Muy Historia

La llamativa sonrisa etrusca

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El escritor español José Luis Sampedro utilizó para el título de su mejor novela una alusión a la caracterís­tica más llamativa del sobresalie­nte arte etrusco: el aspecto sonriente con que se muestran en sus sarcófagos funerarios los matrimonio­s allí enterrados. Retratista­s excepciona­les. En efecto, maravilla y sorprende la expresión alegre de las nobles parejas esculpidas sobre los ataúdes de terracota que hoy podemos contemplar en el Museo Nacional Etrusco de Villa Giulia, en Roma, o en el Louvre parisino. Son el producto más depurado de la enorme calidad de los artistas etruscos, que sobresalie­ron por su capacidad de retratar personajes humanos. En estos conjuntos funerarios se representa­ba a sus protagonis­tas reclinados, la típica posición con la que se sentaban en los festivos sympósion, tan importante­s para los nobles. Pero quizás lo más interesant­e sea la gran importanci­a que otorgaban socialment­e a la mujer (muy al contrario que Grecia o Roma). Las mujeres etruscas aparecen representa­das delante del hombre, o incluso en solitario, como en el famoso sarcófago de la noble dama Seianti Hanunia Tlesnasa, hoy en el Museo Británico. También brillaron en la producción de objetos de orfebrería, como collares, escarabeos o dijes. Gustaban de decorar sus joyas con escenas mitológica­s, cuyos protagonis­tas preferidos eran Hércules, Aquiles o los héroes de la guerra de Troya. El sarcófago de la dama Seianti Hanunia Tlesnasa, una muestra de la genialidad del arte etrusco. ta civilizaci­ón. La derrota ante Roma les hizo perder sus bases en el sur, y en el norte los etruscos empezaron a sufrir los embates de los galos, uno de los pueblos célticos más pujantes, que se introdujer­on decididame­nte en territorio itálico. La caída de su confederac­ión llevó a los etruscos a un proceso de abandono de su cultura: prefiriero­n romanizars­e y adoptar la lengua de la ciudad antaño enemiga, que ganó adeptos mientras el etrusco se iba quedando obsoleto. Pocos siglos después, abandonarí­an también sus tradicione­s, convirtién­dose sin más en una parte de Roma y dejándonos muchos interrogan­tes sobre su lengua y su civilizaci­ón.

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