A hombros de gigantes
DESDE LA PREHISTORIA HASTA HOY, LA EVOLUCIÓN HUMANA HA IDO ACOMPAÑADA DEL TALENTO QUE PERMITIÓ DESARROLLAR GRANDES AVANCES. AQUÍ RECORDAREMOS LOS MÁS DESTACADOS POR SU TRASCENDENCIA EN NUESTRO DÍA A DÍA.
MUY HISTORIA presenta en este número, dedicado a los cien inventos que cambiaron el mundo, numerosas muestras de todo lo que la mente humana ha sabido y podido idear con el único fin de conseguir vivir más y mejor. Inventos de todo tipo, obviamente muchos más de cien, que han ido haciendo de la humanidad lo que hoy es, que han conseguido convertir a un simple Homo sapiens, que era hace unos cuantos milenios apenas un mono listo andando sobre dos patas, en todo un Homo sapiens tecnologicus, capaz de inventar las matemáticas, componer una sinfonía, trasplantar órganos o ir a la Luna.
¿ Quiénes fueron las mentes geniales que idearon los objetos que nos rodean? Es probable que alguna vez nos hayamos preguntado cómo fue el proceso que originó aviones, relojes, coches, secadores de pelo…; y la radio, la televisión, Internet, las vacunas, los cohetes espaciales, la cremallera de los abrigos, la cocina de inducción o el horno microondas, la luz eléctrica, los ascensores, los termómetros, las gafas… ¿Quiénes fueron las mentes prodigiosamente ingeniosas que idearon las herramientas, los instrumentos, los aparatos de medida, los utensilios, las armas, los motores y máquinas de todo tipo…? Por no citar la sencilla rueda, el arado, la pólvora o el calendario, o las pantallas planas de la tele, los satélites artificiales, los escáneres de los hospitales, el cine en tres dimensiones…
LA ACUMULACIÓN DE SABERES.
Algunos de esos hallazgos se debieron, en efecto, a mentes geniales aisladas, otros, sin embargo, a una colaboración a menudo espontánea de grupos de personas ingeniosas o muy necesitadas. O ambas cosas. Lo indudable, en todo caso, es que de todas aquellas iniciativas pasadas se fueron aprovechando luego todas las generaciones que vinieron después. No sólo usábamos lo que ya habían ideado otros antes que nosotros sino que, sobre los cimientos de esos hallazgos antiguos, asentábamos otros nuevos que legábamos a las generaciones futuras.
Ha sido un movimiento imparable, a veces con altibajos e incluso con algún que otro retroceso, que en la actualidad no sólo no se ha detenido sino que, por el contrario, se acelera más y más. Colectivamente hablando, la humanidad nunca ha sabido tanto como ahora; y cuanto más sabemos, más aplicaciones le encontramos a esos conocimientos nuevos.
La acumulación de saberes, tanto teóricos como aplicados a cualquier fin, tiene mucho que ver con un concepto que suele ser considerado no sólo minoritario sino, sobre todo, difícil y aburrido: la cultura. Olvidando que, en esencia, viene a glosar todo este proceso de obtención de aplicaciones a los conocimientos humanos adquiridos a lo largo de la Historia.
La cultura no es más que la huella que dejan los seres humanos cuando ejercen su inteligencia para no sólo sobrevivir en un entorno hostil sino para conseguir vivir más y mejor. En último término, supone el poso histórico de los logros de la inteligencia y la sensibilidad de los humanos a lo largo del tiempo, transmitido de padres a hijos, en todo tipo de entornos y civilizaciones.
ESPECIALIZACIÓN DE LOS HOMÍNIDOS.
Cuando éramos apenas unos monos listos, hace algo más de tres millones de años, fuimos poco a poco dotándonos de elementos que hoy llamaríamos “artificiales”, es decir modificados con habilidad e ingenio a partir de restos vegetales, animales y minerales. Coincidió esa especialización de los homínidos de entonces con un brusco cambio de clima, una glaciación prolongada que caracteriza al período Cuaternario, y en particular al Pleistoceno; o sea, los últimos 2,6 millones de años.
Sin duda debió ser una lentísima progresión en el descubrimiento y la utilización de procesos y mecanismos aplicables al bienestar cotidiano; por eso no es fácil determinar en qué momento el Homohabilis se hizo más sabio, ya en el Pleistoceno tardío, hace poco más de 125.000 años. Aquellos humanos de andar erguido, luego cada vez más hábiles y sabios, fueron refinando y aumentando un ingenio suficiente como para crear herramientas y útiles cada vez más elaborados; toda una cultura instrumental que hoy clasificamos y conocemos bien. Lástima que sepamos mucho menos acerca de su cultura intelectual o artística, que probablemente también tuvieron, sin duda tan rústica como sus herramientas.
Y con el descubrimiento del fuego y, sobre todo, la habilidad de conseguir producirlo y conservarlo, vino la cocción de los alimentos y, sin la menor duda, la aparición de una incipiente cultura gastronómica… Y puede que una rústica cultura musical con danzas primitivas y percusión rítmica.
