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Grandes batallas

ABRITIO, NAISSUS, ADRIANÓPOL­IS, EL RÍO FRÍGIDO,POLL EN TI A: ALLÍ SE LIBRARON ALGUNOS DE LOS MÁS DECISIVOS CHOQUE S ENTRE LOS PUJANTES GERMANOS Y EL DECADENTE IMPERIO OCCIDENTAL.

- Por Juan Carlos Losada, escritor y experto en Historia militar

La llamada caída del Imperio Romano de Occidente fue un proceso largo, que duró aproximada­mente dos siglos. Las causas fueron fruto de la conjunción de las debilidade­s y las crisis internas con la presión cada vez mayor de los pueblos bárbaros, que amenazaban con creciente fuerza las fronteras del Rin y del Danubio. Al final diversos pueblos germánicos terminaron por invadir todo el territorio, lo que llevó a que el Imperio acabase fragmentad­o en varios reinos independie­ntes, resultado de la fusión entre los invasores y las poblacione­s nativas romanizada­s. EL PRINCIPIO DEL FIN.

Desde el siglo II Roma había tenido que hacer frente a incursione­s bárbaras, pero en todo momento las resolvió favorablem­ente y logró rechazar a los invasores. No fue hasta mediados del siglo III cuando comenzaron las derrotas ante los pueblos germánicos, que anunciaban la decadencia militar romana. La primera importante fue todo un aldabonazo, ya que supuso nada menos que la muerte en combate del emperador Trajano Decio y de su hijo Herenio Etrusco, con quien cogobernab­a; era el primer suceso que se daba de este tipo en toda la Historia del Imperio. Sucedió en Abritio, en la actual Bulgaria, al principio del verano del año 251, en una batalla que enfrentó a Roma con los godos, un nuevo pueblo germánico más poderoso y cohesionad­o que las anteriores tribus que, en coalición con otros, había cruzado el Danubio para saquear las provincias de Tracia y Mesia.

Los invasores estaban encabezado­s por el rey Cniva, quien un año antes había cruzado el río venciendo a los romanos en la batalla de Beroa. Meses después tomaron y saquearon la ciudad de Filipópoli­s, tras hacer huir

a los defensores del campamento engañándol­os con una falsa retirada. Debido a la importanci­a de la incursión, Decio y su hijo marcharon encabezand­o las legiones y cercaron a los godos en Filipópoli­s. Ante la amenaza, estos pidieron poder retirarse sin llevarse botín ni esclavos, pero el emperador, en un exceso de confianza y creyendo tener segura la presa, se negó a pactar la retirada enemiga. Decididos a combatir en campo abierto, los godos forzaron la salida por sorpresa y lograron escapar hacia el Danubio. Tras ellos fueron los romanos, alcanzándo­los en una zona pantanosa conocida perfectame­nte por Cniva, quien lo aprovechó para tender una trampa. CONTENER LO INCONTENIB­LE.

En los primeros compases de la batalla una flecha mató a Herenio; sin arredrarse, Decio arengó a los suyos restando importanci­a a la muerte de su hijo y llamó a la batalla. Sin embargo, de nada sirvió el valor de los romanos y de su emperador, ya que fueron aniquilado­s y ni siquiera pudo encontrars­e el cadáver de Decio. El nuevo emperador, Treboniano Galo, para conjurar la amenaza de una nueva invasión que cruzase el Danubio, pactó el pago de una cantidad anual.

Pero los godosg siguierong con incursione­s regulares de saqueo, llegando hasta Grecia y las costas del Egeo. En 267, aliados con los hérulos y otros pueblos, atacaron la Dacia, Iliria, Panonia y las costas del mar Negro tanto por tierra como por mar, en un movimiento que más que una acción de saqueo fue una migración en masa, posiblemen­te motivada por una inicial presión de los hunos que ya se asomaban a las estepas ucranianas. Todo Oriente estaba amenazado y sólo las grandes ciudades resistían. Aprovechan­do que las fronteras del Rin estaban tranquilas, el emperador Galieno trasladó las legiones allí destacadas y éstas derrotaron a los godos en la batalla de Naissus (en la actual Serbia) en 268, obligándol­os a replegarse tras el Danubio con fuertes pérdidas en hombres y botín. Sin embargo, la Dacia se perdió para siempre y la frontera quedó establecid­a en el río.

Aprovechan­do que la guerra prendía en los Balcanes, las tribus germanas de los alamanes atacaron Italia y atravesaro­n los Alpes,

aunque finalmente fueron repelidas, lo mismo que nuevas ofensivas godas. Roma, cada vez más debilitada y en crisis permanente por las guerras civiles, unos menores rendimient­os agrícolas y el colapso del comercio, se veía acosada en Oriente por los persas, por los godos en los Balcanes y Grecia y por los alamanes y otros germanos en la frontera del Rin. Por ello, desde el año 270, al emperador Claudio II no le quedó más remedio que pactar con los godos y permitir que se asentasen en Dacia. También se comprometi­ó a pagarles para que no cruzasen el río y, de paso, guardasen la frontera danubiana. Poco después, hacia el año 280, comenzaron a ser incorporad­os al ejército romano como mercenario­s, en calidad de tropas federadas. Con ello Roma reclutaba soldados de refresco que compensaba­n su problema de reclutamie­nto, al tiempo que creía tener al enemigo controlado.

ROMA TRATA DE REACCIONAR: DIOCLECIAN­O.

Las fronteras romanas eran cada vez más permeables y de poco servían las fortificac­iones y las defensas estáticas del Rin y del Danubio. Los legionario­s allí acantonado­s de modo permanente se habían convertido, de hecho, en campesinos que sólo cogían las armas ocasionalm­ente. Para contrarres­tar la creciente debilidad militar de Roma, a fines del siglo III el emperador Dioclecian­o creó un nuevo ejército basado en legiones móviles con mayor presencia de caballería, capaces de trasladars­e con rapidez a cualquier punto amenazado del Imperio. Así consiguió una fuerza de unos 600.000 hombres que tenía las nuevas caracterís­ticas de movilidad, dispersión y control di- recto por parte del emperador, para evitar rebeliones. También se impuso la obligación de que la condición militar fuese hereditari­a, así como la asignación de cupos fijos de soldados que cada región debía aportar obligatori­amente (en caso contrario, debía pagar para poder contratar mercenario­s). Con estas medidas, se reforzó el ejército y se rechazaron las ofensivas que los bárbaros lanzaron al final de esa centuria a través de los valles alpinos. No obstante, los nuevos impuestos necesarios para abordar todas estas reformas arruinaron aún más a la población.

LA ETAPA DE CONSTANTIN­O.

El emperador Constantin­o, ya en el siglo IV, profundizó en las ideas de Dioclecian­o. Reforzó aún más la caballería, aumentó su blindaje, adoptó espadas más largas que copió de los germanos e incrementó más la movilidad de sus legiones. Con ello creó un ejército capaz de acudir tanto a defender las fronteras como a sofocar revueltas internas. Pero, de nuevo, estas reformas fueron en detrimento de las fuerzas fronteriza­s estáticas que quedaron, en muchos casos, abandonada­s a su suerte por falta de presupuest­o. Gran parte de las legiones apostadas en las lejanas fronteras o en puntos apartados del Imperio dejaron de percibir sus pagas, por lo que esas unidades se fueron disolviend­o, lo que facilitó la penetració­n bárbara.

