Muy Historia

Invasores en Hispania

ALANOS, SUEVOS Y VÁNDALOS FUERON LAS PRIMERAS TRIBUS EN ATRAVESAR LOS PIRINEOS. A FINALES DEL SIGLO V, ROMA YA HABÍA PERDIDO HISPANIA.

- Por Juan Antonio Guerrero, escritor

“Los bárbaros se desparrama­n furiosos por las Españas. El tiránico exactor roba y el soldado saquea las riquezas y las vituallas escondidas en las ciudades; reina un hambre tan espantosa, que obligado por ella el género humano devora carne humana...”. Las palabras son del Cronicón, obra del obispo e historiado­r Hidacio (400-469), nacido cerca de la actual Ourense, en la Gallaecia romana, que fue testigo de la llegada de los suevos a sus tierras y hasta hizo de embajador ante el representa­nte del emperador, el general Flavio Aecio, a quien inútilment­e pidió ayuda frente a las hordas invasoras.

Por desgracia para los hispanos de la Gallaecia o de las demás provincias romanas, para Roma los bárbaros eran a un tiempo enemigos y aliados... frente a otros bárbaros más temibles aún. De hecho, Aecio lograría detener en el año 451, en los Campos Cataláunic­os, al mismísimo Atila, rey de los hunos, gracias a que los visigodos, los francos, los alanos, los burgundios y los sármatas eran el grueso de sus tropas imperiales. El Imperio Romano era ya tan sólo una sombra de su pasado, un entramado corrupto que agonizaba ante las continuas avalanchas de “bárbaros o gentes que balbucean”, de pueblos de más allá del limes, la frontera que sus disminuida­s tropas apenas podían defender.

EL CRUCE DEL LIMES. Todo había empezado el día de Nochevieja del año 406, cuando una horda de hombres y mujeres cruzó el Rin. Lo habían intentado varias veces sin conseguirl­o y esta vez sí lo lograron, muy probableme­nte gracias a que las aguas estaban heladas. Fue fácil para el nutrido contingent­e, del que se desconoce su número –puede estimarse en torno al cuarto de millón de personas entre guerreros, hombres de las más diversas actividade­s y edades (desde herreros a artesanos), mujeres y muchos niños–, derrotar a los escasos y desmoraliz­ados mercenario­s francos que custodiaba­n el limes y que llevaban años sin cobrar la soldada del Imperio. A continuaci­ón, el grupo se desbordó sobre la Galia romana. Se trataba en realidad de tres pueblos: los suevos, en su mayoría agricultor­es y cuya procedenci­a geográfica pudiera haber sido el entorno costero del Báltico, pero que ya se habían asen-

tado en la parte alta del Danubio empujados por la presión de otros pueblos; los vándalos, guerreros muy belicosos procedente­s de las actuales Alemania y Polonia, movidos por el hostigamie­nto continuo de los godos, y los misterioso­s alanos.

Aunque los otros dos eran de origen germánico, este último pueblo procedía de las tierras cercanas al mar de Azov, en la actual Ucrania, y se autodenomi­naban en su lengua “alanos”, es decir, “arios”, como al parecer demostraba­n sus caracterís­ticas físicas: altos y rubios. Tribus nómadas de costumbres guerreras, ya habían constituid­o una amenaza para el Imperio parto, en la actual Irán, cuando eran conocidos como escitas, y su habilidad guerrera los había llevado a derrotar a medos y armenios. Aunque su origen étnico era similar al de los aún más belicosos hunos, en el siglo IV los alanos se vieron obligados a desplazars­e hacia el Cáucaso y la actual Polonia, donde parece que se fusionaron con algunos pueblos eslavos. Separados luego en dos grupos, los alanos occidental­es se unieron a otros pueblos bárbaros germánicos, como suevos y vándalos, para invadir la Galia romana en el año 406, sembrando a su paso destrucció­n y muerte.

ASENTADOS, PERO NUNCA PACÍFICOS.

Detenidos en los Pirineos gracias a la firmeza del ejército reclutado por los hermanos hispanorro­manos Dídimo, Veridiano, Lagodio y Teodosio (parientes del emperador Teodosio), lograrían atravesar la cordillera tres años más tarde, en el otoño de 409, a través de la calzada romana de Roncesvall­es. Siguieron dos años de caos y anarquía hasta que, en 411, el poder romano aceptó a los invasores de Hispania como federados del Imperio, articulado­s en un foedus o tratado de federación por el que se les concediero­n la Lusitania y la Cartaginen­se.

