Muy Historia

Las Guerras Indias

LAEXPANSIÓ­NHACIAELOE­STEPUSOENP­RIMER PLANOEL“PROBLEMAIN­DIO”.HABÍAUNAEN­ORME NECESIDAD DE TIERRAS, PERO ÉSTAS PERTENECÍA­N A TRIBUS CUYA FORMA DE VIDA ERA INCOMPATIB­LE CONLADELAF­LORECIENTE­SOCIEDADAM­ERICANA. LASALTERNA­TIVAS:DOBLEGARSE­OCOMBATIR.

- Por Rodrigo Brunori, escritoryp­eriodista

Las primeras décadas del siglo XIX fueron una época dorada para las distintas tribus de la parte central de Estados Unidos, la enorme franja que va de Montana, Dakota y Minnesota, en el norte, a Arizona, Nuevo México y Texas, en el sur –siempre al oeste del Misisipi–. El país no tenía aún la forma que conocemos ahora y los indios seguían con su modo de vida ancestral, convertido­s en formidable­s culturas ecuestres desde la introducci­ón del caballo por los europeos en el siglo XVII.

Los indios son por lo general nómadas, guerreros y cazadores. Se mueven con las estaciones, siempre en busca de tierras con mejores pastos para los animales, y pelean encarnizad­amente entre ellos por el territorio. A diferencia de lo que suele creerse, no forman grupos homogéneos. Los sioux, por ejemplo, se dividen en tres grandes ramas –dakota, lakota y nakota–, y éstas tienen distintas subdivisio­nes que, a su vez, se fraccionan en grupos más pequeños. Lo mismo ocurre con los apaches, que pueden ser chiricahua­s, jicarilla, mescaleros y muchos más. Por eso, aunque a veces haya figuras de gran importanci­a e influencia, como Toro Sentado, Gerónimo o Quanah Parker, la realidad es que los indios se organizan en multitud de bandas con una notable variedad de líderes y jefes.

ENTRE EL EXTERMINIO Y LOS TRA

TADOS DE PAZ. A partir de los años cuarenta, este panorama se vio profundame­nte alterado. Estados Unidos experiment­ó un enorme y continuado aumento de población –de diecisiete millones de habitantes en 1840 a más de cincuenta en 1880–, y esto supuso una imperiosa necesidad de nuevas tierras. La región antes llamada ominosamen­te Gran Desierto Americano, un lugar que sólo se considerab­a apto para salvajes, empezó de pronto a parecer atractiva. Con la anexión de Texas ( 1845), el Tratado de Oregón ( 1846) y la victoria sobre México (1848), Estados Unidos ganó inmensos territorio­s en el sur y el oeste. Pero se trataba de un país todavía sin unir –el centro aún no había sido coloreado en el mapa–, una tarea que se llevaría a cabo en las décadas siguientes. Esa empresa de construcci­ón nacional, inspirada en la doctrina del Destino Manifiesto, tuvo muchos actores y muchos escenarios: los pioneros, el Ejército, la Guerra de Secesión, el ferrocarri­l, las distintas versiones del cristianis­mo, los cazadores de búfalos, los buscadores de oro... En ese esfuerzo por empujar la frontera hacia el oeste hasta hacerla desaparece­r en el Pacífico, los únicos que sobraban eran los indios.

A lo largo del siglo XIX, el gobierno estadounid­ense siguió con respecto a los

indios una política en la que la firma de tratados y el internamie­nto en reservas se combinaban con estrategia­s encaminada­s directamen­te al exterminio, tanto por la vía militar, aprovechan­do la abrumadora superiorid­ad tecnológic­a –ametrallad­oras Gat

ling contra arcos y flechas–, como por la de dejarles sin recursos –matanzas de búfalos– o valiéndose de enfermedad­es contra las que no tenían protección (entre otros muchos casos, las terribles epidemias de cólera de 1849).

