La expansión hacia el Pacífico
TRAS LA INDEPENDENCIA DE GRAN BRETAÑA EN 1783, LAS TRECE COLONIAS EMPRENDIERON UNA MARCHA HACIA EL OESTE QUE DURÓ UNOS CIEN AÑOS. CON ELLA SE FORJÓ LA NACIÓN AMERICANA.
Como toda expansión territorial, la de EE UU se hizo a costa de los pueblos indígenas y de otros colonos que estaban allí previamente. El primer objetivo fueron las regiones situadas al sur de los Grandes Lagos, conocidas como Territorios del Noroeste. Sólo unos años después, en 1790, se procedió a incluir el llamado Territorio del Suroeste. Ambas eran zonas ubicadas en las dos riberas del río Ohio. En 1792 ya se comenzaron a incorporar zonas más allá de los Apalaches y en 1795 se firmó un tratado con España que establecía una nueva frontera entre las posesiones españolas en Florida y EE UU. Ese acuerdo, llamado de San Lorenzo o de Pinckney, aparte de delimitar la frontera entre ambos Estados, establecía libertad de comercio y navegación por el Misisipi y, entre otros muchos puntos, mutuo apoyo ante los indios nativos.
AL OESTE, SIEMPRE AL OESTE. El gran salto al Oeste se dio con la compra de Luisiana, que supuso incorporar más de dos millones de kilómetros cuadrados de una vez. La región era un vasto territorio que incluía toda la cuenca del Misisipi y algunas zonas adyacentes, y que comprendía desde los Grandes Lagos del norte hasta el golfo de México en el sur, y toda la extensión entre los Apalaches y las Montañas Rocosas. Tan sólo estaba habitada por unos 50.000 colonos blancos; el grueso de su población eran nativos americanos, aproximadamente 500.000. Había sido colonizada por Francia a partir del último cuarto del siglo XVII, pasando luego a manos de España, en 1762, por el Tratado de Fontainebleau. Pero en 1800, en el marco de las guerras napoleónicas, Carlos IV de España le devolvió el territorio a Francia a cambio de asegurar los intereses de su familia en Italia. Además, prefería que entre la joven nación americana – que ya demostraba unas ansias expansionistas notables– y las posesiones españolas del Virreinato de Nueva España (México) se situase Francia como Estado tapón. Sin embargo, incumpliendo las promesas que en su momento había hecho, Bonaparte vendió el territorio a los norteamericanos en 1803 por algo más de 23 millones de dólares. Napoleón, muy inferior navalmente a los británicos y que había perdido la colonia de Haití, prefería venderlo a los americanos que no perderlo militarmente a manos de sus enemigos.
Pero EE UU no se conformó: sabía que más allá seguía habiendo tierras vírgenes, por lo que puso sus ojos en el Pacífico. Llegar a sus costas suponía hacerse con nuevos territorios ( el llamado Oregón) y sus materias primas, así como abrir las vías comerciales con Oriente. Pero antes era necesario cartografiar los territorios ambicionados, conocer a las tribus locales, explorar sus potencialidades económicas y descubrir su
clima, fauna y flora. Los encargados de esta tarea fueron el capitán Meriwether Lewis y el teniente William Clark, que marcharon al frente de 36 militares voluntarios, un niño y tres intérpretes. La misión fue iniciativa personal del presidente Thomas Jefferson, quien comprendió la urgencia de alcanzar cuanto antes la costa del Pacífico. Otras potencias, como España ( la primera en explorarla y establecer enclaves en el siglo XVI), desde el sur, Gran Bretaña, desde Canadá, o Rusia, desde Alaska, ambicionaban controlar las costas bañadas por el océano Pacífico al norte de California y también habían enviado expediciones, por lo que se estableció una auténtica carrera.
