Los faraones negros
se llamó Kerma, denominación que también tenía su capital. Era una ciudad muy poderosa, que según las más recientes investigaciones alcanzó los 10.000 habitantes y en la que se levantaban baluartes defensivos de más de tres kilómetros de longitud. Sin duda era un Estado preparado para la guerra, y también temeroso de ella. Acabó siendo conquistado por Tutmosis I, que ocupó su capital.
Mientras duró, la civilización kermita no fue un simple satélite de Egipto: las investigaciones han demostrado que desarrollaron una tecnología artesanal propia basada en la fayenza azul, un tipo de loza fina esmaltada. Con ella fabricaron estatuillas vítreas de uso religioso o decorativo, incrustaciones arquitectónicas y también jarras y otros objetos.
El reino kushita. Tras el sometimiento de Kerma, la civilización nubia tardó en resurgir: a mediados del primer milenio a. C. aparece el reino de Kush, en el que sobresaldrán las dinastías establecidas en las más lejanas ciudades de Napata y Meroe, en la Alta Nubia.
Fueron los reyes kushitas los protagonistas de la citada XXV dinastía egipcia. Todo comenzó con la invasión de Egipto liderada por Kashta, soberano nubio que extendió sus dominios hasta la región de Tebas. Aunque los nubios tenían una acreditada fama como guerreros —se destacaba su habilidad manejando el arco—, la estrategia que siguió este rey no fue únicamente militar: logró que se aceptara a su hija Amenirdis como segunda sacerdotisa de la Divina Adoratriz de Amón en el templo de Tebas, un cargo religioso clave que legitimaba sus pretensiones de imperar sobre la región tebana.
Posteriormente, su hijo Piye se lanzaría desde Tebas hacia el Bajo Egipto y daría la batalla decisiva pa-