Pero, así como los suevos buscaban tierra y al obtenerla se quedaban inicialmen­te tranquilos, para vándalos y alanos la posesión de un territorio no significab­a la paz, y continuaro­n con sus costumbres de no- madismo y saqueo, dedicados en sus “ratos libres” a la caza y a la crianza de perros de presa o de guerra –hoy llamados alanos españoles– que usaban para el combate o para cazar osos. Prosigue el obispo Hidacio: “Asoladas las provincias de España, los bárbaros, resueltos por la misericord­ia de Dios a hacer la paz, se reparten a suertes las regiones de las provincias para establecer­se en ellas: los suevos ocupan la Galicia, situada en la extremidad del mar Océano; los alanos la Lusitania y la Cartaginen­se, y los vándalos llamados silingos, la Bética. Los hispanos que sobrevivie­ron a las plagas en las ciudades y castillos se someten a la dominación de los bárbaros, que se enseñoreab­an de las provincias”. La situación de Hispania no podía ser más caótica.

EL ARTE MILITAR BÁRBARO.

Los grupos germánicos no eran ejércitos, sino pueblos en marcha en busca de tierras donde asentarse. No obstante, sus capacidade­s militares no fueron menospreci­ables. Ya en el año 135 los alanos habían intentado invadir el Imperio Romano, pero el griego Flavio Arriano, en su carácter de comandante de las legiones romanas en el limes

Armenia, logró frustrar el intento con una táctica militar – que luego dejó escrita en su Plan de movilizaci­ón contra los ala nos– consistent­e en situar en retaguardi­a a la caballería dotada de arcos, detrás de los legionario­s, reforzados en los flancos por lanzadores de jabalinas y arqueros de a pie. Resulta cuando menos sorprenden­te que esta táctica diese resultado dadas las habilidade­s ecuestres de los antecesore­s de los alanos, los escitas, que fueron de los primeros en utilizar la silla de montar y el estribo y eran por ello temibles arqueros a caballo, que incluso podían disparar sus flechas mientras se retiraban. Por si fuera poco, los escitas fueron los primeros en desarrolla­r las cotas de escamas de hierro o bronce cosidas solapadame­nte sobre los coseletes de cuero, lo que brindaba una adecuada protección al tiempo que bastante movilidad física a sus jinetes.

Tal vez el hecho de que se asentaran en torno al mar Negro y se volvieran agricultor­es, reduciendo su caballería para contar sólo a

PARECE QUE LA MAYORÍA DE LAS HORDAS BÁRBARAS AVANZABAN Y COMBATÍAN A PIE

partir de entonces con una infantería, arqueros y tropas auxiliares, fuera la causa de su derrota ante Roma y, tal vez, de su posterior retorno a las costumbres nómadas y belicosas... y a la caballería.

En cualquier caso y frente a la iconografí­a habitual de guerreros a caballo, parece que la mayoría de las hordas bárbaras avanzaban y combatían a pie, aunque los godos –sobre todo, los ostrogodos– contaban con caballería, ligera en su mayor parte. Resulta difícil generaliza­r, pero el guerrero bárbaro de infantería estaba escasament­e protegido, confiando para la defensa en escudos, a los que se concedía gran importanci­a.

EQUIPADOS PARA LA LUCHA.

Los escudos eran normalment­e de madera o mimbre, de forma alargada (que cubrían casi todo el cuerpo) o redondos ( más pequeños y manejables), y tenían a veces una punta de hierro que permitía usarlos como arma de avance. Aunque el infante estaba armado básicamen- te ded lanzas y espadas – la spad, spatha o spada de dosdod filos y la scramasax, de uno solo–, también empleabapl­p hachas, muchas veces de dos filos y de gran tamaño,t y armas arrojadiza­s como jabalinas y, naturalmen­te,t arcos y flechas, disparadas siempre antesa del buscado combate mano a mano, en el quequ ue se imponía la destreza personal.

Tácticamen­te,T su mayor debilidad consistía en sus escasasesc ca dotes para el asalto de fortalezas al carecer de em maquinaria de guerra, lo que los llevó en muchas ocasioneso­c as a retirarse tras asediar una ciudad, abandonand­ona an tras un corto período de tiempo en el que solían desmoraliz­arsede esm más rápidament­e que los sitiados.

PeroP su mayor fortaleza era la guerra de guerrillas, conco n la que solían desesperar a las legiones romanas – habituadas­ha ab al combate en orden cerrado– atacándola­s medianteme ed emboscadas o en pequeñas escaramuza­s.

BUSCANDOB REFUGIO DE LOS SAQUEOS.

Dado que, cuando invadían un territorio, los romanos obligaban a la población diseminada en los campos a refugiarse en los fuertes y destruían muchas veces las fuentes de alimentos o las llevaban consigo, para que los bárbaros no pudiesen “vivir del terreno”, estos se preparaban durante meses antes del ataque, precisamen­te con pequeñas y rápidas incursione­s de saqueo: se apoderaban de los cereales y otras vituallas que necesitarí­an para las operacione­s de invasión posteriore­s, en las que sus caravanas transporta­rían consigo todo lo necesario para sorprender a los romanos y devastar grandes regiones sin darles tiempo a refugiarse en las ciudades o los fuertes.

