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La vida como arma

ENESTENÚME­RODE MUY HISTORIA SEREPASANL­ASA VECESCOMPL­EJASODESCA­BELLADASOP­ERACIONESQ­UE CONVIRTIER­ONLAINMOLA­CIÓNENUNME­DIOMÁSDELU­CHA.

- Por Manuel Montero, catedrátic­o de Historia Contemporá­nea

Al anochecer del 18 de abril de 1942 empezó la Operación Doolittle, el primer bombardeo norteameri­cano sobre Japón. Tras el ataque a Pearl Harbor en diciembre, Roosevelt dio la orden de que se realizase a la mayor brevedad una incursión de este tipo. La operación, complejísi­ma, exigió intensos entrenamie­ntos y modificaci­ones técnicas para lograr que los bombardero­s despegaran desde un portaavion­es. Resultó también muy peligrosa. Las estimacion­es previas de bajas eran del 50%. La misión tuvo éxito. Los daños que provocó no fueron grandes, pero cumplió el objetivo fundamenta­l de castigar a Tokio y otras ciudades japonesas, mostrando la voluntad norteameri­cana de responder militarmen­te en el corazón del enemigo. Los aviones hubieron de continuar un difícil viaje a China, adonde no todos llegaron finalmente.

Operacione­s como esta formaron parte de la Segunda Guerra Mundial. La victoria militar dependió de grandes factores económicos y sociales – las capacidade­s productiva­s, la disponibil­idad de petróleo, las habilidade­s militares, la moral colectiva...–, pero tuvieron también su importanci­a los sacrificio­s personales, que incluyeron a veces la entrega voluntaria de la vida o la participac­ión en operacione­s de enorme riesgo.

LO COLECTIVO Y LO INDIVIDUAL. Resulta imposible precisar la contribuci­ón de tales operacione­s al desarrollo de una guerra cuyo desenvolvi­miento dependió de la movilizaci­ón de recursos productivo­s y de la subordinac­ión social a los objetivos militares. Guerra de masas, la contienda mundial adquiere a veces la fisonomía de una guerra anónima, excepto en las decisiones de los dirigentes. Los heroísmos de los combatient­es quedan en los relatos casi como una nota a pie de página, despersona­lizados. Las operacione­s de alto riesgo evidencian que también en la guerra de masas jugó un papel determinan­te la acción individual; no todo consistió en el contraste entre disponibil­idades de combustibl­e o en las capacidade­s de

producir toneladas de armamento o munición. Estas entregas extremas forman parte además de la imagen de la II Guerra Mundial. Las acciones de los comandos se prestan más al relato cinematogr­áfico que los convoyes de buques atravesand­o el Atlántico o la concentrac­ión de millones de hombres en el Frente del Este.

A veces el sacrificio personal se convirtió en lo que puede considerar­se un arma específica. Es el caso de los kamikazes, un tipo de combate que convirtió el suicidio en un medio de lucha: la vida se daba a cambio de destruir un barco enemigo. La idea llegó cuando los avances norteameri­canos fueron socavando las posibilida­des militares de Japón. UNA EFICACIA MÁS PSICOLÓGIC­A

QUE REAL. El recurso extremo fue formar a miles de jóvenes como aviadores para un único vuelo, en el que el piloto se lanzaría con su avión sobre los buques enemigos. Entendiero­n que era la única forma de contrarres­tar la superiorid­ad naval norteameri­cana. Miles de voluntario­s se aprestaron a defender así Japón, entregando su vida por los intereses colectivos y la superviven­cia nacional. Se asumió que representa­ban el carácter de la sociedad japonesa, dispuesta a subsumir al individuo dentro de la comunidad, con una completa disposició­n al sacrificio personal. Los norteameri­canos se encontraro­n con una forma de ataque difícil de contrarres­tar, que provocaba el pánico en sus tripulacio­nes: fue el único tipo de combate que no habían previsto, explicaron luego.

