Muy Historia

Caravanas: la aventura de los pioneros

LAS RUTAS DE OREGÓN Y CALIFORNIA JUGARON UN PAPEL ESENCIAL EN LA CONSOLIDAC­IÓN DE ESTADOS UNIDOS. UNIERON EL PAÍS CUANDO EL FERROCARRI­L AÚN NO EXISTÍA Y CONTRIBUYE­RON A DARLE LA FORMA QUE AHORA TIENE.

- Por Rodrigo Brunori, escritoryp­eriodista

Amediados del siglo XIX, las familias de pioneros – con sus niños y sus ancianos; sus herramient­as, animales y bártulos– empezaron a abandonar en masa los hogares del Medio Oeste y a embarcarse en un azaroso viaje en busca de una vida mejor. El destino estaba más allá de las Grandes Llanuras – entonces denominada­s con el intimidato­rio nombre de Gran Desierto Americano– y también de las imponentes Montañas Rocosas, la Sierra Nevada california­na y las Montañas Azules de Oregón. Sólo se alcanzaba al llegar al océano Pacífico, o poco antes. Eran más de 3.000 kilómetros de extenuante recorrido que los pioneros hacían a través de climas extremos, siempre sometidos al peligro de quedarse sin comida o sin agua, a las amenazas de la enfermedad y los accidentes que diezmaban las expedicion­es y al terror que provocaban los indios. Y sin embargo se calcula que, a lo largo del siglo XIX, hicieron ese trayecto unas 500.000 personas, la mayoría entre los primeros años de la década de 1840 y finales de la de 1860.

Esta hazaña está profundame­nte inscrita en el espíritu americano. Supuso la extensión de la frontera hacia el Oeste en un momento en que el país pugnaba por adquirir su forma actual y constituye uno de los mitos fundaciona­les de Estados Unidos. Hemos visto esa experienci­a reflejada una y otra vez en el cine y la literatura – a veces con gran fidelidad, otras con menos–, pero aun así, tal es la magnitud de la aventura, que nunca deja de sorprender.

LA DECISIÓN DE EMIGRAR. ¿ Qué podía llevar a una familia cómodament­e situada en Misuri o Illinois a emprender un viaje tan incierto? La explicació­n clásica recurre a inquietude­s muy caracterís­ticas de la sociedad americana: el ansia por la movilidad geográfica, la importanci­a de la iniciativa individual, la búsqueda de una vida nueva, la reinvenció­n de la persona en un lugar distinto en el que es posible empezar de cero, incluso cambiando de nombre, y donde las posibilida­des son infinitas. Este factor personal o psicológic­o jugó sin duda un papel muy importante, y así aparece reflejado en multitud de diarios y cartas en los que se da cuenta de cómo se toma esa decisión: a veces de forma precipitad­a, sin que haya nada que lo justifique y por exclusivo deseo del cabeza de familia ( el afán migratorio parece haber sido predominan­temente masculino).

Es lo que le ocurre, por ejemplo, a Sarah Cummings, una joven de Illinois que un día llega a su casa y se entera de que su padre ha vendido por sorpresa la granja en la que viven y ha decidido que se marchen todos a Misuri, para luego saltar a Oregón. Otro caso paradigmát­ico es el del comerciant­e Peter Burnett, que en 1843 emigró al Oeste porque no podía pagar sus deudas y acabó siendo el primer gobernador de California. Esa búsqueda de una vida nueva da asimismo lugar a la extendida tradición de los recién casados que, como luna de miel, eligen directamen­te la ruta de las caravanas.

La emigración cuenta con un sustrato ideológico en el que se mezcla la doctrina del Destino Manifiesto, según la cual el hombre blanco ha sido elegi-

do por Dios para colonizar el continente de costa a costa, con una sublimació­n espiritual de la noción de Oeste como destino obligado. El escritor y filósofo Henry David Thoreau ( 1817- 1862) identifica el movimiento hacia el Oeste con el progreso, la libertad y el conocimien­to. Mark Twain ( 1835- 1910), por su parte, dice que la urgencia por ir al Oeste es un instinto humano, igual que la necesidad de amar. En cualquier caso, para los pioneros, ir hacia el Oeste supone continuar el viaje emprendido en el pasado, por ellos mismos o por sus ancestros, desde Europa.

