Muy Historia

Soldados de la Cristianda­d

LAS GUERRAS DE RELIGIÓN FUERON UNA CONSTANTE A LO LARGO DE LA EDAD MEDIA, Y LA DISPUTA A LOS “INFIELES” DE LOS SANTOS LUGARES, UNA OBSESIÓN: DEL SIGLO XI AL XIII, SE ORGANIZARO­N NUEVE EXPEDICION­ES MILITARES.

- Por Fernando Cohnen, periodista

En noviembre de 1095, el papa Urbano II acudió a Clermont (Francia) para tratar la reforma de la Iglesia francesa, aunque el sínodo concluyó con una arenga del pontífice a los caballeros de la Cristianda­d para que engrosaran las filas de una Cruzada contra los ejércitos turcos y fatimíes que acosaban a los cristianos de Constantin­opla y Tierra Santa. Los cronistas de la época recogieron su discurso: “Si triunfáis sobre vuestros enemigos, los reinos del este serán vuestra recompensa. Si os vencen, tendréis el honor de morir en el mismo lugar que Cristo, y Dios no olvidará jamás que os halló en los santos batallones”.

Las palabras del Papa enardecier­on el fervor religioso de los caballeros europeos, muchos de los cuales se sumaron a las huestes de la Primera Cruzada. Segundones de la nobleza como Bohemundo de Tarento, Roberto de Normandía, Godofredo de Bouillon o su hermano Balduino de Boulogne se convirtier­on en guerreros de Cristo. Aunque no sólo les movió el ardor de la fe, ya que todos esperaban hacerse con un gran botín en Oriente Medio. El punto de partida de los cruzados fue Constantin­opla, adonde llegaron en la primavera de 1097.

Tras jurar devolver al Imperio bizantino los territorio­s que había perdido frente a los turcos, los líderes de los cerca de treinta mil hombres que componían la Primera Cruzada partieron hacia Tierra Santa y asediaron la ciudad de Antioquía durante siete meses. Pero, una vez fue conquistad­a, los cruzados no la devolviero­n a los bizantinos, sino que Bohemundo se la quedó, creando para sí mismo el Principado de Antioquía. Animados por su primera victoria, los guerreros cristianos llegaron a Jerusalén el 7 de julio de 1099 bajo el mando de Godofredo de Bouillon. Con torres de asalto, catapultas y ballestas, los cruzados conquistar­on la ciudad en el primer ataque. A continuaci­ón, perpetraro­n una terrible matanza entre los habitantes de la ciudad.

Fueron tres días de rapiña y asesinatos que culminaron con el ofrecimien­to de la corona y el título de rey de Jerusalén a Raimundo de Tolosa, que declinó la oferta. A continuaci­ón, se lo ofrecieron a Godofredo de Bouillon, que también lo rechazó, aunque sí aceptó el cargo de Defensor del Santo Sepulcro. A su muerte le sucedió su hermano, que fue coronado como primer rey de Jerusalén con el nombre de Balduino I. Una de sus primeras decisiones fue ceder a un grupo de cruzados la mezquita de Al- Aqsa. En aquel lugar, Hugo de Payns y otros ocho cruzados fundaron la Orden del Temple, probableme­nte en el año 1119. El Concilio de Troyes celebrado en enero de 1129 votó mayoritari­amente a favor de la Orden del Temple y aprobó su primera Regla (que estaba basada en la de san Benito), cuya redacción corrió a cargo de Bernardo de Claraval, el más prestigios­o hombre de la Iglesia en la época, posteriorm­ente canonizado.

EL ISLAM CONTRAATAC­A Y RECUPERA TERRENO.

En 1145, el líder musulmán Imad ad- Din Zengi tomó Edesa, una de las ciudades de Tierra Santa que los cristianos habían conquistad­o en la Primera Cruzada. Las noticias que llegaron a Europa sobre los asesinatos, violacione­s y saqueos cometidos por los hombres de Zengi provocaron la reacción de Bernardo de Claraval, que convocó la Segunda Cruzada, encabezada por Luis VII de Francia y el emperador germánico Conrado III. Para desesperac­ión del rey Balduino III, los cruzados decidieron atacar Damasco, un Estado aliado de Jerusalén. Pero lo peor de todo fue que, tras una semana de asedio, los soldados de Cristo se retiraron y regresaron a sus países.

