La aniquilación definitiva
LA PAULATINA DESAPARICIÓN DEL ORDEN ROMANO EN LAS TIERRAS OCUPADAS POR REYES BÁRBAROS SUPUSO LA ENTRADA EN SUCESIVAS GUERRAS POR EL DOMINIO DE AQUELLOS TERRITORIOS QUE HABÍAN FORMADO EL GRAN IMPERIO.
Sólo quince años después del fallecimiento de Teodosio, el Imperio se vio sometido a nuevas turbulencias que anunciaban un gran desastre. En ese período de tiempo, los godos de Alarico incendiaron y saquearon Roma, los vándalos, alanos y suevos invadieron Hispania y los guerreros de Ataúlfo se instalaron en la región de Aquitania, en la Galia, donde ya fueron conocidos como visigodos. En el año 415, Constancio, el nuevo favorito del emperador Honorio, firmó un acuerdo con ellos para que expulsaran a los vándalos, alanos y suevos de la península Ibérica. Roma les proporcionó los pertrechos necesarios para cumplir la misión. En poco tiempo los hombres de Ataúlfo expulsaron a los bárbaros y pusieron en pie los pilares del futuro reino visigodo de Hispania. En su huida hacia el Sur, el rey de los vándalos Genserico logró una gran proeza al conseguir que sus guerreros y familias atravesaran el estrecho de Gibraltar para adentrarse en el Norte de África. En el año 429, el comandante romano de las provincias africanas, Bonifacio, estaba más atento a las luchas intestinas con sus compatriotas que a la llegada de una horda de guerreros bárbaros. En la capital del Imperio occidental, un nuevo emperador llamado Valentiniano III, hijo de la poderosa Gala Placidia, nombró a Aecio como su hombre fuerte, lo que no le gustó nada a Bonifacio, que movilizó sus tropas cantonadas en África para derrocarlo. SUCESIÓN DE GUERRAS CIVILES. Cuando Bonifacio se percató del peligro que suponía la presencia de guerreros vándalos en su territorio ya era demasiado tarde. Genserico lo derrotó, luego tomó Cartago y meses después hostigó Sicilia, aunque no pudo ocupar la isla. Tras ímprobos e infructuosos esfuerzos por recuperar las posesiones africanas, el emperador no tuvo más remedio que firmar un tratado que sellaba el dominio de los vándalos en esos territorios. El acuerdo contemplaba el futuro matrimonio de la hija de Valentiniano III, Eudocia, con el hijo del rey godo, Hunerico. Pero el asesinato de Aecio y Valentiniano truncaron esas expectativas. El Imperio volvió a caer en un destructivo torbellino de guerras civiles.
El nuevo emperador Petronio Máximo intentó casarse con Eudocia para reafir-
mar su legitimidad en la corte de Rávena, lo que enfureció a Genserico que vio cómo su hijo perdía la posibilidad de emparentarse con la familia real romana, razón por la que decidió tomar armas en el asunto. Sus tropas desembarcaron en Sicilia y luego se encaminaron hacia Italia, llegando a las puertas de Roma en mayo de 455. Su aterrorizada población contemplo impotente el saqueo de su ciudad y el asesinato de Petronio Máximo.
ATAQUES EN EL VALLE DEL DANU
BIO. Genserico regresó a su territorio cargado de tesoros, esclavos y acompañado de la viuda del emperador y de sus dos hijas. Su ataque a la Ciudad Eterna confirmaba que el Imperio Romano se encontraba en pleno declive. En menos de cincuenta años, los bárbaros habían saqueado y humillado Roma en dos ocasiones. La sucesión de guerras civiles, las usurpaciones del poder, el debilitamiento del ejército y la desgana general colocaron al Imperio occidental al borde del abismo. Pero el mazazo definitivo estaba por llegar.
Atila, rey de los hunos, el azote de Dios, cuyo caballo dejaba la tierra yerma a su paso, estaba a punto de asestarle la puntilla final a Roma. Pero, ¿de dónde provenían los hunos? Su origen es todavía hoy un tema de debate entre historiadores. La única certeza es que era una tribu nómada procedente de las grandes estepas de Asia Central. Su progresivo desplazamiento hacia Occidente se debió a varios factores, pero el principal fue el deseo de conquistar nuevos territorios para acumular riquezas. En su imparable avance, los hunos penetraron en los territorios donde se asentaban los pueblos germánicos, a los que hostigaron con tal fiereza que a éstos sólo les quedó huir hacia Occidente y cruzar las fronteras del Imperio Romano.
Los hunos se instalaron en la actual Hungría y desde allí continuaron atacando a los pueblos bárbaros que se encontraban en el feraz valle del Danubio. Ajenos a un sentimiento de comunidad basado en la etnia, los hunos integraron en su ejército a los guerreros nórdicos que estaban dispuestos a prosperar en sus filas. El continuo crecimiento de los territorios bajo su control y la escalada de pillajes contribuyeron a la aparición de reyes poderosos que controlaban un ejército muy cohesionado.
