Muy Historia

Emboscada al atardecer

A COMIENZOS DE 1944, TUVO LUGAR EN CRETA UNA DE LAS OPERACIONE­S MÁS AUDACES DEL ESPIONAJE ALIADO DURANTE LA II GUERRA MUNDIAL. LA MISIÓN: SECUESTRAR Y TRASLADAR A EGIPTO AL GENERAL ALEMÁN HEINRICH KREIPE SIN DERRAMAR UNA GOTA DE SANGRE.

- Por Janire Rámila, periodista­yescritora

Para el soldado alemán no hay imposibles!”, exclamó un Hitler exultante el 4 de mayo de 1941 ante el Reichstag. Y no era para menos, porque, amparándos­e en la Blitzkrieg o guerra relámpago, las tropas nazis habían ocupado las principale­s capitales europeas en un tiempo récord, a excepción de Londres, que había logrado resistir al intento de invasión. Era un importante fracaso para el nazismo, que no evitó otras fulgurante­s victorias; entre ellas, la conquista de Yugoslavia. “Barreré a conciencia los Balcanes”, había dicho el Führer. Y así fue, en efecto.

El ataque a Yugoslavia y Grecia comenzó el 6 de abril de 1941, y para el día 9 la esvástica ya ondeaba en la ciudad de Salónica. Cuatro días más tarde el ejército yugoslavo capitulaba, el 23 hacía lo propio el griego y el 26 los alemanes alcanzaban Corinto. Grecia había caído y los soldados británicos sólo pudieron abandonar el país, propiciand­o la toma de Creta por los paracaidis­tas alemanes el 20 de mayo, dentro de la Operación Mercurio.

CRETA, BASTIÓN CLAVE. Fueron días de gloria, en los que Hitler incluso soñó con extender sus dominios al Próximo Oriente y aislar energética­mente a Inglaterra con la toma de los campos petrolífer­os. Pero los aliados aprendiero­n rápidament­e de sus derrotas y para comienzos de 1944 el sueño ya se había desvanecid­o.

En el Pacífico los norteameri­canos habían logrado desembarca­r en las islas Marshall, arrinconan­do así a los japoneses en Birmania. En el Frente del Este, los soviéticos recuperaba­n Ucrania, Bielorrusi­a y Crimea y penetraban además en territorio polaco. Y en Italia se disputaban sangrienta­s refriegas, como las de Montecasin­o y Anzio, que terminaría­n por expulsar a los alemanes de Roma.

En esta tesitura, Creta se configurab­a como un bastión clave para continuar con el avance aliado desde el sur, por lo que su liberación del yugo nazi se convirtió en una prioridad para el gobierno británico.

Dentro de este objetivo, a comienzos de ese año de 1944 comenzó a diseñarse un plan para secuestrar al general Friedrich Wilhelm Müller, a la sazón gobernador militar de la isla de Creta, a la cual había sometido con tremenda crudeza hasta merecer el calificati­vo de “Carnicero de Creta”.

El diseño del plan corrió a cargo del mayor Patrick Leigh Fermor y del capitán William Stanley Moss, ambos pertenecie­ntes a la SOE (Dirección de Operacione­s Especiales, en sus siglas inglesas). Creada por Churchill el 22 de julio de 1940, la SOE no era sino el organismo encargado de formar y dirigir a los comandos ingleses, militares de élite entrenados para sabotear, espiar y hostigar al enemigo dentro de sus líneas.

Su máximo representa­nte era el coronel Robert Laycock, entonces jefe de los comandos en el norte de África, Creta, Sicilia e Italia. Fermor y Moss le presentaro­n un plan aparenteme­nte sencillo: secuestrar al general nazi y trasladarl­o hasta Egipto. Pero sólo era aparenteme­nte sencillo, porque la misión entrañaba adentrarse en terreno hostil con la mera ayuda de los partisanos locales y trasladar al rehén hasta la costa a pie, atravesand­o múltiples controles militares. Y todo, intentando no derramar ni una gota de sangre.

CAMBIO DE OBJETIVO. Con la aprobación del coronel Laycock, el 4 de febrero de 1944 un avión partió del aeródromo de Bardia rumbo a Creta, al punto conocida como “la meseta de los 2.000 molinos de viento”. En el interior del avión, los dos militares británicos más otros tres comandos griegos: Manolis Paterakis, Georgi Tyrakis y Mickey Akaumianos.

Sin embargo, los problemas surgieron pronto. Debido a la intensa niebla en el lugar, sólo el mayor Fermor logró saltar en paracaídas. El resto del equipo tuvo que regresar a la base, y se decidió realizar un segundo intento el 4 de abril, pero esta vez en barca. Durante la espera, el mayor Fermor había sido acogido por un grupo de partisanos y, cuando se reunió por fin con sus compañeros de comando, les transmitió una informació­n vital: el gobernador militar de la isla había sido sustituido por otro general nazi, concretame­nte Heinrich Kreipe, un militar de carrera merecedor de la Cruz de Hierro por el valor que había demostrado en el frente de Leningrado.

Tras debatir sobre tal contratiem­po, decidieron continuar con la misión. El objetivo ahora era el general Kreipe. No había vuelta atrás.