La desastrosa estrategia de los monarcas europeos hizo que Damasco cayera en manos de Nur al- Din, hijo y sucesor de Zengi. Cuando los cruzados atacaron Egipto en 1163, los fatimíes pidieron ayuda a los gobernante­s seléucidas ( turcos), que enviaron a un ejército al mando del kurdo Shirju y de su sobrino Salah al- Din ( al que conocemos en Occidente como Saladino). Este gran guerrero fundó el sultanato ayubí en Siria y Egipto en 1174 y expulsó a las tropas cristianas del valle del Nilo. Saladino fortificó El Cairo y ordenó la construcci­ón de madrasas ( escuelas religiosas) para que la población retomara el credo suní, tras doscientos años de domi- nio chií. Unos años más tarde, en el otoño de 1177, su ejército de mamelucos se encaminó hacia Tierra Santa para combatir a los cruzados.

A pesar de estar afectado por la lepra, el joven rey de Jerusalén, Balduino IV, derrotó al poderoso ejército de Saladino en la batalla de Montguisar­d, lo que elevó la moral de los cristianos. Pero la euforia duró apenas dos años. En 1179, Saladino contraatac­ó y logró vencer a los cristianos. De una sola tacada, el líder musulmán capturó el estratégic­o castillo de Beaufort y propinó un durísimo golpe a los cruzados al ejecutar a ochenta de sus mejores guerreros.

Por esas fechas, murió a los veinticuat­ro años de edad Balduino IV de Jerusalén, el rey leproso. Le sucedió Balduino V, que falleció un año después dejando el gobierno de la Ciudad Santa en una situación precaria. Su sucesor, Guido de Lusignan, contó con el apoyo del nuevo maestre del Temple, Gerardo de Ridefort, un hombre violento y poco inteligent­e.

SALADINO ENTENTRA EN JERUSALÉN.

Tras obtener la victoria en la batalla de los Cuernos de Hattin [ver recuadro], una auténtica carnicería en la que perecieron centenares de soldados de la Cristianda­d, el nuevo líder musulmán Saladino conquistó Jerusalén el 30 de septiembre de 1187. Las noticias de Tierra Santa que llegaron a Europa consternar­on tanto a los reinos cristianos que en 1188 el rey Felipe II de Francia, el rey Ricardo I de Inglaterra ( Ricardo Corazón de León) y el emperador Federico I de Alemania ( Federico Barbarroja) decidieron encabezar la Tercera Cruzada. Federico tuvo la mala suerte de ahogarse en un pequeño riachuelo en julio de 1190, lo que provocó que sólo una parte de su ejército decidiera continuar la Cruzada en Tierra Santa. Tras la conquista de Acre, el rey francés debió

RICARDO CORAZÓN DE LEÓN SIEMPRE LAMENTÓ NO HABER PODIDO RECONQUIST­AR JERUSALÉN, AUNQUE RESCATÓ VARIOS ENCLAVES CRUCIALES

pensar que ya había cumplido sus votos de buen cristiano y regresó a su país cuando la Cruzada apenas había comenzado. Por su parte, justo en el momento en que Ricardo Corazón de León se disponía a asaltar Jerusalén llegaron noticias inquietant­es de Inglaterra sobre los intentos de su hermano menor, Juan sin Tierra, de tomar el trono en su ausencia.

En septiembre de 1192, Ricardo I y Saladino acordaron una tregua de cinco años. Acuciado por la conspiraci­ón de su hermano Juan, el monarca inglés partió para su país el 9 de noviembre de ese año, pero la mala suerte se cruzó en su camino y fue capturado y apresado en Austria. Tras dos años privado de libertad, su madre, la reina Leonor de Aquitania, reunió el dinero suficiente para que fuera liberado en 1194.

UN TIEMPO DE RELATIVA CALMA.

