Fiesta incompleta
La Indy500, el ‘templo del motor’, una tradición centenaria que ayer se celebró sin su principal valor, la afición
→ ‘El templo del motor’, así llaman los americanos a su gran joya, el Indianápolis Motor Speedway, un lugar que todos los aficionados a las cuatro ruedas deberían visitar una vez en la vida en un peregrinaje que jamás olvidarán, el de las 500 Millas de Indianápolis. MD estuvo allí en 2017 para entender en primera persona lo que motivaba a Fernando Alonso a realizar una preparación exprés para medirse a los especialistas locales en una de las carreras más míticas del mundo. Pero no hizo falta mucho tiempo para comprenderlo. Al cruzar la puerta de la terminal de llegadas del aeropuerto, un monoplaza de la Indy500 era el primero en darte la bienvenida, seguido de múltiples carteles y un logo de la carrera enorme en la cristalera principal.
Al entrar en la ciudad, la sensación de la magnitud del evento se multiplicaba. Todos los establecimientos lucían sus mejores galas, con carteles y grandes pancartas con un “welcome to race fans” (bienvenidos, aficionados del motor) en sus paredes. Los nombres de las calles cambiaron por una semana por el nombre de cada uno de los 33 participantes. Y en ellas, miles de aficionados llegados desde todos los puntos de Estados Unidos y del mundo daban vida a una ciudad que el resto del año no tiene pinta de ser muy animada.
Es la semana grande y se nota, especialmente, el día antes de la carrera, con una desfile de kilómetros y kilómetros por el ‘Downtown’ de dicha metrópolis, con miles de personas en ambas aceras, aclamando a los pilotos y dando una cálida bienvenida a Alonso. Y en el circuito, llamaban la atención las miles de caravanas que llevaban días disfrutando de su propia fiesta y de la que se monta durante los días previos a la carrera, con conciertos en las calles y en el propio circuito y todo tipo de actividades. Incluso visitamos un karting en los aledaños del trazado, que tenía su propio óvalo, con un escandaloso peralte incluido. Es la carrera de casa para los equipos y con la que muchos logran subsistir. Y además, es una cita convertida en festividad y tradición. “Las 500 Millas lo son todo. El Motor Speedway es una catedral. Es un fin de semana en memoria a los soldados (Memorial Weekend). Abuelos y nietos vienen y muchos, no sólo por ver los coches, sino por el hecho de estar aquí, vivir la energía del sitio, que es muy profunda”, explicaba un veterano aficionado a MD.
El día de la carrera, había gente haciendo cola a las puertas a las 5.30 h de la mañana, esperando al tradicional cañonazo a las 6 para que se abrieran las puertas de un Motor Speedway en el que cada año se unen más de 350.000 personas en sus enormes graderíos. La sensación al estar en el asfalto es la de estar en un enorme estadio de fútbol, con la diferencia que es así en todos y cada uno de los 4 kilómetros de longitud de la pista. Impresionante.
La Indycar, a casa de los fans
Una vez dentro, a escasos minutos para el inicio de la acción, desde la parrilla, impresionaba ver la presentación de los pilotos, un auténtico ‘show’ a la americana. Para eso, son auténticos genios. Y además, impresionaba la tensión que había en la cara de todos en la parrilla. Se cortaba con un cuchillo. Solo un momento de silencio, justo antes de que sonara el himno de Estados Unidos.
Todos de pie sin un solo ruido antes de que se exclamara el tradicional “start your engines” (enciendan sus motores). Este año, todo ello fue suplido por el vació y el silencio. Nada de los abuelos, padres y nietos que siempre invaden la Indy500 con sus neveras con ruedas y ganas de disfrutar. Un lugar que es historia por su gente y afición, sin sus principales valores presentes. Este año las gradas estuvieron vacías. No hubo desfile por las calles de Indianápolis.
MD vivió en 2017 el ambiente único que se respira en la semana de carrera
La ciudad siempre engalana sus tiendas y rincones para recibir a los aficionados
Ayer, los más de 4 kilómetros de gradas lucieron sin sus 350.000 asistentes
Por ello, la Indycar,quiso tener un detalle con 33 familias a las que visitaron los pilotos en sus casas en lugar del desfile. Y en las horas previas a la carrera, algunos aficionados no faltaban a su cita con sillitas de camping a las afueras del recinto para escuchar el ruido de los motores, protagonista de la canción de sus fiestas. El silencio se apoderó de la parrilla y ayer incrementó la tensión ya de por sí latente en esos instantes antes de jugarse la vida a más de 370 km/h en una de las citas más peligrosas del mundo. Un templo vacío aunque lleno de almas, de más de 350.000 que ayer tuvieron que ver por televisión la fiesta de sus vidas ●
Esta vez, unos pocos se acercaron con sillitas de camping fuera del recinto