LA EXPEDICIÓN LEWIS- CLARK. En mayo de 1804, los hombres de Lewis y Clark partieron desde un campamento al norte de San Luis. Avanzaron por la recién adquirida Luisiana en dirección noroeste, remontando el río Misuri a bordo de tres embarcaciones. A finales de agosto, entraron en territorio de los sioux, con los que tuvieron que negociar para poder cruzar sus tierras con cierta seguridad. Invernaron en el norte, cerca de la frontera de Canadá, en un fuerte que levantaron. En abril de 1805, unos cuantos regresaron a la capital con los planos y muestras naturales que hasta el momento había recogido la expedición, mientras que el resto prosiguió su periplo ya dejando Luisiana y penetrando en Oregón, utilizando los cursos de agua mientras podían o marchando a caballo. Así llegaron al Pacífico, en la desembocadura del río Columbia, y volvieron a invernar en duras condiciones pues, en esta ocasión, les resultó costoso obtener la carne que precisaban. Por fin, en marzo de 1806 emprendieron el regreso, durante el que sufrieron algún enfrentamiento con los indios, pero en pocas semanas alcanzaron el Misuri y a finales de septiembre llegaron finalmente a San Luis. Desde el punto de vista científico la expedición tuvo un valor indiscutible, pero políticamente fue aún más decisiva, pues reforzó los argumentos que reivindicaban Oregón para EE UU. Al final, España renunció a sus ambiciones y trató de fijar con claridad su frontera en el norte de California, mientras los rusos también se conformaban con el dominio sobre Alaska, por lo que hacia 1820 sólo británicos y estadounidenses porfiaban por la región. En un primer momento la controlaron de forma conjunta hasta que, en 1846, se firmó el Tratado de Oregón, que delimitaba la frontera entre la provincia de la Columbia Británica del Canadá, al norte, y Oregón
JEFFERSON COMPRENDIÓ LA URGENCIA DE ALCANZAR LA COSTA DEL PACÍFICO ANTES QUE ESPAÑA, RUSIA Y GRAN BRETAÑA
al sur, como nuevo Estado de EE UU. Un año antes se acabó de ajustar el resto de las fronteras entre ambos países, que ya quedaron fijadas para siempre.
DESPLAZAMIENTO FORZOSO DE LOS INDIOS. Mientras tanto, se fue colonizando e implantando la nueva administración en la inmensa Luisiana. Ello supuso el llamado “traslado indio”, que no fue otra cosa que el desplazamiento forzoso de decenas de miles de indígenas que vivían al este del Misisipi hacia el oeste de su curso, que comenzó a llamarse Territorio Indio. Oficialmente fue fruto de la compra de sus tierras, pero no es un secreto que ésta fue forzada, a unos precios irrisorios y bajo la promesa de entrega de nuevas tierras en el Oeste. En una vuelta de tuerca más, en 1830 se aprobó la Ley de Traslado Forzoso ( IndianRemovalAct), por lo que ya sin trabas el gobierno federal pudo imponer la migración de unos 120.000 nativos, que se prolongó hasta casi el inicio de la Guerra de Secesión. Como no podía ser de otro modo, este proceso fue justificado con el habitual racismo y desprecio que las élites blancas de la época, portadoras de la civilización, mostraban hacia los indígenas de todo el mundo. Una mentalidad capitalista, puritana, emprendedora y activa económicamente precisaba de materias primas y terrenos en donde desarrollarse, y todo lo que lo dificultase y no aceptase su esquema de desarrollo y sus valores culturales era despreciado. Fueron los años en los que las llamadas Guerras Indias alcanzaron mayor dureza; generalmente, estos conflictos concluyeron con el simple exterminio de los vencidos. La Guerra de Secesión supuso un paréntesis en las Guerras Indias, pero tras su conclusión se reemprendieron con mayor intensidad (guerras sioux, apaches...), hasta arrinconar literalmente a los nativos en las llamadas reservas, que hoy perduran.
