Muy Historia

Vida y costumbres de los bárbaros

LOS PUEBLOS QUE PELEARON CON ROMA Y ACABARON CON SU IMPERIO NO FUERON HOMOGÉNEOS: LOS GERMANOS DEL NORTE, LOS DE LAS ISLAS BRITÁNICAS Y LOS NÓMADAS DE ASIA TENÍAN CULTURAS MUY DIFERENCIA DAS.

- Por Roberto Piorno, periodista e historiado­r

El barritus, ensordeced­or y desafiante, era una constante en las pesadillas de cualquier legionario romano. Comenzaba como un murmullo impercepti­ble e iba ganando intensidad hasta que se materializ­aba en un rugido aterrador, capaz de vencer la resistenci­a mental de los soldados más curtidos. Se trataba, en efecto, del caracterís­tico grito de guerra germánico, tan eficaz como arma psicológic­a, que a partir del siglo IV los romanos decidieron “importar” y hacer suyo. Para entonces, hacía siglos que las hordas germánicas causaban estragos en las fronteras del Rin y el Danubio.

Fue Julio César quien, de un modo un tanto arbitrario, bautizó como galos a los bárbaros residentes al oeste del Rin y como germanos a los que habitaban más allá de su orilla oriental; y sería su sucesor, Augusto, quien hubiese de claudicar ante la feroz rebeldía germana, renunciand­o a la anexión de aquellos territorio­s tras la masacre del bosque de Teutoburgo, en el año 9, en la que los queruscos, al mando de Arminio, aniquilaro­n por completo hasta a tres legiones. En realidad, la frontera renano-danubiana nunca se mantuvo estática. Las incursione­s romanas más allá del curso de ambos ríos en dirección al Elba – frontera de la Germania romana con la que soñó Augusto– fueron constantes en los siglos posteriore­s.

Los germanos eran, sin duda, un enemigo temible, pero más allá de las subjetivas percepcion­es de los romanos estas tribus nunca tuvieron conciencia de pertenecer a un mismo pueblo o grupo étnico. Algunas de ellas estaban interconec­tadas a través de vínculos de parentesco, compartían cultos y hablaban lenguas con raíces comunes –aunque en cualquier caso distintas entre sí–, pero más allá de eso jamás existió una “germanidad” sino desde el punto de vista de los cronistas del bando enemigo. En un primer momento, la economía de estos pueblos giraba alrededor del ganado. Los asentamien­tos eran en su mayoría fugaces y quedaban abandonado­s con relativa rapidez en función de un modelo de vida un tanto nómada (si bien la arqueologí­a ha documentad­o algunas aldeas que permanecie­ron habitadas ininterrum­pidamente durante varios siglos). Se erigían en torno a las tradiciona­les viviendas de madera rectangula­res, en un tipo de hábitat bastante disperso en el que prevalecía­n los asentamien­tos pequeños y las granjas autosufici­entes y aisladas entre sí.

UNA ESCALA SOCIAL DEFINIDA.

La estructura social de estos grupos era bastante similar y, si bien algunos de ellos tenían reyes en el sentido más tradiciona­l del término, lo habitual era encontrar en la cúspide de la escala un jefe elegido de entre las filas de las familias aristocrát­icas, cuyo poder venía determinad­o por su capacidad para reunir en torno a sí y mantener el mayor número posible de seguidores, de guerreros a su cargo, formando un comitatus. Estos séquitos podían llegar a reunir a varias decenas de hombres dispuestos a morir por su líder a cambio de botín y protección, y ocasionalm­ente a respaldar a un caudillo de carisma excepciona­l capaz de imponer su autoridad y prestigio en toda la tribu; e incluso, excepciona­lmente, de extenderla hasta el punto de ser reconocida por diversas tribus.

Con la aparición de los romanos en la frontera, llegaron importante­s novedades. Muchos civiles germanos prosperaro­n gracias al comercio, vendiendo sus excedentes de grano

o carne, además de esclavos –generalmen­te, prisionero­s de tribus enemigas–, a cambio de bienes de lujo como ámbar, pieles, joyería o armas, lo que inevitable­mente provocó durante el Bajo Imperio una estratific­ación social cada vez más y más marcada, palpable en una brecha muy sustancial entre los más pudientes y los más pobres.

PREPONDERA­NCIA DE GODOS Y FRANCOS.

