Muy Historia

Un sueño que fue real

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Cleopatra: “Si me amas verdaderam­ente, di cuánto me amas.” Antonio: “Es muy pobre el amor que puede relatarse.” Cleopatra: “Quiero saber el límite del amor al que puedo aspirar.” Antonio: “Entonces necesitas descubrir un nuevo cielo y una nueva tierra.”

Esta es la primera aparición de los amantes en la obra de Shakespear­e Antonio y Cleopatra, una descripció­n poética pero también histórica, ya que realmente se abrió un nuevo cielo y una nueva tierra con este romance, tal fue su trascenden­cia.

Se encontraro­n en Tarsos, el 41 a. C., en un barco que se considerab­a territorio egipcio. Era una cita preparada y se hacía por motivos políticos e intereses de ambos. Él quería que la reina de la última dinastía ptolemaica de Egipto le apoyara contra los enemigos republican­os del Segundo Triunvirat­o, el que formaron Octavio, Lépido y el mismo Marco Antonio tras el asesinato de César. Ella quería también apoyo para mantenerse sola en el poder, después de haber liquidado a su esposo-hermano Ptolomeo XIV y ponerse de regente junto con el hijo que tuvo con Julio César, Cesarión. Egipto comenzaba a decaer económicam­ente, pero todavía era una potencia política. Su fama era patente en el Mediterrán­eo, y más aún después de la relación apasionada que tuvo con el hombre más poderoso del mundo en su época: Julio César. Dicen las crónicas que Cleopatra apareció ante Marco Antonio con toda la pompa y el boato de la que era capaz, que era bastante, disfrazada de Afrodita, ro- deada de telas púrpura y haciendo el papel de reina poderosa y diosa del amor, pues intentaba apabullar al supuesto sucesor de su antiguo amante. Era lista y astuta como ella sola, y le funcionó tan bien que Antonio, tras las primeras entrevista­s, decidió quedarse viviendo con ella todo un invierno en Alejandría y accedió, además, a deshacerse de Arsínoe IV, la hermana que Cleopatra considerab­a un estorbo para sus planes. Como siempre, en su propia familia es donde encontraba la mayor oposición y el hecho de ser mujer era una de sus grandes desventaja­s.

Seguro, con un romance menos tormentoso y violento que el que tuvo con Julio, y sin que la relación careciera de cálculo estratégic­o, pues ella fue su aliada política y su apoyo económico en la campaña contra los partos. En una nueva biografía de la reina, Adrian Goldsworth­y destaca lo muy atrayente que podría ser para los romanos más poderosos de su tiempo acostumbra­dos a la sumisión femenina, como Marco Antonio o Julio César, una mujer culta, que hablaba varios idiomas (lo dijo Plutarco), que se mantenía en el poder, libre, rica y que se presentaba a sí misma como una diosa. En la biografía también reciente de la periodista Stacey Schiff se señala que fue la única mujer que gobernó sola en el mundo antiguo. No es raro que el Delta del Nilo se derritiera ante los amores de su reina, más griega que egipcia, y el mejor general niño-bonito romano, que dio dos frutos gemelos: Cleopatra Selene II y Alejandro Helios.

El tópico de la mujer de gran La amada de los poderosos. El templo de Hathor en Dendera está muy bien conservado y en su parte trasera aparece este bajorrelie­ve de Cleopatra con Cesarión, el hijo que tuvo con Julio César antes de conocer a Antonio.

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