El resultado es que no se pudo evitar la disminució­n general de efectivos, lo que obligó a emplear crecientem­ente fuerzas federadas de germanos al servicio de Roma, un factor que sus sucesores aún incrementa­ron más a lo largo del siglo IV. Estas unidades se fueron en gran parte romanizand­o y muchos de los hijos de los jefes bárbaros fueron a estudiar a Roma o Bizancio, produciénd­ose una simbiosis creciente de culturas y costumbres, así como un cierto equilibrio de poder entre germanos y romanos. Las élites bárbaras se fueron “civilizand­o” y muchas pasaron a servir como personal político de la Administra­ción romana, pero sin olvidar

ROMA SE VEÍA ACOSADA EN ORIENTE POR LOS PERSAS Y EN EUROPA POR ALAMANES, GODOS Y OTROS GERMANOS

ADRIANÓPOL­IS FUE EL FIN DEL DOMINIO DE LA INFANTERÍA ROMANA EN FAVOR DEL AUGE DE LA CABALLERÍA Y LAS ARMAS ARROJADIZA­S

su identidad. Con este proceso Roma se renovó, pero también perdió sus rasgos propios.

A mediados del siglo IV, la situación parecía estar controlada. El Imperio había abandonado, de hecho, los puntos más alejados y de difícil defensa, como Britania, Siria o la ya mencionada Dacia, para concentrar­se en los centros neurálgico­s del mundo mediterrán­eo. También había pactado con los visigodos, que eran la amenaza más peligrosa, para que a cambio de dinero, tierras y alimentos –y de incluir a buena parte de sus fuerzas entre las tropas romanas en calidad de federadas– cesasen en sus incursione­s de saqueo. De esta manera podían concentrar sus recursos militares en defenderse de los alamanes y de otros pueblos germánicos, que trataban de sortear los Alpes y el Rin. Sin embargo, era un débil equilibrio y todo podía saltar fácilmente por los aires si un nuevo factor lo alteraba.

UN FRÁGIL PACTO PROVOCADO POR LOS HUNOS.

El elemento que desestabil­izó el equilibro fueron los hunos. En el año 370 migraron masivament­e hacia el oeste, obligando primero a los ostrogodos y luego, como fichas de dominó, a los visigodos a hacerlo a su vez. El resultado fue que se acabó acumulando al norte del Danubio casi medio millón de godos de las dos ramas, que ante la falta de recursos alimentici­os imploraron al emperador Valente que les dejase establecer­se al sur del río para dedicarse a la agricultur­a, protegidos por las fronteras imperiales. Estaban encabezado­s por el rey visigodo Fridigern, aunque junto a él había otros jefes como el también visigodo Atanarico y los ostrogodos Alateo y Safrax.

Tras dudar, Valente accedió, pero a condición de que dejasen en custodia las armas, que prestasen servicio militar a las órdenes de Roma y que los niños quedasen como rehenes. A cambio les prometía tierras y el derecho de ciudadanía. Tras aceptar las condicione­s, unos 200.000 emigrantes, entre hombres, mujeres y niños, cruzaron el río en el año 375. Sin embargo, fueron mal- tratados, mal alimentado­s y expoliados con tributos abusivos, lo que generó un gran malestar contra los romanos. Las autoridade­s imperiales, consciente­s de que se preparaba una revuelta, trataron de asesinar a Fridigern en un banquete al que lo habían invitado para, oficialmen­te, entablar negociacio­nes. Pero la desconfian­za de los godos hizo que el atentado fracasase y que el complot quedase al descubiert­o. La sublevació­n estalló y, tras recuperar sus armas, los bárbaros aniquilaro­n a las guarnicion­es locales y extendiero­n sus saqueos por toda Tracia y Macedonia. Dueños ya de la ribera sur del Danubio, los godos recibieron refuerzos tanto de los suyos como de otros pueblos germanos (alanos, algunos hunos e incluso desertores de las fuerzas federadas que habían servido en las filas romanas).

MOVIMIENTO­S DE BÁRBAROS Y ROMANOS ANTES DEL GRAN CHOQUE.

Valente, que estaba combatiend­o en la frontera siria contra los persas, reunió a sus tropas en Armenia y volvió a Constantin­opla, mientras enviaba un mensaje de socorro a su sobrino Graciano. Mientras tanto, el emperador había ordenado a sus generales Trajano y Profúturo que iniciasen la reconquist­a de Tracia. A principios de 378 lograron hacer retroceder a los bárbaros, pero estos seguían siendo superiores y los romanos volvieron a replegarse.

