Muy Historia

Oraciones, no palabras

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El primer amor siempre es el más hermoso, máxime si es platónico y se le rinde culto de por vida. Tal fue el que Dante Alighieri profesó a Beatrice Portinari, a quien vio por primera vez en Florencia cuando él tenía nueve años y ella ocho. A pesar de ser vecinos, rara vez coincidier­on y se dirigieron la palabra en pocas ocasiones, pero el recuerdo de aquel hecho alimentó dos de las obras más inmortales de la literatura universal: La vida nueva y la Divina comedia.

“En aquella parte del libro de mi memoria, antes de la cual poco podría leerse, se encuentra el título que dice: Incipit vita nova [comienza la vida nueva]. Bajo ese título están escritas las palabras que tengo la intención de transcribi­r en este librito; y si no todas, al menos su significad­o.” Así empieza la obra que Dante compuso entre 1292 y 1293 en recuerdo de Beatriz, probableme­nte la esposa del banquero Simone dei Bardi, quien había fallecido en 1290, a los veinticinc­o años. La vida nueva habla al lector de la historia del amor perenne del florentino por aquella muchacha. Un amor que se produjo desde el primer encuentro con la hija de Folco Portinari –cuyo nombre (Beatrix) significa “aquella que hace feliz” y a la que el poeta llama“donna angelicata” (“mujer angelical”)– hasta la promesa final de Dante: decir de ella “lo que jamás fue dicho de ninguna”. Promesa cumplida con creces en la Divina comedia. Y es que ese librito –La vida nueva–, máxima expresión del dolce stil nuovo, compuesto de 31 poemas líricos y 42 textos en prosa, es el inicio de un peregrinaj­e espiritual que concluye en el Paradiso, después de aparecer Beatriz en el segundo canto del Inferno, cuando ésta se dirige a Virgilio para encomendar­le la misión de ser el guía de Dante a través del reino de la condenació­n y el reino de la dicha. Así, puede leerse en uno de los cantos del Paradiso: “Dama en quien mi esperanza alta destella,/ y que por mi salud has soportado/ en los infiernos imprimir tu huella,/ en tantas cosas que se me han mostrado/ veo que tu poder y tu bondad/ la virtud y la gracia me han prestado./ Yo era siervo y me has prestado libertad/ por cuanta vía y modo vio tu ciencia/ que tenías de hacerlo potestad./ En mí custodia tu magnificen­cia,/ y mi alma se desnude, por ti sana,/ del cuerpo con su santa complacenc­ia./

no sólo amaba a Beatriz, sino que le rezaba a Beatriz. No es una suposición descabella­da, pues la amada alcanza en la Divina comedia la ya mencionada categoría angelical y se convierte en un elemento capital en la jerarquía de salvación de la Iglesia. Como señala Jorge Luis Borges en El encuentro en un sueño (Nueve ensayos dantescos), “enamorarse es crear una religión cuyo dios es falible. Que Dante profesaba una admiración idólatra por Beatriz es

Podría decirse que Dante

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