Cómo acabar con el monstruo
EL 27 DEMAYO DE 1942, ALAS 10:45 H, DOS JÓVENES MILITANTES DE LA RESISTENCIA CHECA ATENTARON EN PRAGA CONTR ARE IN H AR D HEYDRICH, UNO DELOS MAYORES GEN OC IDAS NAZIS. LA ARRIESGADA MISIÓN SE COBRÓ LA VIDA DE LOS TRES.
El quinto mandamiento es muy escueto: no matarás. Tomado así no admite discusión, pero el Derecho, que ha conocido millones de asesinatos a lo largo del tiempo, examina la cuestión con más matices. Y la filosofía. Preguntémonos, por ejemplo, si es lícito matar a una persona que va a matar a dos, en cuyo caso nuestro crimen se convierte en la salvación de un semejante. ¿Y qué diríamos sobre matar a un monstruo que planea exterminar friamente a seis millones de seres humanos, hombres, mujeres y niños? ¿ Sería eso un asesinato o más bien una bendición para la humanidad? Todos hemos fantaseado alguna vez sobre lo que hubiéramos hecho de haber estado en nuestra mano eliminar a Calígula, Stalin o Hitler antes de que se convirtieran en referentes del terror. Pe- ro se trata de una ucronía, una paradoja temporal – en ellas se basan cientos de historias de ciencia ficción– que ha llegado últimamente a nuestras pequeñas pantallas con la serie Ministerio del Tiempo. La paradoja consiste en que, aunque pudiéramos viajar en el tiempo, no podríamos de ninguna manera matar al ciudadano Iósif Vissarionovitch Djougachvili antes de que se convirtiera en Stalin, ya que entonces no habría existido el Stalin al que hubiéramos viajado en el tiempo para matar.
DE LA ANSCHLUSS A LOS ACUERDOS DE MÚNICH. Las fronteras en Centroeuropa se han movido mucho a lo largo de la Historia. Las antiguas regiones de Bohemia y Moravia, que integran hoy la República Checa, recibieron durante las edades Media y Moderna una gran pobla- ción alemana que contribuyó a su progreso. Después, ambas regiones se integraron en el Imperio Austrohúngaro, que se vino abajo en 1919 tras su derrota en la Primera Guerra Mundial. Fue entonces cuando Bohemia y Moravia decidieron formar una unidad política común con Eslovaquia y Rutenia a la que llamaron Checoslovaquia. Pero en 1938, con Hitler en la Cancillería de Berlín, los nazis plantearon la cuestión de las minorías germanohablantes y su decidida voluntad de integrarlas en el Reich de los Mil Años. En marzo se produjo la anexión de Austria ( Anschluss) como consecuencia, entre otras cosas, de la oleada terrorista que desataron los nazis austríacos. En vista de la pasividad de las potencias occidentales, Hitler prosiguió con sus planes y seis meses más tarde alentó a los descendientes de los alemanes que habían lle-
gado a Bohemia y Moravia siglos antes y que componían cerca del 30% de las regiones checoslovacas periféricas (los Sudetes) para que iniciaran una campaña de agitación que culminó con los vergonzosos Acuerdos de Múnich. Allí, las potencias occidentales abandonaron a su suerte tanto a la República Española, condenada a perder la guerra, como a la República Checa, que con los Sudetes perdió una parte de su territorio del tamaño de Galicia antes de ser invadida por completo seis meses más tarde, el 15 de marzo de 1939, y convertirse en un protectorado alemán. El interés primordial de los nazis era apoderarse de las excelentes fábricas checas Skoda, que pasaron inmediatamente a producir material de guerra para el Reich. La segunda actividad de los ocupantes fue “depurar la raza”, de modo que pusieron sus focos en la localización y detención de judíos y gitanos, muy numerosos en aquellas tierras.
LA BOTA ALEMANA EN BOHEMIA-MORAVIA.
El primer Protektor nazi de Checoslovaquia, que ahora volvía a llamarse Bohemia-Moravia, fue un diplomático, exministro de Asuntos Exteriores y gran jerarca del partido: Konstantin von Neurath. Hitler lo puso allí como una figura decorativa “blanda” bajo la que ejercer un control férreo de la población, que se encargó a las SS en la persona del sudete checo Karl Hermann Frank, hasta entonces Gauleiter de los Sudetes. La figura del
Gauleiter o gobernador implicaba, en las zonas ocupadas, un seguimiento absoluto de las órdenes directas del Führer, especialmente de las tareas de “limpieza y liberación” de las razas inferiores en sus respectivos territorios. Frank, que como sudete conocía perfecta- mente la lengua y la sociedad checas, se puso manos a la obra al frente de la Policía y las SS emprendiendo la represión de opositores políticos y las detenciones de judíos y gitanos. A la vez inició una labor de zapa sobre el prestigio del anciano Von Neurath, que sin embargo se esforzaba cuanto podía: persiguió con saña a la disidencia, eliminó los partidos políticos, los sindicatos, la libertad de prensa, los derechos de reunión y manifestación y cerró los ojos a los excesos de celo de Frank.
