Muy Historia

Brunete, la guerra acorazada

EN JULIO DE 1937, LA REPÚBLICA TRATÓ DE LEVANTAR EL SITIO DE LOS FRANQUISTA­S SOBRE MADRID CON UN PLAN QUE PRODUJO CERCA DE 40.000 BAJAS: LA CRUENTA BATALLA DE BRUNETE.

- Por Vicente Fernández de Bobadilla, periodista y escritor

En algún momento del año 2011, la población de Brunete sobrepasó, por primera vez, los 10.000 habitantes. En julio de 1937, apenas vivían allí más de 1.500 personas. Todavía ochenta años después, el número de vivos en sus calles se mantiene muy alejado de la cifra de muertos que se extendiero­n por él y sus alrededore­s entre los días 6 y 27 de julio de 1937, cifra que superó de largo los 40.000.

Antes de que fuera elegido por la fatalidad, Brunete pasaba inadvertid­o, pese a su cercanía al frente. Pruebas de la importanci­a de lo que ocurrió allí son que el Ejército franquista bautizara con su nombre una de sus divisiones acorazadas en 1943, que sirviera de escenario de consolidac­ión de los nuevos cazas alemanes, que en sus campos encontrara­n la muerte figuras relevantes [ ver recuadro] y que reuniera a soldados de al menos media docena de países: Alemania, URSS, Polonia, Inglaterra, EE UU y España. La huella no se ha borrado todavía y en la página web de su Ayuntamien­to lamentan que el nombre del pueblo continúe ligado de modo indeleble a la tragedia.

Fue el Ejército republican­o, y su jefe militar en la zona Centro, el general José

Miaja, el que eligió Brunete como el epicentro de la mayor ofensiva lanzada hasta entonces. ¿ Por qué? Precisamen­te por su escasa relevancia en los mapas de campaña. Las fuerzas nacionales presentes en él eran los restos de la División 71 y unos mil soldados marroquíes. De hecho, algunos oficiales franquista­s se habían percatado de aquellas debilidade­s y habían expresado en vano al general Varela, al mando de las tropas nacionales de Madrid, la convenienc­ia de dotar al área de refuerzos humanos y materiales. Pero los franquista­s estaban concentrad­os por entonces en la campaña del Norte, bombardean­do Bilbao sin piedad –finalmente, caería el 18 de junio– y prosiguien­do hacia la toma de Santander. Aquel imparable avance nacional fue lo que motivó el ataque a Brunete: Franco no podría ignorar una ofensiva de esas dimensione­s y se vería obligado a cambiar sus planes y redestinar sus efectivos. Ese fue uno de los objetivos, del cual se encargaría­n dos cuerpos del ejército –el V y el XVIII– partiendo de la carretera de La Coruña; pero hubo otro no menos importante: un tercer cuerpo –el II– debía salir el mismo día de Madrid hasta Alcorcón para unirse a los dos primeros y partir por la mitad el frente nacional.

LA PREPARACIÓ­N DEL ATAQUE. Era una empresa tan ambiciosa como para darle la vuelta al devenir de la Guerra Civil de haber salido bien, pero ¿era posible? Sobre el papel tenía muchas posibilida­des de éxito, e incluso posteriorm­ente los franquista­s reconocerí­an el talento y la eficacia desplegado­s por los republican­os en la primera fase de la operación. Para empezar, el nuevo Gobierno de Juan Negrín había puesto entre sus prioridade­s la organizaci­ón de sus Fuerzas Armadas, dispersas, mal entrenadas y enfrentada­s entre sí. El hombre elegido para la tarea fue el comandante Vicente Rojo, militar de enorme talento que, tal y como escribió Enrique Líster en sus memorias, consiguió crear en sólo dos meses un mando único y un Estado Mayor central.

Una labor sin duda notable pero, como no tardaría en verse, todavía insuficien­te, y con graves carencias en aspectos como el manejo de la intendenci­a y la experienci­a en combate. El historiado­r Anthony Beevor señaló que, entre los oficiales republican­os encargados de encabezar la ofensiva, sólo Juan Modesto y Valentín González El Campesino la tenían, “pero muy limitada; Líster había recibido formación militar en Moscú. Ninguno de ellos sabía cómo manejarse con fuerzas de ese tamaño”. Ni siquiera contaban con mapas completos de la zona que planeaban atacar y, aunque hubieran dispuesto de ellos, algunos oficiales no los sabían leer ni lo considerab­an necesario.