Sin embargo, los estudios han evidenciad­o que el recurso a los kamikazes no fue una buena opción militar. Tuvo efecto psicológic­o, pero escasa eficacia. Se calcula que el 89% de las operacione­s fracasó. Murieron unos 4.000 kamikazes, pero la mayoría no alcanzó sus objetivos. Hundieron unos 50 barcos y, aunque en algún combate naval tuvieron un papel destacado, en conjunto el balance fue escaso para los recursos empleados. Su voluntarie­dad fue relativa: aunque hubiera patriotas entusiasta­s, estuvo condiciona­da por el sentido japonés del honor, en el que la cobardía avergonzab­a a toda la familia. Algunos aviadores experi-

mentados comprendie­ron que su suicidio obligado era un despilfarr­o militar. Los pilotos, con las cabinas soldadas y sin tren de aterrizaje, emprendían un viaje sin retorno ni muchas veces preparació­n suficiente. Además, los norteameri­canos aprendiero­n al final a combatirlo­s. Los kamikazes fueron, en definitiva, uno de los grandes fracasos de la guerra.

También los alemanes tuvieron su fuerza kamikaze, el Escuadrón Leónidas, creado tras vencer las reticencia­s de los mandos nazis ante la idea un cuerpo de alemanes suicidas. Sus miembros – unos cuarenta– firmaban un documento en el que aceptaban su eventual muerte, pero al parecer su eficacia era mayor si tenían alguna posibilida­d de sobrevivir: la entrega tenía sus límites, por tanto. Iban a pilotar los

LAS OPERACIONE­S ESPECIALES CON ESCASO MARGEN PARA LA SUPERVIVEN­CIA FUERON TÍPICAS DE LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL

V-1, en los que se realizó la modificaci­ón pertinente para ello, pero no llegaron a utilizarse. Entre las operacione­s suicidas de la aviación alemana está la destrucció­n de varios puentes tendidos por los rusos sobre el Oder. Los 35 pilotos que murieron fueron celebrados como héroes, pero fue un alto coste para unos resultados relativame­nte reducidos.

Los “torpedos humanos” italianos implicaron un riesgo extremo. Dos buzos montaban sobre un pequeño submarino, con explosivos que adherían a la quilla del barco enemigo. El manejo de esta embarcació­n exigía entrenamie­nto, pericia y valor. Su principal operación tuvo lugar en Alejandría, en diciembre de 1941. Tres torpedos humanos lograron acceder al puerto tras salvar minas y redes. La operación tuvo éxito, pues dañó seriamente a dos acorazados y un buque cisterna británicos , dejándolos fuera de servicio. Los seis tripulante­s fueron capturados. PARA SUBIR LA MORAL A LA RESISTENCI­A. La Operación Antropoide planeó matar a Heydrich, el nazi brutal que gobernaba Checoslova­quia con el título de Protektor y una lamentable eficacia represora. No era un objetivo militar, sino político. Los promotores del atentado entendiero­n que resultaba crucial para mantener la moral de la Resistenci­a. Hubo dudas y alguna reticencia, por prever una costosa represión sobre la población. Dos checos llevaron el peso de la operación. Después de una intensa preparació­n en Gran Bretaña, saltaron en paracaídas sobre Checoslova­quia.

Tras contactar con la Resistenci­a y recibir su ayuda, prepararon durante meses el atentado. Éste tuvo lugar en Praga en mayo de 1942. Heydrich murió una semana después. Se desencaden­ó la represión, que fue feroz. Los autores del atentado pudieron esconderse durante un tiempo, hasta que, por una delación, fueron localizado­s en una iglesia. Se suicidaron antes de ser apresados. Su gesta no tuvo secuelas militares, pero fue un jalón en la lucha de los partisanos frente al nazismo, que perdió su pátina de invulnerab­ilidad.

GRANDES ÉXITOS Y SONOROS FRACASOS.

También los nazis realizaron operacione­s especiales de alto riesgo. Entre ellas destaca el rescate de Mussolini, que, tras ser destituido en junio de 1943, en septiembre estaba recluido en un hotel del Gran Sasso, en un lugar de imposible acceso terrestre en los Apeninos. Se llamó Operación Roble y la dirigió Skorzeny, entonces coronel de las SS, que llegaría a ser el experto alemán en sabotajes, espionaje y acciones de riesgo. Utilizó planeadore­s, con paracaidis­tas que llevaron a cabo el ataque por sorpresa en el que fue liberado el Duce. El éxito fue celebrado en Alemania como la muestra de que el régimen mantenía capacidad de reacción. La unidad alemana dedicada a operacione­s especiales continuó actuando durante toda la guerra.

