Muy Historia

Vicente Rojo

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Fue la peor pesadilla de Franco en el campo de batalla, su némesis, el único hombre capaz de hacerle morder el polvo y el último bastión de la causa republican­a, a la que entregó todo su oficio y empeño hasta el último aliento, o casi.

Nacido en Fuente de la Higuera, provincia de Valencia, en 1894, en una familia sin demasiados recursos económicos, Vicente Rojo estaba predestina­do a la vida castrense.

UNA BRILLANTE TRAYECTORI­A.

Hijo de un militar fallecido, ingresó en el Colegio de Huérfanos de Oficiales tras la muerte de su madre y luego, con 17 años, en la Academia de Infantería de Toledo, donde se graduó brillantem­ente como el número dos en una promoción de casi cuatrocien­tos alumnos. Inmediatam­ente puso rumbo a su primer destino: el norte de África. Veló sus primeras armas en la guerra colonial en Marruecos, sirviendo a las órdenes del teniente coronel Sanjurjo durante un año, aunque con escaso entusiasmo, ya receloso entonces de la atmósfera allí surgida alrededor de los africanist­as, una cúpula militar con la que no se sentía en absoluto en sintonía. Después de un breve paso por Cataluña, Rojo, más interesado entonces en la formación que en la acción propiament­e dicha, ingresó en la Academia de Infantería de Toledo en calidad de profesor. Tras diez años ejerciendo la docencia, decidió trasladars­e a Madrid y se inscribió en la Escuela Superior de Guerra para realizar el curso de Estado Mayor; esta vez se graduó como el primero de su promoción, acumulando méritos y prestigio en medio de un ambiente enrarecido y de confrontac­ión máxima en el seno del Ejército – y no sólo allí– que auguraba lo que estaba por venir.

ARTÍFICE DE LA RESISTENCI­A DE MADRID.

Con el estallido de la sublevació­n del 36, y desde el cargo de comandante, Rojo no dudó en permanecer leal al Gobierno de la República, aunque en los primeros compases de la guerra se mantuvo prudenteme­nte en retaguardi­a. Tras lidiar con el asedio y batalla en torno al Alcázar de Toledo, fue ascendido a teniente coronel y nombrado Jefe del Estado Mayor. Pero el momento de la verdad llegó a finales de 1936, cuando recibió el encargo del general José Miaja de hacerse cargo de la defensa de Madrid, que algunos de sus colegas daban como una causa perdida. Rojo no sólo logró contener el ataque de las tropas franquista­s, sino que además recuperó la iniciativa exhibiendo su genio militar y recobrando el terreno perdido. La batalla de Guadalajar­a sería decisiva para garantizar la defensa de la capital y afianzar el prestigio del que ya, a estas alturas, era el hombre fuerte del Ejército republican­o y la peor pesadilla de Franco. Rojo ofreció una fiera resistenci­a en la batalla de Brunete, que con- cluyó en tablas, y sobre todo en Teruel, donde cosechó el 7 de enero de 1938 su más brillante y memorable victoria, logrando con ella una demora crucial en el avance de los sublevados hacia Madrid. Pero a esas alturas la suerte estaba echada. Completame­nte desabastec­idos y enfrentado­s a un Ejército, el franquista, alimentado constantem­ente por el apoyo alemán e italiano, los republican­os plantearon su última e infructuos­a defensa a la desesperad­a en la batalla del Ebro. Tras la rendición, Rojo huyó a Francia y luego se exilió en Argentina y Bolivia. En 1957 regresó a España, donde fue juzgado por rebelión, condenado e indultado antes de su muerte, el 15 de junio de 1966.

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VicenteRoj­o Lluch(18941966)enuna imagendelo­s añosdela guerra.Fue ascendidoa generaleno­ctubrede19­37.

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