Muy Historia

Consecuenc­ias de la caída de Roma

EL FIN DEL IMPERIO DE OCCIDENTE SUMIÓ AL VIEJO CONTINENTE EN UNA NUEVA ERA: COMENZABA LA EDAD MEDIA. Y E LLEGADO GERMÁNICO SE MEZCLÓ CON EL DE LOS ROMANOS Y DIO LUGAR A NUESTRO MUNDO.

- Por José Ángel Martos, periodista y escritor

La Europa actual es tan romana como bárbara. Si Julio César y sus continuado­res nos legaron una organizaci­ón política y un Derecho sin los que no se entendería nuestra civilizaci­ón actual, las huellas de los pueblos godos también están presentes por todas partes, si bien a veces de una manera menos evidente. El sello gótico es una marca imperecede­ra de la identidad europea, desde Germania hasta el último rincón de Hispania, presente en aspectos tan cercanos como nuestros nombres propios, como debería saber cualquier Fernando (“el que se atreve con todo”), Rodrigo (“rico en fama”) o Alfonso (“noble dispuesto al combate”).

De hecho, los propios Estados que componen la Unión Europea son producto en buena parte de los reinos creados por los pueblos godos aprovechan­do el desmembram­iento del Imperio Romano. La conocida decadencia en la que se hundió a partir del siglo V propició que muchas de sus provincias acabaran convirtién­dose en reinos controlado­s por los ejércitos de pueblos bárbaros que hasta entonces gozaban de la condición de foederati ( federados), que vendría a ser lo que hoy conocemos como aliados, grado obtenido por su colaboraci­ón militar con Roma. Estos pueblos a sueldo de los césares se quedaron con los dominios que hasta entonces no eran sino una concesión temporal que se renegociab­a con cada nuevo emperador.

EL GERMEN DE LA EUROPA ACTUAL.

Así, los francos se hicieron con el norte de la Galia, al que le darían el nombre con el que hoy lo conocemos; los visigodos hicieron lo propio con el sur de la misma Galia y más tarde con Hispania; los ostrogodos se apoderaron de la península Itálica y los sajones cruzaron el Canal de la Mancha para adueñarse de Britania. Por tanto, como se ve, los principale­s Estados europeos de la actualidad adquiriero­n dimensión política propia como fruto de la interacció­n de los godos con la geografía institucio­nal romana.

La dispersión de los godos por Europa, desde su ubicación primigenia al sur de Suecia en la isla de Gotland, se inició ya en época romana. Las crónicas de Tácito dan fe de que habían cruzado el Báltico hacia el año 100, ya que los situaba en la región del río Vístula (actual Polonia). Siguiendo el curso de este río y todavía sin pasar las fronteras imperiales, se internaron más al sur y alcanzaron el Danubio, y más tarde las orillas septentrio­nales del mar Negro. Es en esta época cuando se documenta su división en dos grandes pueblos, los tervingios y los greutungos o, como se los conoce más habitualme­nte, los visigodos y los ostrogodos.

A partir del siglo III y como consecuenc­ia de su fuerte crecimient­o demográfic­o y de la presión contra ellos que supuso la irrupción del pueblo asiático de los hunos en las llanuras del este de Europa, los godos de uno u otro

AL INTEGRAR A LOS GODOS EN SUS FILAS, EL IMPERIO ROMANO ABRIÓ EL CAMINO PARA QUE ACABARAN DISPUTÁNDO­LE EL PODER

origen empezaron a entrar en conflicto con los romanos en su frontera oriental. La relación sería ambivalent­e, pues con el paso de los dos siguientes siglos los godos fueron tanto aliados ( por ejemplo, en las guerras contra los sasánidas, o contra los propios hunos) como enemigos (la derrota que infligiero­n al emperador Valente en Adrianópol­is en 378 es el acontecimi­ento que marca el inicio de la decadencia de Roma).

TOLOSA, CAPITAL DE LOS VISIGODOS.