CRISIS Y ENFERMEDAD. Pero, detrás de una emigración tan masiva, hay también motivos prácticos. El primero es la crisis económica, que comienza con el Pánico de 1837 y deja altas tasas de desempleo y una enorme deflación que impide vender los productos agrícolas a precios mínimament­e razonables. El otro es la malaria, enfermedad endémica en los Estados de los que parten los pioneros –Misuri, Illinois, Iowa, Mississipp­i–, de la que muchos pretenden huir.

A estos problemas se les oponen, en la imaginació­n popular, todas las historias fantástica­s que se repiten una y otra vez sobre el Oeste: un lugar libre de enfermedad­es, donde el hambre no existe, el clima es benigno todo el año y hay tierra y riqueza para todos. Una especie de Shangri-La, de Tierra Prometida. Cuenta Frank McLynn, en su libro WagonsWest, que circulaba por entonces una historia sobre un muerto que había vuelto a la vida al ser llevado a California y otra sobre cerdos que iban corriendo por el campo ya asados y con los cubiertos clavados en el lomo. Son los famosos tall tales ( historias inverosími­les) que tanto abundan en el folclore americano.

Pero la promoción del viaje, mitificaci­ones incluidas, no es siempre inocente. Hay que tener en cuenta que, cuando los colonos empiezan a emigrar, adonde van es al extranjero. Oregón – que entonces incluye en su territorio el actual Estado de Washington– será parte de Inglaterra hasta el Tratado de Oregón de 1846; California pertenecer­á a México hasta 1848, cuando se gana por las armas. Por eso, a comienzos de los años cuarenta hay una importante campaña propagandí­stica impulsada desde la política y la prensa para inundar esas regiones de pioneros, de forma que Estados Unidos tenga motivos para reclamarla­s, igual que había hecho con Texas.

FAMILIAS DE POSIBLES, NIÑOS Y ADVENE

DIZOS. La aventura del Oeste la emprendían sobre todo personas con cierto nivel económico, ya que había que contar con medios para comprar todo lo necesario – la carreta, los animales, la comida– y también con un capital con el que establecer­se en el lugar de destino. En su mayoría fueron familias, por

HUBO UNA IMPORTANTE CAMPAÑA GUBERNAMEN­TAL PARA INUNDAR OREGÓN Y CALIFORNIA DE PIONEROS Y ASÍ PODER APROPIÁRSE­LOS

lo general con un sorprenden­te número de niños, que son especialme­nte propensos a sufrir todo tipo de enfermedad­es y accidentes, como queda reflejado en muchos diarios de viaje. También era habitual que se sumasen otros parientes o individuos que iban por libre y no tenían dinero, pero aportaban su trabajo, ya que la marcha al Oeste era una salida habitual para personas endeudadas por la crisis.

El punto de arranque más utilizado fue la ciudad de Independen­ce (Misuri), aunque también se podía partir de St Joseph, igualmente en Misuri, o de Council Bluffs, en Iowa. Durante gran parte del trayecto, la ruta era común para los dos destinos posibles, Oregón y California. Las caravanas avanzaban siguiendo el curso de ríos, al principio sobre todo el Platte y el Sweetwater. Así atravesaba­n los territorio­s de Kansas, Nebraska y Wyoming y llegaban a las Montañas Rocosas, que cruzaban sin mayor dificultad utilizando el Paso Sur, conocido desde que en 1812 lo descubrier­a un grupo de traficante­s de pieles. Más adelante, al llegar a Idaho, la ruta se dividía y los que iban a California tomaban el curso del río Humboldt, mientras que los de Oregón seguían primero el Snake y luego el Columbia. La parte más complicada era siempre el final, cuando llegaba el momento de enfrentars­e a la montaña (Sierra Nevada en California, Montañas Azules en Oregón).

La distancia total era variable, ya que dentro de la misma ruta había distintas opciones – se podían tomar atajos, aunque no siempre era una decisión acertada–, pero aun así el recorrido era de al menos 3.000 kilómetros. La velocidad a la que se avanzaba dependía de los obstáculos o incidentes a los que hubiera que enfrentars­e. En el mejor de los casos, se conseguía una velocidad de unos 25 kilómetros diarios, por lo que la marcha duraba entre cuatro y seis meses. El viaje se iniciaba en primavera, a finales de abril o comienzos de mayo. La correcta elección de la fecha era crucial, ya que, si se salía antes, en el camino no habría aún suficiente hierba para los animales, mientras que un retraso indebido podía suponer que, al llegar a las montañas, la nieve impidiera seguir adelante.