Sus principales contingentes eran sus jinetes, capaces de cabalgar velozmente sobre sus monturas mientras disparaban flechas con sus formidables arcos, mucho más precisos y potentes que los de sus enemigos. A esas fuerzas se añadían los mercenarios germánicos, cuyas dotes para el combate cuerpo a cuerpo no eran nada desdeñables. Tras los ataques y saqueos, el líder del grupo repartía el botín entre su gente.
A cambio de mantener la paz, el emperador de Constantinopla aceptó entregar importantes cantidades de oro periódicamente. Pero las exigencias de los chantajistas eran cada vez mayores. Cuando el emperador se negó a pagar más, los hunos atacaron violentamente las provincias balcánicas, lo que hizo entrar en razón a Constantinopla, que continuó entregando importantes sumas de dinero a los guerreros de las estepas. Cuando comprendieron que el Imperio de Oriente no les podía proporcionar más ingresos, los hunos dirigieron su mirada hacia Roma. LAS RIENDAS DEL PODER HUNO. Cuando nació Atila, su pueblo llevaba tiempo instalado en los territorios de la actual Hungría. Su padre, el rey Mundzuk, falleció poco después de que naciera su hijo, cuya educación quedó a cargo de Ruga, el nuevo hombre fuerte de los hunos y tío del pequeño. Al fallecer Ruga, el trono pasó a Atila y a su hermano Bleda, aunque fue el primero quien llevó las riendas del
En menos de cincuenta años, los bárbaros habían saqueado y humillado a roma en dos ocasiones
poder. En el año 445, Atila asesinó a su hermano, quedando como único e indiscutible rey de los hunos.
Fue en aquel entonces cuando Honoria, hermana del emperador romano Valentiniano III, envió un mensaje a Atila pidiéndole ayuda. Al parecer, la muchacha había quedado embarazada tras mantener relaciones con el gestor de su propiedad. El emperador la obligó a contraer matrimonio con un hombre mayor que ella, lo que enfadó tanto a Honoria que no tuvo mejor idea que escribir un mensaje de socorro al rey de los hunos. Éste interpretó la misiva como una proposición matrimonial y exigió a Valentiniano III la mano de su hermana y la mitad de su Imperio como dote, a lo que el enfurecido emperador se negó.
ACUERDO ENTRE ROMANOS Y
BÁRBAROS. La disparatada historia desembocó en el encuentro de los ejércitos de Atila y del general romano Flavio Aecio en la batalla de los Campos Cataláunicos, en el noreste de Francia, quizás cerca de la actual Châlons-en-Campagne. El choque lo protagonizaron en gran medida los guerreros germánicos de ambos bandos y se saldó con la inesperada derrota de los hunos. Atila se retiró hacia el Danubio para reagrupar su ejército, que no había sufrido excesivas bajas. Doce meses después volvió a desafiar al Imperio atravesando la llanura del Po y arrasando las ciudades de Padua, Mantua, Vicenza, Verona, Brescia, Bérgamo y Milán.
El Senado y el emperador enviaron una embajada encabezada por el papa León I para negociar con Atila y evitar que sus huestes saquearan Roma. El líder de los hunos se re- tiró y los cronistas de la época afirmaron que fue el papa quien salvó la ciudad. Pero en la actitud de Atila influyeron otros factores. Los hunos ya habían logrado un gran botín y sus tropas estaban agotadas. Asimismo, el rey godo había recibido noticias de la presencia de un ejército del Imperio Romano de Oriente en las cercanías de su asentamiento a orillas del Danubio, razón por la que se replegó a toda prisa. A comienzos de 453, durante la celebración del matrimonio con una nueva esposa para su harén, Atila, que estaba muy bebido, sufrió una hemorragia nasal que le causó la muerte por ahogamiento. Sus sucesores fueron incapaces de mantener la unidad de su poderoso ejército, que en poco tiempo se desvaneció en la nada. Solo un año después del fallecimiento de Atila, el emperador Valentiniano II y su hombre fuerte Aecio fueron asesinados, lo que sumió a Roma en un nuevo torbellino de conspiraciones y disputas que la dejaron exhausta. En el año 476, el máximo dirigente de Roma, el hérulo Odoacro, depuso al último emperador del Imperio de Occidente, Rómulo Augusto, que era un niño de diez años al que respetó la vida. Odoacro envió las insignias imperiales a Constantinopla, dando a entender que aceptaba las órdenes de un solo emperador, aunque pronto se autoproclamó rey de Roma. La definitiva desaparición del Imperio Romano de Occidente coincidió en el tiempo con la ocupación de la provincia Tarraconense por Eurico, lo que fue un paso decisivo hacia la consolidación del dominio visigótico en la hasta entonces Hispania romana.
