Todos somos un poco góticos
No hace falta vestir de negro, adorar a Tim Burton, delinearse los ojos o vivir de noche. No hay que llamarse Gundisalvo ni Brunilda. ¿Ya saben nuestros Álvaros y Albertos, nuestras Elviras y Matildes, que sus nombres tienen una directa ascendencia visigoda, gótica al fin y al cabo? ¿Conocen los Fernandos que el suyo procede de la combinación germánica de dos lexemas arcaicos (en este caso: frith, paz; y nanth, bravura)?
Los tres siglos largos de presencia y hegemonía visigoda en la península Ibérica –desde el colapso de la Hispania Romana, a inicios del siglo V, hasta la invasión de Tariq y sus bereberes, en 711– dejaron huella e influencias que, a lo largo de la Edad Media y en combinación con la herencia hispanorromana y musulmana, se fueron sedimentando e hicieron de nosotros lo que quiera que hayamos llegado a ser en la actualidad. Unos más godos que otros, por supuesto, al margen del apelativo más desdeñoso que amable con que algunos canarios zumbones se refieren a sus compatriotas peninsulares más enteradillos.
De la llegada y asentamiento en nuestro territorio de aquellos hombres y mujeres no tan bárbaros como nos habían contado; de su sociedad cada vez menos oscura –a la luz de los últimos hallazgos historiográficos–, de sus pintorescas costumbres e instituciones, sus permanentes rencillas, sus personajes más conspicuos y su legado tratan las cien páginas que siguen. Un periodo de la Historia de España tan fascinante como poco conocido, servido a nuestros lectores con el estilo habitual de Muy Interesante. Nada que ver con aquella famosa–y aburridísima– “lista de los reyes godos” que tenían que aprenderse de memoria nuestros abuelos (los más nostágicos la encontrarán extractada en nuestro Dossier).