LAS GOLETAS DE LAS PRA

DERAS. La imagen de los pioneros ha quedado asociada para siempre a una carreta cubierta y tirada por bestias. Es el vehículo caracterís­tico de la emigración al Oeste, que recibe el nombre de

prairie schooner – goleta de las praderas, en inglés– por la semejanza que, de lejos y debido al blanco de la lona, tiene con un velero. El tiro de la carreta lo componían parejas de animales – a veces, hasta ocho o diez–, que podían ser bueyes, mulas o caballos ( los bueyes eran los preferidos por su resistenci­a). Tanta fuerza era imprescind­ible porque las schooners, aunque más pequeñas que los famosos Conestogaw­agons usados en el Este, podían acomodar entre 2.000 y 3.000 kilos de peso. Normalment­e iban atiborrada­s de provisione­s y no quedaba mucho sitio para los viajeros, que debían ir caminando al lado o a caballo. También por ese mismo motivo, se dormía generalmen­te al raso o, en caso de lluvia, debajo de la propia carreta.

Los pioneros se organizaba­n en caravanas, tanto por razones de eficiencia como para prestarse asistencia mutua y hacer frente a posibles peligros. Éstas podían ser de muy distintos tamaños. El primer grupo que realizó con éxito la Ruta de Oregón hasta el final fue el guiado por el misionero Marcus Whitman en 1843. Contó con na-

da menos que mil pioneros y ciento veinte carretas y recibió por ello el nombre de la Gran Emigración. Pero este fue un fenómeno único, y muchas caravanas se componían de una docena de carretas y menos de un centenar de personas.

Las expedicion­es contaban con sitios de aprovision­amiento en los distintos fuertes que había a lo largo del recorrido –Fort Laramie, Fort Bridger, Fort Hall y Fort Boise–, que en esta época, más que instalacio­nes militares propiament­e dichas, eran lugares de intercambi­o comercial (el Ejército no se hizo cargo del famoso Fort Laramie hasta 1849).

ORGANIZACI­ÓN CUASIMILIT­AR. Una de las tareas obligadas, antes de partir, era elegir autoridade­s para el viaje: el capitán, los guías, los ayudantes – incluso con rangos militares, como tenientes o sargentos–, ya que las decisiones importante­s que habría que tomar eran muchas; entre las más básicas, dónde pasar la noche al final de cada jornada. También se pactaba el modo de impartir justicia. Las caravanas se internaban en territorio­s en los que no se sabía cuál era la ley aplicable o si había ley de algún tipo. En la mencionada expedición de Whitman, se eligió un jurado estable de nueve miembros en una votación en la que tomaron parte los varones mayores de dieciséis años.

Estos procedimie­ntos eran fundamenta­les porque en el viaje se cometían delitos y había episodios de violencia. Los pioneros podían verse en la tesitura de tener que decidir si ahorcaban o no a alguien, por ejemplo. Es lo que sucede en la Expedición Donner cuando James Reed, uno de los líderes, mata de una puñalada al viajero John Snyder en el curso de una pelea absurda ( al final, simplement­e lo expulsan).

La emigración al Oeste era sin duda una aventura peligrosa, con una mortalidad de aproximada­mente el 5%, aunque algunos autores extienden esta cifra hasta el 10%. No obstante, el principal riesgo no eran los indios, como temían los pioneros y figura en la imaginació­n popular. El 90% de los episodios de violencia en la época anterior a la Guerra Civil tuvo lugar al oeste de las Rocosas, lo que supone que el cruce de las Grandes Llanuras era en general tranquilo. Las grandes tribus del norte – sioux y cheyennes– dejaron a las caravanas relativame­nte en paz. La amenaza venía sobre todo de grupos menores y ahora desconocid­os, como los banocks, cayuse y modocs, que se encontraba­n en el tramo final de la senda de Oregón.

Sí es verdad que los pioneros sufrían ocasionale­s robos, sobre todo de caballos, pero también se daban ejemplos de colaboraci­ón y comercio entre ambos grupos. El trueque era muy habitual; comida por agujas, tela, espejos o hilo de coser, por ejemplo. Muchos indios eran completame­nte pacíficos, prestaban ayuda en situacione­s críticas, como el cruce de ríos, y lo que mostraban era sobre todo una gran curiosidad. En una carta escrita en 1864, Pamelia Dillin Fergus cuenta cómo una mujer se quitó la dentadura postiza delante de un pequeño grupo de indios y estos huyeron despavorid­os y, a partir de ese momento, la considerar­on una gran hechicera.

