Consecuencias de la caída de Roma
EL FIN DEL IMPERIO DE OCCIDENTE SUMIÓ AL VIEJO CONTINENTE EN UNA NUEVA ERA: COMENZABA LA EDAD MEDIA. Y E LLEGADO GERMÁNICO SE MEZCLÓ CON EL DE LOS ROMANOS Y DIO LUGAR A NUESTRO MUNDO.
La Europa actual es tan romana como bárbara. Si Julio César y sus continuadores nos legaron una organización política y un Derecho sin los que no se entendería nuestra civilización actual, las huellas de los pueblos godos también están presentes por todas partes, si bien a veces de una manera menos evidente. El sello gótico es una marca imperecedera de la identidad europea, desde Germania hasta el último rincón de Hispania, presente en aspectos tan cercanos como nuestros nombres propios, como debería saber cualquier Fernando (“el que se atreve con todo”), Rodrigo (“rico en fama”) o Alfonso (“noble dispuesto al combate”).
De hecho, los propios Estados que componen la Unión Europea son producto en buena parte de los reinos creados por los pueblos godos aprovechando el desmembramiento del Imperio Romano. La conocida decadencia en la que se hundió a partir del siglo V propició que muchas de sus provincias acabaran convirtiéndose en reinos controlados por los ejércitos de pueblos bárbaros que hasta entonces gozaban de la condición de foederati ( federados), que vendría a ser lo que hoy conocemos como aliados, grado obtenido por su colaboración militar con Roma. Estos pueblos a sueldo de los césares se quedaron con los dominios que hasta entonces no eran sino una concesión temporal que se renegociaba con cada nuevo emperador.
EL GERMEN DE LA EUROPA ACTUAL.
Así, los francos se hicieron con el norte de la Galia, al que le darían el nombre con el que hoy lo conocemos; los visigodos hicieron lo propio con el sur de la misma Galia y más tarde con Hispania; los ostrogodos se apoderaron de la península Itálica y los sajones cruzaron el Canal de la Mancha para adueñarse de Britania. Por tanto, como se ve, los principales Estados europeos de la actualidad adquirieron dimensión política propia como fruto de la interacción de los godos con la geografía institucional romana.
La dispersión de los godos por Europa, desde su ubicación primigenia al sur de Suecia en la isla de Gotland, se inició ya en época romana. Las crónicas de Tácito dan fe de que habían cruzado el Báltico hacia el año 100, ya que los situaba en la región del río Vístula (actual Polonia). Siguiendo el curso de este río y todavía sin pasar las fronteras imperiales, se internaron más al sur y alcanzaron el Danubio, y más tarde las orillas septentrionales del mar Negro. Es en esta época cuando se documenta su división en dos grandes pueblos, los tervingios y los greutungos o, como se los conoce más habitualmente, los visigodos y los ostrogodos.
A partir del siglo III y como consecuencia de su fuerte crecimiento demográfico y de la presión contra ellos que supuso la irrupción del pueblo asiático de los hunos en las llanuras del este de Europa, los godos de uno u otro
AL INTEGRAR A LOS GODOS EN SUS FILAS, EL IMPERIO ROMANO ABRIÓ EL CAMINO PARA QUE ACABARAN DISPUTÁNDOLE EL PODER
origen empezaron a entrar en conflicto con los romanos en su frontera oriental. La relación sería ambivalente, pues con el paso de los dos siguientes siglos los godos fueron tanto aliados ( por ejemplo, en las guerras contra los sasánidas, o contra los propios hunos) como enemigos (la derrota que infligieron al emperador Valente en Adrianópolis en 378 es el acontecimiento que marca el inicio de la decadencia de Roma).
TOLOSA, CAPITAL DE LOS VISIGODOS.
Muchos elementos godos se integrarían por entonces en los ejércitos de Roma, y esta incorporación masiva de los pueblos germánicos como fuerza de choque llevaría a generar una dependencia cada vez mayor del Imperio Romano respecto a ellos. Así, los godos vieron expedito el camino para disputar el poder a aquella gran potencia en la que inicialmente apenas habían sido otra cosa que unos inmigrantes marginales.