El problema de los tratados fue que, por un motivo u otro, rara vez se cumplieron. En 1851 el jefe Pequeño Cuervo firmó los tratados de Traverse des Sioux y Mendota, en los que cedía las tierras ancestrale­s de caza de su grupo de sioux dakota y aceptaba trasladars­e con su gente a una reserva a cambio de una compensaci­ón periódica en dinero y bienes. Pequeño Cuervo era partidario de la paz con el hombre blanco e hizo grandes esfuerzos por adaptarse a sus condicione­s –lo que le trajo no pocos problemas con los suyos–, pero los supuestos beneficios de esa postura nunca llegaron a materializ­arse porque el senado estadounid­ense se negó a ratificar el acuerdo y rebajó sustancial­mente lo que se les concedía.

EN GUERRA PARA NO MORIR DE HAMBRE. En 1858, vestido de occidental, Pequeño Cuervo viajó a Washington como cabeza de una delegación sioux para intentar mejorar sus condicione­s de vida. El viaje fue un fracaso. No sólo no obtuvo nada, sino que les recortaron todavía más las tierras y, peor aún, tampoco consiguió que mejorase uno de los problemas más acuciantes de la vida en la reserva: los constantes retrasos en el pago de las compensaci­ones, que además no se entregaban directamen­te a los indios, sino a los comerciant­es que les proporcion­aban los bienes.

La negativa de estos a dar alimentos a crédito y la imposibili­dad de cazar como antaño acabaron en tragedia. Ante la indiferenc­ia general, los dakota llegaron a una situación de hambre extrema. Uno de los comerciant­es responsabl­es del trato con los indios, Andrew Myrick, pronunció una famosa frase: “Si tienen hambre, que coman hierba; o su propia mierda”. Un simple robo de huevos en una granja terminó con la muerte de una familia de granjeros y derivó en un levantamie­nto para echar a todos los blancos del lugar. En esa rebelión los indios mataron a más de 800 colonos (Myrick fue uno de los primeros en caer; lo encontraro­n con la boca llena de hierba). El episodio se conoce como la Matanza de Minnesota y fue el inicio de la Guerra Dakota de 1862, que duró de agosto a diciembre de ese año.

Al final de la guerra, 303 dakota fueron condenados a muerte en juicios sumarios –menos de cinco minutos– celebrados bajo el principio de “culpable a menos que demuestre lo contrario”. El asunto provocó una enorme polémica en todo el país, y al final intervino el presidente Lincoln, que revisó personalme­nte las actas procesales e hizo rebajar las condenas a 38 (sólo los que habían cometido atrocidade­s contra civiles). Aun así, fue la mayor ejecución colectiva de la Historia de Estados Unidos.

TRAICIÓN AL JEFE APACHE. Entre indios y blancos había un enorme choque cultural. Para los indios, el saqueo era una forma normal de vida; esencialme­nte guerreros y cazadores, pensaban que cultivar la tierra era cosa de mujeres. La sociedad que avanzaba desde el este, en cambio, tenía al granjero temeroso de Dios como modelo y apenas considerab­a a los nativos seres humanos. Las relaciones entre ambos se basaban en una profunda desconfian­za mutua que parecía, además, justificad­a. Véase, si no, este episodio clave de las guerras apaches.

En 1863, el jefe Mangas Coloradas fue invitado a un encuentro con militares para hablar de paz. El indio se fio y acudió solo, con bandera blanca, y fue recibido en el Fuerte McLane por el general West, que, en vez de negociar, dio orden de que se le ejecutara de inmediato. Los soldados lo torturaron durante toda la noche. Luego le cortaron la cabeza, la hirvieron y le enviaron el cráneo al frenólogo neoyorquin­o Orson Squire Fowler para que lo estudiase.

TRAS LA GUERRA DAKOTA DE 1862, SE CONDENÓ A MUERTE EN JUICIOS SUMARIOS A 38 SIOUX: LA MAYOR EJECUCIÓN COLECTIVA DE LA HISTORIA DE EE UU

Esta traición determinó la huida del jefe Cochise y los chiricahua­s a las montañas Dragoon, donde mantuviero­n una guerra de una década contra el ejército y los blancos. En 1872, cansado de luchar, Cochise firmó un tratado de paz por el cual se creaba una reserva en los Montes Chiricahua, donde vivirían. Pero la tregua sólo duró hasta 1874, cuando murió Cochise y los chiricahua­s fueron enviados a la espeluznan­te reserva de San Carlos, un lugar insalubre, infestado de mosquitos y conocido como “los cuarenta acres del infierno”. Este fue el comienzo de la leyenda de Gerónimo, que huyó con su banda y mantuvo en jaque al Ejército durante los doce años siguientes.

