Caravanas: la aventura de los pioneros
LAS RUTAS DE OREGÓN Y CALIFORNIA JUGARON UN PAPEL ESENCIAL EN LA CONSOLIDACIÓN DE ESTADOS UNIDOS. UNIERON EL PAÍS CUANDO EL FERROCARRIL AÚN NO EXISTÍA Y CONTRIBUYERON A DARLE LA FORMA QUE AHORA TIENE.
Amediados del siglo XIX, las familias de pioneros – con sus niños y sus ancianos; sus herramientas, animales y bártulos– empezaron a abandonar en masa los hogares del Medio Oeste y a embarcarse en un azaroso viaje en busca de una vida mejor. El destino estaba más allá de las Grandes Llanuras – entonces denominadas con el intimidatorio nombre de Gran Desierto Americano– y también de las imponentes Montañas Rocosas, la Sierra Nevada californiana y las Montañas Azules de Oregón. Sólo se alcanzaba al llegar al océano Pacífico, o poco antes. Eran más de 3.000 kilómetros de extenuante recorrido que los pioneros hacían a través de climas extremos, siempre sometidos al peligro de quedarse sin comida o sin agua, a las amenazas de la enfermedad y los accidentes que diezmaban las expediciones y al terror que provocaban los indios. Y sin embargo se calcula que, a lo largo del siglo XIX, hicieron ese trayecto unas 500.000 personas, la mayoría entre los primeros años de la década de 1840 y finales de la de 1860.
Esta hazaña está profundamente inscrita en el espíritu americano. Supuso la extensión de la frontera hacia el Oeste en un momento en que el país pugnaba por adquirir su forma actual y constituye uno de los mitos fundacionales de Estados Unidos. Hemos visto esa experiencia reflejada una y otra vez en el cine y la literatura – a veces con gran fidelidad, otras con menos–, pero aun así, tal es la magnitud de la aventura, que nunca deja de sorprender.
LA DECISIÓN DE EMIGRAR. ¿ Qué podía llevar a una familia cómodamente situada en Misuri o Illinois a emprender un viaje tan incierto? La explicación clásica recurre a inquietudes muy características de la sociedad americana: el ansia por la movilidad geográfica, la importancia de la iniciativa individual, la búsqueda de una vida nueva, la reinvención de la persona en un lugar distinto en el que es posible empezar de cero, incluso cambiando de nombre, y donde las posibilidades son infinitas. Este factor personal o psicológico jugó sin duda un papel muy importante, y así aparece reflejado en multitud de diarios y cartas en los que se da cuenta de cómo se toma esa decisión: a veces de forma precipitada, sin que haya nada que lo justifique y por exclusivo deseo del cabeza de familia ( el afán migratorio parece haber sido predominantemente masculino).
Es lo que le ocurre, por ejemplo, a Sarah Cummings, una joven de Illinois que un día llega a su casa y se entera de que su padre ha vendido por sorpresa la granja en la que viven y ha decidido que se marchen todos a Misuri, para luego saltar a Oregón. Otro caso paradigmático es el del comerciante Peter Burnett, que en 1843 emigró al Oeste porque no podía pagar sus deudas y acabó siendo el primer gobernador de California. Esa búsqueda de una vida nueva da asimismo lugar a la extendida tradición de los recién casados que, como luna de miel, eligen directamente la ruta de las caravanas.
La emigración cuenta con un sustrato ideológico en el que se mezcla la doctrina del Destino Manifiesto, según la cual el hombre blanco ha sido elegi-
do por Dios para colonizar el continente de costa a costa, con una sublimación espiritual de la noción de Oeste como destino obligado. El escritor y filósofo Henry David Thoreau ( 1817- 1862) identifica el movimiento hacia el Oeste con el progreso, la libertad y el conocimiento. Mark Twain ( 1835- 1910), por su parte, dice que la urgencia por ir al Oeste es un instinto humano, igual que la necesidad de amar. En cualquier caso, para los pioneros, ir hacia el Oeste supone continuar el viaje emprendido en el pasado, por ellos mismos o por sus ancestros, desde Europa.
