Estalla la guerra en Europa
TRAS EL PRELUDIO DEL AÑO 38, EN QUE HITLER SE HIZO CON LA VECINA AUSTRIA Y CON LA PROVINCIA CHECA DE LOS SUDETES, YA NADA DETUVO A ALEMANIA. PERO LA INVASIÓN DE POLONIA COLMÓ EL VASO DE LA PACIENCIA DE FRANCIA E INGLATERRA.
La llegada de Adolf Hitler a la Cancillería el 30 de enero de 1933 marcó el final de la República de Weimar y el nacimiento de un régimen dictatorial que conduciría a una guerra mundial que se cobró la vida de 60 a 70 millones de personas. En 1938, cuando llevaba un lustro en el poder, Hitler entró victorioso en Viena y decretó la anexión de Austria al Tercer Reich ( Anschluss). Ya no hubo trabas que limitaran las ambiciones territoriales del Führer.
En el acuerdo de Múnich de ese año, el conservador Neville Chamberlain, primer ministro británico, y el presidente del Gobierno francés, el socialista Édouard Daladier, aceptaron entregar la provincia checa de los Sudetes a los alemanes con la solemne promesa de Hitler de que no reclamaría ningún otro territorio. Londres y París creían que así frenaban una guerra que no deseaban, pero se equivocaban. Poco después, Hitler firmó un tratado de no agresión con Stalin y extendió el control que tenía en los Sudetes al resto del territorio checoslovaco. Y a las 04:45 horas del 1 de septiembre de 1939, Hitler ordenó atacar Polonia.
ALEMANIA COMIENZA SU AVANCE.
Las SS simularon atentados llevados a cabo por guerrilleros polacos a los cuarteles de guardabosques de la ciudad de Pitschen (actual Byczyna, en Polonia) y a la emisora de Gleiwitz (actual Gliwice polaca), desde donde radiaron un comunicado incitando a la rebelión de la población en la Alta Silesia. Hombres de las SS se encargaron de ejecutar a unos cuantos prisioneros del campo de concentración de Sachsenhausen, cuyos cuerpos fueron abandonados como prueba del supuesto ataque guerrillero.
El 3 de septiembre, el embajador británico en Berlín entregó a la Cancillería alemana un ultimátum que dejó demudado a Hitler. Ribbentrop le había asegurado que Londres no haría nada si la Wehrmacht invadía Polonia. Australia, la India y Nueva Zelanda también declararon la guerra a Alemania. Poco más tarde, el embajador francés entregó el ultimátum de París. A continuación, Sudáfrica y Canadá hicieron lo propio.
Los berlineses reaccionaron con cierta perplejidad y preocupación a la noticia de que Gran Bretaña y Francia desenterraban el hacha de guerra. “Habían confiado en la extraordinaria racha de suerte de su Führer, pensando que ésta también le permitiría una victoria rotunda sobre Polonia sin que se desencadenara ningún conflicto en Europa”, señala el historiador británico Antony Beevor en su libro
La II Guerra Mundial. Ya no había vuelta atrás: la tragedia estaba servida.
Por su parte, Stalin aprovechó el tratado de no agresión que había firmado con Hitler – el acuerdo Mólotov- Ribbentrop del 23 de agosto de 1939– para invadir la zona oriental de Polonia. Poco después, el líder soviético ordenó ocupar Finlandia, lo que le costó un severo varapalo al Ejército Rojo, que fue rechazado por las tropas finlandesas. Finalmente, el 29 de febrero de 1940, sabiendo que no iba a recibir ayuda de las democracias europeas, Helsinki llegó a un acuerdo con Moscú, consciente de que Stalin ya no quería seguir con una guerra que le podría enfrentar con Londres y París.
La invasión simultánea de Noruega y Dinamarca comenzó el 9 de abril. Hitler pensó que la ocupación alemana presionaría a los suecos para que no dejaran de exportar suministros de hierro a Alemania, un material fundamental para la industria bélica del Tercer Reich. Las operaciones militares en Escandinavia iban a proporcionar a la Kriegsmarine bases navales desde las que sus buques podrían controlar el mar del Norte y los puertos occidentales de Reino Unido. Ese esfuerzo bélico frenó la ofensiva alemana en el oeste, aunque no por mucho tiempo.
El 10 de mayo, Hitler dio luz verde a la Wehrmacht para que sus divisiones acorazadas penetraran simultáneamente en Holanda y Bélgica. El Führer estaba en racha y no quería dejar escapar la oportunidad. Mientras los carros de combate avanzaban hacia Occidente, la Luftwaffe bombardeaba sin piedad Bruselas, Amberes, Calais, Dunkerque, Boulogne, Nancy y otras ciudades de la frontera francobelga. Unos 90 bombarderos arrojaron su carga letal sobre la ciudad holandesa de Róterdam, provocando la muerte a mil personas y dejando sin hogar a otras 70.000.