Los primeros en hacerlo fueron los visigodos, que ya en el año 410 saquearon Roma y se aposentaron más tarde en el centro y el sur de Francia como fruto del tratado de paz ( foedus) celebrado entre su rey Wallia y el emperador Honorio en 418. De esta forma se iniciaba un dominio visigodo estable y sedentario con capital en Tolosa, en el que sus reyes, principalmente Teodorico I (418-453), llevaron a cabo una estrategia continuada de consolidación de un dominio dinástico ( con especial inci- dencia en la política matrimonial con otros pueblos germánicos vecinos) y territorial, buscando la expansión hacia el mar Mediterráneo ( en un intento de dominar la provincia Narbonense) y hacia el sur, con frecuentes incursiones y participación en los asuntos hispánicos.
En nuestro territorio, la participación de los visigodos tolosanos resultó imprescindible para que Roma pudiera poner coto a la expansión del reino suevo, otro pueblo germánico que había irrumpido en Hispania en 409 (junto a vándalos y alanos) y que se había hecho con la provincia de Gallaecia. Desde allí, a lo largo del siglo V expandieron su dominio, liderados por Requiario, en buena parte de la península Ibérica. Sería el visigodo Teodorico II quien los frenase en 456 al capturar sus tropas a Requiario. Aun así, el reino suevo se mantendría en el noroeste peninsular un siglo más.
EL REINO DE LOS FRANCOS.
Los vecinos del norte de los visigodos eran los francos, tan importantes que acabarían por dar nombre a Francia, aunque ellos mismos procedían del territorio del curso medio e inferior del Rin, un poco más al norte y al este de su actual geografía. El origen de los francos parece ser producto de la fusión de varias tribus germánicas más pequeñas. Establecieron relaciones de federación con el Imperio Romano mucho antes que cualquier otro pueblo bárbaro: ya a mediados del siglo IV el emperador Juliano el Apóstata les concedió, en su calidad de
foederati, buena parte de los territorios de la provincia de la Galia Bélgica. Por entonces su zona de asentamiento eran sobre todo los Países Bajos, y de ello ha quedado rastro en la lengua neerlandesa.
Durante el último siglo de dominación romana, los francos se extendieron por el norte y oeste de Francia y cuestionaron a los últimos gobernantes galorromanos, entrando en conflicto con el último de ellos, Afranio Siagrio, Dux de Suessionum ( actual Soissons), al que derrotaron en esta ciudad en 486 y obligaron a buscar refugio con los visigodos, si bien estos lo devolvieron al
líder franco Clodoveo, que ordenó su decapitación. Esta eliminación de la última autoridad romana dio paso a la creación del reino de los francos, cuyo primer monarca sería el propio Clodoveo I, de la dinastía merovingia – famosa para los amantes de los misterios históricos– que fundara su abuelo Meroveo.
ODOACRO Y EL ÚLTIMO EMPERADOR.
Además de la Galia o Hispania, el propio territorio itálico no quedó ajeno a la implantación de los pueblos bárbaros. Los mejor situados para invadirlo eran los hérulos, que se contaban entre los ganadores de la importante batalla del río Nedao en el año 454, que enfrentó a pueblos sojuzgados por los hunos (entre ellos, los hérulos) contra estos dominadores asiáticos. A partir de entonces y liderados por Odoacro, los hérulos expandieron sus dominios, en principio situados sobre Austria y Moravia. Llegaron hasta la península Itálica y en el año 476 acabaron formalmente con el Imperio Romano de Occidente. Odoacro depuso al último emperador, el adolescente de quince años Rómulo Augusto, al que parece que perdonó la vida, dio una pensión y envió exiliado a la región de la Campania, donde se pierde su rastro histórico.
Sin embargo, el Imperio Romano de Oriente, también conocido como Bizancio y con capital en Constantinopla, continuaba en pie y no veía con buenos ojos lo que había sucedido a su homólogo occidental. Aunque por entonces los emperadores bizantinos tenían sus propios – y considerables– problemas con diferentes pueblos bárbaros, entre ellos los ostrogodos, la otra gran rama del árbol genealógico godo. Los ostrogodos tenían ya por entonces, como los otros pueblos bárbaros mencionados, la condición de foederati del Imperio. El acuerdo de “federación” se lo había concedido tres décadas antes el emperador Marciano, que les permitió asentarse en Panonia, la provincia romana delimitada por las riberas del Danubio que se corresponde con la actual Hungría (más partes de Rumanía y Serbia) y que había sido cedida previamente a los hunos.