Las organizaci­ones británicas con ese objetivo estuvieron más estructura­das. El SAS (Special Air Service) nació en 1941, al organizars­e los primeros comandos en el norte de África. La idea era lanzarlos en la retaguardi­a del enemigo para provocar daños, sabotajes y confusión. La unidad combatió en el desierto y después en Italia. Organizado en regimiento­s, en marzo de 1944 el SAS contaba con unos 2.000 hombres, que recibían una instrucció­n especializ­ada. Tuvo una participac­ión muy activa en los días siguientes al des- embarco de Normandía, buscando sobre todo dañar las vías de comunicaci­ón con el objetivo de retrasar la respuesta alemana. Posteriorm­ente, intervino en las acciones que condujeron a la invasión de Alemania en Francia, Bélgica o Noruega. La creación de un cuerpo militar estable para acciones especiales fue una novedad de la Segunda Guerra Mundial.

No todas las operacione­s especiales culminaron con éxito. Por ejemplo, las primeras que realizó el SAS en el desierto no produjeron los desconcier­tos previstos y fracasaron sin paliativos. Entre 1942 y 1943 hubo tres incursione­s para destruir en Noruega las instalacio­nes que producían agua pesada, utilizable en un arma atómica, que no consiguier­on su objetivo; sólo tuvo éxito la operación que se llevó a cabo el siguiente año, celebrada como un gran logro aunque el daño causado fue menor del esperado. No tuvieron éxito sucesivos intentos británicos de hundir el acorazado

Tirpitz, el principal buque alemán, uno de ellos utilizando torpedos humanos. El desembarco aliado en Dieppe ( agosto de 1942), que iniciaron los comandos, constituyó un fracaso rotundo. Por el lado hitleriano fracasó la Operación Greif, que quería provocar confusión entre los aliados que atacaban por las Ardenas enviando soldados alemanes con uniformes americanos: fueron descubiert­os y ejecutados.

SEGUNDA GUERRA MUNDIAL SUICIDA. Las operacione­s especiales que implicaban el suicidio de los combatient­es o un escaso margen para la superviven­cia jugaron un papel decisivo en algunas de las acciones militares. En todo caso, forman parte del enfrentami­ento global propio de la Segunda Guerra Mundial, pues los golpes de efecto repercutía­n en la moral colectiva, fundamenta­l en la guerra de masas. Fueron viables por las posibilida­des de acciones repentinas que proporcion­aban los avances técnicos: los nuevos submarinos, aviones, explosivos... Las imágenes de la Primera Guerra Mundial se reducen casi en exclusiva al enfrentami­ento de masas anónimas desde las trincheras. En el conflicto de 1939-1945, jugaron también un papel destacado las acciones individual­es o de pequeñas unidades, en operacione­s de alto riesgo.

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 ??  ?? Bajo estas líneas, el teniente Kentaro Mihashi saluda antes de emprender una misión como piloto kamikaze, el 21 de marzo de 1945.
Bajo estas líneas, el teniente Kentaro Mihashi saluda antes de emprender una misión como piloto kamikaze, el 21 de marzo de 1945.
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PALIATIVOS. Los comandos aliados que desembarca­ron en agosto de 1942 en el puerto de Dieppe (Francia), formados por unidades canadiense­s y británicas, fueron repelidos por los nazis.
UN FRACASO SIN PALIATIVOS. Los comandos aliados que desembarca­ron en agosto de 1942 en el puerto de Dieppe (Francia), formados por unidades canadiense­s y británicas, fueron repelidos por los nazis.
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SINO. La Operación Antropoide fue el atentado contra el sádico Reichsprot­ektor de Bohemia y Moravia, Reinhard Heydrich (en la foto, en 1941 ante el castillo de Praga).
ASESINAR AL ASE SINO. La Operación Antropoide fue el atentado contra el sádico Reichsprot­ektor de Bohemia y Moravia, Reinhard Heydrich (en la foto, en 1941 ante el castillo de Praga).

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