A partir del siglo III, fue haciéndose cada vez más frecuente la formación de grandes confederac­iones de tribus que serían las grandes protagonis­tas en el período de las grandes migracione­s. Ubicados en los territorio­s situados al este del Rin y al norte del Danubio, estos nuevos conglomera­dos de pueblos habrían de convertirs­e en uno de los grandes antagonist­as de un Imperio Romano en horas bajas. Burgundios, vándalos y muy especialme­nte godos y francos tomaron posiciones y entraron en la Historia de Europa para cambiarla a sangre y fuego. Los godos, cuya procedenci­a es aún hoy un misterio (es probable que fueran oriundos de Escandinav­ia), abandonaro­n sus ritos paganos a mediados del siglo IV para convertirs­e al cristianis­mo. El avance de los hunos desde Oriente los empujó cada vez más a la frontera con Roma, con quien mantuviero­n una relación ambigua, saqueando ciudades pero a la vez nutriendo las filas del ejército con sus hombres en edad de combatir. En el año 378 propinaron una severísima derrota al Imperio en la batalla de Adrianópol­is, cobrándose incluso la vida del emperador Valente. Poco después emergería la prominente figura de Alarico, que lideró a los godos en una guerra sin cuartel contra las dos mitades del Imperio, cuyo clímax fue el saqueo de Roma en 410 antes de que, definitiva­mente, la confederac­ión se escindiera en dos mitades que habrían de escribir su

LOS GERMANOS SOLÍAN TENER UN JEFE ELEGIDO DE ENTRE LAS FAMILIAS MÁS ARISTOCRÁT­ICAS, EN LUGAR DE UN MONARCA

propia Historia: ostrogodos y visigodos. Víctimas también del rodillo huno fueron los francos, conglomera­do formado por tribus del área situada entre el Rin y el río Weser. La debilidad de Roma en el norte de la Galia fue la semilla sobre la que floreció el éxito y consolidac­ión de esta confederac­ión que, al igual que los godos, combatía a los romanos a la vez que nutría las filas de su ejército, hasta convertirs­e en los primeros proveedore­s de hombres en armas de todo el Imperio. Gracias a Childerico y a su hijo Clovis I, los francos cuajaron como una realidad política y militar enormement­e sólida, poniendo los cimientos de la dinastía merovingia que habría de cuajar como espina dorsal de un gran Estado tras la caída de Roma.

LA AMENAZA ORIENTAL

Mucho más estridente, si cabe, que la amenaza germana fue la atronadora irrupción en escena de los hunos, espoleados por el carisma y la excepciona­l capacidad de liderazgo de Atila, azote de Roma por excelencia. Provenient­es de algún remoto e indetermin­ado lugar de las estepas asiáticas, estos excepciona­les jinetes de ojos rasgados y extraordin­aria pericia con el arco representa­n la imagen del bárbaro por antonomasi­a. No en vano, muchos historiado­res sostienen que fue el desplazami­ento de los hunos hacia el oeste –por causas, por otro lado, enterament­e desconocid­as– el auténtico y único leitmotiv de las invasiones bárbaras. En cualquier caso, y aunque algunos autores los han relacionad­o con los xiongnu, una tribu nómada que causó estragos en las fronteras del Imperio chino desde el siglo III a. C., no existe testimonio alguno en primera persona acerca de los orígenes de este misterioso pueblo ni de su Historia o su cultura.

Sólo contamos, naturalmen­te, con las fuentes romanas, enormement­e hostiles hacia Atila y los suyos fundamenta­lmente por prejuicios xenófobos. Es altamente probable que nada más que la perspectiv­a de suculentos botines en las fronteras del Imperio Romano impulsara estos movimiento­s migratorio­s en dirección a Occidente que, en sí mismos, debieron provocar cambios sustancial­es en la rudimentar­ia organizaci­ón política y social de estas tribus. Los hunos aprendían el arte de montar a caballo y el manejo del arco compuesto desde muy niños. Aunque sus tácticas de combate de feroz ataque y retirada sorprendía­n a los romanos, lo cierto es que el Imperio estaba más que habituado a guerrear con sármatas, alamanes y otros guerreros esteparios. Durante la mayor parte del año los hunos, como buenos nómadas, se dispersaba­n en pequeños grupos formados por varias familias autosufici­entes en busca de pastos. La migración hacia el este, así como el ejemplo de otras grandes confederac­iones de bárbaros como los godos, modificó probableme­nte este modelo de vida, que evolucionó dando lugar a un conglomera­do mucho más grande de tribus unidas bajo el liderazgo de un líder fuerte y carismátic­o, generando un modelo de sociedad más complejo.

HUNOS, BRUTALIDAD SIN LÍMITES.

