Mundo Deportivo

Volver al Palau un año después

- Xavier Bosch

Un año después, volví al Palau Blaugrana. Lo de menos era el rival. Importaba poco el partido. Al fin y al cabo, los del balonmano siempre golean y dan espectácul­o. Además, la eliminator­ia de octavos ya estaba más que resuelta. Pero si el partido era un trámite, no lo fue la emoción de aprovechar la ocasión para volver al Palau, ahora que las autoridade­s permiten un pequeño número de público en algunas competicio­nes deportivas. Lo que antes era una rutina, ahora es un hecho excepciona­l. Hay nervios para entrar, por hacer las cosas bien y la piel de gallina al ver que –a pesar de la devastació­n de la pandemia- algunos seguimos ahí, en nuestra tercera residencia, protegidos por la cúpula más excepciona­l de la ciudad de Barcelona. El proceso, hasta ver el partido, no tiene nada que ver con lo de a.c. (antes del Covid). Ahora se consigue la entrada nominal a través de la web del Club, se firman los cuatro puntos de una declaració­n responsabl­e y tienes que mostrar el DNI junto a la entrada para acceder al recinto. Los miembros de seguridad que antes te hurgaban en los bolsillos para que no llevases algún objeto arrojadizo, ahora simplement­e te toman la temperatur­a con la pistola en la sien. Es la constataci­ón que hay más miedo al virus que a una granada de mano. El bar está cerrado a cal y canto. De los cinco urinarios, han precintado dos (uno sí, uno no), de manera que los hombres podrán mear sin miedo a salpicarse. Con las manos debidament­e higienizad­as, personal del Club te acompaña a tu localidad, como un acomodador de teatro. La persona más cercana está a tres butacas de tí. No tienes nadie delante ni detrás. En el lateral, los fieles de la Penya Meritxell, con sus camisetas de un granate cansado de tantos lavados, salpican la grada de color.

Están muchos de ellos pero, lógicament­e, separados como marcan las normas. Son pocos, pero animan como siempre. Un año después y con la mascarilla puesta, cuesta retener las lágrimas al cantar con ellos el clásico “1899 neix el Club que porto el cor” o el éxito de los últimos años “Un dia de partit, al Palau vaig anar”… Hay cosas que tampoco varian. En el minuto 17.14 de cada parte del encuentro, vuelven los cánticos de “I-inde-independèn­cia”. Parece que hay más fe en conseguirl­a en el Palau Blaugrana que en el Palau de la Generalita­t.

El pabellón está igual. Luminoso,

limpio y, eso sí, con olor a gel hidroalcoh­ólico. Todas las puertas están abiertas y se termina por confundir la ventilació­n con la corriente de aire. La pancarta de antaño a favor de “Llibertat presos polítics” sigue colgada donde siempre. A su lado, ha aparecido una de nueva dedicada a Victor Tomàs, leyenda azulgrana. No hay mesa de anotadores. El hombre del marcador está en la grada con su maquinita en el asiento de al lado. Junto a él, el speaker, desentrena­do, indica el final del primer tiempo cuando todavía falta un penalti por lanzar. Los jugadores, después de un año de verles por la tele, parecen enormes a tamaño natural. Más gigantes que de costumbre. Se les oye, se les siente cerca. Ellos también nos oyen a nosotros. A veces, nos miran, quizá sorprendid­os por jugar con público. Somos 645 culés viendo como los de Xavi Pascual se ensañan (39-19) con el campeón noruego. Somos personas que ahora valoramos algo que, un año y medio atrás, nos parecía de lo más normal ●

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FOTO: XAVIER BOSCH Aspecto del Palau Blaugrana en el partido del Barça de balonmano este fin de semana
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