Katharine Hepburn
cuyo ímpetu a la hora de lanzar opiniones y emprender cualquier actividad era frenado por la paciente socarronería de su más tranquilo compañero sentimental. La pareja perfecta que, en palabras de Gene Kelly, “irradiaban amor el uno por el otro”. Pero estas escenas de comedia ligera ocultaban una trastienda donde bullía el drama de un hombre acosado por una legión de demonios interiores, y la historia del sacrificio de una mujer que, tras conseguir plena independencia como profesional y como estrella, no dudó en sacrificarla –o, más bien, en utilizarla– para estar al lado del amor de su vida mientras fuera necesario.
Spencer Tracy nació en 1900 en Milwaukee, del matrimonio de John, católico irlandés con una gran afición a la bebida, y Carrie, de familia protestante, convertida posteriormente a la Ciencia Cristiana. La religión, el alcohol y las tensiones familiares formaron siempre parte de su vida.
Tras considerar el sacerdocio
en su adolescencia, sus papeles en algunas obras de teatro durante su estancia en el Ripon College de Wisconsin le decidieron encaminar su vida hacia la actuación. Se trasladó a Nueva York donde comenzó a conseguir papeles cada vez más importantes y conoció a la que sería su mu-