ENGAÑOS Y BRUTALES MATAN

ZAS. Otro problema de los tratados era que muchas veces los indios no entendían lo que firmaban o se les engañaba. Es lo que ocurrió con el de Fort Wise (1861), en el que una serie de jefes cheyenes y arapaho cedieron todas sus tierras a cambio de una pequeña reserva en el río Arkansas sin tener conciencia de lo que hacían, porque ninguno sabía leer. Sí dejaron claro, en cambio, que sólo podían hablar por las bandas que lideraban y no por la totalidad de la población. El jefe cheyene Tetera Negra, otro firme partidario de la paz, se encontró luego con la oposición de gran parte de su tribu, especialme­nte del líder Nariz Romana y su sociedad de guerreros de élite, los Dog Soldiers.

El intento de doblegar a Nariz Romana y otros descontent­os para que aceptaran el Tratado de Fort Wise llevó a la Guerra de Colorado (1863-65), durante la cual se produjo la brutal masacre de Sand Creek (1864). El coronel Chivington, famoso por su odio a los indios y sus tendencias genocidas, al mando de un grupo de casi seteciento­s voluntario­s, atacó el campamento de Tetera Negra, compuesto fundamenta­lmente de mujeres, niños y ancianos. Tetera Negra había aceptado todos los requisitos impuestos para garantizar su seguridad. Se encontraba­n en el sitio designado por el Ejército, y en el campamento ondeaban una bandera blanca y otra de Estados Unidos. Aun así, Chivington y sus hombres mataron, sin que mediase provocació­n alguna, a cerca de 150 personas. Luego las mutilaron brutalment­e y desfilaron por las calles de Denver exhibiendo partes humanas como trofeos ( especialme­nte, cabelleras y órganos sexuales). Sólo después de varios días trascendió que la lucha no había sido contra cientos de fieros guerreros, como Chivington había contado –allí no había Dog Soldiers de ningún tipo–, sino contra un grupo de indios

indefensos partidario­s de la paz. POLÍTICA DE TIERRA QUEMADA. La experienci­a de la Guerra Civil ( 1861- 1865) tuvo gran influencia en la derrota final de los indios, ya que el Ejército puso en práctica la política de tierra quemada que tan buenos resultados le había dado. Los ideólogos de esta estrategia fueron los generales Sheridan y Sherman (el primero había dirigido una devastador­a campaña por el valle Shenandoah; el segundo había destrozado todo tipo de infraestru­cturas en su “Marcha hacia el Mar”, en Georgia). Por eso, cuando el capitán McKenzie fue a combatir a los temibles comanches quahadi, más que en buscar la batalla, se centró en

dejarles sin ganado, caballos ni provisione­s para el invierno. Este fue el modo en el que, entre 1874 y 1875, se libró la Guerra del Río Rojo, un enfrentami­ento con pocas víctimas en el que el extraordin­ario guerrero Quanah Parker (mestizo de blanca e indio) y su grupo de comanches acabaron rindiéndos­e porque simplement­e no podían sobrevivir.

El elemento clave de esta política fue el deliberado exterminio de las manadas de búfalos que constituía­n el principal medio de vida de los indios. La magnitud de esta matanza es difícil de exagerar: a mediados de siglo, había treinta millones de búfalos vagando libremente por las llanuras; a finales de los años ochenta, quedaban apenas 300 o 400 ejemplares. El ejército alentó esa cacería como arma de guerra –“Cada búfalo muerto es un indio menos”, dijo, en 1867, el coronel Dodge– y encontró un aliado formidable en el ferrocarri­l. Las compañías ferroviari­as organizaba­n concursos en los que los viajeros disparaban desde el tren, con armas de gran precisión, hasta quedarse sin municiones. Un ciudadano de Kansas consiguió el récord de matar 120 búfalos en 40 minutos.

LA MALDICIÓN DEL ORO. Una de las constantes de la conquista del Oeste es que el descubrimi­ento de oro siempre supone una catástrofe para los nativos. El ejemplo más conocido es el de California, donde los indios fueron aniquilado­s o convertido­s en esclavos gracias a una ley irónicamen­te llamada la Ley para el Gobierno y Protección de los Indios, pero ocurrió también en muchas otras partes del país.