Totalmente distinta era la situación en el sur con los comanches, guerreros feroces donde los haya; pero justamente por eso, y por los conflictos con México, no se usaba la que fue la primera ruta de emigración explorada, el Camino de Santa Fe.

LOS VERDADEROS PELIGROS DE LA RUTA. La mayor parte de las muertes registrada­s durante el viaje se debían a enfermedad­es – cólera y tifus, en particular– y accidentes, muchos de ellos relacionad­os con las propias carretas ( hay escalofria­ntes relatos de niños que se caen y mueren aplastados por las ruedas). También eran muy frecuentes los accidentes con armas de fuego, sobre todo debido a negligenci­as. Rumbo a California, en 1841, un joven llamado James Shotwell se disparó a sí mismo al sacar un rifle de la carreta cogiéndolo directamen­te del cañón. Muchos perecían también ahogados al vadear ríos, que era una de las situacione­s de máximo peligro. En 1843, un sexagenari­o pionero inglés de reconocido mal carácter, Miles Eyers, intentó cruzar el Snake por un sitio inadecuado, porque no quería esperar, y causó su propia muerte y la del joven Cornelius Stringer, que intentó salvarlo.

Pero si hay una tragedia significat­iva en la ruta de las caravanas es la de la Expedición Donner, que par-

EN LA DÉCADA DE 1850, LA RUTA SE LLENÓ DE HOMBRES SOLOS QUE IBAN A CALIFORNIA A HACER FORTUNA, ARMADOS HASTA LOS DIENTES

tió de Independen­ce con veinte carretas y ochenta y nueve personas el 12 de mayo de 1846. La fecha era ya tardía, pero todo habría ido quizás bien de no haber cometido un error fatal: se dejaron convencer para coger un supuesto atajo –el atajo Hastings– que, para favorecer sus intereses personales, promociona­ban el aventurero Lansford Hastings y el traficante de pieles y comerciant­e Jim Bridger. Esto les hizo atravesar las montañas Wasatch por lugares impractica­bles para carretas y luego les metió en una agotadora travesía de varios días por el Gran Desierto del Lago Salado, lo que supuso una importante pérdida de tiempo.

Cuando al final de octubre intentaron cruzar la Sierra Nevada, era demasiado tarde, por lo que se quedaron atrapados en la montaña durante todo el invierno debido a la nieve. Después de varios intentos, fueron rescatados en abril. Para entonces, sólo quedaban vivos la mitad, que habían sobrevivid­o recurriend­o al canibalism­o. Uno de ellos, William Foster, incluso mató a los dos guías, los indios wiwok Luis y Salvador – que se habían negado a comer carne humana–, para alimentar al grupo.

EL VIAJE SE TRANSFORMA AL RITMO DE LA HISTORIA.

Las rutas de las caravanas fueron cambiando a lo largo de las casi tres décadas en las que estuvieron en auge. En 1848 comenzó la Fiebre del Oro de California y esto supuso un punto de inflexión fundamenta­l. A partir de ese momento, se disparó el número de personas que se apuntaban cada año, que empezaron a contarse por decenas de miles. Pero aún más significat­ivo fue el hecho de que el tipo de viajero cambió. Si al principio el trayecto lo hacían sobre todo familias de granjeros temerosas de Dios y acostumbra­das a respetar la ley, en los años cincuenta la ruta empezó a inundarse de hombres solos, que iban rumbo a California a hacer fortuna rápida, armados hasta los dientes y con una actitud muy distinta a la tradiciona­l. Fue a partir de entonces cuando el crimen y la violencia durante el viaje también aumentaron de forma exponencia­l.

En 1865 acabó la Guerra de Secesión y empezó la colonizaci­ón acelerada de las Grandes Llanuras, lo cual puso en pie de guerra a los indios y convirtió las rutas en una experienci­a más peligrosa. Por último, en 1869 se inauguró el primer Ferrocarri­l Transconti­nental, que unía las dos mitades de Estados Unidos y ofrecía un transporte alternativ­o más eficiente y barato. Esto marcó el declive de una experienci­a que sería esencial en la identidad americana.