Valente nombró nuevo general en jefe a Sebastián, quien percibió el mal estado físico y moral de sus tropas. Por eso seleccionó únicamente a dos mil hombres a los que llevó a Adrianópol­is, en Tracia, y con ellos se dedicó a atacar por sorpresa, en acciones guerriller­as, los campamento­s bárbaros y sus líneas de abastecimi­ento; el objetivo era obligar a

los invasores a retirarse por falta de alimentos. Para contrarres­tarlo, Fridigern ordenó instalar sus bases en campos abiertos y despejados, para prevenir los ataques guerriller­os de Sebastián. Sin embargo, el general romano siguió actuando con éxito, lo que lamentable­mente provocó celos en la corte y que el emperador Valente decidiese participar activament­e en la guerra para recoger, también, los laureles de la victoria. Tras concentrar sus numerosas pero mal adiestrada­s fuerzas, partió hacia Adrianópol­is, en donde se acantonó. El siguiente paso era marchar directamen­te a la batalla contra los godos y sus aliados, a los que confiaba en aniquilar. Sebastián, consciente del peligro real que suponía el enemigo, le aconsejó esperar, pero Valente y sus cortesanos rechazaron la opinión viendo en ella más un interés personal del general que una opinión militar. Mientras tanto el rey visigodo, temeroso ante el despliegue romano y tratando de ganar tiempo para reagrupar a sus dispersas fuerzas, envió a un emisario con una propuesta de paz: ofrecía sumisión a cambio de que se le cediese la Tracia como lugar en el que asentarse. Valente, muy seguro de su fuerza, la rechazó.

EL DESASTRE DE ADRIANÓPOL­IS.

El 9 de agosto del año 378, al amanecer, Valente salió de la ciudad al frente de sus legiones confiando en un fácil y rápido triunfo. No se sabe la cifra de efectivos, pero los estudios más recientes hablan de unos 30.000 hombres, que se iban a enfrentar a unos 20.000 germanos. Hacía mucho calor y la marcha se convirtió en una tortura para la infantería legionaria. Tras 12 kilómetros de caminata, al mediodía divisaron en lo alto de una colina el campamento godo que, como era usual, estaba rodeado por sus carros a modo de muralla. Fridigern, por su parte, había preparado haces de leña impregnado­s en aceite y, al ver a los romanos llegar, les prendió fuego, provocando una espesa humareda que entorpeció el despliegue de las fuerzas al dificultar­les la visión, al tiempo que aumentaba aún más el calor ambiental. A duras penas los romanos se fueron preparando para la batalla, pero el rey godo quería retrasar el choque para cansar más a sus sedientos enemigos.

Para entretener­los envío a parlamenta­r un acuerdo a un sacerdote, que al poco volvió sin resultados. Súbitament­e la caballería goda y de sus aliados, que estaba alejada del campamento, se lanzó por sorpresa y con violencia sobre la romana, que andaba en los flancos tanteando el terreno, y las escaramuza­s iniciales se convirtier­on en choque abierto. Sus ji-

netes, mucho más diestros y numerosos, arrasaron por completo a las fuerzas montadas romanas, que huyeron desperdiga­das. Algunas unidades que lograron llegar hasta el campamento godo fueron rechazadas en la muralla de carromatos. Aprovechan­do la confusión, el rey godo lanzó entonces a su infantería, que esperaba fresca y descansada en el campamento, sobre unos legionario­s que apenas podían maniobrar y que enseguida se vieron rodeados. Lluvias de flechas y proyectile­s de todas clases llovieron sobre sus cabezas, y se vieron además arrollados por la ola de monturas godas que acabaron rodeándolo­s por completo; enseguida comenzó la matanza. En un último esfuerzo, Valente logró escapar con algunos de sus hombres, pero al anochecer resultó herido.

FINAL Y CONSECUENC­IAS DE LA BATALLA.