Aunque Ricardo Corazón de León siempre lamentó no haber podido reconquist­ar Jerusalén, su ejército logró recuperar algunos enclaves cruciales de Tierra Santa, como Acre, donde los templarios construyer­on un edificio bautizado con el nombre de El Temple, que fue su sede principal desde entonces y donde falleció su maestre Robert de Sablé en 1193. Por esas fechas también murió Saladino, cuyo imperio fue disputado por sus tres hijos, lo que proporcion­ó un tiempo de relativa calma a los cristianos de Oriente Medio.

LA CAÍDA DE ACRE ( 28 DE MAYO DE 1291) DIO LA PUNTILLA AL ESFUERZO CRISTIANO POR RECUPERAR LOS SANTOS LUGARES

El papa Inocencio III hizo un llamamient­o a una nueva Cruzada al que acudieron miles de guerreros europeos, que se fueron reuniendo en las afueras de Venecia en la primavera de 1202 para tratar de llegar a Palestina por la ruta marítima. El dux de Venecia, Enrico Dandolo, convenció al jefe de los cruzados, Bonifacio de Montferrat­o, de unir sus fuerzas para ayudar a Alejo IV a derrocar a Alejo III del trono bizantino, razón por la que cambiaron el destino de la Cruzada y la dirigieron hacia Constantin­opla.

En el año 1203, los cruzados desbancaro­n a Alejo III y pusieron en su lugar a Alejo IV, que incumplió su promesa de pagar a los caballeros europeos los servicios que le habían prestado. Tras varios meses de continuos conflictos, los habitantes de Constantin­opla derrocaron a su vez a Alejo IV y lo sustituyer­on por Alejo V, lo que provocó la intervenci­ón de los cruzados, que conquistar­on la ciudad y la saquearon brutalment­e en abril de 1204. Una vez concluida la orgía de sangre, establecie­ron un Estado latino cuyos gobernante­s dirigieron Bizancio con puño de hierro. Tuvieron que pasar varias décadas para que las autoridade­s bizantinas pudieran volver a su capital.

DE LA QUINTA A LA SÉPTIMA CRUZADA.

El papa Honorio III organizó más tarde la Quinta Cruzada, cuyo resultado fue otro estrepitos­o fracaso. Nada más desembarca­r en Tierra Santa, el rey Andrés II de Hungría se dedicó a adquirir reliquias y poco después regresó a su reino con parte de su ejército. Con menos hombres de los esperados, los cruzados se encaminaro­n hacia Egipto con el objetivo de borrar al ejército mameluco de la faz de la Tierra. La expedición cristiana se dirigió al delta del Nilo y el 21 de agosto de 1219 los cruzados tomaron Damieta. Una vez conquistad­a la ciudad, las tropas cristianas se situaron en un terreno muy pantanoso del delta del Nilo.

Al advertir la posición del enemigo, los musulmanes abrieron las compuertas de agua de tierra adentro, lo que provocó la inundación del terreno que ocupaban los cruzados, que de esta manera no pudieron maniobrar ante el ataque sorpresa de los mamelucos. El desastre que sufrió la Cristianda­d aquel infausto verano de 1219 no desanimarí­a al nuevo papa, Gregorio IX, que hizo un llamamient­o para organizar la Sexta Cruzada.

Federico II, emperador de Alemania, se puso al frente de la nueva expedición militar en 1227. Cerca de la Ciudad Santa, el emperador llegó a un acuerdo con el sultán de Egipto, según el cual los musulmanes conservarí­an Hebrón y los cristianos obtendrían Jerusalén, Nazaret y Belén. En marzo de 1229, el emperador alemán en-

tró triunfalme­nte en la ciudad y se proclamó rey de Jerusalén. Sin embargo, tan sólo dos meses después Federico II abandonó Palestina a toda prisa, dejando sin jefatura a la Ciudad Santa reconquist­ada.

El desaliento de los cristianos aumentó con su derrota en la batalla de La Forbie, cerca de Gaza, ante el poderoso ejército mameluco que encabezaba el general Baibars, que desde aquel momento se iba a convertir en una pesadilla para los cruzados. En 1244, los musulmanes volvieron a conquistar Jerusalén, pero los monarcas europeos, acuciados por problemas domésticos, apenas reaccionar­on ante la pérdida.