Aquel día, Chamberlain tuvo que dimitir como primer ministro de Gran Bretaña al no conseguir el apoyo del Partido Laborista. Halifax rechazó sucederle en el cargo, razón por la que Winston Churchill fue nombrado nuevo primer ministro. En el continente, la poderosa maquinaria bélica germana y sus revolucionarias tácticas en el campo de batalla ( guerra relámpago) sorprendieron a las tropas francesas, que se replegaron desordenadamente. El vertiginoso avance de los alemanes mostró la descoordinación de las fuerzas aliadas. En sólo seis semanas, el ejército francés se desplomó por completo.
SANGRE, SUDOR Y LÁGRIMAS EN DUNKERQUE.
En aquellos momentos trágicos para los aliados, Churchill se enfrentó al derrotismo de parte de sus colegas, algunos de los cuales todavía apostaban por un acuerdo con la Alemania nazi, dado que creían imposible derrotar a su poderoso ejército. Si Inglaterra se encontraba profundamente debilitada, Francia estaba al borde de la rendición. Churchill supo galvanizar el deseo de resistencia de los ingleses y en mayo, en la Cámara de los Comunes, lanzó su más famosa frase: “Sangre, sudor y lágrimas”.
El rápido avance de los ejércitos alemanes hizo retroceder a 350.000 soldados, la mayoría británicos, hacia Dunkerque. Sorprendentemente, Hitler ordenó a sus divisiones blindadas detenerse a sólo 25
Inglaterra y Francia entregaron los Sudetes a Alemania creyendo que así frenarían la guerra
km de esa ciudad, dando un respiro a los aliados. Las fuerzas británicas atrapadas en la ciudad francesa fueron evacuadas a Reino Unido entre el 26 de mayo y el 4 de junio de 1940 gracias a una flota de cuarenta destructores británicos, franceses, belgas y holandeses, seguidos de unas 900 embarcaciones particulares (yates, barcos de pesca, gabarras del Támesis...). El último día, más de 26.000 soldados franceses lograron embarcarse y huir a Gran Bretaña.
La operación fue un éxito, pero también una dolorosa derrota para Londres. Cientos de miles de soldados pudieron ser trasladados sanos y salvos, pero gran cantidad de material militar británico se perdió en Dunkerque. Las fábricas de armamento de Reino Unido tendrían que trabajar a destajo para reponer los valiosos pertrechos bélicos abandonados en las playas francesas.
CHURCHILL RESISTE, PÉTAIN CLAUDICA.
Al mismo tiempo que concluía la repatriación de tropas en Dunkerque, París sufrió un bombardeo que ocasionó cerca de 300 muertos. En Londres, el gabinete de guerra vivió un serio desencuentro entre los partidarios de sondear a los italianos los términos en que Hitler estaría dispuesto a firmar un armisticio y los que pensaban que la única salida era combatir. Churchill opinaba que, si comenzaban las negociaciones, Londres ya no podría dar marcha atrás. Tampoco se podría revitalizar el espíritu de resistencia del pueblo británico si las cosas se torcían y había que volver a las armas.
Churchill estaba convencido de que Alemania impondría unas condiciones tan brutales que reducirían al país a la condición de un Estado esclavo, razón por la que los británicos no tenían más alternativa que luchar hasta el final. Él mismo tendría que hacer un gran esfuerzo para empujar al presidente estadounidense Franklin D. Roosevelt a tomar partido en la guerra y abandonar su neutralidad. Sin la ayuda de Estados Unidos, las democracias europeas se irían a pique. La lucidez de Churchill fue decisiva en aquellos difíciles momentos.
El 14 de junio las tropas alemanas entraron en París y desfilaron por sus avenidas, para congoja de los parisinos. La humillación se completó ocho días después cuando el mariscal Henri Philippe Pétain, el héroe de la I Guerra Mundial, de 84 años, comunicó al pueblo francés la firma de un armisticio con Alemania. Francia quedó dividida en dos zonas: la de Vichy, al mando de Pétain, y la ocupada por los alemanes. Mientras que Pétain no tuvo ningún reparo en aceptar la colaboración con los invasores, Charles de Gaulle, desde Londres, utilizó la BBC para hacer un llamamiento a las armas y a la resistencia de la Francia libre.
El 23 de agosto, la Luftwaffe bombardeó accidentalmente Londres, lo que provocó las represalias de la Royal Air Force (RAF), que de inmediato bombardeó Berlín. Hitler enfureció y ordenó a Göring que empezaran los ataques aéreos sobre la capital británica ( el Blitz), lo que en cierto modo benefició a la RAF, ya que sus aeropuertos dejaron de ser objetivo prioritario de los bombarderos alemanes. Del 7 de septiembre al 13 de noviembre de 1940, Londres fue bombardeado con regularidad. A continuación, la Luftwaffe atacó Belfast, Glasgow, Liverpool, Cardiff y otras poblaciones. Hasta mayo de 1941, las bombas alemanas mataron a 43.000 personas en Reino Unido.
