a gente anónima. Y esta, seguramente, es la mejor clase que puede darse en el verdadero colegio de la vida. Parecen aplausos, pero son abrazos. Un pequeño adelanto de los que nos daremos cuando nos volvamos a encontrar con los héroes de cada día por las calles añoradas. Gracias ●