Sin la Superliga no hay plan B
os cambios son siempre traumáticos, generan pánico a los románticos y dan cancha a la crítica argumentada, a la comprensible indignación y a la demagogia en cadena. Y más aún en los tiempos en que las redes sociales frenan o avivan revoluciones como la que ha obligado a Chelsea y City a dar marcha atrás precipitadamente al proyecto que iba ser la salvación para el fútbol, el modesto y el de la élite. Con el anuncio de la Superliga se generaron negras turbulencias porque todas las partes se mueven, siempre, en función de su propio interés. El Chelsea y el City, jugándose unas semifinales de Champions la próxima semana, se han arrugado inesperadamente, como si temiesen un arbitraje desfavorable. Unos, además, saben que tienen a Abramovich detrás y los otros la chequera infinita de un estado rico para rescatarlos de cualquier ruina pandémica. Los ingleses – siempre a la suya- han dejado bien a las claras como han bastado las primeras amenazas de las sanciones de la UEFA y la contestación social para echarse atrás.
El invento, sin embargo, no sólo no estaba nada mal sino que era incluso necesario. Pero Florentino Pérez se equivocó al no convencer a Bayern y PSG de entrar en la Superliga y los de la nueva competición se equivocaron con estrépito con la comunicación. Pecado de soberbia. Pareció que eran clubes ricos que querían ser más ricos y, en cambio, no supieron comunicar que se trataba de dar vida a un negocio que se va a pique para todos. Y no hay plan B. Y menos aún para Barça y Madrid, con una deuda enorme, que no son sociedades anónimas y no tienen detrás ni a un Estado ni a un multimillonario con ganas de figurar. La Superliga nacía para salvar el fútbol, no para enterrarle. Los 12 grandes clubes –que sumaban 2.000 millones de aficionados al fútbol- creían que era la única fórmula para recuperarse del terrible caos económico generado por la pandemia. Era la manera de salir de las quiebras económicas que han venido camuflando hasta ahora y que muy pronto van a ser indisimulables. Era la manera de poner fin al modelo obsoleto de gestión del fútbol por parte de las autoridades. Federaciones, UEFA, FIFA tenían la sartén por el mango y eran un gran tinglado que había que empezar a desmontar. No hubiera sido fácil, porque por algo tenían el negocio atado y bien atado. Precisamente por ello, la Superliga nacía con el objetivo de desenmascarar la insolvencia de la gestión de las instituciones actuales. También era la forma de darle viabilidad económica al negocio del fútbol, poniéndole un máximo salarial a los futbolistas y limitando el precio de los traspasos. O creando contenidos audiovisuales de mucho más valor, a nivel mundial. Y, por todo ello, se creaba una competición más atractiva para los jóvenes, que son los que progresivamente van perdiendo interés por el deporte rey.
El éxito del engranaje del fútbol pasaba por mantener intactas las ligas nacionales.
Esa hubiese sido la forma de ayudar a los clubes de la clase media y baja. La ayuda real a los clubes más modestos hubiese llegado –pero no lo supieron anunciaren forma de más dinero también para ellos.
Esa era la idea por parte de los clubes que hasta ahora generaban la pasta y habían decidido, al unísono, decir basta. Pero la palabra de honor de los ingleses no ha durado ni 48 horas. El fútbol nunca ha estado en discusión, pero sí el poder y los ingresos