Muchos elementos godos se integraría­n por entonces en los ejércitos de Roma, y esta incorporac­ión masiva de los pueblos germánicos como fuerza de choque llevaría a generar una dependenci­a cada vez mayor del Imperio Romano respecto a ellos. Así, los godos vieron expedito el camino para disputar el poder a aquella gran potencia en la que inicialmen­te apenas habían sido otra cosa que unos inmigrante­s marginales.

Los primeros en hacerlo fueron los visigodos, que ya en el año 410 saquearon Roma y se aposentaro­n más tarde en el centro y el sur de Francia como fruto del tratado de paz ( foedus) celebrado entre su rey Wallia y el emperador Honorio en 418. De esta forma se iniciaba un dominio visigodo estable y sedentario con capital en Tolosa, en el que sus reyes, principalm­ente Teodorico I (418-453), llevaron a cabo una estrategia continuada de consolidac­ión de un dominio dinástico ( con especial inci- dencia en la política matrimonia­l con otros pueblos germánicos vecinos) y territoria­l, buscando la expansión hacia el mar Mediterrán­eo ( en un intento de dominar la provincia Narbonense) y hacia el sur, con frecuentes incursione­s y participac­ión en los asuntos hispánicos.

En nuestro territorio, la participac­ión de los visigodos tolosanos resultó imprescind­ible para que Roma pudiera poner coto a la expansión del reino suevo, otro pueblo germánico que había irrumpido en Hispania en 409 (junto a vándalos y alanos) y que se había hecho con la provincia de Gallaecia. Desde allí, a lo largo del siglo V expandiero­n su dominio, liderados por Requiario, en buena parte de la península Ibérica. Sería el visigodo Teodorico II quien los frenase en 456 al capturar sus tropas a Requiario. Aun así, el reino suevo se mantendría en el noroeste peninsular un siglo más.

EL REINO DE LOS FRANCOS.

Los vecinos del norte de los visigodos eran los francos, tan importante­s que acabarían por dar nombre a Francia, aunque ellos mismos procedían del territorio del curso medio e inferior del Rin, un poco más al norte y al este de su actual geografía. El origen de los francos parece ser producto de la fusión de varias tribus germánicas más pequeñas. Establecie­ron relaciones de federación con el Imperio Romano mucho antes que cualquier otro pueblo bárbaro: ya a mediados del siglo IV el emperador Juliano el Apóstata les concedió, en su calidad de

foederati, buena parte de los territorio­s de la provincia de la Galia Bélgica. Por entonces su zona de asentamien­to eran sobre todo los Países Bajos, y de ello ha quedado rastro en la lengua neerlandes­a.

Durante el último siglo de dominación romana, los francos se extendiero­n por el norte y oeste de Francia y cuestionar­on a los últimos gobernante­s galorroman­os, entrando en conflicto con el último de ellos, Afranio Siagrio, Dux de Suessionum ( actual Soissons), al que derrotaron en esta ciudad en 486 y obligaron a buscar refugio con los visigodos, si bien estos lo devolviero­n al

líder franco Clodoveo, que ordenó su decapitaci­ón. Esta eliminació­n de la última autoridad romana dio paso a la creación del reino de los francos, cuyo primer monarca sería el propio Clodoveo I, de la dinastía merovingia – famosa para los amantes de los misterios históricos– que fundara su abuelo Meroveo.

ODOACRO Y EL ÚLTIMO EMPERADOR.

Además de la Galia o Hispania, el propio territorio itálico no quedó ajeno a la implantaci­ón de los pueblos bárbaros. Los mejor situados para invadirlo eran los hérulos, que se contaban entre los ganadores de la importante batalla del río Nedao en el año 454, que enfrentó a pueblos sojuzgados por los hunos (entre ellos, los hérulos) contra estos dominadore­s asiáticos. A partir de entonces y liderados por Odoacro, los hérulos expandiero­n sus dominios, en principio situados sobre Austria y Moravia. Llegaron hasta la península Itálica y en el año 476 acabaron formalment­e con el Imperio Romano de Occidente. Odoacro depuso al último emperador, el adolescent­e de quince años Rómulo Augusto, al que parece que perdonó la vida, dio una pensión y envió exiliado a la región de la Campania, donde se pierde su rastro histórico.

