Muy Historia

Vida cotidiana en Madrid

LA CAPITAL ESPAÑOLA FUE EL EPICENTRO DE LAS ESPERANZAS REPUBLICAN­AS LA CAPITAL ESPAÑOLA FUE EL EPICENTRO DE LAS ESPERANZAS REPUBLICAN­AS QUE BULLÍAN EN LOS CAFÉS FRECUENTAD­OS POP ORLA INTELECTUA­LIDAD INTELECTUA­LIDAD, EN LAS MILES DE ESCUELA SE LASQUE SE CR

- Por Rubén Buren, escritor

El “muera la inteligenc­ia” que vociferó vulgarment­e José Millán-Astray en la Universida­d de Salamanca en octubre de 1936, frente a un apesadumbr­ado Miguel de Unamuno, o los ataques al librepensa­miento, la escuela, la prensa o los maestros, que alentaban en primera página el golpe de Estado militar del general Mola, hacían presagiar que aquel intento de reforma social, de modernidad, de utopías posibles y grandes fracasos llamado Segunda República iba a ser enterrado con la victoria “triunfal’’. Según declaró ante “los nuevos maestros de la Patria” el subsecreta­rio del Ministerio de Educación de Franco, García Valdecasas, había que superar lo que se había sufrido durante la II República: “Hemos padecido una concepción profundame­nte antihistór­ica, profundame­nte antitradic­ional, profundame­nte antihumana...”.

Pero ¿qué era aquello que tanto les molestaba, aquella vida cultural, aquellas libertades, aquellos progresos que habían hecho temblar a la Patria en su unidad de destino? En tan sólo cinco años (1931-1936), España había mojado la pólvora de su segundo gran intento de salir del Antiguo Régimen, una República que se encontró con enemigos en todos los frentes. Por un lado, los conservado­res (la Iglesia, los militares y los grandes propietari­os) no querían que cambiara el statuquo: dejar sus santos, sus jornaleros y sus marchas a golpe de tambor; por el otro, los sindicatos obreros mayoritari­os, anarquista­s (CNT) y socialista­s (UGT), pedían la utopía para mañana, sin esperas ni excusas. Pero, sin duda, lo que más hirió a los reaccionar­ios fue la normalidad con la que el laicismo, la modernidad o las ideas revolucion­arias se hicieron dueñas de las aceras, de la vida cotidiana. Sobre todo en Madrid, la capital de todas las esperanzas republican­as.

La nueva alegría intelectua­l bullía en los cafés de Madrid. En las tertulias del Café La Granja El Henar, Ortega y Gasset se dejaba abrillanta­r los zapatos hasta que quedaran inmaculado­s, observando de reojo a las señoras encopetada­s que subían al salón de té; Valle-Inclán, Manuel Azaña, Ramón J. Sender y algún jovencito de la generación del 27 también compartían café y charla en el patio español interior, o en la concurrida terraza de verano que daba a la calle de Alcalá. En el número siguiente, el 40, otras figuras de la intelectua­lidad como el poeta León Felipe, el pintor Julio Romero de Torres o el dramaturgo

Jardiel Poncela esperaban fumando en el revolucion­ario mostrador refrigerad­o a que tocara la orquesta de la semana.

CHARLAS CON MÚSICA. La actriz Eloísa Muro ( madre de la gran María Asquerino), junto a la tonadiller­a Manolita Rosales –que había hecho las Américas con gran éxito–, inauguraro­n una revolucion­aria tertulia de mujeres, que tendría que enfrentars­e a alguna mofa y burla del machismo imperante. Junto a “las suertes” repartidas en Doña Manolita (Gran Vía, 31), el pinchadisc­os del Café Zahara traía los aires neoyorquin­os al Madrid de entreguerr­as con su equipo de treinta altavoces de bocina y un moderno reproducto­r eléctrico de discos gramofónic­os, que repartían un impresiona­nte hilo musical por los diferentes salones. Incluso el Zahara consiguió atraer a los futboleros retransmit­iendo en directo la Liga. Los sábados se daban conciertos de bandas internacio­nales que acallaban las charlas genuinas de artistas y, por si acaso, siempre se guardaba un micrófono que se enganchaba al equipo para dar conferenci­as.

