Enigmas por resolver
Entre el mito y la Historia, las antiguas civilizaciones sepultadas por el paso del tiempo presentan grandes interrogantes. El debate en torno a las curiosas particularidades de sus misteriosas extinciones está servido.
La expresión que da nombre a este monográfico hace referencia en realidad a otra idea que subyace bajo la pátina natural del paso del tiempo en cualquier cultura anterior a la nuestra. Viajar al pasado es viajar al misterio, a lo desconocido, a un tiempo remoto que nos permite bucear en lo inimaginable. La arqueología es, en muchas ocasiones, caminar por un enorme salón lleno de espejos en el que sólo somos capaces de ver el reflejo de las cosas; un espacio en el que, aun viendo los objetos de forma muy clara delante de nosotros, realmente desconocemos su lugar o desde dónde se proyecta la luz que hoy los hace brillar.
Un pasado oculto. Hablamos de ellas cuando realmente queremos referirnos a culturas muy concretas de nuestro pasado. No están extraviadas en un sentido físico, ya que conocemos muchos datos sobre las mismas. De Grecia o de Roma no diremos nunca que son civilizaciones perdidas, pero sí aplicamos esta expresión a los mayas, cuyo final histórico es casi 1.500 años más reciente que el mundo clásico. Es curioso, pero a veces ponemos etiquetas a las cosas de forma muy extraña.
Fuera como fuera, esas grandes culturas han llegado hasta nosotros, dejando tras de sí una huella que, con suerte, está impregnada de algunos restos arqueológicos. Sin embargo, para hacer Historia se necesita algo más: textos, documentos escritos que nos hablen de esos sitios y de las personas que vivieron en ellos. Lamentablemente, algunos han desaparecido para siempre. En otros casos nunca han existido, al no haber escritura, o, lo más atractivo para un investigador moderno, existen textos todavía sin descifrar, como el lineal A y la escritura rongo-rongo de la isla de Pascua, o parcialmente descifrados, como el etrusco, el maya o, más cerca de nosotros, el ibero.
Por eso investigamos el pasado, porque ese trabajo implica hacerse preguntas, la mayoría sin respuesta. En más de una ocasión he discutido con algún colega que, desde el pedestal que le da una cátedra de Arqueología o de Historia Antigua, me negaba que las viejas civilizaciones tuvieran misterios. Parece que ese término rechina y no acaba de hacerse un hueco en la cabeza de sesudos científicos. Pero, ante tal afirmación, mi respuesta es siempre clara. Si no existen interrogantes, entonces o bien no se plantean las preguntas correctas o bien no se trabaja en nada. Qué triste es aplicarse en algo donde se sabe todo, ¿no es así? Y la prueba más clara de que los misterios están ahí, se los llame como se los llame, es que la investigación continúa en todas las disciplinas, día a día, con el fin de buscar respuestas a las grandes preguntas que nos hacemos desde hace siglos.
De alguna forma, esas cuestiones son las mismas que el hombre se ha estado haciendo desde el origen de los tiempos. Khaemwaset, sacerdote de Ptah en la ciudad de Menfis e hijo de Ramsés II (ca. 1250 a.C.), es considerado por muchos como el primer arqueólogo de la Historia.