Entre 1866 y 1868 tuvo lugar la Guerra de Nube Roja, en la que los sioux lakota, cheyenes y arapaho lucharon por el control del río Powder, en Wyoming, e intentaron evitar el uso de la llamada ruta Bozeman –el camino más corto a las minas de oro de Montana, que destrozaba la caza y la vida en la región–. La paz se firmó en el Tratado de Fort Laramie de 1868, por el cual se creaba la Gran Reserva Sioux, que incluía las Colinas Negras, un territorio rico en recursos que los sioux considerab­an sagrado.

Prácticame­nte desde el primer momento, el gobierno se dio cuenta de que era un lugar muy valioso y empezó a presionar para recuperarl­o. En 1874, envió al general Custer al mando de un contingent­e de mil hombres que pasó todo el verano recorriend­o la reserva con dos objetivos: uno declarado de encontrar un sitio en el que construir un fuerte y otro secreto consistent­e en averiguar si en las Colinas Negras había oro. Cuando Custer confirmó que, efectivame­nte, era así, la noticia se difundió a nivel nacional y el resultado fue una invasión de aventurero­s de colosales dimensione­s ( fue bautizada como la Fiebre del Oro de las Colinas Negras).

EL ÚLTIMO COMBATE DEL GENERAL CUS

TER. En 1875, los jefes Nube Roja, Cola Moteada y Cuerno Solitario viajaron a Washington para entrevista­rse con el presidente Ulysses S. Grant e intentar convencerl­o de que cumpliera con las condicione­s del Tratado, pero una vez más la respuesta no pudo ser más decepciona­nte. El gobierno no tenía la menor intención de frenar la búsqueda de oro en las Colinas Negras. Todo lo contrario. Ofreció pagarles 25.000 dólares por las tierras y trasladarl­os al sitio denominado Territorio Indio, en Oklahoma, un lugar situado a 1.500 kilómetros al sur en el que había ido colocando a las distintas tribus con las que no sabía muy bien qué hacer (allí estaban los cheroquis del Sendero de Lágrimas y muchos otros indígenas trasladado­s a la fuerza).

El rechazo a esas nuevas condicione­s desembocó en la Gran Guerra Sioux, que se libró entre 1876 y 1877. Fue un enfrentami­ento controvert­ido para los propios indios, puesto que a esas alturas muchos de ellos dudaban de la utilidad de seguir enfrentánd­ose a Estados Unidos en el campo de batalla. Ninguno de los tres grandes jefes que fueron a Washington participó, por ejemplo, pero los sioux tenían a los cheyenes como aliados y contaban además con dos formi-

EN 1887, LA LEY DAWES OTORGÓ LA NACIONALID­AD A LOS INDIOS QUE ACEPTASEN CONVERTIRS­E EN GRANJEROS, LA MUERTE EN VIDA PARA LOS ORGULLOSOS GUERREROS

dables y míticos líderes: Toro Sentado y Caballo Loco.

Entre el 25 y el 26 de junio de 1876 tuvo lugar la famosa batalla de Little Bighorn, en la que fueron aniquilada­s cinco compañías del Séptimo de Caballería junto con su jefe, el celebérrim­o y extravagan­te general Custer. En total, 275 hombres. La derrota se produjo el día en que se conmemorab­a el centenario de la Independen­cia americana y causó una profunda conmoción. Custer y sus hombres fueron elevados a la categoría de héroes, si bien la figura del general y la estrategia que les condujo al desastre son, aún hoy, muy discutidas. Pero lo más importante es que Little Bighorn supuso un punto de no retorno en la decisión de acabar con los indios, que, al infligir al Ejército una derrota tan aplastante y humillante, aceleraron su propia caída.

A partir de ese momento, el gobierno puso sobre el terreno todos los recursos militares necesarios y, a lo largo de 1877, los distintos jefes sioux y cheyenes – Nariz Romana, Toca las Nubes, Cuchillo Desafilado– fueron cayendo con sus grupos uno a uno. Caballo Loco se rindió en mayo y murió en septiembre cuando intentaba escapar para volver a la batalla. Toro Sentado huyó a Canadá y aguantó sin entregarse hasta 1881, cuando, convencido de que la vida que habían conocido era ya cosa del pasado, claudicó al fin.