CRISIS Y ENFERMEDAD. Pero, detrás de una emigración tan masiva, hay también motivos prácticos. El primero es la crisis económica, que comienza con el Pánico de 1837 y deja altas tasas de desempleo y una enorme deflación que impide vender los productos agrícolas a precios mínimamente razonables. El otro es la malaria, enfermedad endémica en los Estados de los que parten los pioneros –Misuri, Illinois, Iowa, Mississippi–, de la que muchos pretenden huir.
A estos problemas se les oponen, en la imaginación popular, todas las historias fantásticas que se repiten una y otra vez sobre el Oeste: un lugar libre de enfermedades, donde el hambre no existe, el clima es benigno todo el año y hay tierra y riqueza para todos. Una especie de Shangri-La, de Tierra Prometida. Cuenta Frank McLynn, en su libro WagonsWest, que circulaba por entonces una historia sobre un muerto que había vuelto a la vida al ser llevado a California y otra sobre cerdos que iban corriendo por el campo ya asados y con los cubiertos clavados en el lomo. Son los famosos tall tales ( historias inverosímiles) que tanto abundan en el folclore americano.
Pero la promoción del viaje, mitificaciones incluidas, no es siempre inocente. Hay que tener en cuenta que, cuando los colonos empiezan a emigrar, adonde van es al extranjero. Oregón – que entonces incluye en su territorio el actual Estado de Washington– será parte de Inglaterra hasta el Tratado de Oregón de 1846; California pertenecerá a México hasta 1848, cuando se gana por las armas. Por eso, a comienzos de los años cuarenta hay una importante campaña propagandística impulsada desde la política y la prensa para inundar esas regiones de pioneros, de forma que Estados Unidos tenga motivos para reclamarlas, igual que había hecho con Texas.
FAMILIAS DE POSIBLES, NIÑOS Y ADVENE
DIZOS. La aventura del Oeste la emprendían sobre todo personas con cierto nivel económico, ya que había que contar con medios para comprar todo lo necesario – la carreta, los animales, la comida– y también con un capital con el que establecerse en el lugar de destino. En su mayoría fueron familias, por
HUBO UNA IMPORTANTE CAMPAÑA GUBERNAMENTAL PARA INUNDAR OREGÓN Y CALIFORNIA DE PIONEROS Y ASÍ PODER APROPIÁRSELOS
lo general con un sorprendente número de niños, que son especialmente propensos a sufrir todo tipo de enfermedades y accidentes, como queda reflejado en muchos diarios de viaje. También era habitual que se sumasen otros parientes o individuos que iban por libre y no tenían dinero, pero aportaban su trabajo, ya que la marcha al Oeste era una salida habitual para personas endeudadas por la crisis.
El punto de arranque más utilizado fue la ciudad de Independence (Misuri), aunque también se podía partir de St Joseph, igualmente en Misuri, o de Council Bluffs, en Iowa. Durante gran parte del trayecto, la ruta era común para los dos destinos posibles, Oregón y California. Las caravanas avanzaban siguiendo el curso de ríos, al principio sobre todo el Platte y el Sweetwater. Así atravesaban los territorios de Kansas, Nebraska y Wyoming y llegaban a las Montañas Rocosas, que cruzaban sin mayor dificultad utilizando el Paso Sur, conocido desde que en 1812 lo descubriera un grupo de traficantes de pieles. Más adelante, al llegar a Idaho, la ruta se dividía y los que iban a California tomaban el curso del río Humboldt, mientras que los de Oregón seguían primero el Snake y luego el Columbia. La parte más complicada era siempre el final, cuando llegaba el momento de enfrentarse a la montaña (Sierra Nevada en California, Montañas Azules en Oregón).
La distancia total era variable, ya que dentro de la misma ruta había distintas opciones – se podían tomar atajos, aunque no siempre era una decisión acertada–, pero aun así el recorrido era de al menos 3.000 kilómetros. La velocidad a la que se avanzaba dependía de los obstáculos o incidentes a los que hubiera que enfrentarse. En el mejor de los casos, se conseguía una velocidad de unos 25 kilómetros diarios, por lo que la marcha duraba entre cuatro y seis meses. El viaje se iniciaba en primavera, a finales de abril o comienzos de mayo. La correcta elección de la fecha era crucial, ya que, si se salía antes, en el camino no habría aún suficiente hierba para los animales, mientras que un retraso indebido podía suponer que, al llegar a las montañas, la nieve impidiera seguir adelante.