Pero en Berlín, Hitler no lo consideraba suficiente, de manera que en septiembre de 1941 envió a Praga a un verdadero nazi, a un fanático nacionalsocialista llamado Reinhard Heydrich, que mantuvo a Frank como subalterno y se ganó en unas pocas semanas el sangriento apelativo de “el Carnicero de Praga”. La vida de Heydrich es todo un paradigma del hombre nuevo del Reich, del nazi modélico, y merece la pena detenerse a analizarla. Su padre, compositor de algún renombre, fue designado director del Conservatorio de Halle, donde conoció a su madre y donde nació Reinhard en el año 1904. Se bautizó al niño en la religión católica y su infancia se desarrolló en un ambiente muy nacionalista, próximo a las corrientes völkisch que, desde finales del XIX, predicaban la vuelta a las esencias germánicas y la lucha contra todo aquello que pudiera considerarse causa de la decadencia de la raza. En realidad, el völ
kisch era una prefiguración incruenta del nazismo, un movimiento claramente racista y antisemita apoyado en el concepto de la superioridad germánica que Hitler identificaría luego con la supuesta raza aria.
ASÍ SE GESTÓ “LA BESTIA RUBIA”. En 1918, cuando terminó la Primera Guerra Mundial con la derrota humillante de Alemania, Heydrich era un jovenzuelo de 14 años con el corazón inflamado de ardores patrios y convencido, así como el resto de su familia, de la teoría de la “puñalada en la espalda”, que explicaba la reciente derrota en la guerra como efecto de la traición combinada de judíos y marxistas. Necesitaba encontrar una organización en la que sentirse cómodo y probó suerte en varias de las agrupaciones juveniles que por entonces proliferaban en Alemania como respuesta a la reciente derrota, bajo eslóganes del tipo “¡Somos los dueños del mundo!”. No encontró esa organización, así que fundó la suya propia.
Al año siguiente, cumplidos los 18, terminó sus estudios y, aunque él aún no lo sabía, empezó su carrera de nazi modelo. Se había convertido en un tipo bien parecido, rubio, de 1,85 m de altura, deportista (natación, vela, esgrima), apreciado por las mujeres e íntimamente convencido por su cuenta de los postulados que pronto defendería Hitler. Ingresó en los servicios de información de la Marina, pero fue expulsado por un turbio asunto de faldas, y aquel mismo día de su expulsión, 1 de mayo de 1931, solicitó su ingreso en el Partido Nazi.
Cayó en gracia, porque disponía de todas las papeletas para ello, y además tuvo mucha suerte. Dos semanas más tarde le condujeron a presencia de Heinrich
LAS CORRIENTES VÖLKISCH DEL SIGLO XIX PREFIGURARON LOS IDEALES DEL NAZISMO: ERA UN MOVIMIENTO CLARAMENTE RACISTA Y ANTISEMITA
Himmler, que lo adoptó al momento y a cuya sombra medraría el resto de su vida como sicario devoto y de total confianza. Pronto se vería al frente de los servicios de inteligencia nazis, de donde emanó la fuente de su poder, pues entró en conocimiento de los trapos sucios de todos los jerarcas, grandes y pequeños. Fue él quien extorsionó nada menos que al anciano presidente Hindenburg amenazándole con filtrar un desfalco de su hijo Oskar si no aceptaba a Hitler como Canciller.
EL NAZI QUE SIEMPRE ESTABA ALLÍ.
Lo curioso es que sobre el propio Heydrich corrían rumores de que era judío. Empezaron muy pronto, alentados por el alud de enemigos que se fue haciendo, y le torturaron hasta el final. Es posible que contribuyeran a hacerle demostrar una especial ferocidad antisemita, que se hizo leyenda. Incluso alguien como Frick –que fue ministro del Interior nazi y sería ajusticiado en Núremberg por crímenes contra la humanidad– sentía tal aversión por “el asesino Heydrich”, como lo llamaba, que llegó a prohibirle la entrada en su Ministerio.
Heydrich aparece como el nazi que siempre estaba allí. Participó en el incendio del Reichstag, en el proyecto de los campos de concentración y en la planificación y ejecución de las dos noches que los nazis