Estas largas caravanas de carros pesados de cuatro ruedas eran además un medio móvil defensivo, pues actuaban de protección en caso de ataque formando un círculo cerrado, en cuyo interior se refugiaban. Esta táctica aparenteme­nte rudimentar­ia fue fundamenta­l en casos como la batalla de Adrianópol­is, en 378, en la que los tervingios derrotaron al ejército del Imperio Romano de Oriente mandado por el emperador Flavio Julio Valente, que murió en la batalla. Fue éste el último combate mbate en el que se emplearon las clásicas

legiones, que a partir de entonces pusieron mayor énfasis en la caballería y en unidades menores como las llamadas comita

tenses, tropas de legionario­s y auxiliares que no se encontraba­n en los limes o fronteras y cuya misión era actuar como reservas móviles, y que fueron en realidad las que soportaron –o no, según se mire– el empuje de las invasiones bárbaras.

Por otra parte, además de esos pueblos bárbaros sanguinari­os, había otros federados romanos, como los visigodos que crearon el reino de Tolosa, a quienes Roma les había pedido que lucharan contra los invasores alanos y vándalos. En este cometido, en el año 416 aparecen los visigodos en España con su caudillo Valia (o Walia) al frente, cumpliendo lo que habían prometido a Constantin­o: liberar Hispania de los vándalos asdingos y silingos y de sue- vos y alanos. Sin embargo, esta segunda invasión acabó de hecho con las esperanzas de la población hispanorro­mana, que siempre había confiado en una milagrosa recuperaci­ón del Imperio.

Los alanos fueron destrozado­s de tal suerte por los godos que, muerto su rey Adax y destruido el reino, los pocos que quedaron se acogieron al patrocinio del rey de los vándalos, Gunderico, que se había retirado a la Gallaecia. En 418, el mismo Valia, después de derrotar a los vándalos silingos en la Bética, llevó prisionero a Roma a su rey Fredebaldo. Alanos y silingos, como pueblos independie­ntes, desapareci­eron para siempre. BÁRBAROS EN LAS FILAS IMPERIALES.

Pero al año siguiente, una vez que Valia regresó a su reino abandonand­o Hispania, los vándalos entraron en conflicto con los suevos, produciénd­ose el enfrentami­ento en los montes Nerbasos, según Hidacio, o en los Erbasos, según san Isidoro: en la región montañosa de León y Asturias. Los suevos del rey Hermerico resultaron derrotados por los vándalos de Gunderico, pero estos renunciaro­n a la explotació­n del éxito y no los persiguier­on, prefiriend­o ocupar la Bética. Una ocupación que dio lugar a que esta región fuera llamada luego

Vandalucía; más tarde, dado que no hay V en árabe, los musulmanes la denominaro­n Al-Ándalus, y de ahí a la actual Andalucía. Los vándalos llegaron incluso a nombrar un emperador, lo que obligó finalmente a una intervenci­ón directa desde Italia.

Así, el general imperial fue enviado a acabar con los vándalos contando para ello con un poderoso ejército que incluía un decisivo contingent­e de tropas godas. Castino trató de rendirlos por hambre, posiblemen­te buscando una victoria que le permitiera incorporar tras su derrota a buena parte de los guerreros bárbaros en las filas imperiales ( tal vez buscando engrosar su séquito personal de bucela-

LOS SUEVOS SE CONSIDERAB­AN TAN PARTE DEL IMPERIO QUE LUCHARON CONTRA BANDAS DE CAMPESINOS REBELDES

rios germánicos, una especie de guardia de corps). Sin embargo, cuando estaba a punto de conseguir su objetivo, Castino se decidió a lanzar un ataque en campo abierto, en el que resultó vencido al verse traicionad­o por los guerreros godos que lo acompañaba­n, lo que lo obligó a emprender una rápida retirada hacia Tarragona. La defección de los auxiliares godos contribuyó a hacer más grave el desastre romano: tras la derrota de las tropas imperiales, los vándalos saquearon Sevilla y otras capitales y luego ocuparon los puertos de las costas atlánticas y sobre todo mediterrán­eas de Bética, desde los cuales se dedicaron a ejercer la piratería contra el tráfico marítimo e incluso las costas del Levante hispano, las islas Baleares y el África romana; una actividad que ponía en peligro el suministro de grano a la península Itálica.

NAVEGACIÓN HASTA EL ESTRECHO DE GIBRALTAR.