LAS GOLETAS DE LAS PRA
DERAS. La imagen de los pioneros ha quedado asociada para siempre a una carreta cubierta y tirada por bestias. Es el vehículo característico de la emigración al Oeste, que recibe el nombre de
prairie schooner – goleta de las praderas, en inglés– por la semejanza que, de lejos y debido al blanco de la lona, tiene con un velero. El tiro de la carreta lo componían parejas de animales – a veces, hasta ocho o diez–, que podían ser bueyes, mulas o caballos ( los bueyes eran los preferidos por su resistencia). Tanta fuerza era imprescindible porque las schooners, aunque más pequeñas que los famosos Conestogawagons usados en el Este, podían acomodar entre 2.000 y 3.000 kilos de peso. Normalmente iban atiborradas de provisiones y no quedaba mucho sitio para los viajeros, que debían ir caminando al lado o a caballo. También por ese mismo motivo, se dormía generalmente al raso o, en caso de lluvia, debajo de la propia carreta.
Los pioneros se organizaban en caravanas, tanto por razones de eficiencia como para prestarse asistencia mutua y hacer frente a posibles peligros. Éstas podían ser de muy distintos tamaños. El primer grupo que realizó con éxito la Ruta de Oregón hasta el final fue el guiado por el misionero Marcus Whitman en 1843. Contó con na-
da menos que mil pioneros y ciento veinte carretas y recibió por ello el nombre de la Gran Emigración. Pero este fue un fenómeno único, y muchas caravanas se componían de una docena de carretas y menos de un centenar de personas.
Las expediciones contaban con sitios de aprovisionamiento en los distintos fuertes que había a lo largo del recorrido –Fort Laramie, Fort Bridger, Fort Hall y Fort Boise–, que en esta época, más que instalaciones militares propiamente dichas, eran lugares de intercambio comercial (el Ejército no se hizo cargo del famoso Fort Laramie hasta 1849).
ORGANIZACIÓN CUASIMILITAR. Una de las tareas obligadas, antes de partir, era elegir autoridades para el viaje: el capitán, los guías, los ayudantes – incluso con rangos militares, como tenientes o sargentos–, ya que las decisiones importantes que habría que tomar eran muchas; entre las más básicas, dónde pasar la noche al final de cada jornada. También se pactaba el modo de impartir justicia. Las caravanas se internaban en territorios en los que no se sabía cuál era la ley aplicable o si había ley de algún tipo. En la mencionada expedición de Whitman, se eligió un jurado estable de nueve miembros en una votación en la que tomaron parte los varones mayores de dieciséis años.
Estos procedimientos eran fundamentales porque en el viaje se cometían delitos y había episodios de violencia. Los pioneros podían verse en la tesitura de tener que decidir si ahorcaban o no a alguien, por ejemplo. Es lo que sucede en la Expedición Donner cuando James Reed, uno de los líderes, mata de una puñalada al viajero John Snyder en el curso de una pelea absurda ( al final, simplemente lo expulsan).
La emigración al Oeste era sin duda una aventura peligrosa, con una mortalidad de aproximadamente el 5%, aunque algunos autores extienden esta cifra hasta el 10%. No obstante, el principal riesgo no eran los indios, como temían los pioneros y figura en la imaginación popular. El 90% de los episodios de violencia en la época anterior a la Guerra Civil tuvo lugar al oeste de las Rocosas, lo que supone que el cruce de las Grandes Llanuras era en general tranquilo. Las grandes tribus del norte – sioux y cheyennes– dejaron a las caravanas relativamente en paz. La amenaza venía sobre todo de grupos menores y ahora desconocidos, como los banocks, cayuse y modocs, que se encontraban en el tramo final de la senda de Oregón.
Sí es verdad que los pioneros sufrían ocasionales robos, sobre todo de caballos, pero también se daban ejemplos de colaboración y comercio entre ambos grupos. El trueque era muy habitual; comida por agujas, tela, espejos o hilo de coser, por ejemplo. Muchos indios eran completamente pacíficos, prestaban ayuda en situaciones críticas, como el cruce de ríos, y lo que mostraban era sobre todo una gran curiosidad. En una carta escrita en 1864, Pamelia Dillin Fergus cuenta cómo una mujer se quitó la dentadura postiza delante de un pequeño grupo de indios y estos huyeron despavoridos y, a partir de ese momento, la consideraron una gran hechicera.