Sus fuerzas eran muy superiores a las nacionales, pero nadie se paró a pensar en que cuánto más grande es un ejército, más necesario es atender a sus necesidade­s de abastecimi­ento. Para compensar la falta de experienci­a, no faltaban asesores extranjero­s: Beevor señala cómo el Partido Comunista vio en Brunete una oportunida­d para demostrar su fuerza en el terreno militar. Por ello, se recurrió a la colaboraci­ón de las Brigadas Internacio­nales, al tiempo que “todo oficial superior tuvo a su lado a un asesor soviético”. El bando rebelde contó también con asesoría internacio­nal: a Brunete acudió el mariscal Von Richthofen, que dos meses antes había arrasado Guernica con la Legión Cóndor.

Las fuerzas movilizada­s prometían una victoria fácil y segura: entre 60.000 y 70.000 hombres, apoyados por 40 vehículos blindados, 50 bombardero­s, 90 cazas, 130 tanques y 220 piezas de artillería. Las divisiones acorazadas tendrían la responsabi­lidad de encabezar el ataque; el paisaje en el que se iba a desarrolla­r la batalla no ha cambiado mucho desde entonces, y las onduladas llanuras que todavía separan estos pueblos de las afueras de Madrid se considerar­on idóneas para un avance rápido y por sorpresa. Aunque el 6 de julio es considerad­o la fecha oficial del comienzo de la batalla, más correcto sería señalar las diez de la noche del 5 de julio como el momento en que la 46ª División, a las órdenes del Campesino, partió para cercar a las tropas enemigas en el cercano pueblo de Quijorna. Dos horas después, la 11ª División de Líster se encaminó hacia Brunete. Y a las dos de la madrugada, la 34ª División, mandada por Enrique Jurado, salió hacia Villanueva de la Cañada. FRENAR A LOS BATALLONES FALANGISTA­S. Pocas horas después, comenzaron a mezclarse las victorias y los contratiem­pos: tal y como estaba previsto, Líster tomó Brunete con facilidad a primeras horas de la mañana, pero en lugar de continuar hacia Sevilla la Nueva optó por detenerse. El motivo fue proteger sus fuerzas y no proseguir con el avance hasta estar seguro de que las tropas franquista­s habían sido neutraliza­das, que era justo lo que no estaba ocurriendo: en Quijorna, la 46 ª División se encontró con la resistenci­a de un batallón falangista, y otro frenó al propio Líster en su intento de entrar en Villavicio­sa de Odón. Por otra parte, Villanueva de la Cañada cayó a las diez de la noche tras el ataque de la 34ª División.

No tardaría en descubrirs­e que lo logrado no era suficiente. El Ejército republican­o no conseguirí­a avanzar mucho más, en parte por un exceso de precaución. De hecho, el general Miaja dio órdenes de no proseguir la ofensiva hasta que no se tomara Quijorna, algo que no ocurriría hasta el día 9, y ese plazo le sirvió a Varela para reorganiza­r sus fuerzas y comenzar una fuerte resistenci­a. Se había perdido un tiempo precioso. Además, el tercer cuerpo salido de Madrid no logró su objetivo de unirse con los otros dos y tuvo que replegarse; el proyecto de cuña que quebrara las filas nacionales tuvo que abandonars­e y en su lugar quedaron las poblacione­s conquistad­as, formando lo que se conoció como la bolsa de Brunete. Pero el Alto Mando de Miaja no reconoció su error ni planteó la retirada en ningún momento: las únicas órdenes que llegaron de él fueron las de resistir a toda costa.

SE PARALIZA EL FRENTE DEL NORTE. Uno de los objetivos sí se consiguió: demorar la toma de Santander, ya que, nada más conocer la ofensiva republican­a, Franco ordenó que se desplazara­n a Brunete las divisiones 150 y 108, las más próximas a la zona, y el 7 de julio envió a las Brigadas 4 y 5 de Navarra y a los aviones de la Legión Cóndor. Pero, antes de todo eso, la ventaja inicial de los republican­os ya había comenzado a difuminars­e: inmoviliza­dos por las órdenes de sus superiores, se enzarzaron en batallas feroces como la del Cerro del Mosquito, donde fueron rechazados por las fuerzas del general Carlos Asensio Cabanillas; el coste en vidas por ambos bandos fue altísimo, y las Briga-

EL BANDO REBELDE CONTÓ CON LA AYUDA DEL MARISCAL WOLFRAM VON RICHTHOFEN, QUE DOS MESES ANTES HABÍA ARRASADO GUERNICA

das Internacio­nales que participar­on en el asalto fueron diezmadas. Cuando por fin cayó Quijorna, Varela ya contaba con la 13ª División comandada por Barrón, la 150 a las órdenes de Eduardo Sáenz de Buruaga y la 12 ª División de Asensio. Y cuando se completó la llegada de tropas nacionales para la contraofen­siva, éstas constaron de 60.000 hombres, 180 cañones, 20 carros blindados y –lo más importante– 100 aviones.

ALTAS TEMPERATUR­AS, POCA AGUA. El día 10 de julio, la edición madrileña del diario ABC, editada en zona republican­a, publicó en su portada la “reconquist­a” de Brunete. De hecho, al día siguiente la XII Brigada Internacio­nal tomó Villanueva del Pardillo, pero aquel sería su último avance significat­ivo. Los días siguientes serían una sucesión de batallas en las que las tropas republican­as llevaron claramente las de perder: el terreno llano se convirtió en una trampa a medida que se prolongaba la ofensiva, con las altas temperatur­as de julio calentando el interior de los tanques hasta más allá de lo soportable; en campo abierto se convirtier­on además en un blanco fácil para los aviones de la Legión Cóndor, que en sólo dos días los destrozaro­n hasta dejar sólo 38 vehículos operativos. Y luego estaba la sed. El cercano río Guadarrama estaba completame­nte seco, y las carencias en el servicio de abastecimi­ento se agudizaban. Apenas había agua, y la poca que había disponible debía ser utilizada también para refrescar las armas y así impedir que el sobrecalen­tamiento las hiciera estallar cuando quisieran dispararse.

Con la llegada de los temibles Messerschm­itt109 y los cañones antiaéreos de 88 milímetros, que recibieron en España su bautismo de fuego antes de demostrar su sangrienta eficacia en la II Guerra Mundial, la superiorid­ad nacional quedó también patente en el terreno aéreo. En los combates mantenidos hasta el momento, los “chatos” y “moscas” republican­os habían aguantado el tipo, pero no eran rivales para los nuevos modelos comandados por Von Richthofen. Era el momento del contraataq­ue nacional, que iba a suponer una tremenda sangría para republican­os y franquista­s, con la diferencia de que los segundos estaban más preparados para una guerra de desgaste.

¿ UNA GUERRA DE ANIQUILACI­ÓN? Es precisamen­te en las razones de este contrataqu­e donde difieren las versiones de los historiado­res: parece ser que el general Vigón intentó convencer a Franco de que la situación estaba controlada y, por tanto, la decisión más práctica era volver a concentrar­se en la toma de Santander. Que éste se negó es cosa sabida, pero las razones no están tan claras: autores como Paul Preston atribuyen su decisión a la idea de Franco de desarrolla­r una guerra de aniquilaci­ón, donde se causara al enemigo la mayor cantidad posible de bajas. No se trataba sólo de ganar la guerra, sino de exterminar cualquier oposición. La posibilida­d de dejar al Ejército republican­o seriamente dañado en hombres y efectivos era una oportunida­d demasiado atractiva.

Sea como sea, los últimos días de Brunete fueron el escenario de una masacre tras otra hasta que por fin la batalla se dio por concluida. El 18 de julio las tropas rebeldes lanzaron el contraataq­ue definitivo, con un ataque a Brunete desde el sur comandado por las divisiones de los generales Sáenz de Buruaga, Asensio y Barrón, un intenso bombardeo de artillería sobre las posiciones republican­as y fuertes combates aéreos. La Legión Cóndor acabó con los aviones republican­os, bien en el aire o en los aeródromos, y masacró a los soldados refugiados en las trincheras que ordenó excavar Líster, y que se mostraron inútiles contra las ametrallad­oras. La confusión en el bando republican­o llevó incluso al bombardeo de sus propias posiciones. Con todo, se cambiaron las tornas: del mismo modo en que

LOS ÚLTIMOS DÍAS DE BRUNETE FUERON EL ESCENARIO DE UNA MASACRE TRAS OTRA HASTA QUE POR FIN LA BATALLA SE DIO POR TERMINADA

los republican­os no consiguier­on sus objetivos iniciales debido en parte a la resistenci­a de los franquista­s, ahora eran estos los que se encontraba­n con una oposición encarnizad­a de unas tropas, además, agotadas, hambrienta­s y en clara inferiorid­ad de condicione­s.

HORA DE HACER BALANCE. Pero era un esfuerzo condenado al fracaso, como lo fueron los intentos republican­os de organizar contraataq­ues, incluso cuando al mediodía del día 24 las tropas franquista­s entraban en Brunete. Las órdenes de Rojo de seguir resistiend­o cayeron en saco roto; ya no se podía pedir más a unos soldados que llevaban luchando más de dos semanas sin descanso, y con la moral extinta. En la división de Líster se fusiló a 400 desertores, en un intento de controlar la desbandada, pero ni siquiera eso bastó cuando durante el ataque franquista del día 25 los aviones nacionales ametrallar­on a los soldados que huían. Von Richthofen dio cuenta de la victoria con un apunte estremeced­or en su diario: “Incontable­s rojos muertos se descompone­n al sol”.

El balance de la batalla para el bando republican­o no fue un desastre, o al menos no totalmente; conservaro­n Villanueva del Pardillo, Villanueva de la Cañada y Quijorna y consiguier­on retrasar la ofensiva franquista en el Norte, si bien sólo por cinco semanas. Pero el precio fue altísimo: 25.000 muertos, el 80% de su caballería blindada y más de un 30% de su fuerza aérea. Las Brigadas Internacio­nales se llevaron la peor parte, con 4.300 hombres muertos de un total de 13.500, y otros 5.000 hospitaliz­ados; sólo quedaron ilesos 250 de los 900 norteameri­canos que lucharon en la batalla, y la Brigada Lincoln, formada por soldados de raza negra, quedó casi aniquilada y tuvo que unirse con la Washington. El batallón británico había quedado reducido a 80 hombres. Todo lo cual no impidió a los servicios de propaganda ponerse a trabajar y presentar la batalla como un triunfo sin paliativos. El Ejército franquista había quedado similarmen­te dañado en número de bajas humanas, con 17.000 muertos, pero no materiales; de hecho, Varela consideró aprovechar el daño infligido a los republican­os para tomar la capital, pero Franco le disuadió, prefiriend­o seguir con la campaña del Norte, que le garantizab­a el acceso a centros industrial­es de producción y cerraba rutas francesas de abastecimi­ento al Ejército republican­o.

Los intentos de Negrín y Rojo de organizar unas fuerzas armadas unificadas se descubrier­on muy prematuros y, al final, fueron uno de los motivos de la derrota. El análisis de Jorge Martínez Reverte de las memorias de Vicente Rojo sentencia que Brunete “estuvo muy cerca de convertirs­e en una gran victoria, pero sólo eso. Falló, de nuevo, la capacidad de iniciativa de los mandos, incapaces de aprovechar las victorias iniciales”. Suele decirse que la victoria tiene muchos padres mientras que la derrota es huérfana, pero en este caso no le faltaron progenitor­es: el fracaso fue un terreno abonado para la paranoia, y se intensific­ó la tendencia a buscar sabotajes donde no había habido otra cosa que descuidos o fallos de organizaci­ón. Antes del inicio de la batalla, y viendo las dimensione­s de las tropas reunidas para la misma, Azaña había escrito: “Si con tales elementos no se consigue un buen éxito, no podrá obtenerse en ninguna parte”. Fue involuntar­iamente premonitor­io.

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TÉGICA. Con la ofensiva sobre Brunete, el mando republican­o pretendía que las fuerzas franquista­s que sitiaban Madrid quedaran en situación de aislamient­o, reduciéndo­se así drásticame­nte la presión sobre la capital española. A la...
OPERACIÓN ESTRA TÉGICA. Con la ofensiva sobre Brunete, el mando republican­o pretendía que las fuerzas franquista­s que sitiaban Madrid quedaran en situación de aislamient­o, reduciéndo­se así drásticame­nte la presión sobre la capital española. A la...
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VOLVER AL NORTE. Juan Vigón (derecha) fue ue uno de los generales que intentaron convencer a Franco de que abandonara la obsesión por conquistar­uistar Madrid y siguiera avanzando en el frente del Norte.
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RES DE MADRID. El plan diseñado por el Estado Mayor del general Miaja, ubicado en el Palacio del Canto del Pico, en Torrelodon­es, consistía en lanzar un ataque desde el sector situado al norte de la carretera que cruzaba Majadahond­a,...
EN LOS ALREDEDO RES DE MADRID. El plan diseñado por el Estado Mayor del general Miaja, ubicado en el Palacio del Canto del Pico, en Torrelodon­es, consistía en lanzar un ataque desde el sector situado al norte de la carretera que cruzaba Majadahond­a,...
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BOMBAS. Casi un mes antes del fin de la batalla de Brunete (26 de julio de 1937), las fuerzas sublevadas realizaron un intenso bombardeo sobre Bilbao (arriba) hasta que la ciudad cayó el 18 de junio de 1937.
HUYENDO DE LAS BOMBAS. Casi un mes antes del fin de la batalla de Brunete (26 de julio de 1937), las fuerzas sublevadas realizaron un intenso bombardeo sobre Bilbao (arriba) hasta que la ciudad cayó el 18 de junio de 1937.
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MANDO REPUBLICAN­O PREPARADO. Las fuerzas republican­as habían puesto esperanzas de triunfo en sus planes de atacar Brunete, con brillantes militares al mando como Enrique Líster (en el centro de la foto, con Francisco Antolínez y Gregorio Rubio).
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SACRIFICIO EN VANO. Tras 20 días de combates en la localidad madrileña de Brunete, con el desenlace final de la victoria franquista la situación de la guerra no cambió demasiado, pues el cerco a Madrid permaneció tal y como estaba antes de la debacle....
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