RENUNCIAS ESPAÑOLAS Y GUERRA DE TEXAS. El expansionismo también se dirigió hacia el sur. En 1821 y 1822, el territorio de Florida, teóricamente bajo soberanía española, pasó a manos norteamericanas. España, agotada en las guerras que libraba en Hispanoamérica para tratar de no perder sus colonias, no estaba en condiciones de poner ninguna condición. No obstante, la cesión de Florida se hizo en el marco del Tratado de Adams-Onís, firmado entre ambos Estados en 1821, que en otro de sus puntos confirmaba las fronteras entre EE UU y el Virreinato de Nueva España. La corona española también renunciaba definitivamente a Oregón, pero se reafirmaba en su soberanía sobre Texas. Obviamente, cuando México alcanzó la independencia, exigió la ratificación del tratado fronterizo, ratificación que se rubricó en 1832.
Pero todo saltó por los aires con el conflicto de Texas. Era un territorio con muy poca población y, aunque bajo dominio mexicano, estaba habitado en su mayor parte por colonos anglosajones. Al decretarse el fin de la esclavitud en México, estos colonos declararon su independencia en 1836 para preservar sus esclavos y redactaron una Constitución en la que se hablaba del carácter sagrado de la esclavitud y la prohibición de la emancipación. Ante ello, el general Antonio López de Santa Anna atacó a los rebeldes que, entre otros puntos, se hicieron fuertes en la antigua misión española de El Álamo, en San Antonio. Los asediados, 182 hombres de los cuales sólo nueve no eran anglosajones, fueron masacrados por los atacantes, aunque estos tuvieron más de 500 bajas en la semana que duró el asedio. Entre los muertos figuraron el jefe de la guarnición, Jim Bowie, que había hecho una enorme fortuna con el tráfico de esclavos y la especulación de tierras (no dudando en jurar fidelidad y hacerse consecutivamente ciudadano de España, EE UU y México), y el famoso trampero David Crockett. Sin embargo, el general mexicano acabó siendo
derrotado y tomado preso, por lo que fue obligado a firmar el Tratado de Velasco, que reconocía la independencia de Texas junto con otros territorios colindantes de Estados mexicanos y fijaba la frontera con México en el río Grande. No obstante, la guerra prosiguió durante los siguientes años, al considerar el gobierno mexicano que el Tratado había sido firmado ilegalmente. La situación dio un vuelco cuando, en 1845, EE UU aprobó su incorporación como nuevo Estado. El carácter esclavista de Texas había sido un obstáculo y, hasta ese momento, había permanecido como Estado independiente, pero las grandes deudas que había contraído con Washington llevaron a la cesión de grandes extensiones de sus tierras al gobierno federal. Obviamente México no aceptó la integración, lo que hizo que se desencadenase otra contienda entre los dos países.
ÉXITOS MILITARES DE LOS INVASORES. Los choques se iniciaron en abril de 1846 en Texas y, un mes después, EE UU declaró oficialmente la guerra. Enseguida se vio que los norteamericanos no se iban a conformar con el territorio texano. En junio de ese año, colonos de origen anglosajón se alzaron en California contra las autoridades de México. Oficialmente lo hacían para proclamar su independencia, pero rápidamente comenzaron a llegar fuerzas estadounidenses en ayuda de los rebeldes, que procedieron a expulsar a los colonos mexicanos. Al mismo tiempo, los sobornos generosamente entregados acabaron de persuadir a las fuerzas militares locales para que abandonasen toda resistencia, por lo que de hecho todo el territorio del norte de California quedó automáticamente, y casi sin enfrentamientos, en manos de Estados Unidos.
