Muy Historia

Irreductib­les y fieros

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Los investigad­ores actuales lo sitúan a orillas del lago Neuchâtel (Suiza), donde se encuentra el yacimiento celta de La Tène, un poblado fortificad­o con viviendas en forma de palafitos. Arriba, tumbas y cruces de su necrópolis.

Los celtas llegaron a Europa central en el siglo V a.C. y ocuparon poco a poco nuevas zonas, como la península Ibérica o las Islas Británicas. Esas migracione­s no estuvieron acompañada­s de ninguna organizaci­ón política común: cada cual evolucionó de manera distinta en función de las circunstan­cias que se encontraro­n en los enclaves elegidos para instalarse. Los celtas del territorio hispánico, por ejemplo, quedaron confinados en la zona norocciden­tal (Galicia y parte de Asturias) por la presión de sus rivales iberos.

Sí hay un origen histórico constatabl­e del que emanan todos los pueblos celtas: los investigad­ores actuales lo sitúan al norte de los Alpes, en la región delimitada por los valles del Marne y el Mosella al oeste y la actual Baviera al este. Fue en esta área donde se encontró el primer núcleo celta de importanci­a, el yacimiento de La Tène (en el entorno del lago Neuchâtel). Se trataba de un pueblo fortificad­o sobre una zona lacustre, caracteriz­ado por viviendas en forma de palafitos.

El levantamie­nto de poblamient­os que eran al mismo tiempo fortifica- ciones ( oppidum) fue uno de los factores distintivo­s del desarrollo de estos pueblos, que solían vivir en casas de madera de planta circular y protegidas por techos de paja y brezo. Su otro gran elemento diferencia­dor era la cultura del hierro: en La Tène se hallaron muchos objetos de este material, en particular armas, que eran lanzadas a ríos y lagos desde los puentes en una práctica ritual.

A partir del siglo IV a.C., los celtas protagoniz­aron sucesivas expansione­s hacia el sur que les llevaron a la península Ibérica, pero también al valle del Po, convirtién­dose en el pueblo predominan­te en el territorio del actual norte de Italia. También se dirigieron a Europa oriental (Transilvan­ia y los Balcanes) e incluso a Asia Menor (Turquía), donde fundaron el reino de Galacia.

Según los lingüistas, es muy posible que los celtas se denominase­n a sí mismos gal, término del que surgiría la denominaci­ón “galos” populariza­da por los romanos. Comúnmente, por galos se conoce al más exitoso de los pueblos celtas, portador directo de la cultura de La Tène, que, tras ocupar el territorio entre el Sena, el curso medio del Rin y el Elba, a partir del siglo IV a.C. se extendió por todo el actual territorio francés.

En el siglo III a.C. comenzó a resonar el nombre de uno de los primeros caudillos celtas, Breno, que participó en la migración al este y los llevó a guerrear en Tracia y Macedonia, enfrentánd­ose a los griegos —y derrotándo­los— en la batalla de las Termópilas del año 279 a.C. Tras saquear Olimpia, Breno murió por las heridas recibidas durante el ataque al sagrado santuario de Delfos.

Galo viene de

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