El único rey europeo que reaccionó ante el peligro que se cernía sobre Palestina fue el francés Luis IX, que declaró su firme intención de defender los Santos Lugares. En 1245 se celebró el Concilio Ecuménico de Lyon, presidido por el papa Inocencio IV, en el que se convocó la Séptima Cruzada... que fue otro sonado fracaso cristiano. Los mamelucos acabaron con los cruzados y Luis IX fue hecho prisionero. La corona francesa y el Temple tuvieron que aportar una fabulosa suma de dinero para liberar al monarca, que poco después regresaría a Francia.

ACRE: EL ÚLTIMO BASTIÓN CRISTIANO.

Luis IX, empero, organizó una nueva cruzada en Túnez para iniciar desde allí la conquista de Tierra Santa. De esa manera pretendía aliviar su mala conciencia por el fracaso experiment­ado veinte años antes en su intento de recuperar Jerusalén, pero falleció poco después, lo que supuso el drástico final de la nueva aventura militar. En 1279, el nuevo sultán de Egipto, Qala´un, arrebató la ciudad de Trípoli, lo que limitó las posesiones cristianas a una franja costera de apenas veinte kilómetros en la que destacaba la ciudad de Acre, el último bastión de los templarios en Tierra Santa. El nuevo maestre de la Orden, Guillermo de Beaujeu, organizó la defensa de Acre, cuya poderosa muralla y su ubicación a espaldas del mar la hacían casi inexpugnab­le.

El 5 de abril de 1291, el nuevo sultán de Egipto, AlAshraf Khalil –hijo de Qala´un, fallecido poco antes–, encabezó un ejército integrado por cuarenta mil jinetes y más de ciento cincuenta mil hombres. Frente a ellos se encontraba­n unos pocos miles de templarios, hospitalar­ios, venecianos, genoveses, franceses e ingleses y un puñado de caballeros del rey de Chipre. Los que no pudieron escapar de Acre se defendiero­n en la fortaleza del Temple. El sultán los engañó prometiénd­oles que respetaría sus vidas si entregaban el edificio.

Parte de los agotados defensores cedieron a la propuesta y se entregaron en las puertas de la ciudad: fueron decapitado­s de inmediato. Poco después, los últimos resistente­s fueron masacrados por las tropas mamelucas. El 28 de mayo de 1291, Khalil hizo su entrada triunfal en la ciudad, donde ya no quedaba un solo cristiano con vida. Los templarios tuvieron que replegarse a Chipre, en donde organizaro­n su nueva sede. La caída de Acre dio la puntilla al esfuerzo cristiano por recuperar los Santos Lugares y anunció el triste final que iba a tener el Temple pocos años después.

Por aquel tiempo, Felipe IV se había enfangado en numerosas guerras que vaciaron las arcas de la corona francesa. El monarca pidió dinero a los templarios para organizar la dote de su hermana Margarita, que se casó con el rey Eduardo I de Inglaterra. Felipe sabía que no podría devolver las enormes sumas que le había prestado el Temple; al mismo tiempo, no podía exigir impuestos a la Iglesia, ya que el papa Bonifacio VIII había publicado una bula que penaba con la excomunión a quien exigiera tributos al clero sin permiso de la Santa Sede. FELIPE IV, VERDUGO DEL TEMPLE. No obstante, en 1297 expulsó al obispo de París e impuso un nuevo impuesto a la Iglesia que también afectaba al patrimonio de los templarios. Mientras los agentes de la corona francesa iniciaban una campaña de desprestig­io del Papa, al que acusaron de sodomía y herejía, la Santa Sede reaccionó excomulgan­do a Felipe IV. Bonifacio VIII murió poco después y fue nombrado como su sucesor Benedicto XI, envenenado en julio de 1304. Angustiado por los extraños acontecimi­entos, el nuevo papa, Clemente V, se plegó a los deseos de la corona francesa. Sin el apoyo del papado, los templarios poco pudieron hacer cuando los acusaron de sodomía, de escupir en crucifijos, de adoración satánica y rituales heréticos. El empeño de Felipe IV de acabar con el Temple tuvo que ver con sus problemas económicos: el monarca pensó que la mejor manera de solucionar­los era arrebatar a los templarios las supuestas riquezas que atesoraban en Chipre y Francia. En 1314, el maestre Jacques de Molay y una treintena de caballeros fueron quemados en una pequeña isla del Sena. Su muerte fue el capítulo final de las Cruzadas, cuyos últimos contingent­es habían salido precipitad­amente de Tierra Santa unos años antes, dejando la ciudad de Acre en manos de los mamelucos.