 ??  ??
 ??  ?? UNA HAZAÑA GENUINAMEN­TE AMERICANA. Las caravanas de carretas que atravesaro­n las Grandes Llanuras y las cadenas montañosas para llegar al Pacífico llevaron en el siglo XIX a medio millón de personas hasta el lejano Oeste, poblando así masivament­e vastos territorio­s. En la foto, una caravana en 1885.
UNA HAZAÑA GENUINAMEN­TE AMERICANA. Las caravanas de carretas que atravesaro­n las Grandes Llanuras y las cadenas montañosas para llegar al Pacífico llevaron en el siglo XIX a medio millón de personas hasta el lejano Oeste, poblando así masivament­e vastos territorio­s. En la foto, una caravana en 1885.
 ??  ?? LA RUTA DE OREGÓN. Tanto ésta como la de California partían de Misuri o Iowa; el punto de arranque más utilizado era la ciudad de Independen­ce. A partir de Idaho, las dos rutas se separaban. Abajo, en una acuarela, dos caravanas con sus carretas acampadas a orillas del Sweetwater, junto a Independen­ce.
LA RUTA DE OREGÓN. Tanto ésta como la de California partían de Misuri o Iowa; el punto de arranque más utilizado era la ciudad de Independen­ce. A partir de Idaho, las dos rutas se separaban. Abajo, en una acuarela, dos caravanas con sus carretas acampadas a orillas del Sweetwater, junto a Independen­ce.
 ??  ?? DE MOROSO A GOBERNADOR. La decisión de emigrar al Oeste se tomaba muchas veces de forma precipitad­a, en busca de oportunida­des o huyendo de unas circunstan­cias desfavorab­les. Un caso paradigmát­ico de esto último fue el del comerciant­e Peter Burne  (a la derecha, en 1860), que en 1843 se fue a California porque lo perseguían los acreedores y acabó siendo el primer gobernador del Estado.
DE MOROSO A GOBERNADOR. La decisión de emigrar al Oeste se tomaba muchas veces de forma precipitad­a, en busca de oportunida­des o huyendo de unas circunstan­cias desfavorab­les. Un caso paradigmát­ico de esto último fue el del comerciant­e Peter Burne (a la derecha, en 1860), que en 1843 se fue a California porque lo perseguían los acreedores y acabó siendo el primer gobernador del Estado.
 ??  ?? EL CURSO DE LOSRÍOS. Marcaban el rumbo a los pioneros, y muchos se ahogaron al vadearlos. Abajo, el Pla e, en Colorado (óleo de Worthingto­n).
EL CURSO DE LOSRÍOS. Marcaban el rumbo a los pioneros, y muchos se ahogaron al vadearlos. Abajo, el Pla e, en Colorado (óleo de Worthingto­n).
 ??  ?? SALIR A TIEMPO. Era vital iniciar el viaje a finales de abril, para que hubiera pasto en el trayecto y para llegar antes del invierno a las montañas (abajo, caravana hacia Mount Hood, Oregón, 1865).
SALIR A TIEMPO. Era vital iniciar el viaje a finales de abril, para que hubiera pasto en el trayecto y para llegar antes del invierno a las montañas (abajo, caravana hacia Mount Hood, Oregón, 1865).
 ??  ?? ANTES DEL FERROCARRI­L. Las carretas cubiertas y tiradas por animales fueron el medio de transporte de los pioneros, tanto las schooners, más pequeñas, como los enormes Conestoga wagons (arriba, uno de estos últimos).
ANTES DEL FERROCARRI­L. Las carretas cubiertas y tiradas por animales fueron el medio de transporte de los pioneros, tanto las schooners, más pequeñas, como los enormes Conestoga wagons (arriba, uno de estos últimos).
 ??  ?? INDIOS, UN PELIGROREL­ATIVO. Las grandes tribus norteñas – sioux y cheyennes– apenas atacaron a los pioneros; otros, como los cayuse (arriba, un jefe de esta tribu), fueron más agresivos.
INDIOS, UN PELIGROREL­ATIVO. Las grandes tribus norteñas – sioux y cheyennes– apenas atacaron a los pioneros; otros, como los cayuse (arriba, un jefe de esta tribu), fueron más agresivos.
 ??  ?? TRAGEDIA EN LA NIEVE. En 1846, la Expedición Donner (dcha., grabado) tomó un supuesto atajo y quedó atrapada en la montaña. Los supervivie­ntes recurriero­n al canibalism­o.
TRAGEDIA EN LA NIEVE. En 1846, la Expedición Donner (dcha., grabado) tomó un supuesto atajo y quedó atrapada en la montaña. Los supervivie­ntes recurriero­n al canibalism­o.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain