El silencio de los estadios
Sin ánimo de minusvalorar las cinco victorias seguidas del Barça fuera de casa, me parece interesante señalar que el fútbol ha perdido el público presencial desde que la pandemia apareció en nuestras vidas, hace ya diez meses. El factor campo cuenta menos, o no cuenta, porque el silencio en los estadios ha convertido el fútbol en algo así como la metáfora de un video juego.
Los audios ambientales que emiten desde algunos campos son una trampa, una simulación de una atmósfera que no existe. El público se libera de sus frustraciones o fantasías, se desgañita sin rubor contra el árbitro, un jugador, el entrenador o la Junta. La libertad de gritar contra lo que uno crea conveniente no tiene límites. Se crean complicidades con el equipo y la gradería se convierte en juez severo de la marcha del partido. El pañuelo es el recurso desesperado contra el palco cuando van mal dadas. Ahora se escucha el eco de palabras secas y rotundas que descubren el estado anímico de entrenadores o jugadores.
Añoro los días de fútbol con más de 80.000 aficionados dirigiéndose hacia el Camp Nou. Todo era fiesta, tumulto, susurros entre amigos, familiares o vecinos de asiento. El fútbol sin público no tiene nada que ver con el combate social entre aficiones que tantas veces he vivido en los viejos estadios ingleses. Se observa el fútbol como un laboratorio lejano, frío, sin personalidad ni pasión.
Afecta también a la viabilidad económica de los clubs y al precio de los derechos de televisión. Que acabe pronto la pandemia ●