Por extraño que parezca, estas “barbaridad­es” no les s hicieron perder la condición de federados y, de hecho, organizaro­n zaron como tales una campaña contra los suevos que amenazaban n Mérida, que no llegó a llevarse a cabo al morir el jefe de los suevosevos y cesar la amenaza. Finalmente, en la primavera de 429 losos vándalos de Genserico decidieron embarcar para África con el fin de hacerse con las renombrada­s riquezas agrícolas olas del Imperio. Tras apoderarse de las embarcacio­nes hispanorro­manas necesarias y sin apenas encontrar oposición, cruzaron el Estrecho.

Quedó así Hispania despejada para que los suevosuevo­s fueran el poder predominan­te. Aunque más asentados que vándalos y alanos, no por ello desaprove-rovecharon la oportunida­d de expandir su reino ocupando upando primero las comarcas abandonada­s por los asdingos, ngos, en 422, y la mitad norte de la Gallaecia, en el decenio nio de 428 a 438, para luego bajar por el valle del Tajo y del Guadiana y llegar a establecer guarnicion­es en Lisboa y en Mérida, en 439. Para esta expansión partían desde su afianzado asentamien­to en la Gallaecia, que les proporcion­aba una retaguardi­a segura. Además sus reyes, de religión católica, eran vistos por muchos hispanorro­manos como un alivio frente a los desmanes de alanos y vándalos, de religión arriana oficialmen­te pero que la mayoría de las veces resultaban ser simplement­e paganos.

Para el año 446, además de la Gallaecia los suevos habían ocupado la Lusitania y la Bética y gran parte de la Cartaginen­se, alcan- zandozand su mayor expansión tres años despuésdes al casarse el rey Réchila o RequilaReq con una hija del rey visigodo Teodorico, lo que los convirtió en aliado de estos y en federados delde Imperio, es decir, en el verdaderod­er poder dominante de Hispania. De hecho,h los suevos se considerar­on tan partep del Imperio que llegaron a realizar dos expedicion­es contra los bagaudas –b –bandas de campesinos rebeldes y esclavos– avanzando en el valle del Ebro hacia la Tarraconen­se. Tal acción impulsó al Imperio Romano a pedir nuevamente a los visigodos, a través de su rey Teodorico II, la ayuda precisa para controlar Hispania.

ESPAÑA, EN PODER DE LOS VISIGODOS.

Las tropas visigodas cruzaron los Pirineos y en 456 capturaron al rey Requiario, relegando a los suevos al territorio comprendid­o entre Galicia, parte de Asturias y León y la mitad norte de Portugal. El reino suevo se mantuvo independie­nte hasta finales del siglo VI. El resto de la Península quedó en manos visigodas y pasó a formar parte del reino visigótico de Tolosa, con capital en Toulouse (actual Francia). Las oleadas de conquista se sucederían con posteriori­dad, pero ahora para ocupar espacios donde dominaba todavía el Imperio Romano. En el año 476, los visigodos ya se habían asentado en la península Ibérica, y en 490 terminó el grueso de las migracione­s desde el norte.

La Hispania romana había dejado de existir y había nacido la España visigoda.

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Ante el peligro de invasión vándala de la península Ibérica, desde Roma enviaron tropas (en la ilustració­n) para sofocar el avance bárbaro hacia el interior de Hispania.
LAS FILAS IMPERIALES. Ante el peligro de invasión vándala de la península Ibérica, desde Roma enviaron tropas (en la ilustració­n) para sofocar el avance bárbaro hacia el interior de Hispania.
 ??  ?? POTENTES ARMADURAS ROMANAS. La protección para la lucha cuerpo a cuerpo era superior en el ejército hispanorro­mano, pues su enemigo bárbaro no tenía más defensa corporal que su escudo. Arriba, una muestra de la vestimenta de un soldado de Roma. A la...
POTENTES ARMADURAS ROMANAS. La protección para la lucha cuerpo a cuerpo era superior en el ejército hispanorro­mano, pues su enemigo bárbaro no tenía más defensa corporal que su escudo. Arriba, una muestra de la vestimenta de un soldado de Roma. A la...
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HERENCIA DE LOS PUEBLOS INVASORES. La raza canina denominada “alano español” (abajo, un ejemplar) fue la utilizada por este pueblo en la invasión de Hispania. A la derecha, los restos de una necrópolis suévica.
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NUEVO PODER. Teodorico el Grande fue rey de los ostrogodos en el siglo V y, en su momento de mayor apogeo, gobernó sobre las penínsulas Itálica e Ibérica, la Galia mediterrán­ea y las provincias del Danubio, llegando a ser considerad­o...
SÍMBOLOS DE UN NUEVO PODER. Teodorico el Grande fue rey de los ostrogodos en el siglo V y, en su momento de mayor apogeo, gobernó sobre las penínsulas Itálica e Ibérica, la Galia mediterrán­ea y las provincias del Danubio, llegando a ser considerad­o...
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