La vida como arma
ENESTENÚMERODE MUY HISTORIA SEREPASANLASA VECESCOMPLEJASODESCABELLADASOPERACIONESQUE CONVIRTIERONLAINMOLACIÓNENUNMEDIOMÁSDELUCHA.
Al anochecer del 18 de abril de 1942 empezó la Operación Doolittle, el primer bombardeo norteamericano sobre Japón. Tras el ataque a Pearl Harbor en diciembre, Roosevelt dio la orden de que se realizase a la mayor brevedad una incursión de este tipo. La operación, complejísima, exigió intensos entrenamientos y modificaciones técnicas para lograr que los bombarderos despegaran desde un portaaviones. Resultó también muy peligrosa. Las estimaciones previas de bajas eran del 50%. La misión tuvo éxito. Los daños que provocó no fueron grandes, pero cumplió el objetivo fundamental de castigar a Tokio y otras ciudades japonesas, mostrando la voluntad norteamericana de responder militarmente en el corazón del enemigo. Los aviones hubieron de continuar un difícil viaje a China, adonde no todos llegaron finalmente.
Operaciones como esta formaron parte de la Segunda Guerra Mundial. La victoria militar dependió de grandes factores económicos y sociales – las capacidades productivas, la disponibilidad de petróleo, las habilidades militares, la moral colectiva...–, pero tuvieron también su importancia los sacrificios personales, que incluyeron a veces la entrega voluntaria de la vida o la participación en operaciones de enorme riesgo.
LO COLECTIVO Y LO INDIVIDUAL. Resulta imposible precisar la contribución de tales operaciones al desarrollo de una guerra cuyo desenvolvimiento dependió de la movilización de recursos productivos y de la subordinación social a los objetivos militares. Guerra de masas, la contienda mundial adquiere a veces la fisonomía de una guerra anónima, excepto en las decisiones de los dirigentes. Los heroísmos de los combatientes quedan en los relatos casi como una nota a pie de página, despersonalizados. Las operaciones de alto riesgo evidencian que también en la guerra de masas jugó un papel determinante la acción individual; no todo consistió en el contraste entre disponibilidades de combustible o en las capacidades de
producir toneladas de armamento o munición. Estas entregas extremas forman parte además de la imagen de la II Guerra Mundial. Las acciones de los comandos se prestan más al relato cinematográfico que los convoyes de buques atravesando el Atlántico o la concentración de millones de hombres en el Frente del Este.
A veces el sacrificio personal se convirtió en lo que puede considerarse un arma específica. Es el caso de los kamikazes, un tipo de combate que convirtió el suicidio en un medio de lucha: la vida se daba a cambio de destruir un barco enemigo. La idea llegó cuando los avances norteamericanos fueron socavando las posibilidades militares de Japón. UNA EFICACIA MÁS PSICOLÓGICA
QUE REAL. El recurso extremo fue formar a miles de jóvenes como aviadores para un único vuelo, en el que el piloto se lanzaría con su avión sobre los buques enemigos. Entendieron que era la única forma de contrarrestar la superioridad naval norteamericana. Miles de voluntarios se aprestaron a defender así Japón, entregando su vida por los intereses colectivos y la supervivencia nacional. Se asumió que representaban el carácter de la sociedad japonesa, dispuesta a subsumir al individuo dentro de la comunidad, con una completa disposición al sacrificio personal. Los norteamericanos se encontraron con una forma de ataque difícil de contrarrestar, que provocaba el pánico en sus tripulaciones: fue el único tipo de combate que no habían previsto, explicaron luego.
Sin embargo, los estudios han evidenciado que el recurso a los kamikazes no fue una buena opción militar. Tuvo efecto psicológico, pero escasa eficacia. Se calcula que el 89% de las operaciones fracasó. Murieron unos 4.000 kamikazes, pero la mayoría no alcanzó sus objetivos. Hundieron unos 50 barcos y, aunque en algún combate naval tuvieron un papel destacado, en conjunto el balance fue escaso para los recursos empleados. Su voluntariedad fue relativa: aunque hubiera patriotas entusiastas, estuvo condicionada por el sentido japonés del honor, en el que la cobardía avergonzaba a toda la familia. Algunos aviadores experi-
mentados comprendieron que su suicidio obligado era un despilfarro militar. Los pilotos, con las cabinas soldadas y sin tren de aterrizaje, emprendían un viaje sin retorno ni muchas veces preparación suficiente. Además, los norteamericanos aprendieron al final a combatirlos. Los kamikazes fueron, en definitiva, uno de los grandes fracasos de la guerra.
También los alemanes tuvieron su fuerza kamikaze, el Escuadrón Leónidas, creado tras vencer las reticencias de los mandos nazis ante la idea un cuerpo de alemanes suicidas. Sus miembros – unos cuarenta– firmaban un documento en el que aceptaban su eventual muerte, pero al parecer su eficacia era mayor si tenían alguna posibilidad de sobrevivir: la entrega tenía sus límites, por tanto. Iban a pilotar los
LAS OPERACIONES ESPECIALES CON ESCASO MARGEN PARA LA SUPERVIVENCIA FUERON TÍPICAS DE LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL
V-1, en los que se realizó la modificación pertinente para ello, pero no llegaron a utilizarse. Entre las operaciones suicidas de la aviación alemana está la destrucción de varios puentes tendidos por los rusos sobre el Oder. Los 35 pilotos que murieron fueron celebrados como héroes, pero fue un alto coste para unos resultados relativamente reducidos.
