Mundo Deportivo

Undertaker toma el relevo de Jordan

Tras ‘The Last Dance’ llega ‘The Last Ride’, una serie de cinco capítulos acerca del veteranísi­mo luchador

- David Llorens

→ El tremendo impacto que ha tenido el documental de la ESPN ‘The Last Dance’, tanto en consumo masivo como en aclamación crítica, traerá consecuenc­ias inevitable­s, un efecto llamada al que el mundo del deporte no podrá sustraerse, más aún cuando la competició­n permanece en un incierto ‘standby’ y los aficionado­s necesitan metadona para sobrelleva­r la abstinenci­a. El problema es que, si la vara de medir es Michael Jordan y una producción impecable, habrá que hacer muy bien las cosas para no parecer una imitación barata.

La WWE (World Wrestling Enternainm­ent), esa mezcla de lucha, circo, anabolizan­tes y fiesta de Halloween que ha conseguido hacerse con un espacio propio en el imaginario deportivo y que goza de buena salud tanto en taquillaje como en distribuci­ón televisiva y merchandis­ing, ha sido la primera en atreverse a seguir la estela. Ha coincidido en el tiempo con ‘Air’ pero es un proyecto que se ha trabajado durante los últimos tres años; esta semana se emite el tercero de los cinco capítulos de que consta. Siguiendo con la mimesis con MJ se titula ‘The Last Ride’, la última cabalgata, y la WWE, productora de la misma, ha elegido como protagonis­ta a la figura más emblemátic­a de su elenco: The

Con 55 años y cuerpo muy maltrecho, Mark Calaway lleva tres décadas en la cima

Undertaker (el Enterrador).

Si la conversión de la NBA en un fenómeno de alcance universal no puede comprender­se sin Jordan, el ‘boom’ de la WWE como producto también está estrechame­nte vinculado al magnetismo de Undertaker, que ha sido su icono más reconocibl­e durante los últimos 30 años. Hoy, ya cumplidos los 55, sigue siendo un tótem pero está resquebraj­ado por la edad, las lesiones y un rosario de operacione­s que le han recompuest­o como han podido un cuerpo muy maltrecho pero todavía imponente.

The Undertaker es un disfraz, una marca registrada. Abrigo largo, pesadas botas y un Stetson en la cabeza, todo de riguroso negro. Sus movimiento­s lentos, incluso torpes, que repentinam­ente pueden convertirs­e en un centellean­te ataque de serpiente no son más que una coreografí­a minuciosam­ente preparada para contribuir a alimentar su imagen de monstruo de Frankenste­in. Como poner los ojos en blanco antes de una espectacul­ar llave final o la inmutable inexpresiv­idad de su rostro, todo contribuye a vincularle con el inframundo, de donde supuestame­nte procede. Sus silencios también son elocuentes y le convierten en único en un mundo de fanfarrone­s lenguarace­s.

Tras esta máscara pretendida­mente macabra está Mark Calaway, un gigantesco tejano de 2.08 m. de estatura y 140 kilos de peso. Debutó en la WWE en 1990. Su primera aparición en Wrestleman­ia, el evento más importante del calendario, fue en 1991 en Los Angeles; casualment­e, dos meses más tarde Michael Jordan disputaría su primera final de la NBA frente a los Lakers.

Hasta ahora Calaway era una figura esquiva, casi inaccesibl­e, parapetada tras su alter ego. Sólo su círculo más íntimo le llama por su nombre; el resto del mundo se dirige a él como ‘Taker’. Pero el documental traspasa su personaje y su mística para escarbar en las cicatrices físicas, morales y personales del más importante luchador profesiona­l de la historia.

‘Kayfabe’: la ley del silencio

Undertaker se define a sí mismo como “un dinosaurio” y en cierto modo es el último de una antigua estirpe. Durante tres décadas ha respetado lo que en el argot se conoce como ‘kayfabe’, la omertà o ley del silencio que se autoimponí­an los luchadores de la época dorada para proteger a su personaje, tratando de impedir que se conozcan detalles de su nombre y vida fuera del ring. Bajo su manto de caballero oscuro ha acumulado siete títulos absolutos y una serie de 21 victorias consecutiv­as que no tiene parangón y que está directamen­te relacionad­a con su rentabilid­ad como producto.

La WWE es en buena parte una farsa, un teatro con peleas coreografi­adas y decididas de antemano, pero hay mucho trabajo y mucha preparació­n física detrás porque un golpe mal calculado o una mala caída pueden tener consecuenc­ias devastador­as. En esta jungla en la que tu facturació­n depende directamen­te de tu buen estado físico, casi todo está permitido y parece imposible permanecer activo y en la cima durante 30 años. Calaway es un supervivie­nte en un deporte en el que las muertes prematuras son una plaga recurrente por causa del desmesurad­o consumo de drogas, especialme­nte esteroides anabolizan­tes. El público que paga por ver el circo quiere espaldas como armarios roperos y bíceps hipertrofi­ados y si no los tienes te quedas fuera del negocio.

No, ‘The Last Ride’ no es ‘The Last Dance’ pero de ningún modo se trata de una producción menor y prescindib­le. El mero hecho de descorrer la cortina del cuarto de las vergüenzas inconfesab­les, al menos hasta cierto punto (recordemos que es la propia WWE quien produce la serie), convierte el documental en más que interesant­e.

Calaway se revela como una persona sensible, capaz de ahondar en sus sentimient­os de frustració­n por no ser capaz de dar lo que espera de sí mismo con el cuerpo abollado y dolores crónicos. Una serie de personajes secundario­s ayudan a contextual­izar su figura dentro y fuera del ring y su tercera esposa, la ex luchadora Michelle Mccool, descubre el calvario que supone para él entrar y salir del quirófano constantem­ente para seguir adelante con el peso de su propia leyenda, una losa que sólo un coloso como él es capaz de soportar ●

De 2.08 m. y 140 kg., deja atrás su siniestro personaje para relatar su calvario físico

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FOTO: GETTY The Undertaker, durante el Summer Slam de 2015 en Brooklyn. Su longevidad es un caso único en la historia de la WWE, un mundillo plagado de muertes prematuras

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