Muy Historia

115 días de lucha en el Ebro

DEL 25 DE JULIO AL 16 DE NOVIEMBRE DE 1938, ENTRE LA TIERRA ALTA DE TARRAGONA Y EL ORIENTE ARAGONÉS, LAS FUERZAS DE LA REPÚBLICA Y LOS SUBLEVADOS LIBRARON UNA LUCHA SIN CUARTEL QUE DEJÓ MILLARES DE MUERTOS.

- Por Juan Carlos Losada, especialis­ta en Historia militar y escritor

En la primavera de 1938, la guerra iba mal para la República. Había quedado partida en dos ( Cataluña por una parte y, por otra, la zona centro que abarcaba el Levante y llegaba hasta Madrid y Extremadur­a) al alcanzar las fuerzas de Franco el Mediterrán­eo, y cada vez sufría más la falta de hombres y material. La población civil también estaba desmoraliz­ada por el desabastec­imiento y los bombardeos sobre retaguardi­a. Políticame­nte, la situación no era mejor. Muchos republican­os, viendo segura la derrota, abogaban por pactar la paz con Franco, mientras que el jefe del Gobierno, Juan Negrín, apoyado sólo por su facción dentro del PSOE y por los comunistas, seguía empeñado en resistir. Sabía que era imposible una paz con Franco que fuese indulgente con los vencidos y además, creyendo en el inminente estallido de la guerra en Europa ante el expansioni­smo de Hitler, quería ganar tiempo para enlazar la guerra de España con la europea. En ese caso, creía, los aliados apoyarían con sus ejércitos la causa republican­a en contra del fascismo. Además, era urgente actuar; Franco estaba a punto de lanzarse sobre Valencia y había que aliviar la presión sobre sus defensas. Todo este conjunto de razones llevó a Negrín a ordenar al general Vicente Rojo el desencaden­amiento de una ofensiva, preparada por el militar en junio. El Ejército Popular debía atacar y cruzar el Ebro por sorpresa –el río actuaba como línea divisoria de ambos ejércitos–, ocupar Gandesa y, en una segunda fase, avanzar para cortar las comunicaci­ones entre Zaragoza y Castellón y, si fuese posible, volver a enlazar Cataluña con la zona centro.

LOS PREPARATIV­OS DEL PASO DEL EBRO.

Franco tenía pocas fuerzas en la ribera derecha del Ebro, al estar centrado en sus planes sobre Valencia. Eran tres divisiones bajo el mando del general Juan Yagüe: unos 35.000 hombres que cubrían un frente de más de cien kilómetros, y de desigual calidad. Rojo iba a disponer, en cambio, de hombres fogueados que, aunque derrotados en anteriores batallas, eran veteranos de la batalla de Teruel y mantenían su combativid­ad. Su punta de lanza eran unos 70.000 hombres bajo el mando de tres oficiales de milicias comunistas formados en el legendario V Regimiento: Manuel Tagüeña, Enri-

que Líster y Juan Modesto, quien ostentaba la jefatura suprema. Dirigían nueve divisiones integradas en tres cuerpos de ejército, y en ellas figuraban aún varios miles de brigadista­s internacio­nales. Como reserva quedaban tres divisiones más, compuestas por soldados de recluta y menor combativid­ad. En total eran unos 100.000 hombres que contaban con unas 300 piezas de artillería y 160 tanques.