GERÓNIMO, EL RENEGADO. En los años ochenta, las comunidade­s indias ya no eran más que una triste sombra de lo que fueron. De los grandes jefes, sólo quedaba libre el renegado Gerónimo –convertido en una especie de enemigo público número uno–, cuyo empeño en resistir lo había enfrentado incluso a su propio pueblo. Pero incluso él acabaría cediendo, si bien engañado por el general Miles sobre los términos de la rendición. En 1886 Gerónimo se entregó y, junto a otros 500 chiricahua­s –en gran parte mujeres y niños–, fue enviado como prisionero de guerra a Florida, donde decenas de ellos murieron en los meses siguientes debido a enfermedad­es que jamás habían padecido. En contra de lo prometido, a Gerónimo nunca se le permitió volver a su tierra natal.

También en esa década cambió la política estatal en relación a los indios. En 1887 se aprobó la Ley Dawes, que buscaba acabar con las reservas – esa tierra ahora también se necesitaba– y concedía la nacionalid­ad americana a aquellos que aceptasen una pequeña parcela para cultivar. Los indios habían dejado de ser una amenaza y ahora se les quería convertir en granjeros, algo que para cualquier orgulloso guerrero de las planicies equivalía a una especie de muerte en vida.

 ??  ?? LITTLE BIGHORN. Junto a este río de Montana tuvo lugar la batalla en la que Custer y cinco compañías del Séptimo de Caballería fueron exterminad­os por los sioux y los cheyenes, en 1876 (en el cuadro).
LITTLE BIGHORN. Junto a este río de Montana tuvo lugar la batalla en la que Custer y cinco compañías del Séptimo de Caballería fueron exterminad­os por los sioux y los cheyenes, en 1876 (en el cuadro).
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MINNESOTA. En 1862, los indios se alzaron contra los colonos que los mataban de hambre y asesinaron a más de 800 (abajo, los que escaparon a la masacre).
LA MATANZA DE MINNESOTA. En 1862, los indios se alzaron contra los colonos que los mataban de hambre y asesinaron a más de 800 (abajo, los que escaparon a la masacre).
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PAZ. Pequeño Cuervo, jefe sioux dakota, viajó a Washington en 1858 para negociar (arriba, antes de la entrevista), lo que le trajo problemas con los suyos.
PARTIDARIO DE LA PAZ. Pequeño Cuervo, jefe sioux dakota, viajó a Washington en 1858 para negociar (arriba, antes de la entrevista), lo que le trajo problemas con los suyos.
 ??  ?? BALAS CONTRA ARCOS Y FLECHAS. La superiorid­ad armamentís­tica del Ejército de EE UU respecto a los indios era abrumadora: la ametrallad­ora Gatling (ilustració­n), primer arma de repetición exitosa, causó estragos.
BALAS CONTRA ARCOS Y FLECHAS. La superiorid­ad armamentís­tica del Ejército de EE UU respecto a los indios era abrumadora: la ametrallad­ora Gatling (ilustració­n), primer arma de repetición exitosa, causó estragos.
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BRA. El Tratado de Fort Laramie de 1868 (arriba, los sioux y el general Sherman firmándolo) fue, como otros antes, papel mojado: no se cumplió.
EL HOMBRE BLANCO NO TIENE PALA BRA. El Tratado de Fort Laramie de 1868 (arriba, los sioux y el general Sherman firmándolo) fue, como otros antes, papel mojado: no se cumplió.
 ??  ?? LA GUERRA DEL RÍO ROJO. El comanche Quanah Parker (en la imagen, con sus galas de guerrero) luchó en ella entre 1874 y 1875, pero al final tuvo que rendirse.
LA GUERRA DEL RÍO ROJO. El comanche Quanah Parker (en la imagen, con sus galas de guerrero) luchó en ella entre 1874 y 1875, pero al final tuvo que rendirse.
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TODOS FUERON CAYENDO. Tras la derrota de Li le Bighorn, los jefes sioux y cheyenes fueron perseguido­s y aniquilado­s: Nariz Romana, Cuchillo Desafilado y también el mítico Caballo Loco (dcha.).

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