GONZALO QUEIPO DE LLANO, golpista vocacional
Pocos personajes pueden rivalizar con Franco en carisma y protagonismo durante la Guerra Civil y los años inmediatamente anteriores y posteriores. Uno de ellos, sin duda, es Gonzalo Queipo de Llano. Nacido en Tordesillas en el invierno de 1875, hijo de un juez y criado entre incontables estrecheces, Queipo soñaba desde crío con una exitosa carrera en el ámbito militar, pero sus padres tenían otros planes. Internado en un seminario, el joven Gonzalo se rebeló contra el porvenir que su familia quería para él fugándose a Ferrol. Allí, con ayuda de una tía, inició su carrera en el Ejército desde la modesta posición de voluntario de corneta. Poco después ascendió a artillero segundo y, finalmente, hizo realidad su sueño en 1896 ingresando en la Academia de Caballería de Valladolid, con el grado de segundo teniente. Ese mismo año asistió en primera persona al derrumbe del imperio español en Cuba, donde se labró una reputación de oficial inmune al miedo. EL “VIRREY” DE SEVILLA. Tras brillar en la guerra de Marruecos, Queipo comenzó a adquirir un perfil más político ( apoyó incondicionalmente la dictadura de Primo de Rivera) y una bien merecida fama de conspirador y golpista. En 1930 lideró un fallido intento de golpe antimonárquico tomando el aeródromo de Cuatro Vientos; tras una breve etapa en el exilio, regresó a España tras la proclamación de la II República y se hizo cargo de la Capitanía General de Madrid, pero nunca se encontró cómodo en el nuevo régimen. Sus recelos atrajeron la desconfianza de Niceto Alcalá Zamora, que no dudó en cesarlo y prescindir de sus servicios: un agravio que fue la mecha que encendió nuevamente la vocación golpista de Queipo, que participaría en la sublevación de julio del 36 al frente de la 7 ª División, acuartelada en Valladolid. Pero fue en Sevilla donde forjó su “leyenda”. Tras lograr su completa rendición con una campaña de represión despiadada, se hizo con el control total de la ciudad del Guadalquivir, creando una suerte de satrapía cuasi independiente en la que ejercía un poder incontestado. Era inevitable que Franco reaccionase ante el exceso de protagonismo del “virrey” del sur. La mutua antipatía venía de los años de la guerra de Marruecos, donde habían surgido fricciones.
RECELO MUTUO. De hecho, Queipo mostró su oposición abiertamente al nombramiento de Franco como jefe de Estado y mantuvo una posición de abierta rebeldía y celosa independencia desde su fortín del sur, al margen de los planes y órdenes de Franco. Queipo decía que “Sevilla es la clave en la salvación de España” y no aceptó las injerencias del Caudillo, constituyendo en la práctica un Estado paralelo que acabó por convertirse en un quebradero de cabeza para el líder nacional. Finalmente, Franco decidió zafarse del problema de una vez por todas cesando a Queipo y privándole de la Capitanía General de Sevilla, tras lo que lo envió a Italia sin otro propósito que quitárselo de encima. Alejado del primer plano, recibió la Laureada de San Fernando, otorgada en persona por el propio Franco, y el título de marqués en 1950. Un año después falleció en el Cortijo de Gambogaz.