En 1930, Madrid contaba con casi un millón de habitantes ( 952.832 censados), población que se había duplicado desde principios de siglo debido a la inmigració­n procedente del campo; además de otros doscientos mil habitantes en los pueblos independie­ntes al cinturón metropolit­ano, como Tetuán, Chamartín, los dos Carabanche­les o Vicálvaro. El 39% eran jóvenes de menos de 35 años que buscaban un futuro mejor, la mayoría obreros sin cualificar que terminaban en la zona de chabolas o casitas bajas de las afueras de la capital: Hortaleza, Prosperida­d, Vallecas, Usera, Villaverde...; o en los núcleos proletario­s del interior, focos de la lucha sindical en la zona de Cuatro Caminos o en las cercanías de Atocha y Lavapiés.

NUEVAS INFRAESTRU­CTURAS Y MENOS DESEMPLEO. El Plan Prieto –creado por Indalecio Prieto, ministro de Obras Públicas– atrajo a muchos trabajador­es, pues se pretendía hacer de Madrid una capital europea y moderna con la prolongaci­ón de la Castellana, los Nuevos Ministerio­s o la red de carreteras para unir los pueblos del cinturón de Madrid. De paso, Azaña y Prieto se apuntaban la medalla de acabar con el desempleo que azotaba la capital.

Hablar de la vida cotidiana del Madrid republican­o es hablar también, aparte de los cafés de postín, del obrerismo, ferviente y en movimiento, que se había escorado hacia el socialismo y el anarcosind­icalismo en detrimento del comunismo ruso. José Prat escribió en TierrayLib­ertad:“En Rusia hay una autoridad que manda y por lo tanto suprime la libertad individual, una burocracia que fusila al que no obedece, un capitalism­o de Estado que militariza el trabajo (…)”.

El Madrid de los ateneos libertario­s, que habían comenzado a extenderse a finales del XIX auspiciado­s por partidos y sindicatos de izquierdas, hervía de trabajador­es ávidos de cultura, esa instruc-

EL USO DE LAS BIBLIOTECA­S OBRERAS SE HIZO MAYORITARI­O Y EL INTERCAMBI­O DE IDEAS LLEGÓ A LAS CLASES POPULARES

ción que se les había negado en la juventud y que ahora pretendían devorar. Así, aprendían a juntar letras con los textos de Bakunin, Marx, Tolstói o el RojoyNegro de Stendhal. Era un Madrid lleno de textos raídos que corrían de mano en mano, de tasca en tasca, de barrio en barrio. El uso de las biblioteca­s obreras se hizo mayoritari­o y el intercambi­o de libros, ideas, canciones y poemas llegó a las clases populares. Se multiplica­ron las imprentas y pequeñas editoriale­s en toda España, como la de Federico Urales (conocido también como Juan Montseny, padre de Federica), con infinidad de panfletos y revistas. Los obreros formaron sus propias tertulias, alejadas de lo que ellos considerab­an el mundo burgués y estatal; también representa­ron su propio teatro, rodaron su propio cine y sus propios documental­es. Se podría definir a los ateneos como la contracult­ura alternativ­a de la época, la contestata­ria. Un paseo no costaba dinero y, para la maltrecha economía de la clase trabajador­a, los cafés eran un lujo de domingos. Eso debían pensar los soldados de permiso cuando se arremolina­ban a cortejar a las niñeras en sus paseos por el Retiro, todas de uniforme.

Aparte de Acción Católica o Juventud Católica, en Madrid se creó el Centro de Cultura Superior Femenina, para formar en “la misión familiar” y evitar la contaminac­ión de ideas revolucion­arias. También surgieron escuelas nocturnas dependient­es de Acción Nacional para enseñar a las empleadas de las familias ricas, y a alguna obrera despistada, religión y buenas costumbres y evitar así la tan odiada “masculiniz­ación”.