Totalmente distinta era la situación en el sur con los comanches, guerreros feroces donde los haya; pero justamente por eso, y por los conflictos con México, no se usaba la que fue la primera ruta de emigración explorada, el Camino de Santa Fe.
LOS VERDADEROS PELIGROS DE LA RUTA. La mayor parte de las muertes registradas durante el viaje se debían a enfermedades – cólera y tifus, en particular– y accidentes, muchos de ellos relacionados con las propias carretas ( hay escalofriantes relatos de niños que se caen y mueren aplastados por las ruedas). También eran muy frecuentes los accidentes con armas de fuego, sobre todo debido a negligencias. Rumbo a California, en 1841, un joven llamado James Shotwell se disparó a sí mismo al sacar un rifle de la carreta cogiéndolo directamente del cañón. Muchos perecían también ahogados al vadear ríos, que era una de las situaciones de máximo peligro. En 1843, un sexagenario pionero inglés de reconocido mal carácter, Miles Eyers, intentó cruzar el Snake por un sitio inadecuado, porque no quería esperar, y causó su propia muerte y la del joven Cornelius Stringer, que intentó salvarlo.
Pero si hay una tragedia significativa en la ruta de las caravanas es la de la Expedición Donner, que par-
EN LA DÉCADA DE 1850, LA RUTA SE LLENÓ DE HOMBRES SOLOS QUE IBAN A CALIFORNIA A HACER FORTUNA, ARMADOS HASTA LOS DIENTES
tió de Independence con veinte carretas y ochenta y nueve personas el 12 de mayo de 1846. La fecha era ya tardía, pero todo habría ido quizás bien de no haber cometido un error fatal: se dejaron convencer para coger un supuesto atajo –el atajo Hastings– que, para favorecer sus intereses personales, promocionaban el aventurero Lansford Hastings y el traficante de pieles y comerciante Jim Bridger. Esto les hizo atravesar las montañas Wasatch por lugares impracticables para carretas y luego les metió en una agotadora travesía de varios días por el Gran Desierto del Lago Salado, lo que supuso una importante pérdida de tiempo.
Cuando al final de octubre intentaron cruzar la Sierra Nevada, era demasiado tarde, por lo que se quedaron atrapados en la montaña durante todo el invierno debido a la nieve. Después de varios intentos, fueron rescatados en abril. Para entonces, sólo quedaban vivos la mitad, que habían sobrevivido recurriendo al canibalismo. Uno de ellos, William Foster, incluso mató a los dos guías, los indios wiwok Luis y Salvador – que se habían negado a comer carne humana–, para alimentar al grupo.
EL VIAJE SE TRANSFORMA AL RITMO DE LA HISTORIA.
Las rutas de las caravanas fueron cambiando a lo largo de las casi tres décadas en las que estuvieron en auge. En 1848 comenzó la Fiebre del Oro de California y esto supuso un punto de inflexión fundamental. A partir de ese momento, se disparó el número de personas que se apuntaban cada año, que empezaron a contarse por decenas de miles. Pero aún más significativo fue el hecho de que el tipo de viajero cambió. Si al principio el trayecto lo hacían sobre todo familias de granjeros temerosas de Dios y acostumbradas a respetar la ley, en los años cincuenta la ruta empezó a inundarse de hombres solos, que iban rumbo a California a hacer fortuna rápida, armados hasta los dientes y con una actitud muy distinta a la tradicional. Fue a partir de entonces cuando el crimen y la violencia durante el viaje también aumentaron de forma exponencial.
En 1865 acabó la Guerra de Secesión y empezó la colonización acelerada de las Grandes Llanuras, lo cual puso en pie de guerra a los indios y convirtió las rutas en una experiencia más peligrosa. Por último, en 1869 se inauguró el primer Ferrocarril Transcontinental, que unía las dos mitades de Estados Unidos y ofrecía un transporte alternativo más eficiente y barato. Esto marcó el declive de una experiencia que sería esencial en la identidad americana.