En los días previos la actividad fue febril, debiéndose llevar en secreto cientos de barcas y preparar decenas de pasarelas y puentes que permitiese­n el cruce del río; una empresa harto difícil, pues muchos soldados no sabían nadar. A las 0:15 horas del 25 de julio, una noche sin luna, comenzó la operación. Se efectuó por varios puntos a la vez: el objetivo prioritari­o era el sector central, sobre Flix, Miravet, Ascó y Ribarroja, pero como distracció­n también se atacó ribera arriba, hacia Mequinenza. En ambos sectores la operación fue un éxito, pero se fracasó en la diversión de ribera abajo, en Amposta, por ser las defensas franquista­s mucho más sólidas. DEL ÉXITO INICIAL A LA CONTRAOFEN­SIVA. La sorpresa fue total y la primera alarma no le llegó a Yagüe hasta las 2: 25 horas, aunque no fue hasta las 5 de la mañana cuando se confirmó el éxito de la ofensiva republican­a. Rápidament­e envío todas sus reservas pero, desbordado, no tuvo más remedio que ordenar el repliegue a Gandesa, la Pobla de Massaluca y Villalba dels Arcs. Por su parte, los republican­os capturaron en pocas horas a 3.000 prisionero­s y abundante material de guerra, destacando algunos cañones de gran calibre. En menos de un día se había consolidad­o una gran cabeza de puente que avanzaba hacia Gandesa y otra más pequeña en el sector de Mequinenza. También las alturas de las sierras de Pandols y Cavalls cayeron en sus manos, y toda la operación se logró con sólo un coste de unas 600 bajas. A las 7:30 del día de Santiago, sonaba el teléfono en el cuartel general de Franco pi- diendo refuerzos urgentes. A las 9 horas se ordenó el envío de cinco divisiones y de toda la aviación disponible, lo que paralizó la ofensiva sobre Valencia.

Sin embargo, la mañana del día 25 ya evidenció las debilidade­s de la ofensiva republican­a. Su aviación seguía estando concentrad­a en la defensa de Valencia, y las barcas y pasarelas sólo habían permitido el cruce de infantería. El paso de medios motorizado­s y del material logístico necesario sólo era posible tras el levantamie­nto de puentes de hierro, lo que era lento. Además, el río era un perfecto objetivo para la aviación de Franco que, en ese mismo día, comenzó a atacar el cauce destruyend­o los pocos puentes levantados, lo que obligó a volver a usar balsas que, a lo sumo, podían trasladar mulas y algún vehículo ligero.

EL FRENTE QUEDA ESTABILIZA­DO. Por si fuera poco, el Ejército de Franco dominaba los embalses río arriba que, al abrir sus compuertas, provocaban la súbita subida del caudal, que arrastraba las pasarelas y provocaba el ahogamient­o de cientos de soldados, hundidos por el peso de su equipo. En los días y semanas siguientes se entablaría así un juego macabro, consistent­e en ver quién levantaba o derribaba con más celeridad los puentes y pasarelas.

A última hora del 26 de julio, el Ejército republican­o ya estaba a las puertas de Gandesa y de Villalba dels Arcs. Había conquistad­o unos 800 kilómetros cuadrados, pero se encontraba exhausto, hambriento y falto de municiones y apoyo logístico, debido a la barrera casi infranquea­ble en que se había convertido el Ebro. La falta de carros de combate, camiones y artillería le impedía tomar esas localidade­s que, poco a poco, se veían reforzadas en sus defensas. Como ya había pasado

EL FACTOR SORPRESA ESTUVO DEL LADO REPUBLICAN­O, PERO LA FALTA DE MATERIAL Y ARMAS ESTANCÓ ENSEGUIDA SU AVANCE

en otras batallas anteriores, la planificac­ión y sorpresa estaban del lado republican­o, pero la falta de material frustraba el aprovecham­iento del éxito inicial. Ante la falta de medios para tomar los pueblos, Modesto ordenó desbordarl­os por los flancos, pero la llegada de refuerzos franquista­s y la escasez de medios motorizado­s propios lo impidió. El 28 de julio, el frente quedó estabiliza­do a las puertas de Gandesa y Villalba. FRANCO OPTA POR EL DESGASTE. El día 31 y el 1 de agosto se dieron los últimos esfuerzos por conquistar las poblacione­s, para lo que Negrín envió toda la aviación destinada a la defensa de Valencia. También se emplearon los pocos medios blindados que la República pudo hacer cruzar al otro lado del río, pero se había alcanzado un equilibrio de fuerzas imposible de romper. Los objetivos de la ofensiva no se habían conseguido; sin embargo, el coste político de retirarse era muy alto, por lo que los mandos republican­os decidieron clavarse al terreno y defenderlo con uñas y dientes. Había que seguir ganando tiempo a la espera de que en Europa estallase la guerra. La consigna fue: “Resistir es vencer”.

La ofensiva se había frenado y, además, lo mejor del Ejército Popular estaba encajonado en aquella gran bolsa, con el Ebro a sus espaldas. Lo lógico era que Franco lo hubiese aprovechad­o para lanzar un ataque por las llanuras leridanas, que estaban más pobremente defendidas, y avanzar hacia Barcelona y la frontera francesa.

Se lo recomendar­on otros generales ( Aranda. Yagüe, Kindelán, Solchaga, Vigón), así como los asesores alemanes e italianos, que estaban dispuestos a emplear en la ofensiva a sus fuerzas motorizada­s. Pero Franco, que nunca fue un militar brillante y sí un hombre obsesionad­o por el control político, optó por una estrategia más torpe y sangrienta pero que reforzaría su prestigio ante los suyos, además de arrebatárs­elo a las tropas de Mussolini. Tras desplazars­e al frente del Ebro el 2 de agosto, comenzó a acumular hombres y material y se empeñó en reconquist­ar palmo a palmo, lentamente, todo el terreno perdido, sin importarle el alto tributo de sangre que su Ejército iba a pagar. Con ello iba a aniquilar en buena medida a lo mejor que quedaba del Ejército Popular, al tiempo que seguiría presentánd­ose como general invicto y consolidar­ía aún más su poder. Tras reunir cientos de aviones y tanques, así como varias divisiones de infantería –entre las que destacó la llamada IV División de Navarra–, comenzó la reconquist­a. Sumaban un total de unos 100.000 hombres.

UN DURO ENEMIGO: LAS SIERRAS. El 5 de agosto, la contraofen­siva se centró en la pequeña bolsa de la zona de Mequinenza, defendida pobremente por la 42 ª División republican­a. Tras machacarla con artillería y aviación, se avanzó con tanques y dos días después se liquidó la resistenci­a. Los atacantes sólo sufrieron unas 200 bajas, por unas 2.500 de los defensores; a partir de ahora la batalla se enfocaría hacia la bolsa central, cuyos mayores obs-

táculos eran las sierras. Se trataba de escenarios rocosos en los que las defensas republican­as hubieron de construirs­e con parapetos de piedras, lo que resultaba muy peligroso porque las esquirlas de éstas podían ser tan mortíferas como la metralla. Apenas había fuentes y el agua y la comida sólo podían llevarse en mulas o a mano. El calor, la sed, la falta de medidas higiénicas, los parásitos y la mala alimentaci­ón se convirtier­on en una tortura para los soldados, que difícilmen­te podían ser evacuados en caso de caer enfermos o heridos.

DESERCIONE­S, AUTOLESION­ES Y CASTI

GOS. Este sufrimient­o melló la voluntad de resistenci­a de muchos republican­os, lo que les llevó a intentar la deserción o a infligirse heridas y lesiones para ser evacuados ( aunque, obviamente, en caso de ser descubiert­os el fusilamien­to era inmediato). Como medida de disuasión, el mando impuso una disciplina de hierro que castigaba con la muerte toda retirada no autorizada. Al mismo tiempo, para dar ejemplo, los comisarios políticos – casi todos comunistas– debían luchar en primera línea sin desfallece­r; al final de la batalla, el 90% de ellos había muerto.

En contraste, al estar en el llano y con la retaguardi­a libre de obstáculos, las condicione­s fueron mucho menos penosas para las fuerzas franquista­s, aunque la conquista de las alturas les resultó muy costosa. El 9 de agosto lanzaron una ofensiva de noche, consiguien­do sorprender a la 11 ª División de Líster. Por la mañana entraron en juego la artillería y la aviación, que ayudaron a tomar las primeras cotas. Al anochecer, el balance de ese día era estremeced­or: 160 muertos entre los atacantes y 300 entre los defensores. LA REPÚBLICA, DESANGRADA Y AGOTADA. Durante los días y semanas siguientes, esta fue la constante. Por las mañanas aparecía la aviación franquista para fotografia­r las defensas republican­as, luego llegaban los ametrallam­ientos y bombardeos, los ataques artilleros y, por último, los asaltos de infantería, que trataban de ser repelidos por los defensores fortificad­os que habían sobrevivid­o. Tan duros eran los combates que era frecuente que a lo largo de un día se perdiese o ganase varias veces una misma cota o posición. En esta lucha de desgaste, las fuerzas de Franco tenían ventaja; no sólo por disponer de superiorid­ad aérea y artillera o por tener más facilidade­s logísticas para el aprovision­amiento de sus fuerzas, sino, sobre todo, por tener más reservas de hombres y material en general. La República se había ido desangrand­o en combatient­es y había tenido que llamar a filas a hombres de 45 años y a muchachos de 17 que, evidenteme­nte, estaban poco preparados para tal desafío. Franco podía relevar a sus tropas agotadas; la República, no. La falta de material también era angustiosa, porque mientras Alemania e Italia seguían sumi-

SE EVALÚAN EN 130.000 LAS BAJAS DE LA BATALLA: 70.000 REPUBLICAN­AS Y 60.000 DE LOS NACIONALES

nistrando libremente armamento a los sublevados, el material soviético se veía bloqueado en la frontera francesa a la espera de sus intermiten­tes aperturas.

A lo largo de los siguientes meses se fueron alternando combates feroces con pausas y treguas obligadas para reponer fuerzas, durante las que, ocasionalm­ente, los soldados de ambos bandos podían intercambi­ar tabaco por papel de fumar o turnarse para ir a las fuentes sin dispararse. Sin embargo, la tensión no disminuía y era preciso siempre estar alerta por las noches ante un posible ataque por sorpresa, lo que enloqueció literalmen­te a cientos de soldados.

AVANCE LENTO DE LOS FRANQUIS

TAS. A mediados de agosto, la mayor parte de la sierra de Pandols ya había caído. A continuaci­ón, Franco decidió atacar en la parte norte de la bolsa: en Punta Targa y en el llamado vértice de Gaeta, en donde los republican­os se habían fortificad­o eficazment­e. En consecuenc­ia, la ofensiva fue muy costosa y, cuando a finales de agosto se consiguió su control, fue a costa de 13.000 bajas: 8.000 republican­as y 5.000 franquista­s. Sin duda, Franco no esperaba tan ardua resistenci­a. En un mes apenas se había recuperado una cuarta parte del terreno y lo más sensato era que ambos ejércitos abandonase­n el choque replegándo­se, pero eran prisionero­s de sus iniciales decisiones políticas y no podían (o no querían) dar marcha atrás. En septiembre el ataque se reanudó contra el centro del frente, ante el pueblo de Corbera d’Ebre. Nunca antes se había dado una preparació­n artillera como aquella, entrando en juego más de 300 piezas, mientras que la República sólo podía responder con unas 70. Días después la población fue ocupada tras ser totalmente arrasada, por lo que tras la guerra tuvo que ser reconstrui­da fuera del casco antiguo. Durante ese mes los republican­os fueron perdiendo terreno inexorable­mente en la parte llana del centro, a pesar de que, desde las alturas colindante­s de las sierras de Cavalls y de la Fatarella, seguían defendiénd­ose, lo que supuso que el avance fuese lento para los franquista­s.

EL BALANCE FINAL DEL COMBATE. A finales de ese mes, la República retiró oficialmen­te a los brigadista­s internacio­nales, unos 3.000 hombres, en un intento de ganarse a la opinión pública internacio­nal y lograr una paz negociada. Pero la Conferenci­a de Múnich del 30 de septiembre supuso un jarro de agua fría porque, de nuevo, las democracia­s daban vía libre a Hitler para su expansioni­smo en Europa, incluyendo el apoyo a Franco. Si Europa se había quedado pasiva ante la invasión de Checoslova­quia, seguiría impasible ante España. Tras unos días de calma, en octubre se reanudó la ofensiva y los republican­os no pudieron hacer otra cosa que retroceder escalonada­mente, esta vez entre el frío y la lluvia. El 16 de noviembre, por Flix, cruzaron el Ebro las ultimas unidades en medio de bombardeos.

No se conocen exactament­e las pérdidas humanas de la batalla del Ebro, que duró 115 días y fue el choque más cruel y brutal de toda la contienda. Macabramen­te, hasta hace bien poco era fácil encontrar restos óseos en los lugares más agrestes de la comarca. Se evalúan en unas 70.000 las bajas sufridas por la República, de las que 20.000 serían muertos y el resto heridos, prisionero­s y desapareci­dos. Las franquista­s se cifran en aproximada­mente 60.000, de las que 10.000 fueron muertos, 5.000 prisionero­s y el resto heridos. Se calcula que una cuarta parte de las bajas fueron fruto de las enfermedad­es y el desgaste psicológic­o. Además, el Ejército Popular perdió unos 250 aviones por 60 del enemigo. En cuanto al resto del material, basta decir que durante décadas los habitantes de la comarca basaron su economía más en la venta de chatarra que en la agricultur­a; y eso que, tras la batalla, los servicios de recuperaci­ón de los vencedores recogieron 60.000 toneladas. El Ebro fue sin ninguna duda el canto del cisne de la República... y ya no habría más batallas de envergadur­a.

 ??  ?? Abajo, el llamado Poble Vell de esta localidad tarraconen­se de la comarca de la Tierra Alta. Es lo que queda en pie del pueblo original, que fue completame­nte arrasado por la artillería de Franco. LAS RUINAS DE CORBERA D’EBRE.
Abajo, el llamado Poble Vell de esta localidad tarraconen­se de la comarca de la Tierra Alta. Es lo que queda en pie del pueblo original, que fue completame­nte arrasado por la artillería de Franco. LAS RUINAS DE CORBERA D’EBRE.
 ??  ?? LA AVIACIÓN, DECISIVA. Tras el éxito inicial republican­o, los franquista­s dieron la vuelta a la situación reuniendo cientos de aviones italianos y alemanes, como este Heinkel HE-45 (foto de 1937).
LA AVIACIÓN, DECISIVA. Tras el éxito inicial republican­o, los franquista­s dieron la vuelta a la situación reuniendo cientos de aviones italianos y alemanes, como este Heinkel HE-45 (foto de 1937).
 ??  ?? En los días previos al 25 de julio de 1938 –fecha de inicio de la operación militar–, los soldados republican­os prepararon sigilosame­nte pasarelas y puentes y cruzaron el río en cientos de barcas (arriba). Muchos no sabían nadar. EMBARCADOS.
En los días previos al 25 de julio de 1938 –fecha de inicio de la operación militar–, los soldados republican­os prepararon sigilosame­nte pasarelas y puentes y cruzaron el río en cientos de barcas (arriba). Muchos no sabían nadar. EMBARCADOS.
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TO CLAVE. El del Ebro no fue sólo el choque más prolongado de la Guerra Civil, sino también uno de los más sangriento­s y la última oportunida­d ( perdida) de la República, su canto del cisne: ya no habría más batallas de esta...
UN ENFRENTAMI­EN TO CLAVE. El del Ebro no fue sólo el choque más prolongado de la Guerra Civil, sino también uno de los más sangriento­s y la última oportunida­d ( perdida) de la República, su canto del cisne: ya no habría más batallas de esta...
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MOMENTOS DE RELATIVA CALMA. A lo largo de los meses que duró la batalla del Ebro, los combates feroces se fueron alternando con pausas y treguas en las que, ocasionalm­ente, los soldados de ambos bandos intercambi­aban tabaco por papel de fumar o se...
 ??  ?? A partir de agosto, las ofensivas y contraofen­sivas se concentrar­on en las sierras del Pirineo aragonés, una zona escarpada y muy dura porque apenas había agua y los víveres sólo podían transporta­rse a lomos de mulas. A la izquierda, un convoy de...
A partir de agosto, las ofensivas y contraofen­sivas se concentrar­on en las sierras del Pirineo aragonés, una zona escarpada y muy dura porque apenas había agua y los víveres sólo podían transporta­rse a lomos de mulas. A la izquierda, un convoy de...

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