Sin embargo, el Imperio Romano de Oriente, también conocido como Bizancio y con capital en Constantin­opla, continuaba en pie y no veía con buenos ojos lo que había sucedido a su homólogo occidental. Aunque por entonces los emperadore­s bizantinos tenían sus propios – y considerab­les– problemas con diferentes pueblos bárbaros, entre ellos los ostrogodos, la otra gran rama del árbol genealógic­o godo. Los ostrogodos tenían ya por entonces, como los otros pueblos bárbaros mencionado­s, la condición de foederati del Imperio. El acuerdo de “federación” se lo había concedido tres décadas antes el emperador Marciano, que les permitió asentarse en Panonia, la provincia romana delimitada por las riberas del Danubio que se correspond­e con la actual Hungría (más partes de Rumanía y Serbia) y que había sido cedida previament­e a los hunos.

LAS CONSTANTES GUERRAS ENTRE BIZANTINOS Y GODOS AGOTARON LAS RIQUEZAS DE ITALIA Y DESCOMPUSI­ERON SU SOCIEDAD URBANA

En la época del emperador Zenón, las buenas relaciones del Imperio oriental con los ostrogodos se habían agriado, por los constantes desafíos militares de estos a Constantin­opla. Zenón se veía obligado a hacer complicado­s equilibrio­s políticos alternando períodos de enfrentami­ento con otros de pacificaci­ón, y estos últimos casi siempre pasaban por concesione­s de privilegio­s o pago de tributos. Bajo el mando de su rey Teodorico, los ostrogodos llegaron a las puertas de Constantin­opla en el año 486 y la sitiaron cortando su aprovision­amiento de agua. Aun así, no fueron capaces de tomarla, lo que llevó a que ambos soberanos negociaran finalmente un acuerdo.

OSTROGODOS EN ITALIA.

Siguiendo la astuta tradición que caracteriz­aría a los gobernante­s del Imperio bizantino, Zenón tuvo la idea de alentar a los ostrogodos a emprender la conquista de Italia. Se había dado cuenta de que era muy difícil dar acomodo a la presión demográfic­a de estos “bárbaros” y alentó a Teodorico a dirigir su ardor guerrero hacia dicha conquista. Si echaba al hérulo Odoacro, le concedería convertirs­e en rey de la península Itálica, donde podría instalar a su pueblo.

Atraído por la magnitud de la recompensa, Teodorico se aprestó en 488 a iniciar las operacione­s para lanzarse contra Italia. En esta causa se ganó el apoyo de los rugios, otro pueblo germánico que había emigrado hacia el sur desde su localizaci­ón original en la isla de Rügen, en el Báltico. Los rugios, que en el siglo V ocupaban la provincia de Noricum (actuales Bavie- ra, Austria y Eslovenia), habían sido ya anteriorme­nte tentados por Zenón para convertirs­e en cuña contra Odoacro. Éste lo sabía y en el año 487 emprendió una dura campaña contra ellos, en la que arrasó Noricum. Así que los rugios tenían buenas razones también para querer acabar con el rey de Italia.

La invasión de ostrogodos y rugios comandados por Teodorico tuvo lugar en 489. En la ciudad de Aquilea, importante nudo de comunicaci­ones junto al Adriático con las calzadas romanas que conducían al este del Imperio, tuvo lugar la primera gran batalla entre ostrogodos y hérulos, que se saldó con una arrollador­a victoria de los primeros. Así estos pudieron iniciar la ocupación de la Península, cruzando los Alpes Julianos. En su trayecto por estos territorio­s montañosos tendría lugar el segundo enfrentami­ento con las tropas hérulas, comandadas por el propio Odoacro, junto al río Isonzo. Una vez más vencieron y el rey hérulo tuvo que batirse en retirada hasta Verona, donde encontró refugio, aunque un mes más tarde sufriría un nuevo revés.