Durante las grandes glaciaciones del último medio millón de años, la estancia forzada de humanos que generación tras generación vivieron durante buena parte del año en cuevas y refugios quizá impulsó el raciocinio y agudizó la creatividad de los neandertales, primero, y más tarde de los cromañones, o sea nosotros. Ambas especies convivimos seguramente durante muchos milenios sin mezclarnos mucho; pero los nean-
dertales desaparecieron hace 30.000 años. ¿ Les fallaron sus inventos adaptativos? ¿Pecaron de exceso de soberbia “intelectual” o puramente física?
Nosotros, los hombres sabios doblemente, como nos gusta llamarnos, quizá fuimos por eso mismo más prudentes y no dejamos de obtener más y mejores armas, instrumentos o utensilios domésticos. Y originamos un arte pictórico incipiente y, en las épocas finales de la última glaciación, bastante más elaborado, lo que implica usar líquidos coloreados y primitivos pinceles. Y puede que tuviéramos tambores con pieles tensadas, quien sabe si monocordios con tripas retorcidas… Además de jarras y platos de barro cocido, vestidos cosidos con agujas de hueso y filamentos obtenidos de los nervios de animales, adornos de piedra pulida, cocinas rústicas… En suma, una cultura instrumental con fines domésticos, pero también artística para el adorno y el recreo, quizá con matices religiosos, intelectual en suma. A pesar del clima extremadamente frío; o quizá precisamente por ello. Es obvio que el ingenio humano no tiene límites, ni ahora ni hace unos pocos milenios. Pero necesita acicates que estimulen la imaginación y eviten el adocenamiento.
INMENSA Y CRECIENTE CULTURA.
Aquel estado de cosas cambió de golpe hace poco más de 11.000 años, cuando un brusco e intenso calentamiento dio lugar al nacimiento de la época actual, el Holoceno. Subieron repentinamente las temperaturas, a razón de casi un grado por siglo, y en unas pocas generaciones los humanos comenzaron a poder abandonar las cavernas para crear poblados con fines defensivos y productivos, y con ellos la ganadería, la agricultura, la metalurgia… Y las matemáticas, la astronomía, la ingeniería básica del agua con norias y molinos, los aperos de labranza, y tantas otras cosas que en unos pocos milenios hicieron de los cavernícolas unos hombres tan sabios y tan habilidosos como para ser capaces, por ejemplo, de diseñar y construir los jar- dines colgantes de Babilonia, hace casi 3.000 años.
La humanidad comenzó a atesorar así una inmensa y creciente cultura que ya no sólo era predominantemente instrumental sino cada vez más intelectual y artística. Hoy a la primera la llamamos genéricamente tecnología; la cultura del intelecto, más teórica e incluso abstracta, hoy la llamamos ciencia. Así que la cultura no es algo abstruso, difícil y minoritario sino todo lo contrario, el conjunto formado por las tecnologías, las artes y las ciencias, la acumulación de todos los saberes, descubrimientos e inventos que pertenecen al conjunto de la especie humana desde la noche de los tiempos.
Volvamos a la autoría de todas esas novedades históricas, de los inventos que hoy más nos llaman la atención. Es seguro que siempre hubo mentes geniales que se distinguieron del resto por sus ideas y su capacidad reflexiva o inventiva; pero no siempre ha quedado rastro de esos individuos aislados del pasado remoto. Pero sí tenemos memoria de los hallazgos más notables, de los inventores más prolíficos e imaginativos de los tiempos recientes… Todos ellos tuvieron, antes y ahora, el motor de dos premisas poderosas: la curiosidad, característica exclusiva de la especie humana, y la necesidad de sobrevivir y, luego, de vivir de la mejor manera posible. Y todos esos humanos ingeniosos nos siguen asombrando por haberse adelantado a lo que en su tiempo se hacía o se sabía. A ellos, sean anónimos o estén bien identificados, dedicamos todas las páginas de este número de la revista.
INVENTOS REVOLUCIONARIOS.
Son miles los ejemplos, pero quizá uno de los más curiosos pudiera ser el invento del rifle de repetición creado por Oliver Winchester en 1866; jamás hubiera visto la luz sin la invención de la pólvora por los chinos, diez siglos antes, y sin el posterior invento del mecanismo de explosión interna del arcabuz a finales del siglo XIV. Y, a su vez, sin el mítico Winchester, nunca hubiera podido inventar el ruso Mijail Kalashnikov, unos decenios más tarde, su hoy también famoso rifle de asalto AK-47.
LA PRODUCCIÓN INDUSTRIAL Y EL TRANSPORTE REGULAR EN MASA FUERON MEJORADOS GRACIAS A LA MÁQUINA DE VAPOR DE J. WATT
Remontándonos al Renacimiento, podríamos con todo merecimiento destacar los hallazgos de Leonardo, muchos de ellos tan insólitos como ingeniosos. Uno de ellos, el invento del embrague y desembrague de dos ruedas dentadas diferentes, fue el precursor de las cajas de cambio de los coches actuales. Pero el genial florentino nunca hubiera podido idear su mecanismo sin los primeros engranajes dentados de los griegos, da igual si fue Arquímedes o Hiparco, casi veinte siglos antes.