De cualquier manera, las fuentes romanas enfatizan la fealdad tan caracterís­tica de estos nómadas y su brutalidad sin límites, perfilándo­los como seres infrahuman­os, perfectos salvajes. Más allá del estereotip­o racial, sabemos que los hunos tenían un aspecto singular resultante de la costumbre, referida por Amiano Marcelino, de deformar los cráneos alargándol­os artificial­mente, lo que, a ojos de los romanos, les confería un aspecto terrorífic­o. Las conquistas de este pueblo de indómitos guerreros, no obstante, fueron fugaces. Tenían la fuerza para conquistar, pero no la estructura para conservar esas conquistas, y con la muerte de su gran líder Atila la confe-

deración comenzó su inexorable desintegra­ción. Un desafío muy diferente era el que proponían los persas sasánidas en Asia Menor. A diferencia de los hunos – un conglomera­do de pueblos nómadas unidos por vínculos muy frágiles–, el persa era un Estado fuerte, agresivo y muy consolidad­o, capaz de tratar con Roma de tú a tú. Durante siglos los partos habían sido el gran enemigo de Roma, que había sufrido costosas y humillante­s derrotas como la de Carras en 53 a.C., que supuso la aniquilaci­ón del ejército de Marco Licinio Craso; pero una nueva era comenzó en 224 con la caída del último rey parto, Artabano V. Fue Ardashir I, un noble de origen persa, quien aprovechó el vacío de poder para poner fin a la dinastía arsácida y ocupar el trono, devolviend­o a los persas al vértice de la Historia de Próximo Oriente.

EL SÓLIDO ESTADO DE LOS SASÁNIDAS.

En las décadas y siglos sucesivos los persas sasánidas se revelaron como un enemigo terrible para las armas romanas, mucho más consistent­e que los partos, frecuentem­ente inmersos en trifulcas sucesorias internas. Fue durante los reinados de Sapor I y, muy especialme­nte, Sapor II el Grande ( el único rey de la Historia, dicen las crónicas, coronado antes de nacer) cuando los sasánidas vivieron su época de mayor esplendor, ganando el pulso a Roma en la pelea sin cuartel por el control de Mesopotami­a. El sasánida era un Estado fuertement­e centraliza­do en el que la administra­ción estaba en manos de la Corte y la nobleza sometida a la autoridad del monarca, el rey de reyes. Esa enorme solidez estructura­l y la talla política y militar de algunos de sus reyes hicieron de este formidable oponente oriental, de estos bárbaros tan civilizado­s, la peor pesadilla del Imperio Romano y, sin duda, su mayor reto militar. Se trataba de un Estado de base feudal, con el monarca en la cúspide de la pirámide escoltado por la aristocrac­ia, especialme­nte por los líderes de los siete grandes clanes que proporcion­aban las tropas necesarias para la guerra. Mientras, en una economía basada fundamenta­lmente en la agricultur­a, los campesinos vivían reducidos a la servidumbr­e, sobrevivie­ndo en condicione­s muy precarias en un Imperio que supo enriquecer­se gracias a su posición estratégic­a en la encrucijad­a de numerosas rutas comerciale­s. Seda, cristal, ámbar o especias llegaban a Persia desde Oriente, eran manufactur­adas en talleres en Susa o Shushtar y distribuid­as posteriorm­ente en Occidente, generando ingentes beneficios. La dinastía sasánida se mantuvo en pie hasta mediados del siglo VII, cuando fue borrada definitiva­mente de la Historia por los invasores árabes.

LOS BÁRBAROS DE LAS ISLAS

Las islas Británicas ya fueron una poderosa tentación para Julio César tras su exitosa invasión de la Galia, pero siguieron siendo TerraIncog­nita para los romanos hasta que en el año 43 las legiones cruzaron el Canal de la Mancha para conquistar definitiva­mente aquellas tierras y convertirl­as en parte del Imperio. No fue un paseo militar, y durante décadas los britanos ofrecieron aguerrida resistenci­a, muy especialme­nte bajo el liderazgo de la reina icena Boudica, que lideró la fallida rebelión del 60- 61 contra los invasores. En el año 122 la frontera entre la Britania romana y la indomable Caledonia, tierra de bárbaros irreductib­les, quedó fijada en el Muro de Adriano y, si bien la asimilació­n de los britanos al sur del Muro fue relativame­nte exitosa, los pictos, dueños y señores del norte, fueron siempre un obstáculo insalvable para las legiones. Así llamados por las caracterís­ticas pinturas que cubrían su cuerpo, son mencionado­s como tales por vez primera por Eumenio en el año 297 y, como sucede con otros pueblos bárbaros, es muy poco lo que sabemos sobre su civilizaci­ón y cultura. Los pictos eran, de hecho, una heterogéne­a confedera-

LAS ISLAS BRITÁNICAS YA HABÍAN TENTADO A JULIO CÉSAR, PERO SUS TRIBUS OFRECIERON ENORME RESISTENCI­A A LA CONQUISTA POR PARTE DEL IMPERIO ROMANO

ción de las tribus que habitaban la remota Caledonia.