Los “torpedos humanos” italianos implicaron un riesgo extremo. Dos buzos montaban sobre un pequeño submarino, con explosivos que adherían a la quilla del barco enemigo. El manejo de esta embarcación exigía entrenamiento, pericia y valor. Su principal operación tuvo lugar en Alejandría, en diciembre de 1941. Tres torpedos humanos lograron acceder al puerto tras salvar minas y redes. La operación tuvo éxito, pues dañó seriamente a dos acorazados y un buque cisterna británicos , dejándolos fuera de servicio. Los seis tripulantes fueron capturados. PARA SUBIR LA MORAL A LA RESISTENCIA. La Operación Antropoide planeó matar a Heydrich, el nazi brutal que gobernaba Checoslovaquia con el título de Protektor y una lamentable eficacia represora. No era un objetivo militar, sino político. Los promotores del atentado entendieron que resultaba crucial para mantener la moral de la Resistencia. Hubo dudas y alguna reticencia, por prever una costosa represión sobre la población. Dos checos llevaron el peso de la operación. Después de una intensa preparación en Gran Bretaña, saltaron en paracaídas sobre Checoslovaquia.
Tras contactar con la Resistencia y recibir su ayuda, prepararon durante meses el atentado. Éste tuvo lugar en Praga en mayo de 1942. Heydrich murió una semana después. Se desencadenó la represión, que fue feroz. Los autores del atentado pudieron esconderse durante un tiempo, hasta que, por una delación, fueron localizados en una iglesia. Se suicidaron antes de ser apresados. Su gesta no tuvo secuelas militares, pero fue un jalón en la lucha de los partisanos frente al nazismo, que perdió su pátina de invulnerabilidad.
GRANDES ÉXITOS Y SONOROS FRACASOS.
También los nazis realizaron operaciones especiales de alto riesgo. Entre ellas destaca el rescate de Mussolini, que, tras ser destituido en junio de 1943, en septiembre estaba recluido en un hotel del Gran Sasso, en un lugar de imposible acceso terrestre en los Apeninos. Se llamó Operación Roble y la dirigió Skorzeny, entonces coronel de las SS, que llegaría a ser el experto alemán en sabotajes, espionaje y acciones de riesgo. Utilizó planeadores, con paracaidistas que llevaron a cabo el ataque por sorpresa en el que fue liberado el Duce. El éxito fue celebrado en Alemania como la muestra de que el régimen mantenía capacidad de reacción. La unidad alemana dedicada a operaciones especiales continuó actuando durante toda la guerra.
Las organizaciones británicas con ese objetivo estuvieron más estructuradas. El SAS (Special Air Service) nació en 1941, al organizarse los primeros comandos en el norte de África. La idea era lanzarlos en la retaguardia del enemigo para provocar daños, sabotajes y confusión. La unidad combatió en el desierto y después en Italia. Organizado en regimientos, en marzo de 1944 el SAS contaba con unos 2.000 hombres, que recibían una instrucción especializada. Tuvo una participación muy activa en los días siguientes al des- embarco de Normandía, buscando sobre todo dañar las vías de comunicación con el objetivo de retrasar la respuesta alemana. Posteriormente, intervino en las acciones que condujeron a la invasión de Alemania en Francia, Bélgica o Noruega. La creación de un cuerpo militar estable para acciones especiales fue una novedad de la Segunda Guerra Mundial.
No todas las operaciones especiales culminaron con éxito. Por ejemplo, las primeras que realizó el SAS en el desierto no produjeron los desconciertos previstos y fracasaron sin paliativos. Entre 1942 y 1943 hubo tres incursiones para destruir en Noruega las instalaciones que producían agua pesada, utilizable en un arma atómica, que no consiguieron su objetivo; sólo tuvo éxito la operación que se llevó a cabo el siguiente año, celebrada como un gran logro aunque el daño causado fue menor del esperado. No tuvieron éxito sucesivos intentos británicos de hundir el acorazado
Tirpitz, el principal buque alemán, uno de ellos utilizando torpedos humanos. El desembarco aliado en Dieppe ( agosto de 1942), que iniciaron los comandos, constituyó un fracaso rotundo. Por el lado hitleriano fracasó la Operación Greif, que quería provocar confusión entre los aliados que atacaban por las Ardenas enviando soldados alemanes con uniformes americanos: fueron descubiertos y ejecutados.
SEGUNDA GUERRA MUNDIAL SUICIDA. Las operaciones especiales que implicaban el suicidio de los combatientes o un escaso margen para la supervivencia jugaron un papel decisivo en algunas de las acciones militares. En todo caso, forman parte del enfrentamiento global propio de la Segunda Guerra Mundial, pues los golpes de efecto repercutían en la moral colectiva, fundamental en la guerra de masas. Fueron viables por las posibilidades de acciones repentinas que proporcionaban los avances técnicos: los nuevos submarinos, aviones, explosivos... Las imágenes de la Primera Guerra Mundial se reducen casi en exclusiva al enfrentamiento de masas anónimas desde las trincheras. En el conflicto de 1939-1945, jugaron también un papel destacado las acciones individuales o de pequeñas unidades, en operaciones de alto riesgo.