LAS CONSTANTES GUERRAS ENTRE BIZANTINOS Y GODOS AGOTARON LAS RIQUEZAS DE ITALIA Y DESCOMPUSIERON SU SOCIEDAD URBANA
En la época del emperador Zenón, las buenas relaciones del Imperio oriental con los ostrogodos se habían agriado, por los constantes desafíos militares de estos a Constantinopla. Zenón se veía obligado a hacer complicados equilibrios políticos alternando períodos de enfrentamiento con otros de pacificación, y estos últimos casi siempre pasaban por concesiones de privilegios o pago de tributos. Bajo el mando de su rey Teodorico, los ostrogodos llegaron a las puertas de Constantinopla en el año 486 y la sitiaron cortando su aprovisionamiento de agua. Aun así, no fueron capaces de tomarla, lo que llevó a que ambos soberanos negociaran finalmente un acuerdo.
OSTROGODOS EN ITALIA.
Siguiendo la astuta tradición que caracterizaría a los gobernantes del Imperio bizantino, Zenón tuvo la idea de alentar a los ostrogodos a emprender la conquista de Italia. Se había dado cuenta de que era muy difícil dar acomodo a la presión demográfica de estos “bárbaros” y alentó a Teodorico a dirigir su ardor guerrero hacia dicha conquista. Si echaba al hérulo Odoacro, le concedería convertirse en rey de la península Itálica, donde podría instalar a su pueblo.
Atraído por la magnitud de la recompensa, Teodorico se aprestó en 488 a iniciar las operaciones para lanzarse contra Italia. En esta causa se ganó el apoyo de los rugios, otro pueblo germánico que había emigrado hacia el sur desde su localización original en la isla de Rügen, en el Báltico. Los rugios, que en el siglo V ocupaban la provincia de Noricum (actuales Bavie- ra, Austria y Eslovenia), habían sido ya anteriormente tentados por Zenón para convertirse en cuña contra Odoacro. Éste lo sabía y en el año 487 emprendió una dura campaña contra ellos, en la que arrasó Noricum. Así que los rugios tenían buenas razones también para querer acabar con el rey de Italia.
La invasión de ostrogodos y rugios comandados por Teodorico tuvo lugar en 489. En la ciudad de Aquilea, importante nudo de comunicaciones junto al Adriático con las calzadas romanas que conducían al este del Imperio, tuvo lugar la primera gran batalla entre ostrogodos y hérulos, que se saldó con una arrolladora victoria de los primeros. Así estos pudieron iniciar la ocupación de la Península, cruzando los Alpes Julianos. En su trayecto por estos territorios montañosos tendría lugar el segundo enfrentamiento con las tropas hérulas, comandadas por el propio Odoacro, junto al río Isonzo. Una vez más vencieron y el rey hérulo tuvo que batirse en retirada hasta Verona, donde encontró refugio, aunque un mes más tarde sufriría un nuevo revés.
UN BANQUETE MORTAL.
No le quedó más remedio a Odoacro que dirigirse hacia Rávena, su capital por entonces, dejando la región nórdica de la Lombardía a merced de los invasores, que tomaron sus capitales más importantes. Sin embargo, Odoacro lograría contraatacar más tarde y recuperar Milán y Cremona.
La participación visigoda, derrotando a los hérulos en otra batalla alpina (esta vez en el río Adda), puso contra las cuerdas a Odoacro. Éste se refugió de nuevo en Rávena, un lugar bastante seguro pues, al encontrarse junto al mar y carecer los ostrogodos de una flota, no podían impedir su abastecimiento a través de las rutas marinas: la situación tardaría tiempo en resolverse hasta que Teodorico lograra reclutar barcos que garantizasen también el asedio por mar. Esto no fue posible hasta mediados del año 492. Rávena resistió algo más de seis meses tras los cuales Odoacro capituló, no sin antes lograr un buen acuerdo por el que los ostrogodos aceptaban la división de Italia y dejaba la mitad de ésta a Odoacro.
El pacto se celebró con un gran banquete el 25 de febrero del año 493. Los dos reyes se sentaron juntos. Pero Teodorico no había llegado tan lejos para limitarse