Con el respaldo de la mayoría de los británicos, el Primer Ministro se jugó el todo por el todo en la Batalla de Inglaterra. El primero de agosto, Hitler firmó la orden de que la aviación alemana aplastara a la británica. Los británicos tenían a su favor el radar, que fue desarrollado unos años antes por el físico Robert Watson- Watt. Con él, la RAF podía detectar a la aviación enemiga con antelación y enviar escuadrillas de cazas en el momento preciso para abortar sus incursiones aéreas.
Asimismo, el Reino Unido poseía el moderno caza SupermarineSpitfire, con el que podía enfrentarse al BFMesserschmitt109. El 15 de septiembre de 1940, conmemorado desde entonces en Reino Unido como Battle
ofBritainDay (Día de la Batalla de Inglaterra), fue la jornada que concentró más ca-
LA BATALLA DE INGLATERRA.
Mientras Pétain aceptaba colaborar con los nazis, De Gaulle llamaba a resistir desde Londres
zas sobre territorio británico. Los esfuerzos alemanes fueron inútiles. Tras el fracaso de la Luftwaffe, que no pudo doblegar a los pilotos de la RAF, Hitler abandonó la idea de invadir Reino Unido, centrando todos sus esfuerzos en la lejana e impenetrable Rusia. DEL FRACASO DE MUSSOLINI AL AFRIKA KORPS.
El 10 de junio de 1940, Mussolini lanzó un discurso en Roma en el que declaró la guerra a Gran Bretaña y Francia. A continuación, las tropas italianas penetraron en los Alpes para conquistar la ciudad de Mentón. En sus ansias por acaparar nuevos territorios, Mussolini cometió el error de lanzar dos campañas militares a la vez, una contra la neutral Grecia y otra contra Reino Unido en Egipto. Además de estar muy mal dirigido, el ejército italiano se encontró con la inesperada resistencia de los griegos. En menos de un mes, los invasores fueron expulsados de Grecia.
Por lo que se refiere al ataque a Egipto, el Duce lanzó a sus ejércitos hacia Sidi Barrani en septiembre de 1940. Mussolini creía que los más de dos millones de italianos que se dirigían hacia el Nilo aplastarían fácilmente las exiguas defensas británicas. En realidad, ocurrió todo lo contrario. Las divisiones italianas fueron derrotadas meses después por los 36.000 británicos acuartelados en Egipto. Hitler enfureció. Las dos fallidas operaciones italianas le obligaron a posponer la invasión de Rusia.
La primera medida del Führer fue organizar un ejército en Libia para contraatacar y recuperar el territorio que habían ocupado los ingleses. La llegada del general Erwin Rommel a Trípoli (Libia) el 12 de febrero de 1941 iba a cambiar el rumbo de los acontecimientos. Aquel día nació el Afrika Korps. Muy pronto, los británicos comprendieron que se estaban enfrentando a un enemigo formidable. El 6 de abril de 1941, Alemania envió dos divisiones para invadir Grecia y Yugoslavia. Asimismo, Hitler ordenó una operación aerotransportada, la primera invasión de la Historia protagonizada por paracaidistas, para tomar Creta, que en esos momentos estaba ocupada por tropas británicas. En menos de dos semanas, los alemanes los expulsaron de la isla.
Mientras Rommel preparaba su ofensiva en el desierto, Gran Bretaña se enfrentaba a un nuevo problema: el bloqueo marítimo de los submarinos alemanes. El 4 de noviembre de 1939, después de recibir la aprobación del Congreso, el presidente estadounidense Roosevelt decidió apoyar a Gran Bretaña y Francia con el envío de armas y bienes, con la condición de que los compradores pagaran en efectivo y se encargaran del transporte de los productos adquiridos.
LUCHA EN EL ATLÁNTICO.
Los temibles U-Boote echaron a pique a centenares de navíos ingleses, poniendo en serios aprietos el envío desde EE UU de víveres y material de guerra a través del Atlántico. En mayo de 1941, los británicos se hicieron con una máquina codificadora Enigma, lo que les iba a permitir descifrar muchos de los mensajes y órdenes de batalla del ejército alemán, entre ellos los que recibían y enviaban los submarinos enemigos.
Gracias a esos mensajes, la Armada británica y la RAF pudieron localizar las posiciones de los sumergibles enemigos, muchos de los cuales fueron hundidos. Las cosas empezaban a mejorar poco a poco para los aliados. El resultado de la batalla del Atlántico fue vital para la supervivencia de Reino Unido. Pero el coste fue enorme: unos 2.600 barcos mercantes aliados y unos 750 submarinos alemanes fueron hundidos. En total, cerca de 80.000 marinos alemanes y aliados murieron en las gélidas aguas atlánticas.