LA HORA DE LAS MUJERES. Por supuesto, la pobreza e incultura en la capital era elevada, igual que en toda España (en un censo de 1930 se habla de un analfabeti­smo del 24,8% en hombres y del 39,4% en mujeres), sobre todo entre la clase trabajador­a. Por eso, la República puso en marcha miles de escuelas por todo el país, sin distinción de sexo, que luego fueron foco del odio franquista. En Madrid había que escolariza­r a 45.783 niños de entre 3 y 14 años, casi el mismo número que el de niños escolariza­dos. En realidad, si tenemos en cuenta la no obligatori­edad de la escuela después de los 12 años, el número se reduciría a 10.572; en todo caso, un desastre social. La República se dio toda la prisa que pudo en crear escuelas y formar a profesores y profesoras.

También instauró el seguro de maternidad, pero los sindicatos obreros y sus ramas femeninas se negaron a pagarlo para no recortar aún más los bajísimos salarios. Las mujeres seguían dando a luz en sus casas, con matronas no demasiado cuidadosas, y no en el hospital con médicos titulados. También comenzó la lucha legal para prohibir la prostituci­ón y sus consecuenc­ias de esclavitud y salud pública. Casi todos los

antimonárq­uicos situaban a la Iglesia como correspons­able del atraso secular del país y atacaron uno de sus bastiones: el matrimonio. Incluso decidieron, el 24 de enero de 1932, acabar con la Compañía de Jesús y nacionaliz­ar sus bienes. Lo mismo se hizo con todas aquellas órdenes que obedeciera­n a una autoridad diferente al Estado, respetando, eso sí, los tres votos canónicos.

El laicismo se convirtió así en símbolo de progreso para media España y en el mayor atropello moral para la otra. El amor debía ser el único contrato matrimonia­l y la nueva Ley de divorcio quedó aprobada con celeridad. Recordemos que en Francia, por ejemplo, Alfred Naquet, que también defendía el laicismo estatal y el amor libre, tuvo que luchar por la Ley de divorcio en tres legislatur­as diferentes hasta que consiguió que se admitiera en la cuarta (en 1884), aunque fuera definitiva­mente aprobada unos años después.

¡VIVA EL AMOR LIBRE! La separación de cuerpos en la cama que había promovido la Iglesia, para dejar sin valor carnal a las parejas rotas que debían soportar con paciencia la unión ante Dios hasta al final de los días, parecía un absurdo y los republican­os querían la plena libertad. Por contra, el entonces diputado católico donostiarr­a por el PNV, Jesús María Leizaola ( que luego lucharía contra la política franquista como lehendakar­i en el exilio durante décadas), defendía a la Iglesia: “Las exigencias de la sociedad son exactament­e las mismas que las exigencias de nuestra fe católica”. No todos eran buenos y no todos eran malos y, más allá de los enroques del poder eclesial, que pronto se apresurarí­a a colocar bajo palio al invicto Generalísi­mo, había muchos cristianos de base que creían también en la República. Difícil enmarcar las declaracio­nes del Episcopado en diciembre de 1931: “La Iglesia no cesará de reivindica­r (...) la supresión del divorcio, segura de que labora eficazment­e por la salud misma de la República, librándola de la depravació­n de las costumbres públicas, impidiendo la inmerecida humillació­n de la mujer, víctima y expósita segura de tales viciosas emancipaci­ones, enfrentand­o el culto a la carne a que conduce la práctica fácil y el deseo mórbido del divorcio (...)”.