Y así sucesivamente. Eso viene ocurriendo con la práctica totalidad de los inventos que, desde los cromañones, hace muchos miles de años, hasta hoy nos permiten disponer de todo lo que nos rodea. Por eso parece más oportuna que nunca aquella frase de Newton, a principios del siglo XVIII, recordando una cita atribuida al escolástico del siglo XII Bernardo de Chartres: “si he logrado ver más lejos, ha sido porque he subido a hombros de gigantes”.
PROCESO ECONÓMICO COMPLEJO.
Pero todo ello, con ser mucho, podría parecer poca cosa ante lo que se nos venía encima con la llegada del siglo veinte. Ya desde el siglo XIX los países más desarrollados progresaban más deprisa que nunca gracias primero a la revolución agrícola del siglo anterior, y luego a la revolución industrial nacida en Inglaterra y difundida poco a poco hacia el resto del mundo rico. Unos procesos de trascendencia mundial que hubieran sido imposibles sin uno de los inventos más geniales de la Historia: la máquina de vapor de James Watt.
La agricultura, la producción industrial y el transporte en masa seguro y regular fueron mejorados de forma inimaginable gracias a unas máquinas cada vez más eficientes y versátiles, que en el mar remplazaban con ventaja a las velas y que en tierra pudieron incluso tejer una compleja red de caminos de hierro para conseguir llevar a muchas personas y mercancías a casi todas partes. Y enseguida llegarían otros nuevos carruajes sin animales de tiro que sustituyeron a las carrozas y diligencias, gracias a unos ruidosos pero eficaces caballos mecánicos encerrados en unos nuevos motores.
Fueron tan llamativos los resultados de aquella revolución industrial que, en 1899, se le atribuye al Comisario de la Oficina de Patentes de Estados Unidos, Charles Duell, la siguiente frase lapidaria: “todo lo que podía inventarse ya ha sido inventado”. Y hubo quien, a comienzos del nuevo siglo XX, solicitó al Congreso que cerrara dicha Oficina de Patentes por carecer de sentido, puesto que ya nada quedaba por inventar. En aquellos años, un obispo protestante del Estado de Iowa declaró que “el hombre ha inventado ya todo lo que podía inventar, y eso es señal de que el mundo va a llegar a su fin”.
El mundo de los inventos desborda a cualquiera en su actividad profética. Por ejemplo, los famosos hermanos Lumière, pioneros del cine, declararon en 1901 que “el cinematógrafo es sólo una curiosidad, pero co- mo invención no tiene futuro alguno”. Actuaron en consecuencia y perdieron, sin duda, la posibilidad de entrar en lo que pocos años después se iba a convertir en un más que suculento negocio.
Hoy es difícil hablar ya de inventores aislados, genios incomprendidos que a veces ni siquiera son conscientes de las consecuencias de sus logros; sí, todavía subsisten certámenes como el famoso Salón de los Inventos de Ginebra. Pero los que allí se atreven a exponer sus ideas, tienen luego enormes dificultades para encontrarles salida en un mercado saturado de todo tipo de utensilios no siempre imprescindibles pero bien vendidos gracias a la eficaz mercadotecnia moderna.
TECNOLOGÍA E INNOVACIÓN.
Hoy día, en un mundo con más de 7.300 millones de habitantes, la mayoría de las nuevas cosas de las que tenemos noticia o que utilizamos acaban siendo fruto de un proceso económico complejo simbolizado por tres mágicas letras: I, D, i. La I de “Investigación”, o ciencia básica, que apriori sólo busca saber más. La D de “Desarrollo tecnológico”, que es la aplicación de esa ciencia fundamental a un fin concreto. Y la i de “innovación”, que es la puesta en el mercado de algunos de esos desarrollos tecnológicos con el fin de crear un nuevo nicho de consumo.
Así las cosas, los inventos más geniales se hacen hoy en grupo, a menudo dentro de grandes corporaciones que alimentan los tres términos de la discutible ecuación que algunos han sacralizado, especialmente en el mundo de economía capitalista: I+ D + i = P + B. Es decir, sumando ciencia, tecnología e innovación alcanzaremos el progreso y el bienestar de la humanidad. Suponiendo que ello sea posible, claro; porque quizá sea cierta la ecuación, pero suena más a utopía que otra cosa.
Pero no podemos por ello dejar de pensar en los que nos precedieron, en aquellas mentes geniales, conocidas o no, que posibilitaron todo lo que hoy hacemos y todo lo que mañana otros harán y seguirán asombrándonos. En esos gigantes a cuyos hombros seguimos subiéndonos hoy para seguir consiguiendo cada vez más cosas y, a lo mejor, para hacernos incluso más felices. O quizá no.