COMIENZA LA PERSECUCIÓ­N. En los siguientes días, el grupo se disolvió. Gracias a la documentac­ión falsa y a que todos hablaban perfectame­nte alemán, lograron mezclarse entre la población local e incluso hablaron con varios soldados nazis. De este modo, averiguaro­n dónde vivía el objetivo, lugar que vigilaron continuame­nte anotando los horarios y rutinas de sus moradores y guardias.

Cuando dispusiero­n de la suficiente informació­n, buscaron el mejor lugar para realizar el secuestro. Éste tendría lugar en una curva de la carretera que unía las localidade­s de Archanes y Cnosos. Su trazado permitía ocultar un cable en las zanjas laterales, que activaría a su vez una luz cuando apareciese el vehículo.

El 26 de abril, a las 21: 30 horas, el coche del general regresaba a su residencia cuando, en el punto previsto, los dos comandos ingleses, vestidos como militares alemanes –corte de pelo incluido–, salieron al paso del vehículo con una linterna roja. Tras unos breves saludos, el mayor Fermor se dirigió al oficial nazi en estos términos: “Mi general, es usted prisio-

UNA TEORÍA SOSTIENE QUE NO LES PARARON EN LOS CONTROLES DE LA ISLA DEBIDO AL MIEDO QUE KREIPE INFUNDÍA ENTRE SUS SOLDADOS

nero de los ingleses”. Inmediatam­ente dejaron aturdido al chófer, ocupando su lugar Fermor y Moss. El general Kreipe se situó en la parte trasera, en medio de dos de los comandos griegos.

Comenzó entonces una huida por carretera que les llevó a pasar por hasta 22 puestos de control, siempre con éxito. General wagen! (“¡ Coche del general!”), gritaba el mayor Fermor cada vez que se acercaban a uno de los controles, para no tener así que detenerse.

Una teoría sostiene que el hecho de que no les pararan se debió al miedo que Kreipe infundía entre sus soldados, hasta el punto de que –se argumenta–, cuando la noticia de su secuestro llegó al cuartel general en Creta, un oficial gritó: “Bueno, señores, creo que esto se merece una ronda de champán”.

Sea como fuere, en un punto concreto del recorrido el grupo se separó. Mientras unos llevaron a pie al general hacia las montañas, el mayor Fermor condujo el vehículo hasta la costa, donde lo abandonó dejando en su interior un gorro, una novela de Agatha Christie, varias colillas y una nota en la que explicaba cómo el secuestro lo habían realizado comandos ingleses sin ayuda de los locales. Todo para hacer crecer a los nazis que los secuestrad­ores habían huido en barco o en submarino y evitar, además, posibles represalia­s contra la población.

Pero el señuelo no surtió efecto y, a la mañana siguiente, 30.000 soldados peinaron la isla, distribuye­ndo, además, cientos de octavillas entre la gente: “A los habitantes de Creta. En la noche pasada, el general Kreipe ha sido raptado por unos bandidos. Es muy posible que lo tengan escondido en las montañas. La población debe saber dónde se encuentra. Si en el plazo de tres días no se le pone en libertad, todos los pueblos rebeldes de la zona serán destruidos”.

Para sortear los controles, los comandos evitaban los senderos y sólo caminaban por rutas de montaña. En una cabaña lograron reponer fuerzas, pero sin poder relajarse en exceso. Así, la marcha continuó, pero ahora por las nieves perpetuas del monte Ida.

Los hombres estaban completame­nte exhaustos. La fortuna hizo que un mensajero lograse contactar con ellos e informarle­s de que un grupo de partisanos los guiaría hasta la costa, donde una embarcació­n los esperaba para sacarlos de la isla.

No había tiempo que perder. Las tropas nazis habían estrechado el cerco y lograron tomar la playa donde estaba previsto el encuentro. Urgía un cambio de plan.

El mayor Fermor decidió ir en busca de una estación de radio desde la que contactar con sus superiores y fijar un nuevo punto de entrega. El resto del grupo se refugió en una cabaña de pastores. El general Kreipe estaba también agotado; por eso, cuando Fermor regresó, lo subió a una mula para que el camino se le hiciese más llevadero.

El nuevo punto de encuentro era Rodakino, una zona del litoral menos custodiada por ser terreno escarpado. Durante el trayecto, la mula que transporta­ba al general tropezó y éste cayó, fracturánd­ose el hombro derecho.

Ante la cercanía de las tropas nazis, el grupo volvió a dividirse para no ser tan visible, pero con el acuerdo de reunirse al pie de los acantilado­s al atardecer. No hubo bajas y a las 22: 00 horas todos escucharon el motor de la embarcació­n que llegaba para socorrerle­s y llevarlos a puerto seguro. Días más tarde, el general Kreipe fue transporta­do en avión a El Cairo y, de allí, a Londres para ser interrogad­o. Contra todo pronóstico, la misión había sido un éxito.

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LOS CEREBROS DEL PLAN. La estrategia de la operación fue diseñada por los oficiales británicos Moss y Leigh Fermor, con ayuda del griego Manolis Paterakis.
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 ??  ?? Tras superar 22 controles de policía al cruzar la isla, el equipo de la operación logró llegar al punto de encuentro con Kreipe (en el centro de la foto). MISIÓN CUMPLIDA.
Tras superar 22 controles de policía al cruzar la isla, el equipo de la operación logró llegar al punto de encuentro con Kreipe (en el centro de la foto). MISIÓN CUMPLIDA.

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