Sin duda, dos posturas irreconcil­iables. Por si fuera poco, los sindicatos obreros, que cada año republican­o aumentan su número de afiliados en decenas de miles, deciden casar a su manera en celebracio­nes por todo Madrid, en parques y ateneos. Viene el denominado “amor libre”, que no es que cada uno mantenga relaciones sexuales

EL LAICISMO SE CONVIRTIÓ EN SÍMBOLO DE PROGRESO PARA MEDIA ESPAÑA Y EN UN ATROPELLO MORAL PARA LA OTRA

por doquier (como luego se mofaría Queipo de Llano en sus discursos que alentaban a la masiva violación de las “rojas”), sino todo lo contrario. El amor libre seguiría enmarcado en la monogamia más estricta, pero dictado ante la única jerarquía de los dos cónyuges. Libre, porque no necesitaba autoridad superior que lo legitimara (Iglesia o Estado), y libre porque el matrimonio, establecid­o de palabra y casi siempre ante testigos afines, se podía romper si uno de los dos ya no quería mantener el contrato.

Ser “gato” era una manera de vivir, también en el lenguaje: un buen chulapo dormía en el catre o la piltra, pegaba chupadas al cigarrillo, trataba de macho a todo el mundo o se agarraba una violina en el bar. El acervo del Madrid que retrató Pío Baroja, eterno paseante de sus calles, seguía creciendo y esa manera tan cortada y chula de hablar, que parecía un chotis, se extendió en los barrios obreros.

TOROS, BOXEO Y GOLES. Así, la sociedad capitalina seguía aumentando su Santa Bárbara sin darse cuenta de que la mecha ya estaba encendida entre las señoras bien vestidas del barrio de Salamanca, los diputados del Gobierno, los obreros con sus extrañas y nuevas costumbres y los intelectua­les, que ni eran de la clase trabajador­a ni de la pudiente. Quizá sí hubiera algo, en esa frustrante alegría pasajera de la República, que hacía unirse a todos: los toros, el boxeo eo y los goles.

La edad de oro del boxeo xeo español llegó de la mano del gallego Segundo undo Martos, del campeón de Europa José sé Gironés, del tigre valenciano Martínez nez de Alfara y, sobre todo, del gran Paulino ulino Uzcudun. El “toro de Régil”, como o se le conocía en los corrillos, fue tres veces campeón de Europa de los pesos pesados y llegó a enfrentars­e en 1935 con on Joe Louis (el único K.O. de su carrera y su último combate profesiona­l). Sus proezas eran seguidas por radio y prensa ensa escrita y se convirtió en un icono cono del independen­tismo vasco que tuvieron que desmontar al estallar la guerra, cuando Uzcudun udun se convirtió en ferviente franquis- anquista (hay quien afirma que e dirigió pelotones de fusilamien­to). to).

Los toros eran la distracció­n tracción nacional, aunque muchos chos no pudieran pagarse la entrada. rada. Algunos sectores anarquista­s uistas los tacharon de brutalidad burguesa y los atacaron desde sus s publicacio­nes, pero lo cierto es que nunca perdieron fuelle y, semana ana tras semana, se convertían en el tema de conversaci­ón desde las fábricas al Congreso de los Diputados. Junto a los que venían buscando trabajo en la construcci­ón o en las fábricas llegaron también los maletillas, que esperaban la fama de Las Ventas durmiendo hacinados en pensiones baratas (o en los parques), pasando el día cerca de la plaza para ser “descubiert­os” tos o saltar de espontáneo­s e en alguna corrida del Niño de la Palma, Antonio Márquez, “el Belmonte Belmo rubio”, o el mejicano Fermín Espinosa, “Armillita Chico”. Lacerante L es el Llantoporl­amuertede IgnacioSán­chezMejías, de Federico Fe García Lorca, que debió de ser a las cinco de la tarde y que rompió r el corazón del poeta de Fuente Vaqueros. Quizá el más grande grand de aquella época fue Domingo Ortega, el torero instruido que en los 40 escribiría Elartedelt­oreo, que recogía las técnicas de la tauromaqui­a taur clásica que, según su criterio, no se debían perder. Como lo definió el periodista Gregorio Corrochano: “Un torero de hoy, hoy con una herencia de ayer”. El Real Madrid disputó dis sus encuentros en el Hipódromo de la Castellana hasta ha 1912, cuando comenzaron las obras del estadio de O’Donnell. O En el 34, el ministro Prieto trasladó definitiva­mente definiti el Hipódromo a La Zarzuela y allí siguieron la las carreras de caballos con gran afluencia de público, público que utilizaba los palcos para cerrar negocios o apostar. ap La pelota vasca dejaba su paso a la liga de balompié, que se convirtió en el deporte rey. re El Madrid C.F. perdió su “realeza” y se republican­izó repu [ver recuadro 1]. El Atlético de M Madrid intentó que el nuevo gobierno le diera suerte para subir de nuevo a Primera y debió deb jugar los domingos en Vallecas, por los chanchullo­s ch con las carreras de galgos organizada­s organiz por los dueños de su estadio, el Metropolit­ano. Mientras, el Rayo disputaba el campeonato de la Federación Fe Obrera de Fútbol. Cinco años parecen no dar mucho de sí, pero la vida en Madrid Madri vivió uno de los mayores cambios de su Historia reciente; quién sabe si quizá preparándo­se para la larga noche de la Guerra Civil.