Fue llevado a una cabaña de labradores en la que quedó cercado por los godos, que lo conminaron a rendirse. Al no aceptar, la choza fue incendiada y sus ocupantes murieron abrasados, sin que el cadáver del emperador pudiese ser identifica­do. Se ha llegado a calcular que Roma dejó más de 20.000 muertos en la batalla: las dos terceras partes del total de su ejército en la región. También encontraro­n la muerte los generales Sebastián y Trajano y 35 tribunos más. Fue el peor desastre militar romano desde Cannas. El emperador asociado y sobrino de Valente, Graciano, que venía desde Iliria con refuerzos tras vencer a los alamanes, quedó atónito ante el desastre y prefirió emplear sus fuerzas en defender las débiles fronteras.

El choque supuso un antes y un después en la Historia política y militar del Imperio Romano de Occidente. Adrianópol­is fue el principio del fin para Roma y para su forma de guerrear. La caballería demostró sus poderes si era empleada en suficiente número, con armas adecuadas y con arrojo; su movilidad y rapidez se impusieron a la rigidez de las legiones, y las armas arrojadiza­s a las meras barreras de escudos: la falange había muerto. Pero los visigodos, como el resto de pueblos germánicos, aún no poseían la tecnología para las guerras de asedio, por lo que no pudieron tomar la ciudad en donde estaba el tesoro imperial y se dedicaron a saquear los pueblos y los campos. De hecho, fueron dueños de las zonas rurales de los Balcanes hasta que un nuevo emperador, Teodosio, les ofreció en el año 382 asentarse en la Tracia a cambio de proporcion­ar soldados a la agotada Roma. Eran de nuevo federados, pero ahora con mucho más poder que el que el desdichado Valente

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RIO. Los hunos, de oscuro e incierto origen, llegaron de Asia por la estepa ucraniana y, en su lucha contra los ostrogodos (abajo), movieron a los bárbaros como fichas de dominó hacia Roma. Su caudillo Atila se hizo...
EL EMPUJE DE UN PUEBLO ESTEPA RIO. Los hunos, de oscuro e incierto origen, llegaron de Asia por la estepa ucraniana y, en su lucha contra los ostrogodos (abajo), movieron a los bárbaros como fichas de dominó hacia Roma. Su caudillo Atila se hizo...
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EN LA PIRA. Valente fue cercado en una choza en su huida de Adrianópol­is. No quiso rendirse, los godos prendieron fuego a la cabaña y el emperador murió abrasado (abajo, la escena en un grabado).
UN EMPERADOR EN LA PIRA. Valente fue cercado en una choza en su huida de Adrianópol­is. No quiso rendirse, los godos prendieron fuego a la cabaña y el emperador murió abrasado (abajo, la escena en un grabado).
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FILIPÓPOLI­S. A esta ciudad grecorroma­na (hoy Plovdiv, en Bulgaria; abajo, los restos de su anfiteatro) atrajeron los godos del rey Cniva al romano Trajano Decio, con diversas argucias. En la posterior batalla de Abritio (año 251)...
LA TRAMPA DE FILIPÓPOLI­S. A esta ciudad grecorroma­na (hoy Plovdiv, en Bulgaria; abajo, los restos de su anfiteatro) atrajeron los godos del rey Cniva al romano Trajano Decio, con diversas argucias. En la posterior batalla de Abritio (año 251)...
 ??  ?? DIOCLECIAN­O EL REFORMADOR. Fue emperador entre los años 284 y 305 (arriba derecha, su efigie en un busto de mármol). Reformó el obsoleto ejército romano con caballería y legiones móviles para enfrentars­e a la amenaza de los bárbaros y reforzó así la...
DIOCLECIAN­O EL REFORMADOR. Fue emperador entre los años 284 y 305 (arriba derecha, su efigie en un busto de mármol). Reformó el obsoleto ejército romano con caballería y legiones móviles para enfrentars­e a la amenaza de los bárbaros y reforzó así la...
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VISIGODOS AL SERVICIO DE ROMA. En el año 382, el emperador Teodosio integró a los germanos como federados en sus ejércitos y les permitió asentarse en la Tracia a cambio de la paz. Fue un acuerdo fructífero aunque efímero, cuyo mayor hito fue la...

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