PROTAGONISMO VISIGODO. Desde aquel momento y durante 200 años, los visigodos fueron los protagonistas de la Historia de la península Ibérica. En el último cuarto del siglo VI, Leovigildo estableció la corte en Toledo y extendió el poder visigótico por toda Hispania, anexionando también los territorios del reino suevo de Galicia. Por su parte, la victoria del rey franco Clodoveo sobre el visigodo Alarico II a principios del siglo VI provocó la destrucción del reino de Tolosa, lo que supuso que la Galia quedara bajo el control de los francos.
La desaparición del orden romano abrió una nueva etapa de la Historia de Occidente. Zenón, emperador del Imperio Oriental, dio luz verde a los ostrogodos de Teodorico el Grande para atacar a Odoacro y expul-
Zenón, emperador del Imperio oriental, dio luz verde a los ostrogodos de Teodorico para atacar a Odoacro
sarlo de Roma. Teodorico el Grande hizo el trabajo sucio y aprovechó la ocasión para crear el reino ostrogodo en Italia. Zenón había hecho un mal negocio. Se quitó de encima a un enemigo para poner en su lugar a otro mucho más salvaje y cruel.
El día de Pascua del año 527, el trono de Bizancio pasó a manos de Justiniano y de su cónyuge Teodora, una mujer de pasado oscuro, muy hermosa e inteligente, que influyó en algunas decisiones de Estado. El Emperador se impuso afianzar el catolicismo y reconstruir la grandeza de la Roma clásica. Para cumplir aquellos objetivos, buscó la alianza con los francos, que eran católicos, y combatió a los visigodos, vándalos y arrianos, a los que consideraba enemigos de la fe. También decidió resolver el entuerto que había causado Zenón, que había facilitado a Teodorico el Grande la creación del reino ostrogodo de Italia.
MONARCAS GODOS EN EL TRONO
ROMANO. En el terreno legislativo, el emperador elaboró el Códigode-Justiniano y las Compilaciones, dos obras que ejercieron una gran influencia en el mundo cristiano. Aquellas leyes, que eran válidas para todo el Imperio, fueron redactadas en latín, aunque también tuvieron su traducción en griego, lo que desvela la rápida helenización de Bizancio.
Justiniano estaba tan convencido del origen divino de su poder que encaminó gran parte de su autoritario gobierno a la defensa de la ortodoxia religiosa. Los herejes eran enemigos del Imperio a los que había que combatir sin piedad y desposeer de sus derechos civiles y políticos. Persiguió a los judíos, cerró las puertas de la Academia de Atenas, último refugio de la cultura griega clásica, y clausuró los templos de los dioses egipcios Isis y Amón.
El emperador puso sus ojos en la España visigótica y ordenó que las tropas imperiales al mando del octogenario Liberio desembarcasen en algún lugar de la provincia de Málaga en el verano de 552. Los historiadores no se ponen de acuerdo a la hora de establecer cuál fue la verdadera extensión de los territorios del Imperio Oriental en la Península. Pero se sabe que los bizantinos se asentaron en Játiva, Denia, Cartagena, Almería, Málaga y en las islas Baleares, un archipiélago que fue bizantino desde el 534 hasta principios del siglo VIII, cuando fue invadido por ejércitos islámicos.
El general Belisario fue una de las figuras importantes del reinado de Justiniano. Tras conquistar y apaciguar el Norte de África, su ejército se dirigió a Italia para combatir a la monarquía goda que ostentaba el poder en Roma. Belisario doblegó a los godos, lo- grando que Italia fuera incorporada como provincia al Imperio bizantino. Salvo algunos territorios que quedaron fuera de su influencia, el sueño de Justiniano de restaurar el antiguo Imperio romano se cumplió durante unos años. Pero su gobierno no sólo pivotó en torno a la fuerza militar.
El brillo y magnificencia de su Corte abrieron las puertas al primer Siglo de Oro del Imperio. Durante su reinado se construyó Santa Sofía y Constantinopla alcanzó uno de sus momentos de mayor brillantez. Justiniano, el gran legislador, guerrero y amante de las artes, falleció el 14 de noviembre del 565, un deceso que fue acogido con alivio por el pueblo, muy agobiado por las cargas fiscales que padeció durante aquellos años de derroche económico.
En los siglos siguientes el Imperio romano de Oriente afrontó grandes altibajos y graves peligros exteriores. Sin embargo, los sucesores de Justiniano lograron defender el territorio y afianzaron a Bizancio como una potencia dominadora cuya meta era incrementar el comercio, ganar riqueza y defender a ultranza a la Cristiandad de las crecientes embestidas del Islam, la gran fuerza emergente en Oriente Medio