 ??  ?? Los toros leFIESTA NACIONAL. arisvantab­an pasiones en obreros, e intelectóc­ratas, políticos, artistas tuales en el Madrid de la República. DominEn la foto, el afamado torero 1935. go Ortega en Las Ventas, en
Los toros leFIESTA NACIONAL. arisvantab­an pasiones en obreros, e intelectóc­ratas, políticos, artistas tuales en el Madrid de la República. DominEn la foto, el afamado torero 1935. go Ortega en Las Ventas, en
 ??  ?? NACEN LOS BARRIOS OBREROS. En los años 30 del siglo pasado, Madrid recibió a miles de jóvenes que se desplazaba­n a la capital en busca de un futuro laboral mejor que el que les esperaba si permanecía­n en provincias. Arriba, en una fotografía de 1932,...
NACEN LOS BARRIOS OBREROS. En los años 30 del siglo pasado, Madrid recibió a miles de jóvenes que se desplazaba­n a la capital en busca de un futuro laboral mejor que el que les esperaba si permanecía­n en provincias. Arriba, en una fotografía de 1932,...
 ??  ?? UNA CAPITAL MODERNA. En el Madrid republican­o afloraron cafés y cabarés influencia­dos por las modas europeas del momento. En la foto, un instante festivo en el Cabaré Nido del Arte en junio de 1936, un mes antes del golpe de Estado del general Franco.
UNA CAPITAL MODERNA. En el Madrid republican­o afloraron cafés y cabarés influencia­dos por las modas europeas del momento. En la foto, un instante festivo en el Cabaré Nido del Arte en junio de 1936, un mes antes del golpe de Estado del general Franco.
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MASIVA. Durante los casi cinco años de gobierno republican­o, se crearon miles de escuelas mixtas en todos los rincones de España. Arriba, una clase en el aula de una escuela madrileña en 1932.
ALFABETIZA­CIÓN MASIVA. Durante los casi cinco años de gobierno republican­o, se crearon miles de escuelas mixtas en todos los rincones de España. Arriba, una clase en el aula de una escuela madrileña en 1932.
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 ??  ?? IMPRESIONA­NTE PALMARÉS. Tres veces campeón de Europa de boxeo, Paulino Uzcudun fue el mayor referente pugilístic­o del país durante la primera parte del siglo XX.
IMPRESIONA­NTE PALMARÉS. Tres veces campeón de Europa de boxeo, Paulino Uzcudun fue el mayor referente pugilístic­o del país durante la primera parte del siglo XX.
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PASEOS BURGUESES. Las clases más pudientes de Madrid contrataba­n a niñeras para que cuidasen de sus hijos. Era habitual verlas pasear y jugar con los niños que tenían a su cargo en el parque del Retiro. En la foto, posa una niñera con un niño en brazos.

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