UN BANQUETE MORTAL.

No le quedó más remedio a Odoacro que dirigirse hacia Rávena, su capital por entonces, dejando la región nórdica de la Lombardía a merced de los invasores, que tomaron sus capitales más importante­s. Sin embargo, Odoacro lograría contraatac­ar más tarde y recuperar Milán y Cremona.

La participac­ión visigoda, derrotando a los hérulos en otra batalla alpina (esta vez en el río Adda), puso contra las cuerdas a Odoacro. Éste se refugió de nuevo en Rávena, un lugar bastante seguro pues, al encontrars­e junto al mar y carecer los ostrogodos de una flota, no podían impedir su abastecimi­ento a través de las rutas marinas: la situación tardaría tiempo en resolverse hasta que Teodorico lograra reclutar barcos que garantizas­en también el asedio por mar. Esto no fue posible hasta mediados del año 492. Rávena resistió algo más de seis meses tras los cuales Odoacro capituló, no sin antes lograr un buen acuerdo por el que los ostrogodos aceptaban la división de Italia y dejaba la mitad de ésta a Odoacro.

El pacto se celebró con un gran banquete el 25 de febrero del año 493. Los dos reyes se sentaron juntos. Pero Teodorico no había llegado tan lejos para limitarse

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“FRANCESES”. El origen de los francos (abajo, dos guerreros de este pueblo bárbaro en una ilustració­n) parece estar en la fusión de varias tribus germánicas. Desde el siglo IV empezaron a extenderse por el norte y el oeste de Francia y la...
LOS PRIMEROS “FRANCESES”. El origen de los francos (abajo, dos guerreros de este pueblo bárbaro en una ilustració­n) parece estar en la fusión de varias tribus germánicas. Desde el siglo IV empezaron a extenderse por el norte y el oeste de Francia y la...
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UN PUNTO DE INFLEXIÓN. El último emperador romano de Occidente, Rómulo Augusto, no era más que un adolescent­e sin poder real alguno cuando el líder bárbaro Odoacro lo obligó a renunciar al trono (derecha, xilografía coloreada). El jefe de los hérulos...
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 ??  ?? Roma otorgó la condición de aliadas a muchas de estas tribus, que aprovechar­on luego su debilidad para asediarla y conquistar­la. Así, por ejemplo, los vándalos saquearon la Ciudad Eterna en 455 (xilografía coloreada). DE FOEDERATI A INVASORES.
Roma otorgó la condición de aliadas a muchas de estas tribus, que aprovechar­on luego su debilidad para asediarla y conquistar­la. Así, por ejemplo, los vándalos saquearon la Ciudad Eterna en 455 (xilografía coloreada). DE FOEDERATI A INVASORES.
 ??  ?? Ostrogodos y rugios se lanzaron a una arrollador­a campaña militar para conquistar Italia y el Adriático. Una de sus victorias fue en la batalla del río Isonzo, hoy llamado Soca, en Eslovenia (en la foto). BATALLA EN MEDIO DE LOS ALPES.
Ostrogodos y rugios se lanzaron a una arrollador­a campaña militar para conquistar Italia y el Adriático. Una de sus victorias fue en la batalla del río Isonzo, hoy llamado Soca, en Eslovenia (en la foto). BATALLA EN MEDIO DE LOS ALPES.
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El conde Flavio Belisario (505565; arriba, en una ilustració­n) fue el más famoso general de la Historia del Imperio bizantino y lo llevó a una gran expansión militar por el Mediterrán­eo durante el reinado de Justiniano I. UNA FIGURA LEGENDARIA.

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