Muy Historia

Pedro I de Portugal

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gencias paternas convirtier­on a doña Inés en un obstáculo aparenteme­nte infranquea­ble. Sólo la muerte podía separar a los enamorados, de modo que, en consejo celebrado en el palacio de Montemor-o-velho, don Alfonso dio su conformida­d al asesinato de la infortunad­a enamorada. La sentencia debía ejecutarse en la propia residencia de la pareja en Coimbra, aprovechan­do alguna ausencia de don Pedro. El rey mandó llamar entonces a doña Inés, al parecer, para comunicarl­e la sentencia fatal.

acompañada de sus cuatro hijos, pidió clemencia y el monarca le autorizó a regresar a su residencia; pero de inmediato cambió de opinión y ordenó a tres cortesanos cumplir la orden de asesinarla. Otras crónicas no recogen esta entre-

Ella, que había acudido

vista y dicen que el veredicto se ejecutó nada más pronunciad­o. Así, Pero Coelho, Álvaro Gonçalves y Diego López Pacheco se habrían dirigido al monasterio de Santa Clara, próximo a la Quinta das lágrimas. Aquí, en el jardín de la residencia y en presencia de los niños, degollaron a doña Inés el 7 de enero de 1355.

De inmediato don Pedro culpó a su padre del asesinato, por lo

del crimen, en 1356, doña Teresa Lourenço daba un nuevo hijo a don Pedro, el futuro João I. Un año más tarde murió Alfonso IV y el heredero pasó a ceñirse la corona; entonces decidió dar curso a una venganza largo tiempo acariciada.

Los asesinos de doña Inés, por consejo del rey moribundo, se habían exilado a Castilla. Don Pedro negoció con el rey castellano –que tenía el mismo nombre y similar apodo, Pedro I El Cruel o El Justiciero– intercambi­ar los tres verdugos por algunos refugiados en Portugal. Así, Coelho y Álvaro Gonçalves volvieron al reino; Diego López Pacheco, más afortunado, cruzó a tiempo la frontera con Aragón y de allí pasó a Francia, donde había de perderse su rastro.

La venganza fue consumada en el palacio de Santarém en presencia de otros cortesanos. Don Pedro mandó preparar un espléndido banquete mientras las víctimas eran amarradas a sendos postes de suplicio y cruelmente torturadas. Luego, el rey ordenó al verdugo arrancarle­s el corazón y se aplicó a morder las vísceras con fruición. La venganza es un plato que se come frío; sin embargo, en este caso se saboreó muy, pero que muy caliente.

Apenas un año después

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