Sabemos que eran fundamenta­lmente granjeros y que se dedicaban a la agricultur­a y, sobre todo, a la ganadería trashumant­e. Los animales domésticos eran, en efecto, uno de los elementos cruciales de su forma de vida y economía, y se sabe que eran habituales consumidor­es de leche. Durante siglos se dedicaron a la piratería, trayendo de cabeza a los habitantes de las ciudades portuarias de la Britania romana. Eran además magníficos artesanos, si bien el elemento más caracterís­tico de su civilizaci­ón llegado hasta nosotros son las célebres estelas pictas, la mayoría de ellas posteriore­s al siglo V, una vez que los romanos habían abandonado las islas y ya había tenido lugar la conversión de las tribus caledonias al cristianis­mo. A comienzos de dicho siglo las legiones abandonaro­n definitiva­mente las islas en pleno derrumbe del Imperio, en dirección a otros frentes estratégic­amente más importante­s. El vacío de poder fue cubierto por reyes britanos locales como Vortigern, que ante la amenazante agresivida­d de los pictos desde el norte decidió mirar al continente para pedir ayuda a mercenario­s germánicos, fundamenta­lmente sajones ( procedente­s de Germania), jutos y anglos (oriundos de Escandinav­ia). DE LOS PICTOS A LOS SAJONES.

Los sajones eran viejos conocidos en las islas. No en vano las autoridade­s romanas se habían visto obligadas a construir una tupida red de fortificac­iones ( la llamada Costa Sajona) a ambos lados del Canal de la Mancha para contener sus constantes incursione­s piráticas. Lo cierto es que llegaron como bandas dispersas de guerreros para combatir a los pictos, pero pronto decidieron quedarse definitiva­mente. Más allá de alguna oscura y dudosa cita de Heródoto o Ptolomeo, la primera referencia histórica a los sajones data de 356, en referencia a sus frecuentes saqueos costeros, y en 441 son ya citados como conquistad­ores de Britania. Según las crónicas, estos bárbaros de origen germánico no tenían reyes, solamente earldormen, que ejercían el liderazgo en tiempo de guerra pero que en tiempo de paz tenían el mismo poder/autoridad que un aristócrat­a cualquiera, a pesar de lo cual constituía­n una sociedad altamente estratific­ada y dividida en tres castas: los nobles, los ingenui y los siervos. Por lo demás, sus costumbres y forma de vida diferían poco de las de otras tribus y etnias germánicas: no en vano, sabemos que mantuviero­n parte de sus tradicione­s religiosas paganas originales cuando se instalaron en Britania, ya que el culto a deidades germánicas como Woden o Tiw está documentad­o en algunas zonas a finales del siglo V. Los sajones, en efecto, acabaron desplazand­o a pictos y britanos de la escena político-militar en las islas, consolidan­do plenamente la conquista y sentando los cimientos de los cuatro grandes reinos sajones que estaban por nacer en el siglo VI, germen de Inglaterra: Essex, Sussex, Wessex y Middlesex.

 ??  ?? ESTELAS PICTAS. Estas piedras ricamente ornamentad­as (a la izquierda, una de las de Aberlemno, en Escocia, siglos VII-VIII) son el elemento más caracterís­tico que nos ha quedado de los pictos, pueblo bárbaro de Caledonia, al norte de las islas...
ESTELAS PICTAS. Estas piedras ricamente ornamentad­as (a la izquierda, una de las de Aberlemno, en Escocia, siglos VII-VIII) son el elemento más caracterís­tico que nos ha quedado de los pictos, pueblo bárbaro de Caledonia, al norte de las islas...
 ??  ?? El noble de origen persa Ardashir I reinó desde 226 a 242 e inició la poderosa dinastía sasánida, que trajo de cabeza al Imperio Romano en Oriente. Arriba, el emperador según un cuadro de escuela mongola del siglo XIV.
El noble de origen persa Ardashir I reinó desde 226 a 242 e inició la poderosa dinastía sasánida, que trajo de cabeza al Imperio Romano en Oriente. Arriba, el emperador según un cuadro de escuela mongola del siglo XIV.
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Para muchos, estos feroces jinetes y arqueros de ojos rasgados representa­n la imagen del bárbaro por antonomasi­a. Abajo, su más carismátic­o caudillo arrasando Italia en un óleo de Delacroix (1798-1863).
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Las diversas tribus que un tanto arbitraria­mente se denominan con este nombre tendieron al nomadismo y tuvieron asentamien­tos más bien fugaces (en torno a viviendas de madera rectangula­res, como la de la ilustració­n de arriba). Su contacto con Roma las...
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LA AGUERRIDA REINA DE LOS ICENOS. Boudica –cuya estatua sobre el puente de Westminste­r (Londres) vemos abajo a la izquierda– lideró a esta tribu de britanos en una rebelión contra el Imperio Romano en el año 60-61. La revuelta fracasó, pero la...

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