A las pocas semanas se produjo la invasión por varios puntos de la frontera, así como desembarcos en enclaves de la costa. El ataque y los éxitos militares de los invasores fueron facilitados por la inestabilidad interna de la joven república y sus luchas intestinas entre los diferentes líderes políticos y militares mexicanos. Tanto desde el punto de vista de la cantidad y calidad del armamento, como de la capacidad de movilización de hombres y de recursos económicos, la superioridad estaba de parte de EE UU, por lo que la suerte de la guerra estaba anunciada. Inevitablemente, a lo largo de los siguientes meses las fuerzas mexicanas fueron derrotadas en las batallas de Angostura, Tabasco, Veracruz, Lomas de Padierna, etc.; la derrota culminó con la caída de la misma capital, Ciudad de México, en septiembre de 1847, tras lo que cesaron las hostilidades. Seguidamente vino la larga negociación sobre la nueva frontera que debía separar ambos países, que no se culminó hasta febrero de 1848 con la firma del Tratado de Guadalupe Hidalgo (que, de hecho, fue un dictado absoluto de los vencedores). EE UU se quedaba con toda California, Texas, los actuales Nuevo México, Arizona, Nevada y Utah y partes de Colorado, Kansas, Oklahoma, etc.
En total pasaron a manos de los vencedores más de dos millones de kilómetros cuadrados, más de la mitad de la extensión que en ese momento tenía México al norte del río Grande. Asimismo, unos 120.000 naturales mexicanos que habitaban las regiones entregadas debieron elegir entre quedarse bajo la nueva soberanía o regresar a su país de origen. Como única compensación, los vencedores entregaron 15 millones de dólares.
LA DERROTA DE LAS FUERZAS MEXICANAS CULMINÓ CON LA CAÍDA DE LA CAPITAL, CIUDAD DE MÉXICO, EN MANOS DE EE UU
Cinco años después, en 1853, EE UU aún compraría bajo presión una nueva franja de terreno a México: la región de Tucson, que pasaría a integrarse en Arizona y Nuevo México por diez millones de dólares, en un episodio conocido como la “venta de La Mesilla” o “compra de Gadsden”. En el fondo, el gobierno de Washington esperaba una negativa mexicana a su petición y, con esa excusa, preparaba una nueva incursión militar que le permitiese la anexión de nuevas regiones, como la baja California, Chihuahua y Sonora. Sin embargo, la aceptación de México de las exigencias de su vecino del norte evitó un nuevo casusbelli.
LAS ÚLTIMAS EXPANSIONES. Las ambiciones norteamericanas no se detuvieron. El siglo XIX era la centuria del imperialismo de las grandes potencias, que tenía a África y Asia como gran teatro de operaciones, pero EE UU no podía llegar allí y el resto de América ya se había independizado. Por ello tuvo que ser más imaginativa en su búsqueda e ir más allá de sus fronteras terrestres; así, en 1867 compró Alaska a los rusos aprovechando que, tras la guerra de Crimea, Rusia estaba arruinada y que su debilidad le hacía temer que la región acabase en manos británicas. El precio fue una ganga: los norteamericanos se hicieron con un inmenso territorio, plagado de abundantes riquezas naturales, por poco más de siete millones de dólares.
A finales del siglo XIX aún se darían varios episodios expansionistas. El primero aconteció en 1893, cuando los marines de un buque de guerra anclado en Pearl Harbor, con el apoyo del embajador de EE UU, y los plantadores norteamericanos asenta- dos en Hawái dieron un golpe de Estado y convirtieron a estas islas en protectorado, hasta que en 1898 la anexión del archipiélago fue oficial y definitiva con el pretexto de la guerra con España y de la necesidad de contar con una base militar en el Pacífico. La guerra Hispano- Norteamericana fue, precisamente, el último episodio del siglo. Con la excusa de apoyar a los independentistas cubanos y aduciendo sucesos de dudosa autoría, como la voladura del acorazado Maine en el puerto de La Habana, EE UU declararó la guerra a España. El resultado fue la incorporación de Puerto Rico como Estado libre asociado, la tutela de Cuba hasta 1959 y el control de Filipinas, también como Estado libre asociado, hasta 1946.