El concepto de plusvalía
Es uno de los motores que alimentan el pensamiento marxista y resulta, en principio, bastante fácil de entender: las mercancías cobran un valor que antes no tenían (el célebre valor añadido, que hoy pagamos como I.V.A.) cuando son sometidas a la fuerza del trabajo humano. Pero a su vez, la fuerza de trabajo que da origen a la plusvalía debe entregarse a manos de un agente que haga posible la producción por medio de su capital. O sea, a un capitalista. Desde luego, el capitalista que provee dichos medios de producción habrá obtenido su capital de otras plusvalías anteriores, las cuales fueron consecuencia a su vez del excedente de trabajadores, que es el combustible perpetuo del que se nutre el capitalismo. La solución a este círculo vicioso: la colectivización de los medios de producción industriales y su entrega a los trabajadores, así como el reparto de tierras y la dotación de maquinaria a los campesinos. Pero eso no funcionó bien durante mucho tiempo en ninguna parte. En su laberinto teórico, Marx consideraba a los seres humanos como peones de ajedrez hechos todos de la misma pasta, lo que no es un buen planteamiento, porque somos capaces de lo mejor y lo peor. Y la Historia ha puesto en claro que, frente al altruismo, la generosidad y el valor, supuesta plusvalía moral del comunismo, son más fuertes y pesan más el egoísmo, la codicia y el miedo, sólidos pilares capitalistas sin los cuales no hubiera sido necesario que Marx redactase su libro.