El precio de la avaricia
En una primera impresión de análisis sobre cuanto se ha dicho y no se ha dicho sobre el proyecto de la Superliga europea, he llegado a la conclusión de que el origen de todo, larvado tiempo ha, se halla en la nula respuesta de la UEFA a las penurias económicas de los principales clubs que participan en la Champions, cuya situación se ha agravado con el Covid-19.
Las patronales del fútbol no han tenido gesto alguno de ayuda no solo hacia los promotores de la Superliga, sino tampoco del resto de clubs. Y eso que en el caso de la UEFA las competiciones le reportan más del 70% de sus ingresos. Por ejemplo, un crédito global, avalado por la UEFA, hubiera detenido el golpe que ha supuesto a los clubs tener las gradas vacías. Ese gesto, necesario y consecuente para los que le dan de comer, hubiera detenido el secesionismo.
Pero no. La UEFA, como la FIFA, sigue siendo un organismo avaro, y también despilfarrador y corrupto, como se probó en los casos de Joseph Blatter y Michel Platini. Y la avaricia, como bien dice el refrán, rompe el saco. Que una parte del fútbol quiera desmarcarse es consecuencia de esa gestión rácana, sospechosa y poco transparente. Como la NBA hace 75 años o la Euroliga más recientemente, que se desvincularon del baloncesto federativo, la Superliga refleja el rechazo que generan esos organismos, por la indolencia y dejadez de un funcionariado con sueldos astronómicos, que tiraniza y oprime a quienes generan recursos y espectáculo.
Si el fútbol de elite quiere romper cadenas y dar un salto cualitativo no es por capricho. Lo demás son flecos de discusión de barra de bar sobre la cuestión principal ●