Enemigos íntimos
Al igual que hubo amores que cambiaron la Historia, también algunas enemistades acérrimas hicieron lo propio. Que se lo digan si no a Aníbal, ese joven cartaginés cuyo juramento de odiar eternamente a los romanos propició dos de las tres Guerras Púnicas que se desarrollaron, y por las cuales Roma logró el control absoluto del Mediterráneo y una hegemonía militar que se perpetuaría varios siglos. También Ricardo Corazón de León juró combatir a los musulmanes hasta la extenuación y también él se topó con un rival mucho más astuto, constante y combativo, el gran Saladino. Una vez tras otra, sus intentos de hacerse con Jerusalén durante la III Cruzada resultaron baldíos y al fi nal tuvo que pactar con Saladino la retirada de los Tropas cartaginesas luchando contra las romanas en Cannas. cruzados y la entrega de algunas posesiones cristianas que, a la postre, redundarían en la caída del reino cristiano de Acre. Por cierto, que a la muerte de Ricardo, su hermano Juan sin Tierra sería vencido por el rey francés Felipe II Augusto, sometiendo a una Inglaterra a la que detestaba desde niño. En apenas una década, ese rey que tanto ensalzarían los juglares y la cinematografía había dinamitado los cimientos de Oriente y de Occidente. Más prudente fue el rey español Felipe II, quien, durante su enfrentamiento con la reina Isabel II de Inglaterra, a punto estuvo de unifi car el mundo bajo su mando. Sólo una tormenta y el consiguiente hundimiento de su fl ota le impidieron llevar el castellano más allá del Canal de la Mancha.