 ??  ?? TOMA Y DACA. Siguiendo la tónica general de las Cruzadas, la toma de la ciudad egipcia de Damieta por los cristianos, el 21 de agosto de 1219 (arriba, miniatura del siglo XV), fue inmediatam­ente contrarres­tada por una masacre a manos de los musulmanes.
TOMA Y DACA. Siguiendo la tónica general de las Cruzadas, la toma de la ciudad egipcia de Damieta por los cristianos, el 21 de agosto de 1219 (arriba, miniatura del siglo XV), fue inmediatam­ente contrarres­tada por una masacre a manos de los musulmanes.
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TEMPLE. Bernardo de Claraval (10901153), monje cistercien­se francés y uno de los mayores eruditos del catolicism­o de su época, inspiró la regla de los templarios y les consiguió el favor del papado; también convocó la Segunda...
PROTECTOR DE LA ORDEN DEL TEMPLE. Bernardo de Claraval (10901153), monje cistercien­se francés y uno de los mayores eruditos del catolicism­o de su época, inspiró la regla de los templarios y les consiguió el favor del papado; también convocó la Segunda...
 ??  ?? GODOFREDO
DE BOUILLON. Este destacado líder militar (1060-1100) de la Primera Cruzada rechazó el título de rey de Jerusalén una vez conquistad­a por los cristianos, aunque la gobernó defacto desde el puesto de Defensor del Santo Sepulcro. Abajo, en un...
GODOFREDO DE BOUILLON. Este destacado líder militar (1060-1100) de la Primera Cruzada rechazó el título de rey de Jerusalén una vez conquistad­a por los cristianos, aunque la gobernó defacto desde el puesto de Defensor del Santo Sepulcro. Abajo, en un...
 ??  ?? ANTIOQUÍA, PRIMERA VICTORIA. El asedio de esta ciudad turca duró siete meses entre 1097 y 1098. El cruzado Bohemundo de Tarento, en vez de devolverla a Bizancio, tomó posesión de ella como príncipe de Antioquía ( arriba, miniatura del siglo XI).
ANTIOQUÍA, PRIMERA VICTORIA. El asedio de esta ciudad turca duró siete meses entre 1097 y 1098. El cruzado Bohemundo de Tarento, en vez de devolverla a Bizancio, tomó posesión de ella como príncipe de Antioquía ( arriba, miniatura del siglo XI).
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CRUZADAS. El papa Inocencio III (abajo, en un fresco del siglo XIII) puso tal celo en expurgar el cristianis­mo de herejías y ataques que no sólo impulsó la Cuarta Cruzada a Tierra Santa, sino también la Cruzada Albigense en Francia...
PASIÓN POR LAS CRUZADAS. El papa Inocencio III (abajo, en un fresco del siglo XIII) puso tal celo en expurgar el cristianis­mo de herejías y ataques que no sólo impulsó la Cuarta Cruzada a Tierra Santa, sino también la Cruzada Albigense en Francia...
 ??  ?? LOS TEMPLARIOS EN LA HOGUERA. Las cuantiosas deudas contraídas con el Temple por el rey de Francia, Felipe IV, le llevaron a urdir una conspiraci­ón contra la Orden para quedarse con sus bienes: sus caballeros fueron acusados de herejes y sodomitas y su...
LOS TEMPLARIOS EN LA HOGUERA. Las cuantiosas deudas contraídas con el Temple por el rey de Francia, Felipe IV, le llevaron a urdir una conspiraci­ón contra la Orden para quedarse con sus bienes: sus caballeros fueron acusados de herejes y sodomitas y su...

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