El ejército romano contra el visigótico
El poder militar de Roma seguía basado en sus perfectamente adiestradas legiones de infantería. Sin embargo, en el siglo IV su tamaño había disminuido hasta los 1.000 hombres, para hacerlas más adaptables al terreno y maniobrables. Al mismo tiempo había crecido la importancia de la caballería, aunque solía estar compuesta por un gran número de mercenarios extranjeros (germanos, asiáticos o africanos) y seguía concibiéndose como una fuerza auxiliar de la infantería, con funciones de exploración, acoso y persecución más que de choque. En donde los romanos continuaban siendo indiscutibles maestros era en las máquinas de guerra, imprescindibles para las tareas de asedio a las ciudades (o las de su defensa).
Los ejércitos godos basaban su fuerza en la movilidad, en una abundante caballería que se lanzaba sobre el enemigo mientras blandía sus largas espadas o sus hachas de gran filo capaces de perforar escudos y corazas, comunes al conjunto de pueblos germánicos y llamadas “franciscas”.
MUJERES GODAS AL ATAQUE.
Además, tenían la ventaja de conocer y dominar las armas romanas, pues habían combatido en sus filas y conocido su adiestramiento. Los carros con los que se trasladaban les servían de parapetos circulares, tras los que se resguardaban en improvisados campamentos. La acometividad era su arma y las mujeres muchas veces los acompañaban en la batalla gritando o cuidando a los heridos. Todo varón capaz de coger una espada, que era el símbolo absoluto de la libertad, marchaba al combate sin importar su edad. Y perder el escudo era símbolo de deshonra. Sobre estas líneas, uno de los participantes en un desfile de recreación de las legiones romanas de infantería.